I. Negación
Ya había sido testigo de setenta y tres mil puestas de sol desde que las antiguas diosas le encomendaron custodiar la Trifuerza. O tal vez no: aquella manera de contar cuánto llevaba cumpliendo su cometido le resultaba arbitraria, además de particularmente tediosa. A pesar de ser aquella la dimensión de la que la nombraron guardiana, el tiempo nunca significó demasiado para Ella, que había existido siempre y siempre lo haría.
Pero el resto de seres que habitaban aquella tierra no pensaban lo mismo. No, todos dejaban que el transcurso del tiempo rigiera sus vidas: la noche y el día, el paso de las estaciones, la vida y la muerte… En esto la Diosa del Tiempo no veía más que cambios insignificantes, aunque bien era cierto que las sombras ominosas de la noche y el momento en que uno de los seres que velaba moría le causaban sensaciones que no lograba describir. ¿Pavor? ¿Tristeza? ¿Acaso debía sentir algo que no fuese el deseo de cumplir con su cometido?
Los seres que las antiguas diosas crearon a semejanza de la Diosa del Tiempo (¿o fue Ella la creada a semejanza de estos? Los planes y los designios de las diosas de antaño eran inescrutables) le inspiraban algo más: decepción. Si entre todas las razas de aquella tierra contaba el tiempo con esclavos, eran, sin duda alguna, los humanos. Tal vez fuera a causa de la consciencia que tenían de su propia mortalidad: vivían menos que las otras razas y eran los únicos que enterraban y honraban a sus muertos. También parecían tener alguna creencia en la vida más allá de la muerte; la Diosa suponía que aquello les facilitaba mucho la tarea de matarse los unos a los otros en sus interminables guerras.
Aunque consideraba la continua siembra de caos y de muerte por parte de los humanos una afrenta a Su autoridad y hacia el mismo Tiempo, nunca intervenía: Su deber era custodiar la Trifuerza, cuya existencia desconocían por completo. Unos seres que ni siquiera habían adoptado la lengua común de todos los habitantes de aquella tierra no eran capaces comprender el poder omnímodo… pero eso era algo que los hacía potencialmente peligrosos. Pensó que lo mejor sería observar cómo evolucionaban durante más tiempo antes de tomar una decisión al respecto.
De todas formas, tampoco sabían nada acerca de la Diosa, mientras que el resto de razas le rendían culto. No se podía decir que las muestras de religiosidad fueran especialmente complejas: simplemente le ofrecían ofrendas, rezos, y celebraciones (regidas por el paso de las estaciones, muy a su pesar). Si requerían algo de ella, les bastaba con entonar una canción que las diosas de antaño le legaron, y que Ella enseñó a las criaturas de aquella tierra. Una melodía, tan antigua como el tiempo, que la invocaba allí donde alguien la necesitase.
Cuando una humana la llamó, la Diosa se quedó estupefacta. ¿Cómo podía una niña humana conocer la canción? ¿Por qué hablaba una lengua tan parecida a la lengua común? Y había algo más: la chiquilla ni siquiera pertenecía a la Era de la Diosa. Sonrió; el nombre de la melodía era bien merecido si podía traspasar de aquel modo las fronteras del tiempo. En un primer vistazo, la niña guardaba considerables semejanzas con los otros miembros de su raza, aunque parecía que en su época ya habían descubierto la gran utilidad de la ropa (aunque, a decir verdad, ninguno de los seres que Ella protegía en su presente se preocupaba por tales pormenores); sin embargo, sus ojos azules, que se reflejaban en los de la misma Diosa, poseían un brillo, una sabiduría y una fuerza que no había visto jamás en ningún humano.
«Por favor… por favor, protegedlo». Humana o no, la Diosa no podía ignorar las peticiones de auxilio que la canción le traía; además, si la chiquilla conocía esas notas y Su existencia… ¿acaso los humanos habían terminado por dedicar sus vidas a algo que no fuera causar la muerte entre los suyos? Era la primera vez que le inspiraban algo más allá de la decepción que siempre le habían causado: esperanza. Y la Diosa creía que la Trifuerza era el símbolo que los dioses antiguos habían dejado para dar esperanza a sus creaciones: como guardiana de aquel poder, había de ayudar a todo aquel que depositara su fe en Ella.
—La Diosa del Tiempo escucha tus plegarias, humana. —Con estas palabras, aceptó su ruego.
Pronto la melodía le envió otra llamada de auxilio. Desde una tierra maldita y condenada a la destrucción, abandonada por toda divinidad y ajena a la que Ella protegía, alguien le rezó. O tal vez fuese algo. El cuerpo de aquel ser era de madera y no se parecía a nada que la Diosa hubiese visto jamás; pero en sus ojos se vislumbraba el mismo brillo y la misma fuerza que en los de la humana (¿era este a quien deseaba que protegiese?). En su mirada ardía fuego.
«¡Diosa! Por favor, ¡dadme tiempo! ¡Puedo ayudarlos a todos! ¡Solo necesito más tiempo! », suplicó aquel ser en su mente.
—¡Por favor! ¡Ayúdanos! —gritó una voz irritantemente aguda. Un hada.
Una ciudad que hasta prácticamente el último momento se negó a aceptar la destrucción inminente; un pantano tan lleno de ira que sería capaz de matar a un inocente en su búsqueda sin sentido de falsos culpables; una montaña llena de desesperados que negocian con su suerte, creyendo que un héroe caído logrará salvarlos; un océano sumido en la depresión y la pasividad; un valle que por fin había aceptado el destino ya decidido para esa tierra y sus habitantes: destrucción. Lo mejor que podía pasarle a aquella tierra de desdichados era la destrucción más absoluta.
Mas aquellos dos no cejaban en su empeño. «Tiempo», «tiempo»… no paraban de repetir esa palabra en la que Ella no veía tanta importancia; no paraban de luchar contra esa palabra que tanto necesitaban. La Diosa analizó al ser de madera con atención y se dio cuenta de que poseía algo que sí conocía: un alma humana. Un alma completamente diferente a la de los que Ella conocía, pero humana al fin y al cabo. Un espíritu inquebrantable que se negaba a aceptar aquel destino. Esperanza. El poder omnímodo que las diosas de antaño entregaron a su creación. Su deber de custodiar la Trifuerza. Su deber de ayudar al humano encerrado en el cuerpo de madera.
Determinó acceder al ruego: quizá el ser de madera pudiese cambiar el futuro de aquella tierra.
El muchacho encerrado en un cuerpo ajeno y el hada que lo acompañaban sintieron una sacudida. La Luna que hace unos segundos se hallaba a escasos metros de ellos se alzaba hacia los cielos. Los fuegos artificiales que anunciaban el comienzo del Carnaval eran otra vez pequeñas chispas. Las gentes que huyeron inútilmente a los lugares más recónditos que encontraron durante aquellos tres días volvían a sus hogares. La lluvia del segundo día que pasaron allí ascendía a las nubes. Las lágrimas que la Luna derramaba regresaban a sus ojos.
El chiquillo y el hada se encontraban otra vez en las puertas de la ciudad. Todo había comenzado de nuevo. Los carpinteros seguían trabajando en la preparación del Carnaval; comenzaba el día a día de los habitantes; la gente apenas le prestaba atención a la Luna —¿no mostraban su rostro más dolor que antes?—. Sin embargo, el chico notó que sostenía algo entre sus nudosas manos que no tuvo en la primera ocasión que cruzó el umbral: un instrumento en el que se reflejaba algo que no había visto desde que había sido transformado. Una sonrisa.
«Gracias… », pensó, llevándoselo al pecho.
No puedo no apoyar la teoría tan popular de que Hylia es la Diosa del Tiempo. Tampoco puedo no pensar que, en la saga de Zelda, el tiempo no es una progresión estricta de causa y efecto, sino que, desde un punto de vista no-linear y no-subjetivo, es… algo que no sé cómo se tradujo al español. Y también me resulta muy interesante la observación de que en Majora's Mask se representan las cinco etapas del duelo.
Y de estas tres ideas nació esta cosa, en la que el Link que fue el Héroe del Tiempo inspirarán a Hylia para elegir al Link de su época y al de SS como sus héroes; en la que la sabiduría y la fuerza de la Zelda harán que la opinión que la Diosa tiene de los humanos cambie tanto que terminará sacrificando su vida inmortal para salvarlos, dando origen a Hyrule y a la Familia Real de la que la princesa forma parte. Y en la que el Héroe del Tiempo sufrirá, porque being the Hero of Time is suffering.
