John Watson dejó caer la botella de Jack Daniels cuando se tumbó en el sofá. Estaba recién terminada. Cerró los ojos y los apretó, luego suspiró. Tenía días buenos y días malos, y aquel día había sido de los peores. Había tenido que recoger todas las pertenencias de Sherlock.
Todas.
Rechazó la ayuda de la Señora Hudson, quería hacerlo él. Era su deber como amigo. Apenas había empezado a guardar el juego de química cuando sus lágrimas comenzaron a caer. Ahí fue cuando decidió abrir la botella de whisky.
Guardó objetos, papeles, libros…
Watson emitió un pequeño ronquido al quedarse dormido en el sofá. No se alteró lo más mínimo cuando alguien entró a la habitación. Estaba demasiado borracho como para despertarse con esos pequeños ruidos. Es más. Nisiquiera una orquesta lo haría…
La botella whisky fue retirada del suelo y la puso en la mesa. Luego, una manta se deslizó por el cuerpo de Watson.
–No estoy muerto… —susurró la voz de Sherlock al oído de su amigo
John sonrió tontamente en sueños y abrió perezosamente su boca.
—Me gustas Sherlock—balbuceó
Sherlock le miró fijamente con sus ojos azules y asintió vagamente. Puso una mano sobre la mejilla de Watson y luego aproximó sus labios a los del médico. Unos labios que sabían a Whisky, un sabor que le pareció dulce…
Cerró sus ojos y besó a su amigo como siempre había querido. Mordisqueando levemente la carne, luego, dando cálidos besos en el cuello. Se separó y le observó. John seguía dormido plácidamente, pero dejaba entrever una sonrisa en su rostro.
—Aún no estás listo para saber que estoy vivo —le susurró al oído.
Puso en pie y se sacudió sus pantalones. Fue hacia la chimenea, cogió la calavera y observó las cuencas de sus ojos.
—Lo siento Watson, pero es mi amigo —le dijo.
Se volvió a aproximar a él y volvió a besarle, quería llevarse un buen recuerdo antes de volver a irse. Luego, desapareció tan sutilmente como había entrado.
John Watson aún no estaba listo para saber que su mejor amigo había fingido su muerte, y mientras tanto, podía oírle decir a su lápida lo mucho que lo amaba en vida y fustigarse por no habérselo confesado nunca.
