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Capítulo 1: Los Frutos de la Esperanza
Desde los balcones del dormitorio real se tenía una magnífica vista de la ciudad de Minas Tirith. Agudos ojos azules observaban la vida ir y venir por las amplias calles de los distintos niveles de la ciudad, mientras el cielo era despejado y el sol brillaba alto en el cielo del mediodía.
El Príncipe Consorte de Gondor, Legolas Thranduilion, contemplaba calmadamente toda la actividad de los habitantes de la Blanca Ciudad debajo de sus ventanas. Él era feliz. Amaba y era amado. Se había casado no hace más de un año con el heredero de Isildur, que ahora era llamado Elessar Telcontar, Aran i Gondor, juntos gobernando la noble ciudad y la gente ya amaba al bello Príncipe elfo, su príncipe.
Con un gran suspiro escapando de sus labios, Legolas giró su dorada cabeza para mirar sobre su hombro, su penetrante mirada cayendo sobre el lecho real. La cama de los regidores de Gondor dominaba grandemente las habitaciones reales, siendo un enorme lecho de cuatro columnas con grandes cortinajes verde oscuro colgando de cada pilar, siendo corridos de noche, así convirtiendo la enorme cama en un verdadero refugio. Más ahora las cortinas estaban abiertas revelando a un ocupante a pesar de lo avanzado de la mañana.
Los ojos del príncipe elfo se fijaron en el hermoso rostro de su esposo, pacífico en su descanso pero no menos atrayente, enmarcado por el largo cabello oscuro, y los vestigios de una barba sombreaba sus atrevidos labios. La mirada descendió por los fornidos brazos que estaban sobre la manta, esos brazos que eran expertos en batalla, y aún más en la paz. Legolas siempre se pararía a su lado, prestando apoyo a esos fuertes brazos ahora, como lo había hecho cuando la guerra reinaba en la Tierra Media. La paz era su premio y ellos eran felices de poder disfrutarla. Aún más la azul mirada descendió, cayendo sobre un extraño abultamiento en el centro del amado cuerpo de su esposo, y el ceño que había estado tratando de despejar volvió al bello rostro élfico. Legolas volvió su mirada de nuevo hacia la Blanca Ciudad y sus habitantes.
Hasta ahora el Príncipe Consorte no podía creerlo. Era como haberse descarriado en esos extraños sueños de los Días Antiguos, donde los elfos convivían con los Valar y todo era prácticamente posible. Los deseos y los sueños, las esperanzas y los temores. Los Altos Elfos del poniente y sus parientes de las Tierras de Aquí quienes cazaban junto con Oromë, el gran cazador, siguiendo el sonido del Valaróma a la distancia. Legolas sacudió su cabeza, doradas hebras volando en el aire, tratando de despejar sus pensamientos que no estaban haciendo sentido. Tratando de pensar sobre la maravilla que estaba cambiando su vida de un modo tan drástico, como si no bastándole lo que le había venido ocurriendo desde hacía poco más de un año.
Ojeando una vez más hacía el interior de la habitación, los ojos azules esta vez no hicieron un perezoso recorrido, sino más bien fueron implacablemente jalados hacía el origen de sus desordenados pensamientos. El abultamiento en el estomago de su amado hervenn. Su esposo estaba esperando un hijo suyo, hijos, se corrigió mentalmente; y Legolas aún no lo podía creer.
La mirada élfica volvió una vez más hacia su ahora intranquila contemplación de Minas Tirith.
Ya eran casi cuatro meses desde que habían tenido plena seguridad como para afirmar tan extraordinario suceso. Y eran ya siete meses en la completa cuenta del estado de gravidez del monarca del reino.
Todo había pasado tan rápido, y solo tenían año y medio de casados. Año y medio de profundo amor y devoción por cada otro. Preocupados en reconstruir la fortaleza de su gente y su ciudad, en ganar su confianza y su cariño. Año y medio de la vida más perfecta que él había conocido a pesar del duro trabajo esperado de ellos, a pesar de la inesperada forma de su unión, a pesar del temor del rechazo del pueblo de un príncipe consorte cuando se esperaba a una reina. Año y medio sin que Legolas diera un solo momento en pensamiento sobre su más profunda duda al unirse a su amado amigo y ahora esposo. El temor de que no hubiera heredero para heredar lo que ellos estaban reconstruyendo. Temor ahora irrelevante por cierto, pero no menos confuso dentro de la dorada cabeza.
Y todo era gracias a él¿O culpa suya? El ceño volvió a la bella frente, y el príncipe consorte apoyó ambas manos en la baranda del balcón y se inclinó hacia adelante dejando su cabello volar en el viento. Un suspiro. Otra ojeada hacía atrás solo para que otra mirada hacia la Blanca Ciudad rápidamente tomara su lugar.
Aún recordaba como ellos habían llegado a amarse, cuando lo vio por primera vez en Rivendell. De cómo supo del compromiso que ataba al heredero de Isildur a la Estrella de la Tarde de su pueblo, de cómo había tratado de ignorar sus crecientes sentimientos y como había sido vencidos por ellos. De la búsqueda del anillo, de su pelea con Aragorn en Lorien cuando él trató de negar que amaba al montaraz cuando este lo confrontó de lo contrario declarando a la vez su amor por el hijo de Thranduil. De su pelea interna entre el amor de su corazón, y la culpa en su conciencia hacia la hija de Elrond, a quien había conocido desde mucho antes, pero extrañamente nunca llegando a ser amigos.
Recordaba la voz de la Dama del Bosque de Oro sorprendiéndolo en sus pensamientos. Lo que ha de pasar pasará, había dicho. Y pasar hizo. De la rendición de su amor al dunadan bajo las hojas de los mallorn y la alegría que había llenado su corazón. De cómo se habían amado casi cada noche de su permanencia en los bosques de la dama, dando y tomando, cuerpos en su límite con placer y pasión. De las advertencias de su querido amigo Haldir, el más cercano a su corazón, sobre la entrega de su amor. Ten cuidado de a quien das tu corazón, Legolas. Las vidas de los mortales son el guiño de un ojo para nosotros los elfos, además él ya está tomado, había dicho el plateado guardián con preocupación en sus ojos. Legolas solo había sonreído, contestándole que él sabía lo que hacía, que conocía a Aragorn como el heredero de Isildur y nunca se pararía en su camino, al contrario lo ayudaría a cumplir su destino.
Y eso había hecho.
Dispuesto a renunciar a él, caminando a un lado ante la más bella de su gente, Arwen Undomiel. Resignado a volver a su bosque oscuro, y pasar sus días ahí. Prestando oídos sordos a los ruegos de su amado, a la desesperación de su voz. El hijo de Thranduil había sido firme en su decisión, inamovible aún ante el mismo deseo de su corazón. Aragorn quería tirar todo al viento, anunciar ante su recién ganado reino de que no tendrían reina, sino un hermoso príncipe consorte como su otro regidor. Pero él se había negado rotundamente, no obstaculizaría el destino de Estel y de Gondor; y el desconsolado rey solo había logrado sacarle la promesa de que no se alejaría de él, porque no lo soportaría. Así que Legolas moraría en Ithilien con unos cuantos de su gente de Eryn Lasgalen, y ayudaría con la restauración de Gondor, aunque su corazón le contaba que sería angustioso, y era más sabio irse a los puertos y hacia la curación prometida en la Tierra Bendecida de los Valar.
Y había Gandalf, recordando de su promesa a Aragorn, de su compromiso a la más bella, y aconsejando a Legolas que vaya más allá de Ithilien, más allá del mar.
Todo había estado en contra de ellos, y él lo sabía, por eso la fortaleza nacida de la resignación, la fuerza de negar al deseo de su corazón, aún cuando su amado le había implorado de rodillas. Lo abandonaré todo por ti, le había dicho con lágrimas en los ojos, solo por favor no me dejes. Y justamente eso había hecho Legolas, acerando su corazón lo había dejado.
Más había vuelto para la boda de su querido amigo, y entonces el sueño sucedió.
Un místico sueño donde él vagaba por jardines que nunca había visto, inmensamente bellos, y con alegría notó que el dolor en su corazón, que siempre lo había acompañado desde que dejó a su amado montaraz, había desaparecido. Sus pies estaban descalzos y el fresco y verde pasto cosquilleaba amorosamente sus pies, olorosas flores atraparon su olfato y la más bella visión, increíble en su belleza, surgió ante él en la forma de una hermosa doncella élfica, sin par en gracia ante sus ojos.
Era Varda, la Iluminadora de Estrellas, así se había presentado la doncella, y había caminado con él por los jardines de Lorien en Aman. Un increíble sueño como recordaba, los ojos de la Dama eran dos luceros, y sus cabellos parecían refulgir con estrellas entretejidas con cada movimiento, sus vestidos parecían hechos del mismo éter, y su rostro era tan hermoso que tenia uno que apartar la vista tras un momento para no quedar ciego.
La esposa de Manwe Súlimo le había dicho que hacía un gran sacrificio al amar a un mortal, Legolas había respondido con un resignado asentimiento de cabeza, y había sentido los ojos de la Dama contemplarlo fijamente, pero no se había atrevido a mirarla directamente a los ojos. Después de unos momentos, ella había preguntado sobre que compensación pedía por su sufrimiento. Sorprendido, Legolas se había atrevido a mirar a Varda a los ojos, y había replicado firmemente que nada, nada pedía. Más la más poderosa de las Valier le había sonreído dulcemente, y con una gentil mano acariciando su rostro, le había preguntado el más querido deseo de su corazón después del mortal.
Legolas había recordado entonces su despreocupada juventud en el Bosque Verde, su padre y sus hermanos, los árboles amados y los amigos extrañados. Siempre había amado los elfitos. Su adar siempre le decía que él sería un gran ada algún día, por su paciencia y amor por los más pequeños. Confiado y joven, había buscado sus amantes entre las más hermosas doncellas del reino de su padre; siempre tratando de hallar la ideal, la perfecta elleth que un día se convertiría en su esposa y lo haría un cariñoso ada. No había sido estrictamente dedicado hacía la dulzura femenina, unos cuantos elfos atrajeron su atención también, pero su principal meta era convertirse en padre de un hermoso elfito.
Había renunciado alegremente a su sueño al encontrar a su amado, ya que la unión de dos del mismo género anulaba todo esperanza de descendencia, pero su corazón no había completamente olvidado. Y así se lo dijo a la Iluminadora de Estrellas. Más ella había sonreído enigmáticamente y le había dicho que se volverían a ver. Y Legolas pensó que talvez sino podía tener a su amado, talvez la Dama de las Estrellas le otorgaría un hijo para curar su dolido corazón. Por lo visto no había estado del todo descaminado.
La mañana siguiente, Aragorn había vuelto a rogar su caso con más contundencia, la partida de los elfos de Rivendell aún no llegaba a la ciudad, y el rey de Gondor, al parecer no había perdido sus esperanzas de convencerlo. Legolas entonces le había rendido su cuerpo más no su decisión. Y extrañamente la ayuda para el rey de Gondor llegó en la forma de Mithrandir, quien antes se oponía a su unión y ahora presentaba un fuerte argumento ante él. ¿Dejaría sufrir a Arwen en un matrimonio con un hombre que no la amaba, que no la iba a amar nunca?
Sabiamente su amado había permanecido callado ante la nueva guerra interna que se libraba en su interior. En ese momento, había levantado su límpida mirada azul y había visto la esperanza y la desesperación en los ojos sobre el decaído rostro de su amante, antes tan noble y orgulloso. ¿Cómo podía él haber producido tanto dolor en el hombre que él exigía amar tanto? Con su decisión derrumbándose había tratado de vocear su temor por el futuro de Gondor, más su amante había corrido a su lado silenciándolo, diciendo que todo lo pensarían en su debido momento. De pronto, la voz de Galadriel de nuevo había sonado en su cabeza. Lo que ha de pasar pasará. Legolas se había rendido entonces, sin fuerzas ya, y Mithrandir inmediatamente había partido, montado en Sombragris, para alcanzar al grupo de Rivendell, aún mientras Legolas desesperadamente hundía sus dientes en el cuello de su amor, a quien pensaba perdido, más allá de su alcance.
Haldir quedaría a cargo de Ithilien como su señor.
Arwen había dejado para los puertos, pero hubo boda en Gondor. Legolas Thranduilion y Elessar Telcontar. Con varios elfos presentes, entre ellos los regidores del Bosque de Oro y Elrond, y Glorfindel, y hobbits, y un enano. Legolas había visto a Galadriel con una misteriosa sonrisa en su bello rostro, y concluyó que la Dama de la luz de alguna manera sabía como terminaría esto. Elrond, triste, pero ecuánime, los había felicitado, y viendo a Legolas sintiéndose culpable, le dijo que había sido por lo mejor, que ella curaría y encontraría a su verdadero amor más allá del mar. El príncipe consorte le había respondido que él rogaría a Elbereth porque así sea. Su padre, el rey Thranduil, no había atendido a la ceremonia, pero había mandado palabra de sus buenos deseos, aunque no estaba complacido sobre su unión a un mortal.
Después de la ceremonia ante la gente de Gondor, él había deseado unirse a su amado en la unión élfica de su gente. Más ahora había sido Aragorn quien se había negado. Si llevaban a cabo el Antiguo Ritual, su fea estaría completamente unido al del mortal, y él moriría de pena cuando el rey de Gondor abandonara su cuerpo. Aunque a él no le importaba, y lo quería así, Aragorn había argumentado que su vida era valiosa de seguir viviéndola, que había Valinor, y mucho más. Las protestas de Legolas fueron no escuchadas, y el rey de Gondor le había hecho prometer que lo sobreviviría, que iría a Valinor y mantener el amor de ambos siempre fresco y vivo. Y él había prometido, en los jardines de Lorien, donde los recuerdos eran tan tangibles como la vida misma, él haría su hogar, en las siempre verdes colinas donde danzaba la juvenil Este, esposa de Irmo, señor de los jardines.
Pero había prometido que trataría, más él sabía que fallaría. Sin el señor de su corazón, lenta y dolorosamente pasaría a los salones de Mandos, para nunca más ser reunido con su amado, porque los destinos de los elfos y los humanos son distintos, y ni los mismo Valar saben a donde van los espíritus de los hombres después de la muerte. Sólo Eru, el único, pero él no lo dirá hasta el fin de Ea.
Sacudiendo de nuevo su dorada cabeza de los oscuros pensamientos que la habían invadido, recordó más bien el día, hace alrededor de cuatro meses, cuando descubrieron el estado de su esposo.
Aragorn había estado sintiéndose mal por los últimos dos o tres meses. Sentía extraños mareos e inexplicables nausea por las mañanas, extraño cansancio y pesadez invadían sus miembros, de pronto sintiendo súbita necesidad por un tipo determinado de comida, cuando otra clase de alimentos le causaba repulsión. Él había estado extremadamente preocupado cuando los curadores no pudieron explicar la súbita enfermedad que aquejaba a su esposo, examinando al rey de Gondor cada mañana solo para verlos sacudir sus cabezas negativamente sin más penetración sobre la elusiva dolencia. Aragorn mismo, como curador, había lo tranquilizado contándole que solo era un mal pasajero y que una vez pasadas las molestias de la mañana, podía continuar su día sin problema alguno.
Más Él, Legolas Thranduilion, Príncipe Consorte de Gondor, no había podido descartar sus temores fácilmente, no cuando el deseo de su corazón estaba en alguna manera afectado o corría riesgo. Mandando un carta urgente con el más rápido mensajero que el correo real tenía para proveer, había solicitado la presencia de Mithrandir y el señor Elrond, antes de que ellos dejen para los puertos. Elrond más tarde le había contado que al leer el contenido de la misiva, el señor del Valle Oculto había pensado que al llegar a Minas Tirith iba a encontrar a Aragorn en su lecho de muerte, tanta era la urgencia y el temor que contenían sus palabras en tinta.
Elrond y Gandalf habían revisado exhaustivamente al rey de Gondor la misma mañana de su arribo, con él ansiosamente pendiendo de cada palabra y gesto de los dos mayores en la habitación. Elessar Telcontar había estado justamente sorprendido al ver llegar tan de improviso a los dos venerables señores, y cuando rápida pero quedamente habían guiado a un aturdido rey a su dormitorio, éste mansamente se había dejado hacer al ver su preocupado rostro élfico.
Tras más de media hora de examinación, y compartidas miradas de los sabios señores entre ellos, Legolas no había aguantado más la incertidumbre y había demandado saber la condición de su esposo de inmediato, extrañamente complacido de sí mismo al ver que su pequeña explosión había conseguido penetrar en los dos examinadores y prestándole inmediata atención. Aún recordaba la expresión en la cara del señor de Imladris, nunca lo había visto luciendo tan desconcertado, a la vez que aturdido y maravillado. Con voz suave, que iba cobrando su aplomo mientras hablaba había anunciado sin más rodeo que su hervenn, Elessar, rey de Gondor, está esperando hijo suyo.
El silencio que siguió al anuncio había sido ensordecedor, hasta que finalmente una fuerte carcajada cortara las brumosas telarañas que de pronto habían aparecido entorno a sus ojos y tapado sus oídos. Nunca Legolas había escuchado a su amado tildar a su mentor de ridículo y bromista, como tampoco nunca había visto el rostro del abúlico señor elfo volverse levemente rojo en indignación. Esta vez el señor peredhel había afirmado más categóricamente su diagnostico, y había pedido a Mithrandir dar su segunda opinión, a lo cual el aún desconcertado mago simplemente lo había respaldado.
Y él al salir de su asombro, había recordado su sueño, y con súbita comprensión había entendido su significado. Compensación por su sufrimiento, había dicho la Alta Señora. Un hijo, un hijo de su amado. La Iluminadora de Estrellas le había otorgado uno de sus deseos más preciados, aunque el pensar acerca del sufrimiento había dado un súbita punzada a su corazón, la compensación bien lo valía. Y así había aclarado el misterio a los otros, era obra de los valar, un regalo de la Siempreblanca, la más amado por lo elfos, Elbereth Elentari. Cuando todos habían escuchado a su sueño y la bendición de los Valar en esto, todo había vuelto a quedar en silencio, hasta que una profunda voz los había sacado de sus meditaciones, la profunda voz del mago blanco solo había pronunciado una palabra. Gemelos.
Sus piernas ese día habían corrido más rápido que él había pensado que podían. Tener al indignado rey de Gondor en airada persecución tuya gritando improperios, en especial contra tu masculinidad élfica, no era cosa de juego; y Legolas por la primera vez desde el día de su feliz matrimonio había deseado estar bajo las hojas de las hayas de su extrañado bosque y bajo la fiera protección de su padre. Al menos allí su esposo lo habría pensado dos veces antes de perseguirlo por casi todos los niveles de la blanca ciudad. La gente de Minas Tirith lo había visto pasar como una dorada exhalación, y aunque ya había perdido de vista a su esposo, había descendido todos los siete niveles de la capital, atravesando la Gran Puerta de la Ciudad y había salido corriendo como un joven potro sobre los campos de Pelennor, y puesto rumbo al noroeste rumbo al Bosque Negro, aunque solo había alcanzado un pequeño bosquecillo algunas millas más allá.
Sonriendo para él mismo ante el estrambótico recuerdo, Legolas levantó chispeantes ojos hacia el despejado cielo de verano. Buen humor retornado, respiró profundamente el frescor en el viento, cuando de pronto sus agudos oídos élficos atraparon un quedo quejido. Sus ojos inmediatamente volando a la única otra persona de la habitación, sus pasos llevándole apresuradamente hacia el dueño de su corazón. Su amado estaba despertando.
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Legolas caminó elegantemente hacía el amplio lecho en el centro de la habitación, y se sentó graciosamente en un lado de la cama, inclinándose hacia adelante para observar mejor a su esposo. Un quejido voló de los levemente partidos labios del rey, y largos dedos élficos se alargaron inmediatamente para sosegar un alto pómulo. Pestañas revolotearon, mientras profundos ojos azules empezaban a despejarse de las brumas del sueño. Una soñolienta sonrisa adornó los labios del rey de los hombres al ver tan amado rostro muy cerca del suyo al despertar de un sueño llenado con el mismo etéreo ser.
"Maer aur, hervenn nin" Llevando una fuerte mano a sus labios, el Príncipe Consorte saludó a su recién despertado amado con una tierna sonrisa. "Confío en que hayas descansado bien y tus sueños fueran felices."
El rey de los hombres miró fijamente a su esposo élfico mientras este hablaba, memorizando con sus hambrientos ojos el bello rostro ante él. "Soñé de ti, Meleth nin." Trazando con sus dedos los labios de su esposo, sonrió con contento. "De ti y esta misma cama." Cogiendo el rostro de su príncipe con su mano, suavemente obligó a descender la rubia cabeza para poder besar los tentadores labios cerniéndose cercanamente a los suyos.
El beso empezó suave, pero fue escalando en intensidad. Labios empezaron a devorarse unos a otros , mientras la mano de rey se enredaba en los finos cabellos de su amado. Legolas fue quien cortó el beso, retrocediendo un poco para contemplar la levemente sonrojado rostro y jadeante expresión en el varonil rostro del rey. Aragorn se quejó en la súbita falta de contacto, y con voz ligeramente ronca por despertada pasión, dijo, "Te deseo, Mellind. Te necesito, amor de mi vida."
Corriendo gentiles dedos por las acaloradas mejillas de su esposo, Legolas trató de calmar al rey. "Ya no es seguro, Meleth. Tu cuerpo se cansa fácilmente, y en tu estado sientes más incomodidad que placer. No deseo lastimarte."
"Ha sido un entero mes desde que me has tocado en esa forma, y más aún desde que yo te he tocado. Mi cuerpo quema por el tuyo, mi amor, y mi corazón está en agonía. Te necesito. No me niegues, seron vell."
Viendo los suplicantes ojos de su amado, Legolas trató den vano de resistir la pasión que inundaba su cuerpo ante tan necesita súplica. El deseo de proteger y cuidar de su esposo luchando con el deseo de unirse con él en pasión, pero él no podía negarle nada al dueño de su corazón, y con un atrevido brillo en sus ojos se dispuso a cumplir el ansioso pedido.
Elegante pero fuertes manos empezaron a acariciar tiernamente el rostro del rey de los hombres, mientras delicados labios comenzaban a explorar un arqueado cuello, Aragorn ladeando su cabeza para dar más acceso a la exploración de su esposo, gimiendo su aprobación ante súbitos mordiscos y fuertes lamidas. Las manos élficas bajaron hasta un robusto pecho, puntas de dedos pastando sensitivas tetillas haciendo al antiguo montaraz expresar su placer con un pequeño grito. La cabeza de Legolas voló inmediatamente desde su lugar en la bifurcación del cuello y hombro de su esposo, donde había dejado una marca de posesión que se iba oscureciendo lentamente.
"Veo que están más sensitivas desde la última vez que las toque." Con una pícara sonrisa en los labios, el príncipe elfo se dispuso a pagar un cálido homenaje a los pequeños y levemente hinchados guijarros de carne en el pecho de su amado; atrapando uno entre sus ansiosos labios y no abandonando al otro mientras sus largos dedos se hacían cargo.
"Ai, meleth nin." Los dedos del rey estaban enredados en las finas hebras doradas del príncipe, tirando y jalando, acunando la cabeza que en ese momento le daba tanto placer. "Para. No voy a durar mucho si continuas así."
Deteniéndose en su administración, Legolas levantó su rostro del pecho del rey con una última lamida a la tetilla que lo había mantenido entretenido, y un leve peñizco a la otra entre sus dedos, haciendo jadear al dunadan en placer teñido levemente con dolor. Arqueando un dorada ceja, el príncipe contempló su trabajo manual al ver a su amado tratando de recuperar su aliento. "Muy sensitivas, en verdad. He saboreado un pequeño indicio de lo que será el alimento de nuestro pequeños, meleth." Con un grácil dedo, el dorado elfo trazo el contorno de la oscura aureola de la abusada tetilla. "Tú mismo serás capaz de darles su nutrimiento, pero hasta entonces yo seré quien será nutrido cuando seas capaz de ello."
Aragorn gimió piadosamente ante el nutricional comentario. "Tendré que darles el pecho como una mujer." Tratando de atraer la atención de su amado hacia otros temas más importantes, empezó a tratar de sentarse en el lecho, solo para terminar echado de nuevo por el redondo peso en su medio. "Me siento tan inútil." Suspiró derrotado.
Preocupado, viendo a su esposo sufrir ante el gran obstáculo que eran sus hijos, prontamente el príncipe consorte se puso a atender a su desanimado rey. "No intentes levantarte, hervenn. No debes hacer ningún esfuerzo, déjame hacer todo el trabajo. Tú solo disfruta."
"Déjame verte, seron vell. Necesito tocarte."
No pudiendo resistir la cruda necesidad en la voz y los ojos de su amado, Legolas se paró al lado de la cama y empezó a desvestirse lentamente, disfrutando mientras los hambrientos ojos del rey vagaban por cada descubierto pedazo de carne. Una vez totalmente desvestido, el príncipe elfo volvió a subir a la cama, esta vez retirando la manta que cubría la mitad inferior del desnudo cuerpo de su amado, y así revelando a su azul mirada el regalo de los Valar.
Ojos firmemente clavados sobre el abultamiento en el estomago de su esposo, Legolas maravilladamente dejó una palma de su mano trazar la redondez en que se había convertido un cuerpo antes esbelto. Siempre se asombraba al observar tal maravilla como si fuera la primera vez cuando observó el amado cuerpo de su bereth cambiar e hincharse en su más bajo abdomen. Siempre atento a la comodidad de su esposo, el elfo del bosque bajó sus finos labios y empezó a derramar dulces besos sobre el milagro de vida que representaba la fértil condición de su compañero. Siempre lo hacía, desde que los pequeños habían empezado a manifestarse protuberándose fuera del plano estomago, Legolas los había amado, besándolos y acariciándolos, agradeciendo a Elbereth por tal bendición. En ningún momento repugnado, como temió en un principio su amado, al contrario, extrañamente lo había encontrado altamente erótico, y atraído aún más al deseo de unirse con él, teniendo que refrenarse por miedo de poner en peligro la salud de su hervenn y sus pequeños con sus frívolas necesidades.
Sin olvidarse de las necesidades de su esposo, Legolas descendió más hasta llegar al patente signo del deseo de su esposo por su toque, y en un rápido movimiento engolfó la túrgida columna de carne con su boca, canturreando en contento.
"¡Legolas!" Casi quedándose sin aire ante la súbita voracidad de su esposo, Aragorn solo atino a chillar su nombre. Extendiendo sus manos en un intento de volver a enredar sus dedos en las sedosas hebras de oro, empuñó las sábanas en vez, sus manos no pudiendo llegar a su meta, sus brazos no alcanzando a rodear su preciosa carga.
Soltando la codiciada carne un chasqueante sonido, Legolas gateó en sus manos y rodillas sobre el tembloroso cuerpo de su amado, hasta llegar directamente a su rostro. Bajndo sus labios hacia los del otro, tiernamente exigió los de su hervenn, solicitando entrada que fue otorgada inmediatamente, dulcemente investigando la boca ofrecida, acariciando con su lengua la de su compañero, terminando el beso con su lengua recorriendo el labio inferior del rey. "¿Estás listo para mí, meleth?"
Ansiosamente asintiendo la cabeza, porque su voz se había quedado atorada en su garganta, Aragorn impacientemente empezó a abrir sus piernas en anhelante rendición. Había sido un entero mes desde que había sentido a su esposo en su interior. ¡Un entero mes sin sentir la dicha de su unión! Un mes de rechazo de sus avances, un mes en el cual él había empezado a dudar siendo deseable ante los ojos de su esposo, habiendo creído perdido todo atractivo para encender el deseo de su compañero. "Por favor." Alcanzó con un susurrado ruego.
Riendo bajito, Legolas acarició tiernamente un tembloroso muslo de su bereth. "Así no, meleth. Hace un mes todavía era capaz de amarte en esta posición, pero ahora son ya siete meses y nuestros pequeños están demasiado grandes y redondos para que esto sea cómodo para ti."
"¿Entonces como?" chilló frustado y casi desesperado Aragorn.
Agarrando una suave almohada y poniéndola a un lado de su esposo, Legolas empezó a instruirlo. "Gira en tu lado, seron vell." Viendo que el rey había girado y su hinchado vientre era apoyado por la útil almohada, Legolas se movió para yacer detrás de su compañero, pegado a su espalda. "¿Estás cómodo?" susurró seductoramente en un atento oído, haciendo estremecer al antiguo montaraz.
"Sí" Respiro el rey, sintiendo los poderosos brazos de su amado rodearlo, uno pasando debajo de su cuello y otro descendiendo por su cadera, jalando una pierna para inclinarla hacia delante, y así desnudando al alcance de su esposo élfico su más secreto lugar.
"Perfecto." Con un ardiente beso a la espalda de su cuello, Legolas muy lenta pero firmemente empezó a penetrar al deseo de su corazón, sintiendo el delicioso cuerpo de su amado sacudirse en sus brazos, hasta que finalmente quedó totalmente sumergido hasta la empuñadura en su quemante calor. "¿Estas bien, amado?" Abrazando estrechamente a su esposo a la curva de su cuerpo, Legolas no pudo menos que preguntar preocupadamente.
"¡Siiiii!" gritó Aragorn, sintiendo por fin sus necesidades atendidas después de tan largo longitud de tiempo. Un mes nada menos. "Muévete. Muévete." Casi sin aliento ordenó.
Riendo bajito ante su súbito demandante esposo, Legolas empezó un lento ritmo que tuvo a sus cuerpos balanceándose juntos en pequeños movimientos de cadera, apenas para apaciguar el filo de sus necesidades, pero elevando su deseo por más. Incrementando su ritmo un poco más, el príncipe consorte afirmó una angular cadera con una mano, mientras sus propias caderas empezaban a cobrar fuerza y rapidez, envainando y sacando su espada élfica de su vaina mortal, con aguda precisión, como lo haría en el campo de batalla frente a un enemigo. Levantando ligeramente una pierna para cubrir la de su esposo que permanecía estirada, el príncipe guerrero rotó sus caderas para cambiar levemente de ángulo, y su esposo aulló en repuesta con profundo placer, el arquero del Bosque Negro dando una vez más en el blanco. Con unos pocos más empujes de su amado, Aragorn llegó vigorosamente gritando el nombre de su amor sin aún siendo tocado, derramando perlado líquido sobre las sábanas de la amplia cama. Sintiendo el ardiente pasaje de su esposo apretarlo estrujantemente, Legolas derramó su fértil semilla dentro del núcleo de su hervenn, inundándolo con su calor y tratando de sembrar en suelo ya fructífero, pero aún bienvenido.
Estrechando al dueño de su corazón mientras sus respiraciones volvían a su normalidad, Legolas disfrutó el sentido de intimidad que sentía al estar aún dentro del amado cuerpo de su hervenn, unos minutos más, y pensó apropiado retirarse por la comodidad de su compañero. Mientras hacía un leve movimiento con la intención de sacar su espada élfica de su húmeda vaina, su esposo lo detuvo. "Quédate donde estás, meleth nin. Me gusta tenerte dentro. Me gusta el sentido de pertenencia, la continuidad de nuestra unión."
Acomodándose una vez más en el acogedor calor, Legolas se aseguró que su esposo estuviera bastante cómodo, y con uno de sus brazos jaló la manta sobre ellos, tapándolos en un capullo de felicidad. "Sí, seron vell. Representa el hecho de que tu eres mío y yo soy tuyo." Levantando levemente su dorada cabeza para mirar a su amado, se dio cuenta con leve humor de que su esposo ya había caído dormido. Decidiendo seguir su ejemplo, besó una altiva mejilla suavemente, y se asentó para seguir al deseo de su corazón al reino del Irmo, el vala de los sueños.
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Notas
Alatariel: Galadriel en quenya
Aran nin – Rey mío.
Melmenya – Amor mío (Quenya)
Cuil nin – Mi vida
Mumakil – Olifante.
Lass bain – Bella hoja
Laiqualasse - HojaVerde
Anor - sol
Aran i Gondor – Rey de Gondor
Oromë – Vala
Valaróma – Cuerno de Oromë
Hervenn – esposo (élfico)
Mellind – Querido corazón.
Seron vell – amado.
Elleth – doncella, mujer elfa
Maer aur – Buenos días.
Bereth – Esposo (a)
Ada – Papá
Adar – Padre
Fea – Espíritu
Elbereth – Varda
hervenn nin – Esposo mío
Meleth nin – Mi amor.
