El desierto no es para los aficionados. Su padre le dijo esto una y otra vez, prácticamente cada día hasta que terminó su entrenamiento. Había respeto en la voz de él y Rasa no era hombre de dirigir respeto a nada. Su padre había sido exigente, duro, poco afectuoso, pero personalmente garantizó que sus hijos cargasen su legado. Kankuro podría no haber heredado el dominio de la arena como su hermano pequeño, pero el desierto era su casa.

Miró alrededor con admiración. No había nada. La inmensidad de arena volvía iguales todos los lados, el calor o el frio, ambos en exceso, dificultaban seguir adelante. Esto podría enloquecer una mente no preparada, aunque fuera el menor de los peligros que el desierto podría proporcionar.

Se detuvo cuando finalmente pudo ver la aldea. Agarró su bolsa de suministros en busca de su botella de agua. Luego oscurecería y quería llegar a tiempo de cenar con sus hermanos. Tenía que apresurar el paso o cenaría solo otra vez. En algún momento en el último año estar solo se había convertido en una incomodidad. Aún sentía los efectos de la guerra. En su cabeza, en sus huesos, en el sudor frio que discurría por su cuello al menor recuerdo. La guerra no hizo que madurara, la guerra lo envejeció. Se sentía cansado, ajado.

Guardó la botella con cuidado antes de retomar el paso. Centró su atención en el camino, no quería que su mente vagase. Quería aprovechar aquel momento de travesía. Aquella sensación de conquista que sentía todas las veces que atravesaba el desierto, sin importar cuantas veces lo hiciese. Era uno de los pocos momentos que sentía que daba orgullo a su padre. Que sentía que era un Sabaku no.

Con el canto de los ojos captó un movimiento. Algo desentonaba del desierto, muy sutilmente. El viento había hecho que la arena revelara un pedazo de tela. Se apresuró, desviándose de su camino. No era raro encontrar cuerpos soterrados por la arena. Las personas insistían en subestimar el poder del desierto y caminaban directamente al matadero. Se arrodilló y alejó la arena rápidamente, descubriendo una mujer. Comprobó su pulso, estaba viva. No había sangre en sus ropas, ni ninguna herida aparente. Una víctima del desierto, seguramente.

Levantó a la mujer en sus brazos sintiéndola tibia contra su cuerpo, y corrió hacia la entrada de la villa. Ella precisaba atención médica lo más deprisa posible, era un milagro que la hubiera encontrado todavía con vida. Saludó a los guardias de la entrada y se dirigió directo al hospital.

– ¡Ayuda!

Gritó al entrar, interrumpiendo el silencio y la calma del lugar, sintiendo una desesperación anormal. Al poco una enfermera llegó con una camilla y le ayudó a acostar a la mujer. Los médicos de Suna estaban más que preparados para lidiar con los efectos del desierto. En instantes se vio solo y preocupado, encarando la puerta por donde la enfermera había pasado. Era una desconocida, ¿Por qué se sentía tan afectado?

– Bienvenido de vuelta.

Se sobresaltó con la voz de su hermano menor. A veces envidiaba la tranquilidad que él aparentaba, su voz era siempre moderada y su expresión limpia. Excelentes características para un líder, por eso él lo era. Debería imaginar que los guardias avisarían que entrara con una desconocida. Era algo que el Kazekage precisaba saber. Era él quién decidiría se la mujer representaba peligro o no. A pesar del fin de la guerra y los tiempos de paz, todavía estaban todos recelosos.

– No tenías que venir. Ella no despertará hasta mañana y estoy aquí para vigilarla.

Su tono no había sido agradable ni pasivo como el de su hermano e inmediatamente se arrepintió de eso. En parte pensaba que él trabajaba demasiado y debería delegar funciones. Y en parte quería que lo considerara capaz. Recibieron el mismo entrenamiento y era su hermano mayor, Gaara debería confiar más en sus habilidades.

– Yo no vine por la enferma, vine para verte a ti.

Había un poco de diversión en su voz, muy bien ocultada en el tono compasivo que usaba. Gaara podía ser un auténtico hermano pequeño y lo irritaba como solo un hermano consigue. Pero en frente de las personas no podía rodar con él por el suelo intentando ahogarlo. Tenían que mantener una pose de Kazekage y Shinobi.

– Hiciste un largo viaje y necesitas descansar. – Continuó. – Llamaré a otra persona para vigilarla y nosotros dos vamos a casa.

Asintió, pero no quería realmente aceptar esa propuesta. Estaba feliz al saber que su hermano se preocupaba por él y que no estaba allí por no considerarlo capacitado. Pero la verdad era que el sentimiento de urgencia no había abandonado su cuerpo desde el momento que vio aquél trozo de tela ocultado por la arena. No quería partir sin tener la certeza de que la mujer estaba bien.

– ¿Temari está en la casa? – Preguntó intentando ganar tiempo. – Ella ha pasado tanto tiempo en Konoha que cualquier día de estos nos enviará una carta diciendo que no va a volver.

– Ese día llegará. – Declaró con un poco de tristeza. – Debemos aprovechar mientras la tenemos aquí.

La aproximación de la enfermera le ahorró de responder. No eran tan cercanos, la partida de su hermana mayor no le causaba tristeza, en lo contrario, era un alivio.

– Kazekage. – Saluda con timidez. – La paciente está estable.

No lo saludó, ni siquiera reconoció su presencia. Era como si al lado de su hermano, Kankuro no existiese. Estaba celoso y al mismo tiempo mortificado por eso. Era su hermano, había pasado por mucho y debía estar solo orgulloso de él.

– ¿Podemos hablar con ella? – Dice áspero, ganando la atención de la enfermera.

– Pueden verla. – Dice con el semblante cerrado. – Pero la mantendremos sedada algunas horas más para que su cuerpo tenga el descanso que precisa y se recupere adecuadamente.

– Vamos a verla. – Afirma, interrumpiendo la siguiente frase de su hermano.

Sabía que él diría que volverían cuando la mujer estuviese despierta, ese era el procedimiento, pero necesitaba ver con sus propios ojos que ella estaba bien. La enfermera le miró con curiosidad y su hermano mantuvo la cara inexpresiva, pero sabía que ambos compartían el pensamiento de que estaba actuando de forma extraña. Él también estaba pensando eso.

Caminó al lado de su hermano por un largo pasillo lleno de puertas. La enfermera lideró el camino, sin mirar hacia atrás, los guió hasta una de las puertas y les dio paso a ellos antes de entrar y cerrar la puerta.

– Ella no tenía los efectos normales de una persona que había estado perdida en el desierto. – Informó. – Pero su cuerpo estaba bastante debilitado.

Ni él y ni su hermano prestaron atención, ambos estaban observando a la mujer dormida. Por fin podía respirar aliviado viendo como parecía serena. Se volvió hacia su hermano para decir que podían irse, pero se detuvo. Por un instante pudo ver algo en el rostro de Gaara, pero luego volvió al antifaz blanco que él siempre usaba. Fue tan breve que no pudo identificar lo que era y ahora casi dudaba de que realmente había visto alguna cosa.

– ¿A qué hora la van a despertar? – Pregunta formalmente.

– Alrededor de las ocho horas, Kazekage.

– Vendré mañana a conversar con ella.

– Cierto, Kazekage, dejaré dicho que deben aguardarlo.

– Gracias. – Agradece a la enfermera. – ¿Vamos a casa? – Pregunta al hermano. – Temari debe de estar impaciente esperándonos.

– Sí, vámonos.

El camino hacia la casa había sido extraño. Su hermano estaba normal, pero diferente. Como si el cambio en él fuera tan interno que apenas se notara. Hablaron acerca de su viaje, de las cosas que pasaron en su ausencia. Y durante la cena, lo mismo. Comieron y conversaron como siempre hacían cuando conseguían reunirse así. Pero aquel Gaara que estaba allí no era el mismo.