¡Hey! Sé que dije que todas las historias estaban en hiatus, y lo están; pero revisé mis diarios viejos y encontré bastantes fics que escribí cosa de 3, 4 años atrás. Pensé que sería genial subirlos, este es uno de ellos. Es un poco darks xD Yo misma me sorprendí al leerlo, al igual que con mis otros fics dramione, supongo que solía verlos como una pareja violenta o no sé, ya no los veo así. Normalmente manejo un estilo más light pero decidí que valía la pena editar esto, gracias por leer y dejen un review, ¡son más sanos que el brócoli!


Abrió la puerta del bar y el olor a alcohol inundó el aire. Se dirigió al taburete de siempre, se sentó incómodamente, jalando hacia abajo la tela del vestido y tapando sus piernas; seguramente Ron se escandalizaría al verla con aquellos vestidos que jamás llegó a usar en su juventud. Pidió un martini e impulsó el taburete con los tobillos, girando para ver el resto del lugar. Se sobresaltó al ver aquella sombra tan conocida y recordó un tiempo en el que lo veía todos los días, un tiempo en el que era una costumbre llegar a la hora de siempre y verlo sentado, ensimismado en sus notas. No pudo evitar pensar lo diferente que se veía todo, lo diferente que se veía él.
Tomó un trago de su martini y lo siguió observando.
Se veía diferente, pero seguía siendo él, si eso tenía algún sentido. La espalda encorvada y el ceño fruncido, la boca una línea simple pero firme en su concentración. En un momento, Hermione tenía 20 años otra vez y reía tontamente a lado de un chico desconocido, que probablemente lo único que querría de ella sería un acostón.
De pronto la música empezaba y ella no podía hacer más que mirar interesada al chico rubio que se mecía furiosamente sobre el taburete al presionar las teclas del piano con más fuerza de la necesaria. No eran notas melodiosas, pero inundaban el lugar de la manera adecuada. Bastaba verlo a los ojos para saber que la música era su vida, su pasión.
Hermione pronto empezó a ir todos los días. No podía describir la emoción que la inundaba cuando aquél hombre se sentaba en aquel viejo taburete y envolvía el lugar en su música. Sus canciones eran melancólicas, tristes...se podría decir que como él.
Nunca supo su nombre, ni de donde venía ese chico de ojos grises, tan hermoso como sus sinfonías.
Volvió a la realidad y terminó con el martini en su mano de un trago. Miró por una última vez a ese hombre, con la respiración agitada y un nervioso parpadeo. Se estremeció al preguntarse a sí misma por las desgracias que habría tenido que enfrentar el chico del piano, que ya no era un chico en realidad; porque al estar entrando en los 40, sabía por experiencia que el manto opaco que cubría sus ojos no era producto del cansancio. Puso un billete en la barra y tomó el bolso rápidamente, sin mirar atrás.
Aún ahora, recuerda al hombre del piano, recuerda que aunque nunca cruzó palabra con él, la cautivaba con tan solo una mirada o un parpadeo, un simple desliz de su dedo en las teclas del piano.
Porque él y solo él, el hombre del piano, logró despertar en ella las más grandes pasiones.