La que más se podía sentir en el Bosque del Ocaso, fuese la estación del año que fuera, era un frío gélido que te calaba hasta los huesos. Era un bosque muy espeso, poblado de carrascas y abedules, con ese olor inconfundible a miedo. Húmedo, pegajoso y tenue, pero aun así seguía oliendo a miedo.
El mercader sujetaba las riendas de las mulas con firmeza, los animales parecieron aminorar el paso nada más cruzar el espeso umbral que separada el Bosque de Elwynn de su destino, debían de estar sintiendo lo mismo que Bellatrice, en aquel lugar imperaba la oscuridad más tenebrosa.
-No te preocupes, muchacha- dijo el hombre forzando un tono jovial –he recorrido este camino miles de veces y nunca ha pasado nada.
Pero su voz denotaba miedo y él mismo soltaba un hedor tan pestilente, que la joven se preguntaba como una manada de lobos no los había atacado ya.
-Aquella senda que ves…-continuó como intentando disipar de su mente algunos oscuros pensamientos –lleva a la que fue la mansión de los Mantoniebla, ahora nadie osa entrar pasadas las últimas luces del día.
Bellatrice agudizó el oído, estaba anocheciendo y podía sentir el canto de los búhos en la lejanía, el movimiento rápido de las ardillas en los árboles. Entonces escuchó un crujir lejano de viejos huesos, casi imperceptible pero amenazador, aquello debía ser por lo que los aldeanos no querían alejarse más allá de Villa Oscura.
Las mulas debieron sentir lo mismo, dieron un parón en seco para luego reanudar la marcha con mayor velocidad, Bellatrice también quería llegar cuanto antes a su destino, se imaginaba que deambular por aquellos caminos en plena noche debía ser lo menos que aterrador. La muchacha dio un suspiro de alivio al ver el arco de piedra pulida que daba la bienvenida a los forasteros que llegaban a Villa Oscura, flanqueados los muros a cada lado por pequeñas lámparas titilantes.
-¡Estas viejas mulas cada vez son más lentas!- gruñó el mercader -¡un día de estos me dejan en mitad del camino y acabo devorado por los lobos! ¡Ahora deberé pasar la noche aquí!
Bellatrice bajó del carromato con los huesos doloridos y fríos, mientras el señor mercader iba al establo a atar a Dolly y Molly, echando peste y temiendo la reacción de su mujer al día siguiente.
-Bienvenida a Villa Oscura, forastera- sonó una aguda y femenina voz a sus espaldas –soy la comandante Althea Cerronegro, ¿habéis venido a ayudarnos por orden del rey Varyan?
La muchacha estaba ensimismada observando la pequeña aldea, asentada en un amplio claro pero aun así rodeada por la oscuridad, que constaba de edificios de distinto tamaña y calidad, pero todos fabricados con piedra y madera oscura. Frente a ella, junto a la fuente, se erguía lo que parecía el Concejo. A su derecha debía ser la posada, con las luces centelleando desde dentro y de dónde provenía un delicioso olor a asado de lobo y a cerveza negra. Más allá, divisó dos caserones y subiendo hacia la montaña, casas pequeñas y acogedoras, donde en la mayoría no había luz alguna.
-Sí- contestó secamente de repente la joven, teniendo a la comandante un pequeño pergamino nuevo donde contenía las órdenes del mismo rey.
-Os pondría al día- dijo Althea mientras leía el manuscrito –pero ya es muy tarde y es mejor no permanecer mucho tiempo fuera… por el frío.
Pero Bellatrice ya había olido su miedo, y aquello no le daba buena espina. De hecho, nada de aquel lugar le proporcionaba sensación de calidez alguna, y desde luego las calles estaba desiertas, salvo por el viejo mercader que caminaba con paso cojo hacia la taberna.
-Brrrr- exhaló – ¡nunca me acostumbraré al frío de este lugar!
-Si queréis- continuó Althea –mañana por la mañana acudid a mí y os informaré de todo lo que necesitéis saber sobre vuestras misiones.
La joven asintió y acompañó al mercader hacia la posada, una bocanada de aire cálida, de olores especiados y sabores caseros, la embriagó de forma reconfortadora. Ambos hablaron con la esposa del tabernero, que les ofreció dos habitaciones individuales para pasar la noche y una suculenta comida, asado de lobo a las finas hierbas y limón, pan recién horneado y untado en mantequilla y todo sazonado con la mejor cerveza negra de la región.
-¿Te he contado ya la historia de la mula que se me quedó atrancada en Villa del Lago?- dijo el mercader medio ebrio y saciado de comida –maldito animal, la de azotes que le tuve que dar para que caminara.
Pero Bellatrice no escuchaba, estaba muy atenta en los diferentes huéspedes que albergaba la posada. Todos parecían reír, beber, pelearse beodamente, pero había algo en dos o tres de ellos que la sobrecogía, quizás fueron sus rostros demacrados o sus miradas furtivas. Sujetó la empuñadura de su puñal varias veces cuando alguno de los comensales se acercaba, pero no tuvo que desenvainar en ningún momento.
Aquella noche, Bellatrice tuvo un sueño agitado. La cama era de paja y las sábanas de lino, pero estaban limpias y suaves, aquello no la perturbó. Fue un sueño rápido, voraz, donde se veía a sí misma envuelta en sombras y el frío parecía calarla hasta las entrañas. Se despertó sobresaltada y creyó ver una figura oscura frente a su cama, quieta como la noche, mirándola con ojos brillantes.
La muchacha dio un grito y como pudo encendió el candil, pero allí ya no había nadie. La mujer de tabernero corrió a su encuentro asustada, ya en ropa de cama y somnolienta, pero cuando la muchacha le contó lo que había visto, ella le dijo que allí todo el mundo ya dormía y ella no había visto a nadie merodear por su habitación.
-Mirad por la ventana- le aconsejó –la Guardia Nocturna vigila las calles, no tenéis nada que temer.
Bellatrice contó seis guardas y vio que parecían estar más preocupados en no congelarse que en cualquier movimiento en la oscuridad. Volvió a la cama, e intentó dormir. Puede que lo hiciese después de todo, pero no pudo evitar sentirse observada mientras permanecía en aquella habitación.
