Cada día que pasaba se hacía más difícil de sobrellevar. Cada noche significaba desvelarse meditando sobre algo sin solución o llorando por algo que de vez en cuando desconocía yo mismo. ¿Cuántas veces me desplomé vencido por las voces en mi mente al frente de todos? ¿Cuántas de esas veces hubo alguien dispuesto a quedarse a mi lado? Cero. Así de simple. Nunca hubo nadie a mi lado. Tropecé y caí solo, así, sin que nadie me tendiera una mano, ni siquiera mis entonces amigos. Amigos… ¿quién los necesita de todas formas? Solo conozco a esas personas que se acercan para obtener algo de ti y luego desaparecen. Es inevitable.

Perdido, sin nada de qué aferrarme, en varias ocasiones terminé mirando mi reflejo en un río, preguntándome qué ocurriría si me tiraba a las turbias aguas ennegrecidas por la oscuridad de la noche. La luna era el único testigo que me acompañaba cuando sufría en silencio sin el sol a mis espaldas. La única capaz de permanecer a mi lado cuando buscaba respuestas.

¿Y qué si me lanzaba? Mis padres… Ellos eran la única razón por la cual no pasaba de esa fría barrera de fierro que me separaba de una muerte segura. Otras veces la línea entre mi vida y mi muerte era un semáforo. Otras veces una gasa… Pero su imagen siempre venía a mí, la imagen fría de cuando me hallasen o de mi propio funeral. ¿Qué harían ellos? No podía soportar la idea de hacerles sufrir al matarme, al matarme egoístamente, borrándome del mundo, pero no de sus memorias. Cobarde. Eso es lo que era, lo que soy. Tan cobarde que, al elegir la salida más rápida, tampoco podía llevarla a cabo. ¿Pero acaso alguien estuvo ahí para guiarme? No. Por eso nadie puede tacharme de cobarde. Quizás las marcas en mis brazos sean las únicas capaces de decirlo y de esa forma nadie podría desmentir eso.

En el colegio, a pesar de que siempre traté de que fuera un secreto, todo era bien conocido. Mi grupo, mi curso, profesores, otros… Todos lo sabían o sospechaban de ello. Sabían que sufría día a día, incluso siendo ellos muchas veces la causa. Era objeto de su diversión muy seguido. Sentía como me destrozaban la psique, como perdía la cordura con cada burla y golpe, como algo dentro de mí se salía de control con solo dos opciones principales y recurrentes por mis pensamientos: acabar con ellos o acabar conmigo.

Era drástico. Pero era lo único que mi mente me presentaba como elección. Sabía que hacerles algo era tan solo una ilusión, que jamás podría llevar a cabo algo así, que era solo algo de adrenalina en el momento en que mi cerebro estallaba… ¿Y la otra opción…?

El suicidio podía esperar. Pensé que al crecer las cosas mejorarían. Que la secundaria no me trataría tan mal como los años anteriores. Que madurarían y me dejarían en paz aquellos que se ensañaban conmigo. Aún tenía fe en que las cosas cambiarían. Y ahí el presente quiso hacerme un regalo. Ese regalo fue más bien una persona. Un amigo. Un amante.

Craig Tucker. ¿Quién lo esperaría? Uno de los que siempre se mantuvo al margen de todo, alguna vez amigo que divisó todo desde lejos. Eso cambió. Él estuvo ahí para mí, sin que nada le importara. Él me protegió. Él me entendió. Dependí mucho de él en aquellos tiempos. Necesitaba oír su voz para apartar todo de mi cabeza, para hacer desaparecer a los monstruos que me acechaban. Necesitaba su tacto, una caricia, para no perder la razón y continuar un tratamiento largo con mucha medicación que detestaba. Necesitaba ver sus ojos para sonreír una vez más. Necesitaba tanto de él y él tan poco de mí…

Pero nada dura lo que uno desea que dure ni todo lo que brilla es oro. En realidad todo estuvo frente a mis ojos durante el tiempo que pasé con él, solo que jamás tuve el coraje para aceptarlo y enfrentarlo. Él no me entendía. Nunca lo hizo. Y nunca necesitó de mí.

No negaré que su compañía significó una gran ayuda para mí, tanto para evitar a mis queridos matones, como para mí mismo en el interior. Su imagen me mantuvo vivo y cuerdo. Aunque tampoco fue el ángel salvador que yo admiraba... Cuando llegó el día en el que se iría de mi lado como todos los demás, mencionó las dos palabras en su discurso final que sacudieron mi mundo. Porque yo podía resignarme a su ida, podía aceptar sus sentimientos y permitirme olvidarlo; y seguir como antes, pues sería como retroceder en el tiempo. Pero él decidió dejarme claro una cosa al irse, al articular un "estás loco" mientras soltaba una risilla, mirándome hiriente, incisivo, y esa cosa fue que yo solo había sido un juego, porque la frase que mi mente tardó en procesar fue "si crees que siento algo por ti, estás loco" O tal vez debería creer en sus primeras palabras, en las cuales admitió haberme querido antes… Sí, eso debería creer, que me quiso, solo que luego me convertí en un pasatiempo más. Uno donde en realidad se burlaba de mí y todos lo sabían menos yo.

Al darme la espalda volvieron mis delirios. Recuerdo haber perdido las fuerzas de mis piernas y haberme percatado de que mis antiguos agresores me observaban divertidos desde una esquina. Me había dejado en mi conocida soledad, en el cruel calvario donde sabía que me sumergiría, me había dejado a merced de ellos. Quizás esa era parte del juego. Uno muy divertido a costa de mí.

Cuando creí que no podía haber nada peor que volver a algo de lo que ya me había olvidado, ocurrió un curioso incidente. Mi amado Craig se convirtió en otro verdugo del que escapar. Si bien él nunca fue a mi caza, como muchos otros, cuando se encontraba rodeado de sus amigos hacía de mi existencia una tortura. ¿Por qué él? ¿Por qué de todos, él? Lloriqueaba cuando me escondía en algún lugar para escapar de la tropa de sanguinarios que me buscaba por todo el edificio cuando ya era hora de irse a casa.

En ese entonces, la piel de mis muñecas volvía a estar marcada por tajos carmesí y viejas cicatrices de mi obra. Eran mis marcas de guerra. O más bien, marcas de derrota. ¿Realmente haber sobrevivido un día más era una victoria?

Pocos meses antes de que este infierno se terminara, me encontré en otra situación que azotó mis intentos por permanecer de pie. Fue en una de esas fiestas a las que mi mamá, siempre en la ignorancia de todo después de ser botado por Craig, me obligó a asistir para pasar más tiempo con mis supuestos amigos. Si tan solo ella hubiese sabido lo que iba a pasar…

Mientras planeaba cómo escapar de ese lugar, un chico llegado ese año me acorraló bajo la típica amenaza que ya había recibido mil veces "si haces escándalo, te mato", y es de suponer que a esas alturas de mi vida ya había entendido que iba en serio. Debí haber hecho escándalo. Así, por lo menos alguna de esas personas que trataron de defenderme alguna vez, lograrían evitar lo que vino a continuación, porque yo era muy débil como para lograrlo por mi cuenta. No quiero dar detalles, pero de alguna manera, a pesar de mi resistencia, terminé en las manos de un abominable ser que no estaba dispuesto solo a golpearme, sino a abusar de mí. Fue irónico como se reía de mí por ser gay cuando él no dejaba de tomar mi cuerpo, pero en ese momento la única ironía que sentía era la de haber mantenido esperanzas de ser feliz y terminar viviendo eso.

No me repuse hasta la madrugada. Y cuando volví a casa lo único que hice fue vomitar y llorar. Repasé, solo para descubrir de quién se trataba, cada momento de la violación. Tratar de recordar su nombre fue inútil. Me sentí sucio. No quise volver a clases y me las salté por mi cuenta por dos semanas, desviándome del camino y escabulléndome en una azotea cada jornada.

Esta misma azotea.

—Este infierno no termina aún, como dije hace un rato que había ocurrido. Va a terminar dentro de poco, ya sabes, cuando salte la barrera en la que me siento. Si oíste mi historia, te preguntarás cuál es la diferencia esta vez. Cuál es el porqué de no pensar en mis padres y evitar mi muerte. Es que, luego de repetir esta misma historia una y otra vez en mi cabeza, llegué a la conclusión de que si muero a nadie le importaría. Si saltase justo ahora, es probable que mamá y papá lloren…, pero, ¿de verdad les importará? Nunca les importó el diagnóstico de esquizofrenia que quedó archivado en el refrigerador, salvo para comprar las pastillas. Nunca les importó que volviera a casa con el ojo hinchado y cardenales en la piel cuando era pequeño y mucho menos ahora. Tampoco les importó que tres veces terminara en el hospital por intentos de suicidio fallidos. Nunca nadie me dijo nada para estar bien. Ni ellos, por quienes seguí. Así que, ¿qué razones tengo para no lanzarme?

—Es verdad. Si lo miras así, no te queda nada y nada te aferra a la vida, pero hay gente que quiere ayudarte y tú no le dejas acercarse. —Me dijiste.

Pude captar tu nerviosismo. Tus manos se movían torpes alrededor del cigarrillo que sacaste en algún momento y apenas habías probado.

—¿Gente que quiere ayudarme? ¿Cómo quién? Dime.

—Yo quiero ayudarte.

—¿Tú? Tú has estado ahí. Tú has visto todo y nunca has hecho nada. ¿Acaso crees que no me he dado cuenta?

—Sé que no lo parece, pero me importa. Tweek, si tú desaparecieras a mí sí me importaría. Y no soy el único que piensa así.

—¿Y por qué nunca has hecho nada…? —sentiste mi voz quebrándose en el llanto. Me había mantenido tan sereno durante todo ese rato…

—Yo… tenía miedo. No sabía qué hacer y tampoco sabía por qué querría hacer algo. Es mejor mantenerse apartado, ¿sabes? No es fácil involucrarse. Pero lo haré. Ahora sí.

Miraste en mis ojos y yo busqué sinceridad en los tuyos. No podía confiarme tan fácil de tu mirada tan humilde. ¿Es real lo que dices? ¿De verdad te importa alguien tan penoso como yo? Jamás te lo hubiese preguntado en voz alta. No le dejaría a nadie más la oportunidad de romperme aún más. Así mismo llegó Craig a mi vida. Tal vez pensaste en lo mismo, en que se asemejaba mucho a ese momento, por eso bajaste la mirada. Pero hubo algo más en tus ojos, algo que no entendí. Tenías un tinte rosa pálido en tus mejillas. Estabas ansioso, inquieto. ¿Qué querías de mí exactamente? No lo sabía ni lo podía determinar.

—Deberías irte. —Fue mi única respuesta—. No hay vuelta atrás ya. Si quieres evitar meterte en líos, mejor vete.

—No me iré. No sin ti.

—¡Déjame estar por alguna vez en paz! —Chillé al borde de la desesperación—. Si no te vas, me tiraré de todas formas.

Observé los autos a la distancia. Hacia abajo todo se veía muy lejos. Sentí un golpe de adrenalina y miedo a la vez. No quería meterte en problemas, pero en realidad no iba a importar cuando fuera cayendo. Nadie podría detenerme. Ni tú. Me balanceé apenas soltando la baranda.

—¡No, Tweek! —gritaste. Me sujetaste de mi ropa por reflejo.

Déjame terminar con todo. Déjame morir de una maldita vez. Grité en mi interior cuando en verdad sí quería que alguien me detuviese, cuando sí deseaba que alguien me salvara de mí.

Me atrajiste hacia tu pecho. Me abrazaste. Temblabas. Yo no supe qué decir. ¿Por qué hacías eso? Traté de alejarme, pero solo me apretaste más. Ocultaste tu rostro en mi pelo y oí tus sollozos cerca de mi oído. Tu piel estaba fría y la mía aún más. ¿Por qué no me soltabas? Entonces se me cruzó por la mente que posiblemente no mentías cuando decías que te importaría mi muerte. Murmuraste mi nombre varias veces, pero yo estaba decidido a caer. No tenía tiempo para analizar la situación.

—Déjame estar a tu lado. Déjame protegerte. Perdóname, Tweek —pediste cuando logré separarme de tu agarre. Cuando me preparaba a desaparecer.

—Ya estoy muerto. ¿No lo entiendes? Ya no siento nada.

—Puedes volver a sentir...

Un solo paso significaba el fin. Solo debía dar un paso más.

Me mareé observando el abismo y aprovechaste para tomar mi muñeca, evitando mi caída. Luego sentí tus labios desesperados sobre los míos. No respondí al gesto. No podía moverme y la sorpresa no ayudaba. ¿Por qué…? Y mi brazo resbaló de tu mano. Así de fácil. Supuse que ese fue el último gesto que me dedicaste al saber que no podrías subirme hacia la seguridad del suelo y vi en tus orbes el pánico.

No cerré mis ojos. Nunca lo hice. Te vi ser distanciado de mí casi de manera sobrenatural. Sentí mi cuerpo ser acariciado por el viento y el descenso se me hizo eterno. No pude ni observar mi vida como siempre han dicho que ocurre, pues la interrogante de tu actuar seguía en mí, incluso sabiendo que sería inútil encontrar una respuesta. Mis labios se sintieron tan fríos luego de tu beso que deseé poder retroceder el tiempo y sujetarme de ti. Y pensando en eso pude notar que de mis ojos caían lágrimas. Lloraba. ¿Por qué si eso era lo que quería? ¿Por qué si ya nada importaba?

Mis ojos se nublaron por las lágrimas. Pero pude distinguir una luz sobre mí. Ya llegaba mi hora. Me despedí de todos y, en silencio, quieto, me dejé envolver por las alas del destello blanco del cielo. Era el fin.

De pronto vi tu rostro tras esas alas. ¿Acaso te lanzaste tú también…? ¿Acaso todo fue cierto? ¿Era… mi culpa?

Deseé haber podido cambiar todo. Poder haber arreglado las cosas de una manera más madura. Volví a sentir las estúpidas esperanzas que había sentido ya en otros tiempos. Sí. Sentí que pude haber cambiado mi futuro, que pude haber elegido quedarme contigo aunque sea por un rato, haber aceptado que por lo menos a alguien le importaba. Quise haber podido conocerte mejor, olvidar tus acciones en el pasado como redimiéndote de ellas. Sentí las fuerzas de alguien que se niega a la muerte, alguien que quiere seguir con vida. Deseé no morir.

Vi gotas de sangre saltar sobre mí. Sentí los latidos de mi corazón congelarse. Y de repente, no sentí nada más.

...

Ha pasado tanto tiempo desde que subí algo así, con una pareja crack y un triángulo amorfo... He aquí una extraña historia de muerte en la sección de H/C fruto de un rol que no tiene nada que ver con esto salvo por el sufrimiento de personajes (que por cierto era Kyman).

¿Algo más que decir? Nada más que decir. Cambio y fuera.