-Secuelas… -se lamenta una vez ha dejado al convaleciente descansando para bajar al salón de la palaciega casa de los Watson.

-¿Le queda mucho?

-Eso nunca se sabe, Señora Watson.

El doctor posa la mirada en el pequeño de los Watson, en como corretea por la casa jugando con sus juguetes completamente ajeno, en parte, a todo lo que está pasando en esas cuatro paredes. El hombre vuelve la mirada hacia la esposa, contrariado, pero no es necesario formular una estúpida pregunta, Mary se remueve en el sillón orejero.

-Ni siquiera lo pregunte, doctor, mi marido era… -hace una pequeña pausa y apoya la frente en su mano, como si buscase las palabras- era… un hombre demasiado fiel a sus principios como para no dejarse morir por los que lo necesitaban… Y eso lo ha llevado a…

-Madre… -el pequeño Watson interrumpe a Mary, que se vuelve con admiración hacia él- ¿Puedo salir al patio a jugar?

-Claro pequeño, sal…

Durante el recorrido que separa el sillón orejero de la puerta en el gran salón reina un silencio que ninguno de los dos adultos se atreve a romper, sobre ellos, bajo una sábana y cubierto de un sudor frío que nadie consigue quitarle yace John Watson, se muere. Aspira y espira tan débilmente que solo se nota si te fijas mucho.

Aun así, John sueña.

John ejercía de médico en el centro de París cuando comenzaron las habladurías sobre Lamarque y su débil estado de salud. Todo paciente que pasaba por su consulta hablaba de ello, fingía no prestar atención, pero luego, cuando dejaba aquella frívola consulta y bajaba a la calle en busca de lo que él consideraba su verdadero trabajo, se informaba, preguntaba.

Llevaba varios meses dejando la consulta que el padre de su esposa le había puesto en el centro para adentrarse en los barrios bajos a ayudar a las mujeres, hombres y niños que no tenían ni para lavarse la cara, por supuesto, nadie de su familia sabía aquello. Allí fue, atendiendo a un anciano tirado en una calle donde por primera vez escucho hablar de la resistencia estudiantil.

Un grupo de jóvenes que basándose en las ideas de la revolución luchaban por la igualdad del pueblo que, como era visible, se moría de hambre. John mentiría si dijese que no le llamaba la idea, mentiría si dijese que no iba a la taberna a escucharlos hablar en vez de estar atendiendo viejas de la alta sociedad en su consulta. Mentiría mil veces si negase que necesitaba hacer algo con esa vida que a veces no parecía la suya y después de haber sufrido las secuelas de una guerra que ni siquiera era la suya.

-¿Qué opina si hubiese un levantamiento? –preguntó una tarde mientras bebía vino uno de los hombres que había conocido en la taberna.

-Puedes tutearme Gregory, solo unos meses como médico titulado…

Greg era una de las primeras personas del local que se había acercado a él, normalmente, John intentaba pasar desapercibido, escuchar mucho y opinar poco de cara al público pero un día aquel muchacho se le acercó para preguntarle que si se iba a unir a la causa.

-Sí, claro que sí.

A partir de aquel día comenzó a ocupar las primeras mesas junto a Greg, las mesas que se encontraban casi adosadas a la barra. El dueño de la tasca había tenido que hacer un apaño apelotonando mesas y sillas porque conforme pasaban los días (y las miserias) en las calles más oscuras y olvidadas de París cada vez había más hombres y mujeres que se arrastraban hasta aquella esquina a escuchar a los estudiantes.

En una de esas noches, en las que la gente se aglutinaba entre las mesas incapaz de encontrar un lugar donde sentarse fue cuando John tuvo su primer contacto con la primera línea de la revolución, y más concretamente con aquel muchacho engreído que respondía al nombre de Sherlock.

Sherlock, Sherlock Holmes, más conocido como el infiltrado, aquel infeliz que basaba su vida en colarse en congresos, reuniones o fiestas para recabar información de las altas esferas parisinas para poder pasársela a sus compañeros. Nunca se había tratado con él, incluso, a veces, cuando le daban la palabra le parecía increíblemente fanfarrón.

-Es la sensación que da Sherlock a todo el mundo, es un egocéntrico, se ha criado así…

-¿Así como? –aun había veces en las que John no era capaz de seguir las palabras de su nuevo compañero.

-Sherlock pertenece a la facción de los revolucionarios adinerados… por así decirlo, al igual que Marius y unos cuanto más…

Los señaló con un ademán vago antes de apurar el poco vino que le quedaba pero John había dejado de atenderle hacía ya un rato. Observaba a Sherlock con todo el disimulo que podía, sabía que era alguien adinerado, podía intuirse, ninguno de los que ocupaban las primeras mesas de la tasca tenían pinta de mendigar en las calles aun así también sabía que todos ellos vivían en un piso perdido en una de aquellas calles que aún no controlaba, como si fuesen de allí de toda la vida, acompañándolos en aquellas situaciones de vida.

Eran un grupo de jóvenes con demasiadas ganas de igualdad, con toda la vida por delante, deseaban bajo todo pronóstico que toda aquella gente harapienta pudiese llegar a tener con lo que ellos habían convivido sin quererlo, que todos pudiesen llevarse un chusco de pan a la boca sin tener que arriesgarse a morir por ello.

John los admiraba, los admiraba a todos ellos por la valentía que suponía dejar de lado todas sus comodidades para luchar por el resto del mundo.

-¿Graham no nos presentas a tu nuevo amigo?

Greg Lestrade torció el gesto cuando Sherlock se sentó en la mesa sin ni siquiera saludar, John ahogó una risa en su cuarto vaso de vino porque aquella situación era demasiado cómica.

-Sherlock me conoces desde hace años y sabes que mi nombre es Greg ¿Por qué nunca lo dices bien?

Sherlock le quitó importancia a la retahíla de su amigo y se volvió a mirar fijamente a John, que pronto dejó de reírse amortiguadamente, es posible que incluso hubiese dejado de respirar.

Aquella mirada lo traspasó por completo.

-Puesto que nuestro querido Lestrade está demasiado ocupado dramatizando porque su nombre me parece irrelevante dime… -Sherlock hizo una pausa en la que se relamió con lentitud los labios como si estuviese replanteándose algo- ¿Cuánto hace que volviste de la guerra? No te ha gustado nada Inglaterra ¿Verdad?

John, que en su bendita ignorancia esperaba una pregunta del tipo ¿Cómo te llamas? Tardó lo suficiente en contestar como para que ahora fuese Lestrade el que ahogase las risas en su vaso de vino. Sherlock inclinó la cabeza alzando una ceja como si no comprendiese el sentido de ese silencio. John aun no lo sabía pero era así, Sherlock no comprendía el por qué de ese silencio.

-John, te presento a mi amigo Sherlock Holmes… -intervino Greg cuando se dio cuenta de que el silencio se extendía demasiado en el tiempo, se volvió a Sherlock y lo miró con reprobación- Sherlock este es el Doctor John Watson, por favor te lo pido, deja de asustar así a los nuevos…

-Greg, yo no asusto a nadie solo quiero saber cuando ha vuelto nuestro nuevo amigo de la guerra… y por qué lleva ese espantoso bigote.

A punto estuvo John de ahogarse con el vino, nunca en su vida había tenido una presentación tan estrafalaria como aquella.

-Intuyo que al llegar de la guerra se afeitaría la barba pero se dejó el bigote para sentirse más hombre frente a su mujer, a la que llevaba demasiado tiempo sin ver ¿Me equivoco?

-Vaya… eso es… increíble… -intervino John pestañeando anonadado.

-¿Cuándo regresaste a tierras francesas Doctor John Watson?

-Hace unos meses…

-Ya me parecía a mi… -metió la mano en la pechera de su chaqueta y sacó una pequeña pipa, lo miró interrogante- ¿Le molesta?

-Para nada…

-¿La cojera también la trajo de la guerra?

John estaba verdaderamente sorprendido de todo aquello, hablaron durante una horas, descubrió que Sherlock tenía un hermano que le pasaba información de los altos cargos del rey, que era asquerosamente rico pero le daba increíblemente igual, que no estaba casado ni esperaba estarlo y que se dedicaba a espiar para la resistencia. A él, en cambio, no le hizo falta hablar, Sherlock intuyó con una precisión de reloj casi todo lo que concernía a la vida de John.

John nunca llegó a comprender la razón pero nada más llegar a casa aquella noche se encerró en el lavabo de su cuarto para deshacerse de ese bigote de una vez por todas. Mary, su esposa, lo miró sin comprender como lo había decidido y él tampoco se lo explicó, ni él podría elegir las palabras exactas. La cosa es que lo hizo, se quitó el bigote, y comenzó a implicarse más en la causa, cada día reducía más sus horas de trabajo en la consulta. Compraba pan caliente y lo repartía en la puerta de la taberna antes de entrar a escuchar las noticias que Sherlock traía del mismismo despacho del gobierno.

-Tienes que tener cuidado, Sherlock…

Podía afirmar que esa era la frase que más había usado en los últimos meses, a veces incluso más de una vez en la misma noche, Sherlock le parecía una persona demasiado valiosa para el mundo en general como para que se pusiese en ese peligro constante.

-Puedes seguir diciéndole que tenga cuidado todos los días de tu vida, pero eso no va a servir –le dijo Greg.

Pero no, John no era un hombre que se rendía, ni mucho menos, continuó con las advertencias, noche tras noche, después de escuchar todas las pesquisas que el alocado Holmes hacía para conseguir información.

-Sherlock, tienes que dejar de hacer estas cosas… por lo menos no solo, búscate a alguien que pueda ayud…

Ni siquiera pudo acabar la frase porque Sherlock se volvió con todo el ímpetu del mundo para poder mirarlo con fijeza. John se volvió a sentir tremendamente violento con aquella mirada, siempre era así, lo traspasaba, se sentida expuesto y desnudo, aun así verlo de frente, quieto, interrogante, era una visión increíblemente hermosa.

-Alguien que pueda ayudarme… -caviló acercándose a su nuevo amigo, sin perderlo de vista ni un segundo.

-¿Insinúas que yo te ayude?

-Elementar, querido Watson.

John se sintió increíblemente violento al escuchar de la boca de Sherlock aquel querido, pero el otro no dio señales de arrepentirse de haberlo dicho, ni siquiera una pequeña mueca.

-De todos los aquí presentes, además de Gred eres el que más se preocupa de mis tejemanejes ¿Qué hay de malo en que me ayudes? Podrías sacar información en tus horas de consulta…

Iba a contestar que no, que se negaba, pero en cuanto quiso darse cuenta estaba apuntando en una de sus libretas los cotilleos que las señoras que pasaban por su consulta contaban sin pudor alguno como si no pasase nada. Después, llegaron las investigaciones nocturnas, las mentiras a su esposa y por último una visita para nada agradable de su suegro.

John y el Señor Morstan nunca se habían llevado bien, a pesar de que era él el que había conseguido el permiso para que John volviese de la guerra, el que le había conseguido la consulta y la casa en la que los Watson vivían. El hecho de que Morstan no dejase de presionar a John para que dejase embarazada de nuevo a su hija no ayudaba tampoco.

-¿Qué te crees que estas haciendo, John? –Morstan ni siquiera se digno a saludar al entrar aquella mañana en su casa.

-Buenos días a usted también, señor Morstan.

-Mira, chico… -se echo literalmente frente a John, que tuvo que echarse algo hacia atrás, contrariado- no sé que te tramas y porque estas faltando tanto a tus obligaciones en la consulta pero… ya puedes dejar de hacerlo, tienes una familia un futuro prometedor… no lo estropees.

-Yo no estoy estropeando nada, Señor Morstan, solo hago lo que creo correcto…

Aquello desembocó en una discusión que fue subiendo de tono, Morstan atacó a John que, herido ante la actitud de acomodado de su suegro saltó de tal manera que unas horas después estaba preparando en un pequeño macuto todo lo necesario para irse y no volver.

-John…

Mary observaba con impotencia como su marido recorría la habitación frenéticamente de un lado a otro recogiendo cosas.

-No Mary, me ha quedado claro que piensas como tu padre… - la miró entre dolido y cansado, suspirando- Es totalmente respetable pero… no puedo compartirlo…

Cerró la pequeña maleta y se dispuso a salir de esa casa cuanto antes y durante un largo tiempo.

-John… no puedes irte… -susurró Mary girandose hacia él al verlo salir de la habitación- Estoy embarazada…

John se detuvo un instante al borde de las escaleras, apretó con fuerza el asa de su maleta y dio media vuelta

-Lo siento Mary, volveré lo antes posible, debo hacer esto… por ti, por los niños, por todos en general.

-No es necesario, nosotros ya lo tenemos todo…

-Esa es la forma de pensar que me hace huir de aquí…

Besó su mejilla con suavidad y después echó a andar, hacia su nueva vida.

La taberna estaba increíblemente bulliciosa cuando John apareció por allí buscando a Sherlock y a los chicos. Nunca había pasado por aquella zona a esas horas del día, tan pronto, la calle estaba llena de sonidos de carros, voces, risas de niños, olía a comida y a cuero. Hasta vio a un grupo de gatos darse un festín en una esquina.

-Sherlock y los chicos viven al final de esta calle… -le indicó el tabernero desde la puerta.

John estaba visiblemente nervioso, era consciente que en los últimos tiempos había conseguido una complicidad son Sherlock que no todos tenían, incluso el resto del grupo hacía bromas sobre la estrecha relación que mantenían. El medico no le daba demasiada importancia a las bromas, él veía completamente normal admirar a una persona como Sherlock. Admirar como se movía, aquellas malditas formas de conseguir información, le frustraba muchísimo a veces hacerlo entrar en razón pero en el fondo adoraba cualquier cosa que hiciese con él. Ni siquiera podía enfadarse con él en serio.

Cuando llegó al portal en cuestión uno de los muchachos le abrió la puerta, y de buena gana lo acogió, mejor incluso de lo que John se imaginaba.

-Siento si molesto, Marius, yo…

-No digas nada, John, Sherlock estaba seguro de que tarde o temprano ibas a dejar esa palaciega casa para unirte a la causa, todos aquí lo hemos hecho… -dejaron la maleta del medico en una especie de pequeño vestíbulo y Marius lo invitó a pasar- Sherlock dice que teneis noticias.

-Así es, compañero… -Sherlock apareció de la nada con una botella de vino en una mano, seguido de otro de los estudiantes que cargaba con unas sillas- Lamarque ha muerto… es el momento.

El momento. John sabía que era el momento, el momento de luchar, el momento de levantarse y luchar por lo que todos los revolucionarios del siglo anterior consiguieron y que se estaba perdiendo, la chispa de la revolución. La renovación de París. Todo para el pueblo y por el pueblo.

-¿Estáis completamente seguros de que la gente nos seguirá?

-Nunca debéis dudar de eso, compañeros, todos conocemos la miseria que devasta el país… -comentó Sherlock, mirando fijamente a John- Hay que levantarse por el bien de nuestro futuro… ¿Estáis conmigo? Enjolras ha propuesto hacerlo el día del entierro del coronel, avisad a la gente, que se corra la voz ¡La calle será nuestra!

La verdad era que ver a Sherlock completamente entregado a algo era una de las cosas que a John más le gustaba en todo el mundo, estaba tan ensimismado mirándolo que ni siquiera se percató de que lo tenía delante.

-John, sé que soy increíblemente vistoso y no te puedes resistir a mis encantos pero, sal de tu ensimismamiento y sígueme… -pasó a su lado con una sonrisa socarrona- Tenemos que hablar…

-Prométeme que pase lo que pase después de esto vendrás a buscarme…

El cuarto de Sherlock era la cosa más simple que John había visto en mucho tiempo, una cama, una mesa, una lámpara de aceite, una pila y un armario, todo de madera. Nada ostentoso, seguramente los muebles llevasen allí desde antes que París supiese lo que era la luz.

-¿Cómo lo…?

-Vas a saberlo John, no temas, tengo grandes planes para nosotros…

Se hizo un silencio elocuente en el que John volvió a sentir esa sensación de desnudez ante la mirada de su amigo, este sonreía, como si esperase algo que solo él entendía. Muchos decían que Sherlock era simplemente un pirado adicto al opio que se aburría demasiado en su vida, seguramente era así, pero hacía buenas acciones sin ni siquiera darse cuenta.

-¿Lo prometes?

-Lo prometo

-¿A dónde sea?

-Sí.

John extendió la mano para estrechársela pero Sherlock tiró de él de tal manera que antes de poder recomponerse se encontró entre sus brazos. Sherlock lo estaba abrazando, lo estaba abrazando con tal fuerza que durante un instante temió partirse por la mitad pero eso no fue lo que lo sorprendió, fue lo que le dijo, ese pequeño susurro que podría haber sido una alucinación.

-No mueras, John, no sabría que hacer si mueres…

No mueras. No. Mueras. No mueras.

En aquella primavera de 1832, los estudiantes de París se levantan en armas, entre ellos está el conocido medico John Watson y junto a él, marchando hacia lo que será la base revolucionaria camina Sherlock Holmes, detective y espía caminan portando sendas banderas que representan al pueblo, en lucha por la libertad. Ninguno de los dos sabe como se van a suceder los acontecimientos pero son jóvenes y están indignados, creen que el pueblo se levantará con ellos, todo lejos de la realidad.

John nunca sabrá decir en que momento perdió toda esperanza en aquella idea, cuando las ventanas de todas las calles se cerraron a su paso, o cuando sus compañeros, esos con los que había compartido tanto vino y tantas charlas, tantas ideas de igualdad y tantas noches de incertidumbre caían bajo la pólvora de la guardia real, a pesar de eso, y de las insistencias de Enjolras y Sherlock de que abandonasen toda esperanza y volviesen a sus vidas la barricada siguió adelante. Sherlock estaba físicamente exhausto pero parecía no importarle, en realidad estaba tremendamente preocupado por John.

-Watson te digo que te vayas a tu casa…

-¿Y dejaros a vuestra suerte? ¿Después de todo lo que nos ha costado llegar hasta aquí? –Graznó mientras cargaba una de las armas con la experiencia de cualquier soldado- Déjame decirte que no…

-No me perdonaría que te pasase algo, no era una sugerencia, debes irte ahora mismo…

-No eres el único hombre tozudo en esta barricada, Sherlock…

-De eso ya soy consciente, pero por lo visto soy más coherente que tú, vete, ahora que puedes… corre, huye, y luego vuelve a buscarme.

-Que parte de "no pienso moverte de tu lado" no comprendes.

Se hizo el silencio porque a pesar de todo no hacía falta decir mucho más. Cuando acabase todo iría a buscarlo ¿Qué podía perder? Después de todo aquello no podría volver a su casa.

La segunda oleada de disparos fue incluso peor que la primera, no había escapatoria, iban a morir, todos y cada uno de ellos. Sherlock observo con horror como sus compañeros caían uno a uno bajo el fuego de la guardia real, moviéndose con sigilo tras los listones de la barricada buscaba con desesperación a John, entre los cadáveres, entre los vivos. Nunca se perdonaría si le pasaba algo.

Entonces lo vio, en lo más alto de la barricada, apuntando hacia la artillería de la guardia, sin miedo a que pudiese pasarle, Sherlock fue asiéndose a cualquier cosa que le hiciese coger altura para ayudar a su amigo cuando se dio cuenta de que algo no iba bien. A un lado, sobre la cabeza de John, desde una de las ventanas de la calle asomaba la boquilla de un rifle. Ese rifle apuntaba perfectamente a la cabeza de John. No tardó ni tres segundos en calcular que a su amigo le quedaban a penas minutos de vida. Gritó con todas su fuerzas para alertar al medico mientras se lanzaba sobre él.

BUM.

El francotirador de la ventana disparó justo en el momento en el que Sherlock caía sobre su amigo, la bala impactó directamente en el centro de su espalda. Todas las terminaciones nerviosas del cuerpo de Sherlock se tensaron para luego quedarse flácidas, escuchó a lo lejos, demasiado lejos a John gritar su nombre, incluso notó lagrimas y los labios de John demasiado cerca.

Se desangraba, calculó que como mínimo tenía un par de minutos para poder despedirse en condiciones de John.

Su John.

-Sherlock… -el desesperado medico pasó las manos ensangrentadas por la cara de su amigo por novena vez antes de echarse a llorar- Te vas a poner bien…

-John…

Su voz era tan débil, un murmullo, un susurro, ni siquiera era capaz de abrir los ojos. John controlo sus ganas de echarse a llorar de verdad y suspiró.

-Sherlock…

-John… ven a buscarme…

-Lo haré, te lo juro, cuando te pongas bien, cuando salgamos de esto me iré contigo a donde tu quieras…

-Te qu…

Suspiró por última vez entre los brazos de John, que no daba crédito a todo aquello, a su alrededor la barricada temblaba, se movía, retumbaba, pero parecía no importarle, con el cuerpo del hombre que había dado la vida por él, el mejor hombre del mundo. De repente, todo comenzó a temblar mucho más fuerte y gritando el nombre de Sherlock todo se volvió negro.

Bajo una sábana y cubierto de un sudor frío que nadie consigue quitarle yace John Watson, se muere. Aspira y espira tan débilmente que solo se nota si te fijas mucho. Y una sola cosa suena en su cabeza, no se sabe si es lo que lo mantiene con vida o lo que se lo va a llevar para siempre.

Ven a buscarme. Ven a buscarme. Te qu…

John nunca ha sido creyente, nunca practico el culto religioso, pero en su lecho de muerte, en ese estado, la parte que aun queda viva desea tener una oportunidad más con él. En otro lugar. En otro tiempo. Pero con él.