LA FLOR DE LA MUERTE
Capítulo 1: Asesinato en London Street
Londres, 1889
Tres. Ese era el número de noches que Govert llevaba sin dormir, y la verdad es que esa falta de sueño le estaba afectando. La concentración requerida en su campo de investigación se estaba perdiendo a causa de todas las pocas horas que había logrado dormir en esa semana. Sin embargo, estaba de suerte, pues no tenía ningún caso importante que resolver desde hacía por lo menos tres meses.
El hombre apretó los ojos con cansancio antes de levantarse, preparándose mentalmente para un ajetreado día de trabajo en el que tendría que hacer frente con las estúpidas órdenes de su jefe, algún que otro reclamo por parte de su hermana o las incesantes tonterías de Antonio.
―Buenos días, Govert―saludó una mujer pocos años menor que él cuando le vio entrar al comedor. Estaba vestida aún con el traje de dormir y, sentada a la mesa del comedor, parecía estar terminando de tomarse un café―. ¿Has vuelto a dormir mal?
El hombre respondió con un gruñido que la chica interpretó como un sí mientras tomaba asiento junto a ella.
―No te preocupes, te he preparado el desayuno―respondió ella en un intento de consuelo, señalándole un plato con el típico desayuno inglés junto al suyo, ya vacío.
―Gracias―respondió el rubio llevándose una mano a la cara, intentando despejarse. La cosa no podía seguir así por mucho más. Los dolores de cabeza habían aumentado, y aunque insistía en decirle a Emma que no estaba tan mal, sabía que la chica conocía la verdad.
Tras unos momentos en silencio, su hermana no tardó en bombardearle con preguntas.
―¿Hoy ves a Antonio?
Govert asintió de mala gana, llevándose la taza de café a los labios y tomando un largo trago.
―Dale recuerdos de mi parte―pidió la joven con una coqueta sonrisa.
―Emma, voy a trabajar y a resolver casos, no a hacer de mensajero entre tú y... ese.
―Ese es mi prometido, y dentro de poco se convertirá en mi marido, así que no te refieras a él de esa manera―protestó Emma frunciendo levemente el ceño, harta de soportar desde tan temprano las querellas de su hermano contra Antonio.
Govert rodó los ojos, sin responder nada.
―Y, dime...―siguió Emma, quien, a diferencia de su hermano, le encantaba charlar sobre cualquier tema―. ¿Hay alguna chica por ahí que... ya sabes, que te parezca bonita?
Esta vez fue Govert quien pareció ser el ofendido.
―Justo delante mía hay una chica bastante hermosa―respondió clavando sus profundos ojos verdes en los de la menor, quien sonrió levemente complacida con una respuesta que no se esperaba.
―Gracias... Pero ya sabes que yo no me refiero a eso―rio la rubia.
―Sé perfectamente a lo que te refieres, Emma, pero no. Todavía no he tenido el gusto de conocer a ninguna mujer con la que valga la pena casarme.
―No digas eso, hermano. Hay muchas mujeres que merecen la pena. Todas tienen sus defectos, pero te aseguro que cuando te enamores dejarás de vérselos...o al menos no los tendrás muy en cuenta. Como sea, ya tienes 28 años, date prisa o se te va a pasar el arroz.
Govert se quedó pensativo, mirando la humeante taza que había delante suya. Quizás debía de contarle a su hermana la verdad; dejar a un lado esa máscara y ser y comportarse como realmente era... sólo que en esa sociedad ser realmente él era algo anormal, por lo que debía de fingir hasta quien sabía cuándo… quizás jamás podría dejar de fingir.
―Lo... lo tendré en cuenta―acabó por murmurar el mayor, recibiendo una sincera e inocente sonrisa por parte de Emma.
El desayuno no consiguió devolverle las horas de sueño, pero sí proporcionarle la suficiente energía para salir de casa listo para enfrentarse a una tortuosa jornada de jueves.
Scotland Yard, en la Victoria Embankment, estaba aquella mañana llena a rebosar, casi como cada mañana. La mayoría eran personas que iban a denunciar robos que no eran pocos frecuentes en la capital del Reino Unido. Govert rodó los ojos con desagrado al ver a tantas personas en el lugar; nada a lo que no estuviese habituado.
―¡Govert!
Al oír su nombre, el susodicho se giró, topándose con su malhumorado jefe, quien se acercaba a grandes zancadas hacia él por el largo pasillo que conducía a los despachos.
―¿Sí?―Preguntó con voz neutra.
―¿Dónde demonios se supone que estabas?―Antes de darle oportunidad a Govert de responder, el otro hombre siguió hablando―. Te necesitan a ti y a Antonio, así que corre a las carrozas antes de que se vayan sin ti, ¿entiendes?
Govert asintió enérgico, sin preguntar para qué les reclamaban a él y al prometido de su hermana. Parecía ser algo urgente... o no. Total, Kirkland siempre estaba histérico.
Se dirigió casi corriendo al lugar al que le habían mandado, donde se encontró a Antonio a punto de subirse al carruaje, mientras discutía con el cochero.
―Govert, ¿dónde estabas? Te estábamos esperando pero no aparecías. Querían irse sin ti pero les he pedido que te esperen, y...
―Calla―le interrumpió Govert, subiéndose al carruaje, empujando al moreno hacia dentro para que le dejase pasar―. No llego tarde, llego a la hora de siempre.
―Pero es que nos ha surgido un caso de madrugada y nos han avisado antes―argumentó el moreno, sentándose enfrente de él a la vez que el vehículo se ponía en marcha.
―Te recuerdo que vives enfrente de aquí y yo en otro barrio, Antonio―puntualizó el rubio cuando el carro comenzó el trayecto―. Y dime, ¿de qué se trata esta vez? ¿Un robo a alguna familia aristocrática? ¿Un secuestro?
―Ninguna de esas; un asesinato.
―Espero que no se trate otra vez de una prostituta, ya sabemos que es muy difícil encontrar al asesino―suspiró el holandés recordando los casos de asesinato que se habían sucedido desde el año pasado en el barrio de Whitechapel, que hasta el momento no habían logrado resolver.
―Bueno, eso es relativo ―sonrió Antonio antes de ser fulminado por Govert―. Oye, que a mí se me dé bien resolver casos de asesinato no es algo por lo que debas ponerte así.
―¿Necesitas que te recuerde que aún no hemos dado con el tal Jack el Destripador?
―Bueno, eso es algo relativamente... especial. Estoy seguro de que dentro de poco lo tendremos. Aparte de eso, siempre he logrado resolver con facilidad asesinatos.
Govert rodó los ojos ante ese comentario pero se mordió la lengua antes de refutarle nada. Total, si hacía eso el ibérico no acabaría de decirle sobre el asesinato hasta vete tú a saber cuándo.
―En cuanto a nuestro caso―siguió Antonio―, ha sido la dueña del hotel la que nos ha avisado esta mañana al encontrar el cadáver. Alega que no hay signos de violencia en él, pero ya sabes cómo es la gente corriente, no reconocería una simple pista aunque estuviera delante de sus narices.
―Cuando termines de regodearte de lo espléndido que se te da eso de encontrar pistas y cosas relacionadas, avísame para prestarte atención.
Antonio frunció el ceño.
―No me regodeo de nada, sólo estoy diciendo que seguro hay pistas cantosas.
―Como digas―dijo Govert desviando la vista del moreno hacia la ventana. Estaban atravesando en ese momento el Puente de Londres, y ya había bastante actividad a pesar de lo temprano que era.
Ninguno de los dos dijo nada hasta que el carruaje se paró en London Street, justo delante del lugar en el que tenían que investigar.
―Aquí es―Antonio se bajó el primero, observando el edificio que se alzaba ante ellos. Era el típico hotel en el que se solían alojar personas de clase social alta.
―Debe de ser alguien importante entonces―murmuró Govert pisando las húmedas losas de la acera y cerrándose la chaqueta.
―No exactamente... sí que tenía dinero, pero apenas era conocido―contradijo el moreno girándose hacia su compañero―. O al menos eso es lo que Arthur me ha comentado.
Los dos detectives se dirigieron hacia la puerta del hotel, de la que salía en esos momentos un matrimonio. Antonio se adelantó y aprovechó que la puerta estaba abierta para sujetarla, esperando a que Govert llegase. Cuando lo hizo, los dos fueron hacia la recepción, en la que había una chica joven leyendo un periódico.
―Buenos días―saludó Antonio con su vivaz sonrisa, quitándose el sombrero de la cabeza.
―Buenos días. Ustedes deben de ser los detectives, ¿me equivoco?
―En absoluto. Somos los detectives Fernández y Van der Leden, aunque puedes llamarnos Antonio y Govert.
―Yo soy Miss Zwingli―respondió la joven sonrojándose, algo avergonzada por el trato tan confiado por parte de Antonio―. Pueden llamarme Lily…
―Antonio―le chistó el rubio, fulminándole con la mirada―. Esas confianzas...
El moreno rodó la mirada, pero hizo caso omiso de las palabras de Govert.
―¿Nos puede decir los datos del muerto?
Lily tomó un trozo de papel que estaba encima de la mesa de la recepción y lo leyó en voz alta.
―Heracles Karpusi. 27 años. Se hospedaba en la habitación número 7 y estaba pasando un mes en Londres.
Antonio y Govert asintieron, serios.
―Pasado mañana iba a hacer un mes que estaba aquí.
―¿Había venido acompañado o no?―preguntó Govert.
―No, estaba solo.
―De acuerdo...―murmuró Antonio―. En fin. ¿Por qué no nos lleva al lugar del crimen?
Lily asintió, dejando el papel de nuevo en la mesa.
―Lo ha encontrado mi compañera esta mañana―explicó, levantándose de la silla y dirigiéndose hacia la habitación junto a los detectives―. Anoche pidió que se le despertase a las siete de la mañana y así hemos hecho. Sin embargo, no respondía cuando le llamamos. Fuimos a por una llave de repuesto y abrimos la habitación. Parecía seguir durmiendo, pero cuando nos acercamos nos dimos cuenta de que no respiraba y no tenía pulso...
Habían llegado a la habitación número 7, en el primer piso. Estaba cerrada. Lily introdujo en la cerradura la llave de repuesto y abrió la puerta. Antonio y Govert se prepararon para lo que fuese que hubiera ahí dentro, y se sorprendieron al encontrar el cuarto en calma.
―¿Habéis tocado algo que pueda modificar o eliminar alguna prueba?―preguntó Antonio, entrando a la habitación con pasos lentos, dirigiendo la vista a todos los puntos sospechosos. La ventana estaba abierta, y entraba frío por ella―. ¿La ventana estaba ya así?
―Sí, señor Fernández. La dejamos así por si hubiera pistas en ellas.
―Han hecho bien―respondió Antonio, agachándose a ver. En el alféizar había unas marcas de zapato muy difuminada. El hombre las observó bien, sacando sus propias conclusiones.
―Bueno―dijo Lily―. Les dejo trabajar. Si quieren algo más estaré en recepción.
―De acuerdo―respondió Govert, despachándola.
La joven asintió y abandonó la habitación. Aprovechando que Antonio estaba centrado en la ventana, Govert se dirigió al cadáver. Estaba tumbado en la cama, boca arriba, como si estuviera durmiendo. La única peculiaridad del asunto era que, encima del cuerpo, había un trébol. Govert frunció el ceño y se acercó a él. Estaba intacto, cortado perfectamente y el asesino lo había colocado, quizás a posta, encima de la zona del corazón. Govert lo tomó con una mano y lo acercó hacia sí, examinándolo.
―¿Qué es eso?
La voz de Antonio provenía de cerca. Ya había dejado de investigar la ventana y se había colocado junto a él.
―Esto―respondió el rubio, haciendo referencia al trébol―, estaba puesto encima del corazón del cadáver.
―¿A ver?
Govert le pasó la flor y enfocó su atención en el cadáver. Se trataba de un hombre que, de acuerdo con su edad, estaba saliendo de la veintena. Estaba pálido, pero aun así se podría afirmar que nunca había sido especialmente moreno. Tenía los cabellos castaños, y algo en sus facciones le dijeron a Govert que el muerto no era de por allí.
―¿Qué has sacado de la ventana? ¿Algún resto de algo?―preguntó Govert, sin apartar la mirada del hombre tumbado en la cama.
―Huellas. Son largas y anchas. Un hombre. La distancia entre la punta y el taco es grande, por lo que debe de tratarse de una persona alta.
―Mmm... Eso no ayuda mucho.
―Bueno, al menos ya sabemos que hablamos de un asesino y no una asesina―puntuó Antonio, acercándose al cadáver―. ¿Y qué tenemos aquí? Hombre joven, tez pálida y sin signos de violencia... Ha sido envenenado.
―¿Cómo estás tan seguro?
―¿Es que no me oyes? He dicho que no presenta signos de violencia. Así descartamos ya que le hayan apuñalado, disparado, estrangulado... etcétera.
Govert frunció el ceño, no del todo seguro con eso.
―¿Y cómo le han envenenado?
―Esa es la pregunta―sonrió Antonio―. Cómo. Aunque a mí me inquieta más el porqué. Parece un hombre majo. No tiene marcas de heridas en las manos ni en la cara, por lo que tampoco parece el típico que se mete en peleas.
―Vale. Recapitulemos―dijo Govert―. Tenemos que el asesino es un hombre alto. Mató a la víctima con veneno y... ¿salió por la ventana?
―Sí. A no ser...―murmuró Antonio, pensativo.
―¿A no ser qué?
―A no ser que el asesino esté también en este hotel y hubiese entrado y salido por la puerta.
―Puede ser. Pero todo apunta a que se fugó por la ventana.
―Pues muy inteligente no debía de ser. La dejó abierta, y no sólo eso, también dejó sus huellas―Antonio señaló a la ventana, frunciendo el ceño.
―Quizás... simplemente lo que quería era matarle, sin importarle ser pillado más tarde o no.
―Lo que me desconcentra es el trébol. ¿Quién mata a alguien y le deja una flor encima del corazón?
―Como sea, es lo que hay. Deberíamos buscar a personas cercanas al muerto e interrogarlas, ¿no?
―Si estaba de viaje, ¿a quién iba a conocer aquí? Sus personas cercanas deben de estar en otro lugar.
Antonio se quedó pensativo, pasándose las manos por el pelo.
―Está bien, a ver qué encontramos. Preguntémosle primero a Lily, quizás pueda decirnos algo.
Govert asintió y se dirigieron hacia la recepción, en la planta baja. Allí estaba Lily, atendiendo a un par de hombres. Antonio y Govert esperaron pacientemente a que terminara de despachar a esos dos para que les atendiera a ellos.
―¿Cómo ha ido la cosa?―preguntó la joven, acercándose a ellos.
―Hemos sacado algunas pistas...―respondió Antonio―. Pero tenemos varias preguntas que hacerte.
Lily asintió, preparada para lo que tuvieran que preguntarle.
―¿Sabe si la víctima conocía a alguien aquí en la ciudad?
―Sí... Bueno. Anoche se llevó a un amigo a la habitación. Parecían borrachos. Era un hombre con el que se llevaba viendo varios días.
Antonio frunció el ceño ante eso, escuchando a Lily hablar.
―Eran como amigos, aunque había cierta tensión entre ellos, sobre todo por parte del otro hombre. Serían las doce de la noche más o menos cuando salió solo él por la puerta del hotel. Parecía que se le había pasado un poco el efecto del alcohol, pero tuvimos que encargarnos de que volviese a su casa en un carruaje.
―¿Y sabe cuál era el nombre de ese hombre, por casualidad?
―Mmm―Lily dudó un momento, girándose a la mesa―. Es posible. El Señor Karpusi nos pidió hace un par de días que si recibía una carta a nombre de un tal... no me acuerdo de su apellido, se le informara, y obviamente, entregara la carta. La carta era de este hombre que os he comentado―explicó revolviendo los papeles que tenía por ahí―. ¡Aquí está! Nicos Klerides. Por lo que Heracles contó, solía frecuentar un salón de juego en Regent Street.
Antonio y Govert se miraron, cómplices. Esa era una buena pista, y no iban a desaprovecharla.
―Muchas gracias, Lily―sonrió Antonio, ofreciéndole una mano a la joven, que la tomó dudosa―. Nos has ayudado mucho.
Lily sonrió tímidamente, al tiempo que Govert le hacía una leve reverencia y, tomando a Antonio del brazo se dirigieron a la salida del hotel.
―Pueden deshacerse ya del cadáver, a todo esto―gritó Antonio, girándose a Lily, quien le escuchó y asintió.
―Ya lo tenemos―dijo Govert una vez se encontraron fuera.
―No te precipites. Aún no estamos seguros de que él haya podido ser el asesino. Lily ha dicho que estaba borracho y tuvieron que llevárselo en carruaje.
Govert rodó los ojos.
―¿Y si fingió la borrachera?
―Puede ser. Pero como no estamos seguros, vamos a investigarlo―Antonio le guiñó el ojo, dirigiéndose hacia el carruaje en el que habían ido hasta allí, y subió.
Govert se alegró de que Antonio se hubiera dado la vuelta, así no vería el leve sonrojo que se había instalado en sus mejillas al verle guiñar un ojo. Apretó los ojos y resopló, siguiendo al moreno.
N/A: Este fanfic lo escribí como regalo para Dre-Chan, cuyo cumpleaños fue el pasado martes. La pareja tenía que ser NedSpa, no podía ser de otra forma xD
En cuanto a la historia, me he basado en Estudio en Escarlata, de Conan Doyle, para crear el caso que tienen que averiguar. Así que quien se lo haya leído ya sabe más o menos como va la cosa.
El apellido de Holanda, al no ser oficial, lo he escogido yo misma. Igualmente, al no tener nombre ni apellido oficial, he elegido el de Chipre (sí, Chipre es Nicos xD).
