No se llamaba París,
pero estaba en ruinas.
Se ahogaba en anís,
dormía en las esquinas.
Su nombre no era París
aunque su color fuese el mismo,
su alma se había tornado gris
a medida que se acercaba al abismo.
No se llamaba París
y no estaba dispuesto a luchar.
Decía, "mientras vosotros morís
yo comenzaré a olvidar."
Su nombre no era París, no,
y aunque ambos huían de la realidad,
la última vez que gritó
su voz fue un canto a la libertad.
No se llamaba París aunque ambos estuviesen hechos de retales.
Aquella noche los dos aceptaron sus destinos
en apariencia vacíos, carentes de ideales.
Al final, Libertad le susurró: "en nuestras manos se cruzarán nuestros caminos
acompáñame aunque seamos distintos. Cuando lleguemos, todos seremos iguales."
