Pareja principal: OsomatsuxChoromatsu.
Secundarias:
JyushimatsuxHomura, AtsushixTodomatsu, otras.
Disclaimer: Osomatsu-san y todos los personajes que lo conforman no me pertenecen. El respectivo dueño es Fujio Akatsuka.
Advertencia: Universo alterno, descripciones sangrientas, muertes, relaciones sexuales.


Lago del comienzo.

Sonreí extasiado sobre el estrellado y amplio cielo que se desplegaba ante mí. Gasté doscientos sucios años en silencio para ver cómo o con qué podría tentar a esa diosa de aquel cristalino lago, doscientos sucios años en que pude divertirme, tener sexo, corromper inmaculados seres y darme festines de almas ingenuas dispuestas a contratos cortos y arriesgados en situaciones desesperadas. Gasté doscientos años en esa diosa…

Y por fin, por fin lo he descubierto.

Su deseo era tan simple, estúpido y vano, que a pesar de mis tres mil años, nunca lo hubiera imaginado. Siempre pensé que una diosa sería más caprichosa y exigente, pero, a diferencia de otras, su deseo era escueto y sencillo.

—Bueno, era de esperarse. Es una deidad de una de las castas más bajas y denigrante de los dioses... igual que yo de los demonios… —sonreí sin vergüenza de mi deshonroso título, acostumbrado a mis origines y a mi existencia.

Después de todo, he tenido tres mil años para aguantar la mierda que soy—. Es claro que este bebé no tendrá grandes metas… —sonreí otra vez, deslizándome en el cielo sin ruido alguno, mirándolo desde uno de los tantos verdes y frondosos árboles que rodeaban su lago.

Sí, yo, Osomatsu Matsuno, era una vil y sucia escoria, pero hoy podría al menos comenzar a cambiarlo con algo simple y que no requeriría mucho de mi valioso esfuerzo.

Esperé al menos unos diez minutos por ese prolongado suspiro que me haría entrar en acción. La cristalina agua tembló un poco y desde el centro del lago, ascendió una figura vestida con una toga blanca sin siquiera una sola mancha sujeta únicamente en uno de sus hombros, la toga era lo bastante larga como para llegarle a esa sencilla deidad hasta por debajo de las rodillas, más precisamente hasta los tobillos. Aparte de eso, contrastando con su blanca vestimenta, una corona de laurales le adornaba la cabeza y unas pulseras las manos.

Al primer suspiro de aquella diosa me acerqué, detrás de él, sin que siquiera lo notara, y al segundo, ya estaba rozando mi aliento en su nuca, flotando. Él se sentó, dando una impresión extraña a la vista. No siempre se encuentra como algo normal estar sentado literalmente en un lago.

Se sentó en una posición primitiva, con las piernas abiertas formando una especie de ocho deforme. Y, cuando bajó totalmente la guardia, ataqué de la forma más encantadora que pude.

—Hola…. hermosa diosa… —susurré con el mayor encanto que me era posible justo en su oído derecho, pero, aún a pesar de mi entonada voz, sabía cuál sería el resultado.

El lago inquietándose y la figura casi dando un brinco de al menos dos metros por encima de su lago confirmaron segundos después mis sospechas, aquella diosa se alteró y flotó por segundos al igual que yo, en el aire, mientras las aguas se alzaban junto a su figura, cayendo poco después. Oh sí, esto estaba saliendo increíble.

— ¿Q-Qué quieres…? —susurró desconfiado, apretando los dientes y elevando con una de sus manos un poco de agua. Seguramente en eso constaba su "defensa".

Sonreí, al notar lo aterradoramente similar a mí que resultaba ser esa diosa. El mismo corte de cabello, el rostro, el color de piel… la figura de él, claro, era más andrógina y delicada, además de tener las pupilas ligeramente más pequeñas que las mías.

Pero aparte de eso, era mi jodido reflejo. ¿Así me vería si fuera un maldito puritano dispuesto a hacer lo correcto y estar encerrado en un aburrido lago el resto de mi vida?

—Vengo a ofrecerte un… —antes de que pudiera terminar mi frase, aquella deidad me atacó con un molesto chapuzón de agua que me dejó estilando. Sonreí otra vez, tratando de retomar la conversación—. Cómo iba diciéndote vengo a… —otra vez no pude continuar. Otro chapuzón de agua me había re-empapado con mayor vigorosidad mientras el molesto líquido se colaba hasta en mi ropa interior—. Lo que quiero decir…

Y el muy desgraciado lo volvió a hacer. Estuve a punto de perder la compostura, pero me contuve y volví a sonreír de forma algo más torcida, enseñando unos cuantos dientes de más al ampliar mi risa.

—¿Qué mierda quieres que haga para que dejes de mojarme cada dos palabras?

La deidad se vio confundida, temblando mientras alzaba un conjunto más grande de agua para volver a empaparme—. ¿E-Eres un demonio… verdad? ¿Por qué mi agua sa-sagrada no te hace nada…?

—Oh… el agua sagrada… sí, el agua… —comenté recordando ese pequeño detalle—. Oh, oh qué dolor… oh, mi piel de demonio arde… oh oh que dolor… —chasqueé los dedos, para generar un poco de humo desprendiéndose de mi cuerpo para que mi interpretación fuera un poco más realista y se viera como si mi piel se estuviera quemando.

—¡Es obvio que actúas, demonio! ¡Aléjate de aquí! Si mi agua no te hace nada… debes ser uno de los fuertes.

Sonreí ante el comentario, oh, sonaba tan bien esa palabra, aunque no estuviera más alejada de la realidad, sonaba grandiosa. Porque sí, tenía bastante de demonio, pero nada de "fuerte". Alcé mis manos, recreando ante la vista de aquella deidad un pergamino con todos los puntos que muy amablemente venía a ofrecerle. Él, respondiendo de forma grata a mi amabilidad, volvió a arrojarme agua a todo mi elegante traje y a mi pergamino.

Pero ¡Ajás! Esta vez, estaba preparado, y el pergamino era solo referencia, por lo tanto, no importaría que tanta agua usara contra el pergamino, porque aquella diosa nunca podría "mojar una ilusión".

—Lamento decepcionarte, pero solo soy un débil demonio que viene a ofrecerte un contrato con el que me llevaré tu divinidad, pero no tu alma. Es en serio, soy tan débil, que esos nuevos frascos de frutos en conserva de "Doña Tina" son un verdadero fastidio para mí. Deberían… ¡No sé! Tener un abre fácil…

A pesar de mi increíble carisma, la deidad ni sonrió, estoica y desalentadoramente amargada.

—¿Crees que me tragaré esa mierda? ¿Qué demonio sería tan imbécil de ofrecerle un trato a una deidad?

—Aquí, tu servidor, más imbécil y milagroso que nunca… —hice una reverencia, mientras la deidad seguía a la defensiva, no sé qué más estúpido e inofensivo debía parecer para que la deidad se dignara a escuchar el trato.

Suspiré, comprendiendo que no estuviera del todo de acuerdo a cooperar. Así que cerré el pergamino que se desvaneció segundos después en el aire. Aún flotando, me senté y me llevé una de mis manos a la cara, mirando de reojo a la terca criatura. Mierda, realmente odiaba y siempre odiaré trabajar más de lo necesario.

—Eres de la casta más baja de las deidades ¿Verdad? La más débil e innecesaria.

El gesto de la deidad pasó de la desconfianza a la molestia. El comentario seguramente hirió el innecesario orgullo que criaturas de tan baja casta como nosotros debería tener.

—Por eso estás aquí, purificando un pequeño lago al que pocas personas vienen. Hay un pueblo cerca de aquí, pero es pobre y decadente, y ni siquiera tienes el poder de darles "virtud" a sus tierras. Lo único que puedes hacer es mantener puro la mitad del lago.

—¿A qué quieres llegar, maldito demonio? —sonreí, encantado de que su desconfianza pasara a ser molestia, al menos, ahora tenía su total atención.

—¿Les tienes envidia, no es cierto? —sonreí con sencillez, creando otra pequeña ilusión cerca de la palma de mi mano, mostrando unas pequeñas figuritas sin muchos detalles tratando de representar a los humanos.

—No sabes nada… sé a lo que quieres llegar demonio. Si me esfuerzo lo suficiente yo…

—Jamás… —sentencié—. Jamás te sacarán de aquí, jamás podrás ver ese mundo que tanto quieres conocer. Eres débil, el cielo supremo no te necesita, estarás aquí por siempre. Estamos sujetos a esta casta por siempre, somos inamovibles.

—Mientes. Eres una maldita escoria maligna y mentirosa. No creeré en tus palabras —su expresión me agradó y encontré la palabra que seguramente removió e hirió algo bastante importante para él.

Las palabras clave en todo esto eran "para siempre".

—No miento —sentencié esta vez con algo de seriedad cruzándome de brazos—. Los demonios no tenemos la necesidad de mentir, más bien somos… siniestramente sinceros. La mentira es humana, la envidia es humana. Tú…

—No lo digas… —la deidad apretó los dientes, y las aguas debajo de él volvieron a mecerse de un lado a otro, incluso haciendo temblar un poco la tierra del fondo de aquel lago.

A pesar de su afligido rostro, continué sin temor de perder el valioso trato al que seguramente aquel ser terminaría por ceder.

—Quieres vivir como un humano…. ¿Verdad?

—Tú qué sabes… —apartó la vista, mientras se hundía, vi sus pies desaparecer en el agua lentamente.

No lo detuve ni me alteré, debía demostrarle la confianza que tenía, así que solo hablé cuando ya estaba sumergido hasta donde terminaba su torso.

—Sé lo suficiente —aclaré—. Porque soy de tu mismo nivel, sé qué esperas, quieres que vuelvan a necesitarte… que aquellas deidades que te encerraron aquí al menos se acuerden de que existes, que al menos te vinieran a ver. Pero… no, estás solo y nadie puede verte. Pero, si fueras un humano… tú podrías salir de aquí, y todos podrían saber que existes.

—No… mi deber es…

—¿Deber…? Solo atiendes un maldito lago.

—Hay personas que vienen aquí —me rebatió con dureza, tratando de mantenerse firme.

—Personas que no pueden verte, personas pobres, personas que incluso si tú dejaras el lago, seguirían tomando y usando el agua de algún otro río cercano. Acéptalo, si estás aquí o no… a nadie le importa.

—E-Eres cruel.

—Solo sincero —suavicé mi tono de voz—. Porque te entiendo, porque soy como tú… —resalté nuevamente aquel determinante hecho.

—Y qué contiene… ese dichoso trato… —susurró volviendo a ascender desde el lago.

—Podría darte un pene o una vagina. Lo que tú escojas.

—¿Pero qué…? —su cara se volvió roja, de manera encantadoramente inocente. Me recordó un poco a algunas monjas cuya sola mención de un órgano reproductivo solía ruborizarlas hasta las orejas.

—Un pene o una vagina. Podrás masturbarte… ¿Genial, no?

—¡Como si me interesara masturbarme, maldita sea! —explotó de forma adorable la figura.

—Créeme, cuando tengas uno, no dejarás de tocarte. Te harás un experto en el tema, ¡Podrías incluso impartir cursos sobre eso!

—¡Nunca aceptaré este trato! —gruñó volviéndose a meter bajo las cristalinas aguas, pero lo detuve con una sonora risa.

—Perdón, perdón. Pero es lo que más noté de ti… —sonreí, soplando un poco para levantar la toga de la deidad que se trató de cubrir de inmediato a pesar de la inexistencia de algo que deba ser cubierto—. No pensé que hubiera deidades que no tuvieran "nada allí".

—L-Los…. de bajo rango nacemos así.

—Bueno, yo nací con pene —acepté, con una sonrisilla traviesa que pareció enfadar nuevamente a esa malhumorada deidad—. Pero hay algunos de nosotros con "ciertas especialidades" que pueden cambiar de sexo completamente a su entera voluntad, y no solo como una "ilusión". Los demonios del sexo pueden pasar de ser súcubos a íncubos en un segundo. Nunca han sido dos cosas separadas la verdad.

—¿En-En serio? —la diosa de un aura cálidamente verdosa abrió los ojos de forma interesada.

Se notaba demasiado que no hablaba con nadie y desconocía grandes e importantes cosas del mundo. Incluso, en una parte muy muy pequeña de mí, sentí algo de simpatía por esta débil divinidad. Quizás, porque se parecía a mí.

Sí, seguramente era eso, pensé con una sonrisa animada.

La deidad se cruzó de brazos, tratando de reafirmar una inexistente autoridad contra mí esperando a que prosiguiera. Me reí con sencillez, quitándole importancia y dejando que las palabras escaparan una vez más de mi boca.

—Sí, es en serio. Te explicaría unas cuántas cosas más de ellos pero… ¿Sabes lo que es el sexo?

La deidad arrugó el ceño y apretó los labios. Casi me carcajeé, su inocencia y aquella forma tan obvia de querer ocultar su ignorancia podían superar luego mi actuación. Solo mirarlo e intentar no reírme ya era una tortura, y con esa expresión que esbozaba justo ahora era incluso peor.

—No del todo…

—"No del todo" ¿Eh? —sonreí burlonamente, no pude evitarlo. Las aguas de la deidad volvían a removerse de forma turbia, delatando su humor con facilidad.

—Algunas veces, humanos suelen… hacer cosas extrañas dentro de mis aguas. Juntos… un hombre y una mujer, totalmente desnudos y con ciertas cualidades que yo no poseo.

—¿Con cualidades te refieres a un pene o a una vagina no?

—S-Sí…

—¿Y sueles mirarlos?

—Cuando se da la oportunidad los veo. Es algo un tanto… curioso.

—Mira qué bien, tenemos algo en común, ambos somos voyeristas.

—¿Voyerista? ¿Qué es eso?

—En este caso, un depravado dios que le gusta mirar a los humanos sabiendo que no puede ser visto. Lástima que no te la puedes jalar, debe ser frustrante. Si tuviera que vivir una vida sin jalármela yo…

—¡N-No soy un depravado! Eso es de gente impura. Los veo solo por… curiosidad. Porque no sé muy bien de qué va eso ¿¡Bien!? —gritó alterado y nervioso, sonreí al ver cómo trataba de demostrar inocencia.

Chasqueé los dedos y volví a sacar el pergamino, pero dejándolo flotar en el aire, sin acercarlo de forma insistente a la deidad.

—Bien, bien, solo eran fines científicos, te creeré. Ahora en cuenta al contrato…

—¡No aceptaré ninguno de tus cochinos tratos!

—Bien, bien, no lo firmarás. Pero déjame ordenarlo para ti. Si te conviertes en humano… ¿Qué te gustaría ser? ¿Mujer u hombre? Dime… —susurré acercándome hasta la andrógina figura, desapareciendo en segundos y quedando detrás de él, susurrándole lo siguiente en el oído—. Al verlos, ¿Qué te gustaría más…? Penetrar… o ser penetrado.

—¡Ahhhh! —antes de que pudiera proseguir mi descarado acoso y persuasión, había vuelvo a ser empapado en esa asquerosa agua sagrada mientras aquella deidad se alejaba unos buenos metros de mi persona—. No vuelvas a acercarte así.

—¡Maldita sea, ni siquiera firmarás! ¿Qué te gustaría tener? ¿Pene o vagina? ¡Es todo lo que te pido!

—¡No lo sé bien! ¡Nunca lo he pensado…! Nunca pensé tener algo así por eso…

La diosa comenzó a sumergirse, mientras a sus pies las aguas cambiaban de temperatura a una cálida llena de las emociones que agobiaban a mi linda víctima. Era realmente lindo verlo sonrojado y dudando. Quizás, cuando sea humano, lo acosaría un poco por algunos años mientras buscaba a los demás.

Pensé en una imagen mental no del todo buena qué se le vería mejor allí abajo. No quería que llegara un momento en que se quejara del sexo que le destiné, pero tampoco da alguna señal de preferencia.

"Preferencia", sí, esa palabra retumbó mi mente de manera molesta y obvia.

—Serás hombre —sonreí.

La figura que tenía la mitad del rostro bajo el agua se elevó un poco, con la boca en un divertido triangulo hacia abajo— ¿Por qué crees que querría ser eso…? ¿El hombre?

—Porque…. ¡Puedes meterla y te la pueden meter! Tienes dudas ¿Verdad? Pues, si quieres meterla, tendrás cómo, y si quieres que te la metan, puedes hacerlo igual. Solo te volteas y le enseñas el traserito a algún señorito de gustos curiosos. Pero cuidado, ser homosexual no es tan bien visto en ciertas tierras.

—¿Por qué ha-hablas de estos temas como si nada?

—Porque he vivido mucho, y créeme, el sexo con el que naces es importante. Y bueno, tendrás algunas ventajas siendo hombre, en esta época, los hombres tienen más valor que una mujer y poseen… ¿Cómo decirlo? "Mayor libertad".

—Bien. Pon hombre en el contrato…

—¿¡Firmarás!? —el entusiasmo reprimido que había en mi salió sin que pudiera retenerlo. Elevé la comisura de mis labios con gozo.

La deidad del lago retrocedió, sintiendo con claridad la sombría oscuridad que mi alegría provocaba. Era siniestra y petrificante, lo sabía, por eso trataba de reprimirme para no infundir miedo y duda en el ente que haría un pacto conmigo.

Sin embargo, no retrocedió más, solo empezó a jugar con sus dedos nervioso, lo que no supe descifrar si era una oportunidad para continuar o cambiar el tema antes de que se viera notablemente sospechoso.

Tomé el contrato entre mis dedos, y acaricié suavemente las letras que definían su sexo. La tinta se borró con facilidad con un pequeño toque de mi dedo indice, reemplazando la incógnita con el sexo masculino que aquella divinidad había escogido. Escondí el contrato, para no asustarlo de más.

—No firmaré —sentenció, elevando el rostro y separando las manos que hace segundos se movían nerviosas y tensas—. Pero… podría llegar a pensarlo con el tiempo.

—Tiempo me sobra, pero no abuses —sonreí, flotando a su alrededor, recostándome y cruzándome de piernas—. Vendré a verte cada cierto tiempo, para ver si has cambiado de parecer.

—Bueno, de una cosa puedes estar seguro. No me moveré de aquí. Así que puedes venir a molestarme cuando quieras. Después de todo, como bien dices, ni siquiera una deidad de un escalón más arriba del mío revisa mi trabajo… así que dudo que te topes con un problema.

—Osomatsu —sonreí, invitándolo para que me diera su nombre y cerráramos de manera amena este pequeño progreso que si tenía suerte, quizás terminaría con esa deidad entablando un pacto conmigo en un par de décadas más—Bien.

—No, no bien —me ofendí ante su falta de educación y tacto, colocando una mano dramáticamente sobre mi pecho y hundiendo mis labios en una mueca dramática y ofendida—. Se supone que aquí me dices tu nombre.

—¿Mi nombre?

—¿Cómo te llamaron cuando te destinaron este lago?

—¿Cómo me llamaron? —el ser lucía nervioso, y sin saber qué decir.

Me miró tratando de que yo pudiera darle una explicación o guiara su respuesta. Creía que mi vida de demonio de baja casta era triste, pero la de este pobre sujeto era una miseria. Ni siquiera podía hablar con alguno de los suyos.

Ni siquiera tenía un nombre.

—Yo te daré uno —sonreí—. Si firmas el contrato, te daré el mejor nombre del mundo.

—Lo pensaré, Osomatsu —susurró, esta vez menos frío y distante.

Debía aceptarlo, había sido un buen comienzo para el primer día.


Llegué pasado el mediodía, cuando aquella deidad se dedicaba a orar y a purificar las aguas ya que todos están en sus hogares preparándose para la merienda de forma organizada. A pesar de que no me había presentado aún, su mirada me captó enseguida, suspirando y volviendo a su deber. No lo interrumpí, era obvio que no tendría ni un gramo de su atención hasta que no terminara su trabajo.

Típico de un dios, siempre haciendo ver la purificación de un feo y pequeño lago como la gran cosa. Suspiré, hasta que vi el lago volver a ese color desagradablemente cristalino y purificado. Aun así, el impecable trabajo era cruelmente arruinado por alguna que otra hoja que caía sobre el lago, de tonos rojizos y verdosos. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Ya era otoño? A pesar de que debería estar acostumbrado, aún me abruma con la velocidad que pasan los días, las estaciones, los años. A veces, siento que he tomado una siesta o dado un pequeño parpadeo y ha pasado un siglo entero.

Que hubo una guerra mundial, que el demonio por el que voté en las elecciones pasadas como consejero de Luzbel había perdido otra vez y esa perra pechugona y fea volvía a ganar el puesto para hacerme la vida imposible, que un gato se hizo la principal causa de una revolución en Prados boscosos y que… había llegado el otoño.

Dejé de distraerme en cosas triviales, agitando mi cabeza de un lado al otro y golpeándome con fuerza las mejillas, enderezando un poco mi torcida levitación, ya que estaba mirando a esa amargada divinidad totalmente al revés. La deidad notó mi mirada y me la devolvió de forma fija y extremadamente seca. No sabía cuántos años llevamos en esto, pero ya para aquel entonces, sabía que esa postura significaba que había tomado una decisión. Quizás, una favorable o una desfavorable, quizás, una que no tuviera que ver con el tema por el cual lo acosaba.

Esperé de forma desinteresada que me comentara su resolución el tema, pero seguía allí, estoico y perturbadoramente inmóvil observándome fijo y con esa boca curvada hacia abajo en forma de triángulo.

Era jodidamente aterrador.

Y se supone que el aterrador debería ser yo, el temible demonio, no una delicada y andrógina diosa que no sabía si tratar de él o ella.

—¿Cuánto tiempo llevamos en esto? —susurró Choromatsu, dando un atisbo de sonrisa.

—No lo sé. Creo que no el suficiente como para te canses de este lugar. Te juro que si vuelvo a ver el próximo año esa piedra gigante con cara de anciano a la que adoran a unos metros del lago voy a vomitar. Ya me sé de memoria hasta los putos árboles que hay en este bosque. Y he visto al "feroz Oso" que se oculta en el bosque tener crías al menos tres veces. Aunque no creo que sea la misma Osa… de todas formas, soy tío en grado relativamente imaginario de la última camada de la Osa. Le he puesto Jorge a mi sobrino. El cafecito con una manchita en el vientre. Crecen tan rápido…

—No alcanzo a ver esa piedra por más que me eleve en estas aguas.

—Créeme que no te pierdes de nada. Tal vez la orinaré un poco la próxima vez, quién sabe, quizás mi orina sea ácida para esas feas rocas que la gente venera como sagradas y le cambie un poco la horrible cara a esa maldita piedra.

—Eres un asco, ¿Lo sabías? —las comisuras de sus labios se elevaron frágilmente, mientras se volvía hacia el otro lado.

—Entonces, ¿Por qué has sonreído? —le increpé con alegría, acabando con su penoso intento de ocultar esa tierna y suave risa en sus labios.

Alcé los brazos, enderezándome al fin, sin flotar recostado y torcido como siempre. Ese día, quizás otra vez recibiría otro maldito y aburrido "lo pensaré", por ello, quería intentar algo diferente aquel día. Algo que lo hiciera enfadar hasta ponerlo rojo, o algo que lo hiciera sonrojarse hasta tartamudear.

Cualquiera de las dos me parecía divertida. La divinidad se quedó parada, mientras giraba hacia mí con el ceño fruncido. Su mirada penetrante y fría corto a través de mí, provocándome una ligera mueca involuntaria.

Me acerqué, y el permitió el avance. A esta altura, él sabía que no vendría y quizás con mi decadente poder simplemente no podría matarlo. Mis manos se acercaron suavemente a su cabeza, separadas y sin rozar siquiera su corona de laureles. Cerré uno de mis ojos, en un guiño osado y valiente, mientras concentraba algo de energía en ella sin ninguna vibra maligna, impidiendo que la diosa se alterara.

En el aire, una pequeña explosión alertó a la diosa de la creación. Su postura se puso a la defensiva, buscando. Sus aguas parecieron darle la respuesta, mientras mi sonrisa se ensanchaba y empezaba a reírme con fuerza, sujetándome el estómago que pronto resentiría mi ruidosa y enérgica carcajada.

—¿Qu-qué has hecho…? —dijo anonadado, tocando con suavidad su corona, deslizando sus dedos con delicadeza con lo que había creado entre las verdosas hojitas.

Allí, pequeñas y poco intimidadoras yacían rosas rojas ordenadas de forma divertida alrededor de su corona y una que otra en sus pulseras. Me miró, con los ojos abiertos y sentí que nuestros ojos conectaron por unos segundos, dejándome una provocadora sonrisa en los labios, queriendo adivinar su siguiente reacción.

Pero no, no se lo permití. Me quise adelantar, juguetón y apasionado. Me estaba divirtiendo, no quería que todo acabara con una reacción malograda.

Mi curiosidad me podía, y era la primera vez que podría jugar de esa manera con una diosa.

—Rosas rojas. Una flor provocadora y peligrosa. Se ven lindas en ti, ¿No lo crees? El color rojo es mi esencia y parece ser… —me atreví a proseguir, estirando mi brazo derecho mientras el labio de mi ahora victima temblaba un poco, dudando si acercar o no su mano derecha para apartarme—. Que convino devastadoramente bien contigo, ¿No lo crees? —finalicé, tocando la fría piel de sus mejillas por unos segundos.

Mi dedo índice fue el último en separarse de su piel. Para mi sorpresa, su tacto no quemó ni su piel ni la mía, pero por alguna razón, un pequeño hormigueo aún se deslizaba sobre mi índice, incitándome a relamer mis labios, ansioso por la extraña sensación.

—T-Tú, maldito idiota impetuoso… —allí estaba, la reacción que esperaba.

La deidad explotando, tanto en enojo como en vergüenza. Sus mejillas ardían en vergüenza, pero sus puños estaban tensos, mientras su cuerpo se inclinaba hacia adelante.

¿Por qué tener una sola reacción cuando podía tener las dos?

—Vamos, te ves lindo.

—Deja de usar esa palabra —protestó, volviendo a mirar su reflejo en el lago, sin saber qué hacer con las rosas—. Modificando así el atuendo sagrado de una deidad… ¿Qué demonios te crees…?

—Creo que así luces mejor. Si tuviera que casarme contigo y elegirte algún atuendo de novia, definitivamente sería ese.

—¿P-Podrías dejar de decir esas cosas y sacarme esto?

—Creí que te agradarían. Las rosas no suelen cultivarse ni verse en un pueblo como este. De seguro es la primera vez que admiras una de estas. Las hice a imagen y semejanza de las famosas rosas de la Villa entre cascadas. Son raras y su rojizo es fascinante. Es una mezcla muy excéntrica. Bueno, hay un montón de cosas raras allí. La flor con ojos por ejemplo, ¡Si esa cosa no la hizo un demonio no sé quién la habrá hecho!

—¿Villa entre cascadas?

—Sí. Un lugar bastante… impresionante. Me he quedado varios años por allí.

—¿Has estado en todo el mundo?

Sonreí ante la ingenuidad de su pregunta. Cerré los ojos, alardeando de más y encogiéndome de hombres levantando mis palmas hacia arriba en un gesto despreocupado—. Digamos que he… tenido un poco de tiempo libre —le contesté, abriendo solo uno de mis ojos, esperando algún grito o algo así, pero nada.

Solo estaba allí, acariciando esas rosas que terminarían marchitándose y cayendo al lago negras y podridas. No podía mantener algo como la magia pura y bella por mucho tiempo, pero por el momento, realmente le lucían bien a ese solitario ser.

—El mundo…

—Sí, sí, un bonito lugar —volví a restarle importancia mientras hurgaba en mi nariz buscando algo interesante.

—Tienes razón. Yo quiero ser humano… para ver el mundo.

—Sí, el mundo y ser humano, como tú di…—me detuve de golpe. Abrí los ojos sintiendo que rasgaría los límites que mantenían mis ojos unidos a mi cabeza.

No podía creerlo, mi gracioso y penoso vuelo se inmovilizó, como si hubiera sido congelado en el tiempo. Miré a esa criatura quien atrapó mi incredulidad con una desafiante y decidida expresión.

Si hubiera sido posible, en aquellos instantes, fácilmente mi mandíbula pudo haberse desprendido de mi bella cara para terminar alimentando a algún pececito de ese lago con dudosos gustos.

—¿E-Es en serio…? ¿En realidad hablas… malditamente en serio…?

—No me hagas repetirlo demonio, quiero un trato contigo.

Mi cuerpo sintió con fuerza el escalofrío de esas palabras que me ataban a mi contratante. Un sonido placentero similar a la de cadenas golpeándose una contra la otra y arrastrándose contra el suelo me provocaron una sofocada risa. Las cadenas de un pacto ya nos estaban rodeando tanto a él como a mí.

Me incliné, esta vez flotando en las aguas y arrodillándome ante él, tomando con delicadeza su mano izquierda con mi mano derecha, y, con la otra, extendí y materialicé el pergamino y un bolígrafo con tinta rojiza para sellar el pacto.

—Siéntete libre de revisar las condiciones del contrato, mi preciado patrono.

—Estoy a favor de cada una de ellas, incluso la que define mi sexo. Pero quiero agregar una cláusula más a esto.

No levanté la cabeza y me mordí los labios. Odiaba las malditas clausulas y puntos extras, pero supongo que su divinidad hace valer el esfuerzo.

—Exige… —fue lo único que pronuncié—. Mientras no manche los conceptos estructurales de nuestro pacto, podré atenerme a nuevas condiciones.

—Aquí sale que mi cuerpo contará con una vida sana, que fácilmente podría alcanzar los noventa años.

—Exacto. No haré tu vida corta, pero tampoco puedo alargarla inhumanamente. Después de todo, es en un humano en lo que te puedo convertir.

—Estoy de acuerdo, no exigiré más que esto.

Torcí el gesto, y sentí las comisuras de mis labios elevarse por mero instinto en un gesto un tanto aterrador que trataba de reprimir, sin embargo, mi instinto demoniaco quería consumirme y con ello mi contrato.

Si no me controlaba la divinidad de esa diosa… no sería mía.

—Pero… la divinidad de una diosa puede exigir algo más que esto, ¿No?

Sin poder evitarlo, mis ojos subieron hasta la inmaculada figura de forma fija y penetrante. Traté de ocultar lo más que pudiera mi sonrisa maníaca y ansiosa, perturbado por esas innecesarias pausas y esas engorrosas cláusulas. ¿Qué tan desquiciado por una respuesta me quería ver aquella figura?

—Te quiero a ti.

Mi gesto cambió en segundos de frustración reprimida a ingenuidad. No dejé escapar palabra alguna, solo atiné a abrir ligeramente los ojos y a apretar un poco el ceño, confundido.

—¿A mí? ¿Acaso intercambiarías tu divinidad con mi…?

—A ti —volvió a aclarar—. No lo que te consagra como un demonio. Quiero que tú, quien ha visto todo este mundo, viaje conmigo hasta que mi cuerpo humano perezca y se pudra, solo entonces, podrás llevarte mi divinidad. Eso es todo lo que quiero, que viajes conmigo y que seas tú quien me asegure que podré ver el mundo entero, demonio Osomatsu.

Me quedé petrificado, escuchando aquella extraña petición extra al contrato. No supe si aquello era sumamente ambicioso o increíblemente ingenuo y puro. No lo sabía, lo desconocía, y aquello me produjo una extraña sensación de angustia mezclada en éxtasis.

No me entendía, y aquello, me sacó una sonrisa que mi rostro nunca antes había formulado, ladeada a la derecha, picarona y enseñando los dientes.

—Es un trato, humano Choromatsu.

La deidad sonrió, y alzó el lápiz, tomándose un momento quizás para despedirse de todo. Su divinidad no era su vida, pero era aquello que lo hacía un dios.

—Sí que eres un mentiroso, Osomatsu. Dijiste que sería el mejor nombre del mundo… y solo es "Choro" acabando igual que el tuyo, en Matsu —volvió a sonreír, firmando el contrato con las condiciones estrictamente cambiadas.

Sonreí, increíblemente feliz de al fin cerrar el pacto que, en algún momento, quizá me llevaría a cambiar mi propio nombre. Además, ¿Qué tan difícil sería lidiar con ese sujeto por unos noventa años?

De seguro, solo sería un suspiro más en mi reloj de arena.


Próximo capítulo: Centelleo desnudo.

Viernes dieciséis de septiembre.