Cantando bajo la luna
Era un frío y lluvioso día en Walt Disney City. El cielo estaba cubierto de nubes oscuras que descargaban su mercancía sobre los desprevenidos caminantes de la ciudad, quienes se refugiaban en sus paraguas o en las tiendas cercanas a su posición.
Entre las calles anduvía una joven de cabellos rubios platinos bajo un paraguas celeste, con su maletín negro en la mano libre y en uno de sus oídos un auricular conectado a su teléfono por el cual mantenía una conversación de trabajo.
A paso rápido se dirigía hasta una gran mansión blanca, herencia de sus padres al morir en un trágico viaje de negocios en barco cuando tenía 18 años. Al llegar a ella y finalizar la llamada entró como todos los días, seguida de su fiel mayordomo Kai quien se ocupó de ella y su hermana pequeña Anna desde que tenía memoria.
Tras un pequeño saludo le entregó el paraguas, su abrigo blanco decorado con copos de nieve bordados en negro y marchó a la cocina donde ya estaba su café recién hecho que llevó hasta su despacho. Se sentó en su sillón marrón frente a la mesa de madera y colocó encima el maletín.
La rutina de todas las tardes comenzaba. Organizaba los papeles, contratos y demás documentos realizados ese día en la empresa Arendelle Inc. que presidía ella después de tomar el testigo de su padre, pasaba los datos a su portátil y luego guardaba todo en el archivo que durante más de treinta años preservaba la historia de la empresa familiar.
Como siempre Anna aparecía para una visita rutinaria con la cual desconectaba del trabajo gracias a sus bromas y juegos a pesar de tener su hermana 21 años, tres menos que la rubia. Era curioso ver cómo la menor lucía un cabello anaranjado mientras la mayor lo tenía prácticamente albino. Ese aspecto podía confundir pero sus rostros no dejaban lugar a la duda.
Las dos decidieron vivir en la misma casa hasta que una de ellas contrajese matrimonio y se fuese con su esposo - algo que por los planes de sus padres no tardaría en pasar para una de las hermanas-.
Cuando iba a terminar su extensión de la jornada laboral cayó en la cuenta de un problema. Semanas atrás les habían visitado su prima Rapunzel con su marido Eugene y su "dulce y buena" hija Stephanie. Aquella pequeña le había costado un gran dolor de cabeza y unos cuantos cientos de dólares en reparaciones de la mansión.
Y no sólo eso. La diablilla escondió un par de cosas de su despacho en la vieja cabaña del jardín, construía por su padre y el de su prima cuando ella tenía la edad de siete años.
Entre lo que se llevó estaban los obsequios que la empresa South Island le había otorgado tras un acuerdo y una visita del hijo menor del presidente, Hans Westergard.
Aquel joven era dos años mayor que la rubia y tenía algunos atractivos. Bueno, debía tenerlos a la fuerza para el parecer de ella ya que ese Westergard -por jurisdicción de su padre- le acompañaría el resto de su vida a partir de sus 26 años, es decir, dentro de dos.
La joven salió del despacho dirección al jardín, pasando antes por el ropero para coger un chubasquero azul pues seguía lloviendo y no sabía dónde Kai había dejado su paraguas ni tampoco le encontraba.
La lluvia caía con menos fuerza pero calaba hasta los huesos y entre las nubes de vez en cuando se podía vislumbrar la luna. La rubia se dio prisa en recorrer el camino de piedra que llegaba hasta la cabaña de madera, pegada a la verja que delimitaba el perímetro de la casa. Al llegar a ella, entró escurriendo el agua de su impermeable por encima.
Era pequeña y acogedora. Allí estaban los juguetes de su infancia que le hacían sentirse nostálgica. Pasó las manos por los libros, muñecas y pelotas allí guardadas hasta que llegó a una caja azul rey. En ella estaba el carísimo juego de collar y pendientes que Hans le había regalado. Diamantes en toda la cadena y dos grandes que adornarían sus lóbulos. Simplemente un despilfarro de dinero con el único propósito de quedar bien ante las demás altas esferas.
Una ensoñadora música de guitarra atrapó sus oídos. Al principio pensó que podía tratarse de alguna radio o cofre musical. Buscó entre las cajas y estanterías pero no encontró nada. Venía de fuera.
La rubia guardó la caja en el interior del chubasquero, salió de la casita y buscó el origen de aquella melodía. Las notas la llevaron hasta detrás de la caseta donde al otro lado de la valla encontró lo que creaba tal belleza para los oídos.
Un joven de cabellos blancos, vestido sólamente con una sudadera azul y unos pantalones marrones desgastados que ataba con cuerdas a la altura de los gemelos, tocaba una guitarra bajo el saliente de tejado que sobrepasaba la valla. Con su estuche abierto y un par de monedas dentro tocaba una melodiosa canción que la chica no supo identificar.
Unos minutos después el chico paró de tocar y la rubia se acercó a él bajando la capucha de su chubasquero.
—¿Ha disfrutado del espectáculo señorita? —preguntó el chico antes de darle oportunidad a ella de hablar.
El peliblanco se giró hasta que ambos pudieron verse mutuamente. Ahí fue cuando ella pudo apreciar la belleza de aquel chico.
Piel pálida como el papel, ojos azules y profundos con ligeras pinceladas blancas, cuerpo delgado pero trabajado que podía notarse a través de la sudadera... por no hablar de su flamante sonrisa blanca de medio lado.
Quedó fascinada por aquel joven tras descubrirle, algo que no sucedió, al menos, de la misma manera en él.
El chico lo que consiguió fue admirar a la chica de sus sueños más de cerca. Desde hace alrededor de cinco meses, cuando le echaron de su trabajo, tocaba en ese mismo punto todos los días para ganarse un dinero y poder alimentar a su hermana pequeña.
Él llevaba todos esos meses observándola desde la distancia, soñando que algún día se acercase hasta él. Y ése era el día.
A pesar de la lejanía pudo apreciar la belleza de aquel ángel y ahora podía comprobarlo. Cabello rubio platino y ondulado hasta la cintura, ojos azules como grandes zafiros, delgada figura de perfectas curvas... y esa dulce y tímida sonrisa envuelta en sus delgados pero perfectos labios.
—La melodía era preciosa, ¿qué canción tocaba? —preguntó la rubia.
—Se llama "Mi eterna ilusión", es composición propia.
—Oh, pues he de decirle que me ha encantado. Tiene usted un gran talento.
—Le agradezco sus alagos. Qué pena que otros no opinen lo mismo —responde agachando la cabeza.
—¿Qué le hace pensar eso? —pregunta ella sentándose pegada a la valla en el pequeño tramo de empedrado que rodea la cabaña.
—Hace unos meses me despidieron del bar donde actuaba todas las noches —cuenta apenado—. Su excusa fue que los clientes se cansaban de mí pero sé perfectamente que no querían gastar dinero en pagar a un músico cuando podían poner una televisión y arreglarlo.
La rubia le miró triste. Ella había tenido en bandeja toda su vida el trabajo que llevaría a cabo y ocupando el más alto de los cargos. A diferencia de aquel muchacho no tuvo que buscar nada, en cuanto pudo trabajar se hizo cargo de la empresa y lo compaginaba con sus estudios universitarios. Sencillamente todo estaba arreglado en su vida, incluso su matrimonio.
Los dos jóvenes se quedaron callados por unos minutos, con la banda sonora que la lluvia creaba para ellos. Apoyados cabeza con cabeza y la verja de por medio disfrutaban de los sonidos del agua al chocar contra el pavimento y la acera.
—¿Sabe cantar? —preguntó el peliblanco.
—No suelo hacerlo pero de pequeña cantaba con mi madre junto al piano —responde la rubia recordando las tardes junto a ella.
—Entonces acompáñeme por favor —suplicó el joven.
Comenzó a tocar acordes con su guitarra y alzó la voz.
—El sol brillará mañana
Puedes apostar a que mañana sale el sol.
—Si tú tienes fe mañana hallarás a todos tus problemas solución —continuó la rubia reconociendo la canción.
—Cuando el día amanece negro y triste la cabeza levanto y digo así —se unieron los dos.
—El sol brillará mañana sólo falta un día hasta mañana nada más.
—Mañana, mañana, ven pronto, mañana.
No puedo esperarte más —dijo ella.
—Mañana, mañana, te quiero, mañana.
No puedo esperarte más —siguieron los dos.
Mientras cantaban la gente que pasaba por su lado se paraba y echaba dinero en la funda de la guitarra. Algunos se quedaron hasta que terminaron y les aplaudieron, otros con sólo escucharles unos segundos ya quedaron maravillados y les recompensaron monetariamente.
Cuando los dos jóvenes terminaron se dieron cuenta del revuelo que habían causado, se sonrojaron y minutos después ya no quedaba nadie a su alrededor. La lluvia había parado y en el cielo volvió a verse con claridad la luna.
—Está contratado —dijo la rubia sabiendo a lo que se enfrentaba.
—¿P-perdón? —respondió el chico sin comprender.
—Quiero que toque por las noches en mi casa. Le pagaré un buen sueldo y así no tendrá que estar en la calle.
—No estoy en la calle señorita, tengo una casa y una hermana a la que cuidar. La oferta es tentadora pero no puedo dejarla sola hasta tan tarde.
El joven estaba realmente impresionado por la oferta y muy agradecido pero el inconveniente era su hermana Emma. Se llevaban muchos años, ella tenía diez mientras él tenía 25. La pequeña fue resultado del segundo marido de su madre después de enviudar. Cuando Emma cumplió los seis años les abandonó y se marchó con su marido dejándoles solos. Desde entonces él estaba a cargo de la pequeña.
Por otro lado la rubia pensó en ella como si fuese Anna. Sabía que la hermana del chico sería mucho más pequeña que ella pero la rubia no era capaz de dejar sola a la pelirroja. Entendía al chico.
—Puedo hacer que se quede con alguien del servicio, sería como una guardería de trabajo —insistió la rubia.
El chico miró aquellas piscinas azules que le suplicaban algo que nunca llegó a imaginar. No era capaz de resistirse a esos bellos ojos que le miraban, era superior a sus fuerzas.
—Está bien, trabajaré para usted —aceptó al fin.
A la rubia se le iluminaron los ojos. No estaba muy segura de por qué lo hizo pero no pudo soportar la idea de alejarse de aquel chico teniendo la oportunidad de verle todos los días. Fue impulsivo, incluso primitivo. Pero no le importaba y a él tampoco.
—Empezará mañana —le dijo a la vez que se levantaba y le giñaba un ojo—. Puede venir a partir de las siete.
—Aquí estaré señorita...
—Elsa. Elsa Arendelle —termina su frase con una sonrisa—. Hasta mañana señorito...
—Jack. Jackson Overland Frost.
Ella dio media vuelta y regresó a su casa donde el servicio junto a su hermana la buscaban desesperados. Después de explicarles que salió a por el regalo de Hans y omitir el detalle del chico todos regresaron a sus respectivas habitaciones, pues ya era tarde.
Aquella noche se colaron en sus sueños grandes ojos azules y radiantes soles. Por parte del chico, volvió a casa con una sonrisa, una pequeña pero significativa cantidad de dinero y un nuevo trabajo. Acostó a su hermana pequeña y se durmió pensando en dulces sonrisas y melenas rubias.
A la mañana siguiente todo volvió a la normalidad. Bueno, por lo menos hasta poco antes de las siete cuando Jack se presentó en la mansión Arendelle.
—Perdone, busco a la señorita Elsa Arendelle —habló el chico al interfono de la verja.
Un ruido indicó que las puertas se abrirían y pocos segundos después lo hicieron. El peliblanco caminó por el sendero de piedra blanca hasta llegar al edificio. Llamó al timbre y esperó a que le abriesen.
—Buenas noches —dijo un hombre al abrir la puerta, de mediana estatura, gordito y con entradas visibles en su pelo castaño—. ¿Qué desea?
—Busco a la señorita Elsa.
—¿Ha concertado una cita?
—Eh, no...
—¿Es usted alguien relacionado con los socios de Arendelle Inc?
—Pues no...
—¿Ha venido a vender algo?
—¡Claro que no!
—Pues entonces váyase joven —y le cerró en sus narices.
Jack se quedó quieto, sin comprender muy bien lo que pasaba. Cuando ya tenía pensado irse una voz a su espalda le sorprendió.
—Vaya, ha llegado antes de lo que pensaba.
El chico se giró para descubrir a la rubia. Vestía con un elegante traje blanco y negro, de chaqueta ajustada y falda de tubo hasta pocos centímetros por encima de su rodilla.
—Es que no sabía a qué hora venir —le contestó cohibido.
—No importa. Ahora negociaremos sobre su contrato.
La rubia abrió la puerta y entró seguida del albino. Kai, quien fue el que habló con el chico, se sorprendió al verle con Elsa. La chica con un pequeño gesto le indicó que venía con ella y les dejó seguir su camino. Una vez llegaron al despacho Elsa se sentó en su sillón y le indicó a Jack que tomase asiento frente a ella.
—Bien, este es su contrato —dijo sacando unos folios de su maletín—. Vendrá de lunes a viernes de ocho y media a diez. Tocará en el salón de música para mi hermana y para mí, excepto en puntuales ocasiones cuando tengamos invitados, en ese caso tocará también para ellos o le daré la noche libre.
Jack iba leyendo el contrato siguiendo lo que Elsa le decía y comprobando que todo estuviese escrito, no quería tener problemas como en el bar.
—Tendrá la posibilidad de cobrar horas extras en caso de que solicite su presencia en fin de semana en cuyo caso deberá venir sin rechistar —cayó unos segundos—. ¿Sabe usted tocar algo más aparte de la guitarra?
—Sé piano pero no demasiado —repondió. Había recibido algunas clases de su amigo Hipo antes de que se marchase del país con su padre hace unos años y no le volviese a ver.
—Bien, es bueno saberlo.
Elsa rebuscó entre sus cajones su pluma que sólo usaba para las firmas y contratos. Era especial, su tinta tenía un color azul marino muy peculiar y difícil de igualar. Lo usaba como medida de prevención ya que tiempo atrás, en sus primeros meses de liderazgo en la empresa, falsificaron un par de firmas suyas para beneficios de algunos que se suponía eran sus más fieles empleados. De esta forma podía distinguir si la firma era suya o no y descubrir al culpable. Cuando lo encontró se lo extendió al albino.
—¿Alguna pregunta?
—Creo que no... —respondió revisando el final del contrato.
—Entonces firme —le indicó el lugar en el folio—. Y una última cosa. Bajo ningún concepto cantaré o tocaré con usted.
El chico se quedó paralizado a pocos instantes de rozar la pluma con el papel. La había escuchado cantar la noche anterior y su voz era maravillosa.
—¿Por qué?
—Yo no canto —respondió cortante.
—Ayer cantó.
—Eso fue una excepción que no se volverá a repetir.
La rubia le miraba con semblante serio. En su cabeza recordaba los momentos con su madre al piano y le daban ganas de llorar, pero se contuvo.
No cantaba desde que tenía unos once años, cuando su madre empezó a involucrarse más en la empresa familiar y al llegar a casa no tenía fuerzas para cantar con ella. Desde entonces no cantaba, a veces interpretaba pequeñas obras de piano pero siempre con el pedal de sordina.
—Limítese al contrato y evite ese tipo de preguntas.
Jack, no muy contento con la respuesta, fue a firmar el contrato cuando recordó algo.
—Y, ¿qué pasará con mi hermana?
—No se preocupe, estará bien atendida las ocasiones que la traiga.
El chico, feliz por saber que Emma estaría bien, firmó el contrato y se lo entregó.
—Muy bien. Hoy si quiere podemos empezar antes y así volverá a casa pronto. ¿Le parece bien?
—Perfecto —respondió con una sonrisa.
Le guió por pasillos interminables, pensando en cuál sería su reacción al volver a actuar como oyente ante el sonido del piano. En poco tiempo llegaron a una habitación enorme con grandes ventanales, suelo de madera, un piano blanco de cola en el centro y a un lado un sillón de cuero de igual color. El albino quedó maravillado y siguió a la rubia hasta él.
Poco después apareció Anna, quien se entusiasmó por la grandiosa idea de su hermana para contratar a un músico. Jack descolgó su guitarra que estuvo cargando todo el tiempo y comenzó a interpretar canciones de diversos géneros, intercalando con el piano en algunas ocasiones.
Al finalizar las dos hermanas se quedaron con ganas de más, aunque la pequeña daba mayor impresión de ello con sus pequeños saltitos sentada en el sillón. Elsa por el contrario se limitaba a aplaudir y sonreír levemente. Jack, al ver tal distante reacción, quería saber por qué, a pesar de ser él un año mayor, ella se mostraba más seria y adulta.
Tras ese día Jack iba todas las noches a tocar con las hermanas Arendelle como público. Algunos días traía consigo a Emma quien se quedaba con Kai y de regreso siempre la cargaba a cuestas porque se había quedado dormida.
Una noche, Anna decidió quedarse con Emma para dejar descansar al pobre Kai.
—Mi hermana ya está en la sala de música —le comunicó la pelirroja.
—Gracias, iré para allá.
Recorrió los pasillos hasta quedar a pocos pasos de la habitación, cuando escuchó el piano. Pero no estaba solo, era acompañado de una voz, una preciosa y ya conocida voz.
There are times when you might feel aimless
Can't see the places where you belong
But you will find that there is a purpose
It's been there within you all along and when you're near it
You can almost hear it.
It's like a symphony just keep listening
And pretty soon you'll start to figure out your part
Everyone plays a piece and there are melodies
In each one of us, oh, it's glorious
Jack entró sigiloso a la habitación y observó cómo la rubia cantaba y tocaba el piano con destreza. Le sorprendió que después de su frase "Yo no canto" estuviese haciéndolo, de nuevo. Su vestido azul rey contrastaba con la blancura de la habitación además de realzar su figura. Como hacían habitualmente para evitar interrupciones, Jack cerró la puerta echando el pestillo y se fue acercando a ella.
You will know how to let it ring out as you discover who you are
Others around you will start to wake up
To the sounds that are in their hearts
It's so amazing, what we're all creating
It's like a symphony just keep listening
And pretty soon you'll start to figure out your part
Everyone plays a piece and there are melodies
In each one of us, oh, it's glorious
Conforme a la música, sus manos recorrían con destreza el piano y el albino se colocó detrás de ella con su guitarra preparada.
And as you feel the notes build
Ah...
You will see
Elsa se sorprendió al ver que Jack la estaba acompañando en lo que ella pensaba que era un pequeño momento de expresión personal e íntimo.
It's like a symphony just keep listening
And pretty soon you'll start to figure out your part
Everyone plays a piece and there are melodies
In each one of us, oh, it's glorious
Al terminar la canción la rubia se giró para ver a su imprevisto acompañante. Jack sólo mostraba una gran sonrisa que a Elsa le hacía perder la cabeza por algunos instantes.
—He de decirte que tu voz es demasiado hermosa para tenerla oculta, y posees un gran talento musical.
—N-no es verdad —contestó sonrojada y agachando el rostro—. Son sólo meros alagos.
—Alagos muy ciertos sobre la belleza de tu voz —respondió el chico sentándose al lado de Elsa en la banqueta del piano—. Tu voz y tú.
Ella asombrada por el comentario de Jack alzó la cabeza y se encotró con los zafiros azules de sus ojos. Nadie a parte de Hans le había lanzado piropos ni hablado de esa forma, ni siquiera sus pocos novios. Aunque el pelirrojo muchas veces lo hacía más bien por apariencia.
¿Bella ella? No se sentía como tal. No es que hubiese tenido muchos amigos en su infancia y pasó gran parte de su educación con tutores particulares debido a los traslados de sus padres según su empresa los necesitaba. Por ello no tuvo mucha gente quien le dijese semejantes alagos y por ello no se veía así. Pero al observar sus ojos vio sinceridad reflejada en ellos y tuvo que suponer que era cierto.
El albino no podía parar de mirar a sus ojos que parecían esconder los pensamientos más valiosos del mundo. Ojalá pudiese decirle algo más que pequeñas palabras bonitas pero sentía miedo, miedo de su reacción. Sin embargo algo cambió.
La separación se hizo menor entre ellos. Sus cuerpos ya de por sí, debido a la superficie reducida de su asiento, estaban pegados. Sus rostros se distanciaban por escasos centímetros y de un momento a otro, sucedió.
Sus labios se juntaron.
Aquel momento comenzó a ser el mejor instante en la vida de la rubia. Con los novios que había tenido nunca se sintió como en ese momento con Jack. Electricidad recorría su cuerpo, comenzaba a sentir una extraña sensación crecer en su vientre a cada acelerón del ritmo del beso. Sus manos subieron para jugar revoltosas en el pelo del albino y las de él recorrían la espalda de Elsa.1
La mente de la rubia pensaba con total certeza que era el mejor beso que le habían dado. La del chico disfrutaba de su deseo hecho realidad.
Viendo la falta de espacio en la banqueta Jack subió a Elsa en sus piernas y ella le rodeó la cintura con las suyas. El beso subía de intensidad, ya el baile de sus labios no era suficiente. En la danza se mezclaron sus lenguas que de forma constante alternaban su pista de baile entre las dos bocas.
Las manos traviesas de Jack quisieron ir más allá de su espalda y bajaron hasta las posaderas de Elsa para seguir con su labor de cartógrafo por el cuerpo de la rubia. Pero ella no se quedó atrás y copió a su acompañante, cambiando los glúteos por el pecho tonificado del albino.
Ambos llegaron a preguntarse en algún momento cómo sabiendo la relación que compartían realmente con la otra persona habían acabado así. Claro está la respuesta fue dada de inmediato: la atracción estuvo ahí desde el día de la tormenta, sólo faltaba liberarla.
Por un instante, debido a la ferocidad de la situación, Jack estuvo a punto de caerse por un lateral de la banqueta. Así que decidió solucionar el problema.
Aprovechando el agarre de Elsa les condujo a ambos hasta el sofá donde sólo 24 horas antes se habían sentado la rubia y su hermana. Llevados por la emoción del momento, cayeron al sofá sin romper la preciada unión, él encima de ella.
Jack, habiendo sido hace algunos años aquello que podríamos llamar un "don Juan", sabía cómo aguantar un beso de semejantes proporciones. Sin embargo, Elsa no hacía más que repetirse "Por la nariz, respira por la nariz". Aun así, finalmente tuvo que separarse para poder respirar mejor.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —se preguntó ella en susuros.
Aquella pregunta no obtuvo respuesta, Jack estaba demasiado ocupado en contenerse para no lanzarse de nuevo a por Elsa.
—Señorito Hans, está ocupada. No puede entrar ahí —se escuchó la voz de una de las criadas tras la puerta.
—Mierda... —volvió a susurrar Elsa.
—¿Quién es Hans? —preguntó Jack confuso.
—Alguien que no puede vernos así.
Elsa apresurada se quitó a Jack de encima, se levantó acomodando su ropa y recogió su melena suelta en un improvisado moño alto para colocarse después junto al piano.
—Vamos Jack, ¿a qué esperas? —le llamó Elsa—. Levántate de ahí y ponte al piano.
El albino siguió como pudo los mandatos e imitando los improvisados arreglos personales se sentó en la banqueta. Un par de segundos después se escuchó el sonido del cerrojo y la puerta de la sala se abrió de golpe.
Un joven pelirrojo, alto y de ojos verdes estaba bajo el dintel de la puerta, alterado. Ambos pilluelos se giraron hacia él.
—Elsa, te estaba buscando —dijo mientras se acercaba—. He ido a tu despacho y no estabas.
—Eso es porque a estas horas ya no trabajo, descanso con un poco de música —contestó imcreíblemente serena y relajada.
—Ya veo —contestó el chico—. Y ¿quién es él?
El pelirrojo miraba a Jack con desprecio y furia. Aquel chico no debería estar allí, encerrado con su futura prometida. Por otro lado, Jack observaba a aquel tipo intentando explicarse qué tendría que ver con Elsa.
—Hans, te presento a Jackson Overland Frost. Mi músico particular.
Ambos jóvenes se dieron la mano. Se notaba a distancia que entre los dos saltaban chispas.
—Entonces, si sólo es un músico, ¿por qué cierras con llave la sala? —preguntó a Elsa.
—Es cuestión de privacidad para evitar, interrupciones, durante las piezas —contestó el albino en su lugar.
—Tú no te metas en esto, anciano —le reprendió Hans.
—Mira quién fue a hablar, el que parece haberse caído al nacer en un cesto de azafrán y nadie se lo dijo —se mofó Jack.
Ambos varones cruzaron miradas de odio mientras Elsa intercalaba sus ojos entre uno y otro.
—Chicos, no hay que ponerse así —intentaba mediar la rubia.
—Es verdad —contestó Jack—. No vale la pena.
—¿A qué te refieres con eso idiota? —se enfrentó Hans al albino—. ¿Te crees superior a mí?
—Sólo digo que no se puede hablar con alguien de mente cerrada y enfurecido —se justificó.
—¿Así que te las das de listillo, eh? Sal ahora mismo de esta casa y no vuelvas.
—¡Hans! —exclamó Elsa—. ¿Qué estás haciendo?
—No puede ordenarme eso. Trabajo aquí y usted no es nadie para despedirme —se defendió Jack.
—Claro que puedo. Como prometido de Elsa tengo poder para hacerlo —dijo mirándolo con suficiencia.
Jack se quedó estático. ¿Prometido? Elsa nunca habló de ningún pretendiente ni tampoco muestra alianza de compromiso. Miró por un segundo a la rubia quien se había quedado blanca y mantenía su mirada en el suelo.
—¿Cuántas veces tengo que repetirte que todavía no estamos comprometidos? —murmuró Elsa entre dientes.
—Dilo cuantas veces quieras pero no negarás de esa forma el compromiso —habló el pelirrojo.
El albino estaba confuso. Sus ideas no terminaban de cuadrar en su cabeza y poco a poco se creaban otras preguntas. Mientras, Elsa no hacía más que pensar en lo errónea de la situación: personas equivocadas en el lugar y momento equivocado.
Hans, harto de soportar a aquel chico irrespetuoso en su presencia, agarró del brazo a Jack y lo arrastró hasta la puerta de la sala de música.
—¡Kai! —llamó el pelirrojo haciendo que el hombre apareciese segundos después—. ¿Podrías acompañar al joven Frost a la salida?
—S-sí, señorito Hans —contestó confuso.
Tras irse los dos por el pasillo, al perder de vista la sala, Kai miró a Jack pidiendo una explicación.
—Se ha enfadado por estar con Elsa en el salón y con la puerta cerrada.
El hombre sólo suspiró. Ya estaba acostumbrado a los celos del supuesto futuro esposo de Elsa pues hace no mucho tuvo que despedir a un joven nuevo del servicio porque Hans decía que "sonreía demasiado a su chica".
—Te comprendo chico —se compadeció con él.
—Y, ¿qué pasará ahora conmigo? —preguntó angustiado Jack—. Ese tipo quería despedirme pero necesito este trabajo de verdad.
—Seguro que la señorita Elsa podrá conseguirle un puesto de trabajo bien remunerado en algún lugar importante
Pero el problema no estaba sólo en el trabajo, sino en dejar de ver a Elsa... sobre todo después de aquel beso. ¿Cómo iba a estar sin ella tras ese suceso? Antes no podía olvidarse de ella ni un segundo, incluso cuando no se conocían. Eso iba a ser muy complicado.
—¿Por qué has hecho eso? —le preguntó Elsa enfadada a Hans cuando regresó a la sala.
El pelirrojo suspiró.
—No quiero que estés con otros chicos —le dijo acercándose al piano de donde la rubia no se había movido.
—¿Crees que puedes apartarme de los hombres el resto de mi vida? —le gritó—. Si pretendes seguir adelante con el compromiso no sé qué pasará después del matrimonio. Tal y como te comportas ahora me hace pensar que no me dejarás ni salir de casa.
—Elsa —le habló en bajo—. Sólo me preocupas. Cualquiera pensaría mal si ve a la persona que quiere encerrada con otro en una habitación y solos.
Elsa tenía que admitir algo. Aunque ella no le tuviese mucho cariño, Hans la amaba. Nunca fingió eso. Cuando el pelirrojo llegó hasta ella se dejó abrazar por él.
—Jack es un buen chico —le dijo la rubia—. ¿No podría quedarse?
Elsa le miró a sus ojos verdes, suplicante.
—Si no me hubiese contestado así le dejaría pero me ha faltado al respeto —se separó de Elsa y caminó a la puerta—. Puedes mandarle a trabajar donde quieras pero no quiero que siga en esta casa.
Hans abrió la puerta y sin decir nada se fue. Elsa soltó un gran suspiro, se sentó en la banqueta y sin poder aguantar más, se echó a llorar encima del piano provocando un estruendoso sonido.
Jack y Kai llegaron a la planta baja donde en el salón jugaban Anna y Emma con algunas muñecas de la hermana de Jack. El albino miró cómo la pequeña se divertía con la pelinaranja y sintió lástima.
—Emma, recoge. Nos vamos ya a casa —le dijo Jack.
—¿Tan pronto? —protestó la niña—. Pensé que tardarías más.
—¿Y eso por qué? —preguntó curioso.
—Porque estábais Elsa y tú... —Emma no terminó la frase pues Anna había tapado su boca.
—N-no es por nada en concreto, sólo que tardásteis menos de lo normal.
—Eso es porque cierto pelo zanahoria apareció de la nada y tuvimos que terminar antes —dijo recogiendo del suelo las muñecas—. Vamos, es tarde.
A pesar de las quejas por parte de Emma y los verdaderos deseos de Jack por seguir en esa casa, se marcharon siendo la última vez que volverían a aquel hogar.
-Cinco años después-
Era un día soleado en Walt Disney City. El sol brillaba en lo alto y los pájaros piaban contentos y alegres. Entre la cantidad de gente que circulaba por la calle se podía distinguir a un peliblanco. El hombre, vestido de traje, caminaba aprisa para llegar a su trabajo. Entró en un distinguido hotel de la ciudad "Disney Studios Hotel". El botones como todos los días le saludó y abrió la puerta para que pasara. Ya en la recepción del hotel con un simple gesto de mano al recepcionista éste le abrió unas puertas automáticas que dirigían a la zona de empleados. Saludó a sus compañeros del hotel y, dejando en su espacio asignado su maletín, volvió a fuera para ir hasta un gran piano de cola negro en la zona de espera de la recepción. Como todos los días desde que salió de la casa Arendelle se dispuso a tocar el repertorio de piezas asignado a ese día de la semana.
Fuera de su alcance visual pero muy cerca de él, una rubia salía de los ascensores dirección al salón de conferencias del hotel con su móvil en la mano.
—Sí cariño, estaré en casa para la hora de cenar —decía a la persona de la otra línea—. No olvides recoger a Luna de la guardería, Hans, hoy Anna no puede ir a por ella. Y por favor, termina ya esos informes que te pidió tu padre porque quiero seguir teniendo marido y no quedarme viuda con mi suegro en la cárcel —soltó acompañado de una risa—. Un beso, te quiero.
Al finalizar la llamada sonrió para sí. Después de todo Hans había resultado ser un buen esposo y la quería mucho. Seguía teniendo la espina clavada de Jack tras tener que echarle de esa forma y después de lo ocurrido entre ambos momentos antes de "la tragedia".
¿Que si se arrepentía de haberlo hecho? Claro que sí, era un chico fantástico y Elsa lo supo desde el primer momento que le vio pero el destino jugó en su contra. ¿Que si podría haber sucedido algo entre los dos? Puede pero no hubiese llegado a ninguna parte. Y a pesar de todo el sufrimiento que pasó tras despedirle, Elsa era feliz.
Se había casado, aunque por obligación, con un hombre que la amaba muchísimo y ella a él también. Tenía una preciosa hija de cabellos rubios y ojos verdes, su adorable Luna. Anna se quedó con la casa familiar quien la comparte con su futuro esposo Kristoff, hijo de los propietarios de una gran empresa de hielo. Además consiguió dar un buen trabajo al peliblanco tocando en uno de los hoteles de la ciudad, aunque después de aquel fantástico y a la vez trágico día no volvió a verle ya que todo lo hizo a través de Kai.
Una melodía de piano atrapó los oídos de la rubia. Aquella música le resultaba familiar, demasiado. No podía ser. Elsa buscó desesperada por los rincones del hall la procedencia de aquella canción que había quedado grabada en su memoria, "Mi eterna ilusión". Vio a lo lejos, entre la multutud de personas en el hall, un piano. Tenía que venir de allí, tenía que ser él. La música dejó de sonar unos segundos antes de que pudiera llegar y cuando lo hizo en la banqueta no había nadie.
—Señora Westergard, la reunión va a empezar —le avisó un hombre compañero suyo de la empresa.
—Sí, ahora mismo voy —y sin haber logrado encontrar al pianista, se fue.
Horas más tarde, el turno de Jack en el hotel había acabado y la reunión de Elsa también. Ambos en el hall, en diferentes lugares, sin verse el uno al otro. Elsa mirando el reloj decidió irse y coger un taxi hasta su casa cuando a pocos metros de la salida le vio.
Estaba más alto y fuerte, su pelo lo llevaba peinado hacia un lado y vestía con un elegante traje negro. Elsa no podía resistis la tentación de acercarse a él, pero algo la frenó.
Por la puerta entraron dos chicas. Una de unos quince años, de pelo largo y castaño. Otra morena, con media melena negra y algunas mechas de diferentes colores en el pelo. Ésta era más adulta, en torno a los veinticinco años. Ambas se acercaron al peliblanco. La primera le abrazó, a lo cual correspondió Jack, y la segunda le dio un beso en los labios.
En ese momento algo dentro del corazón de Elsa se rompió. Quizá las migajas de esperanza por verle de nuevo y regresar a aquellos momentos juntos, o su única vía de escape para volver a lo que ella consideró como su primer flechazo. No lo sabía pero dolía mucho.
—Hola Emma -—saludó Jack a la castaña—. ¿Que tal hoy el instituto?
—Como siempre, horrible —soltó ella.
—Es que ha tenido un exámen sorpresa de Historia—aclaró la morena.
—¡Tooth! —se quejó Emma—. Te dije que no le contases nada.
—No le eches a ella la culpa—dijo Jack cogiendo a Tooth por la cintura—. Sabes que debes contarme las cosas.
Emma se cruzó de brazo y soltó un bufido.
El sonido del teléfono de Elsa la distrajo de la conversación.
—Hola mami —escuchó la voz de su hija.
—Hola tesoro, ¿qué tal la guarde?
—Bie peo quieo que engas ia a casa.
—Va voy de camino cielo, en un ratito estoy allí ¿vale?
—Ale mami. Asta ora.
—Adiós mi amor.
Elsa colgó el teléfono y al alzar la vista Jack se estaba yendo por la puerta agarrando a la morena de la cintura y a la adolescente por los hombros. Una pequeña lágrima cayó por su blanco rostro. Lo que ella no sabía era que horas antes, mientras hablaba con su marido, cierto peliblanco también había derramado lágrimas por ella.
