Capítulo uno: El robo del archiduque.
Artemis Fowl II y Mayordomo salían de un caserón antiguo del sur de Rusia al que habían ido a robar un valioso retrato del archiduque Stephan Badiminski, pintado por un famoso pintor polaco y valorado en más de 20000 libras. Lo extraño era que no encontraron a nadie en el lugar, pero tenía la pinta de haber sido usado hace poco como colegio.
De repente, Artemis oyó una voz a sus espaldas.
-¿Mayordomo?
-Sí, yo también lo he oído-dijo el guardaespaldas sacando su varita mágica, la Sig Sauer semiautomática.
Entonces Artemis miró a su alrededor pero no vio a nadie y volvió a oír la tos muy cercana a ellos. Inconscientemente quitó la tela que cubría el cuadro. Artemis había perdido la capacidad de asombro al conocer a las criaturas mágicas, pero lo que vio por poco le hace dar un salto: el archiduque Stephan les miraba con el ceño fruncido y carraspeaba con la garganta. Artemis miró el reverso del marco para ver si era obra de la tecnología; pero no consiguió encontrar nada.
Casi se le cae el cuadro de las manos cuando el archiduque habló:
-¿Quién te crees que eres maldito muggle para robarme tan pancho?
Artemis tardó un par de segundos en reaccionar.
-Perdón, ¿cómo me ha llamado?
- Muggle, estúpido. Esos humanos inútiles que nos amargan la vida a los brujos.
Artemis sentía curiosidad así que decidió darle cuerda. Mientras tanto, Mayordomo aún con la Sig Sauer, miraba petrificado el cuadro.
-Oh, muggles, perdón, es que no lo había entendido, por supuesto, yo también soy brujo.
-Más bien aprendiz de mago, porque se ve que todavía no has cumplido la mayoría de edad.
Un rastro de enojo asomó a la cara de Artemis, pero lo borró enseguida.
- Era una forma de hablar. Bueno, ¿Dónde está todo el mundo?
-¿Dónde has estado, debajo de una piedra? ¡El director era mortífago! ¡Huyó y cerraron el colegio! Pero no le sirvió de mucho, quien-tú-sabes le encontró.
¿Quién-yo-sé?¿Pero de qué dem…?-Artemis se corrigió-¡Ah, claro! Sí por supuesto. Ése. Ya… y… ¿qué le hizo?
- Tú qué crees chico. Traicionó a demasiados de los suyos como para que tuvieran un mínimo de piedad con él.
-Ah, vale.
Artemis fue poco a poco, atando cabos. Y siguió dándole cuerda mientras iba en el asiento de atrás del todo terreno alquilado. Mayordomo no había pronunciado ni una palabra.
-¿qué pretende quién-ud-sabe yendo por ahí matando a la gente?
-Eso mismo nos preguntamos todos. Pero creemos que quiere matar a Harry Potter, supongo que sabes quién es…Ya sabes, el niño que vivió.
Artemis se preguntó si habría alguna base de datos en Internet sobre "el niño que vivió"; pero desechó enseguida la idea.
-Sí por supuesto. ¿Quién podría no conocerle?
-Claro, es que ¿quién iba a pensar que tan sólo un niño de un año iba a derrotar a un mago tan malvado hace dieciséis años?
-Sí claro –y dio por concluida la conversación.
Por fin llegaron a la mansión Fowl, -el cuadro todavía en un paquete insonorizado en el que le habían metido por si las moscas- y Artemis se dirigió a su despacho y lo desembaló.
El cuadro le preguntó.
- Por cierto ¿a qué colegio vas?
-Yo… emmm… iba al mismo que Potter.
-Sí, pero creo que estaban hablando de cerrarlo. El pasado mes de Junio mataron al director…una tragedia…
Era la gran oportunidad de Artemis:
-Y…¿sabes de algún otro colegio por la zona? Ya sabes, no de los normales…
-Pues… creo que en Gran Bretaña no hay más colegios que Hogwarts…
Y Artemis, poco a poco, iba recopilando datos para encontrar al tal Potter, porque le había picado la curiosidad enormemente. Otro tipo de magia distinta a la de las criaturas, eso era muy, pero que muy interesante…
-Pero, chico, ¿dónde está tu varita? ¿por qué tus cuadros no hablan? ¿por qué no tienes elfos domésticos correteando por la casa? ¿por qué no veo ningún aparato mágico por ahí, recordadoras o cosas así? ¿Qué hay de lechuzas, gatos o sapos? ¿Ni siquiera un mísero duendecillo de cornualles? ¿Te gusta el Quidditch? Sí, supongo, como a todos, ¿de qué equipo eres?
Artemis, haciendo una demostración de su increíble intelecto y su magnífica memoria respondió a todas las preguntas, una por una:
-Se me rompió a varita, como a mi casa vienen muchos muggles, los cuadros no se mueven. Por la misma razón no tengo elfos domésticos, ni aparatos mágicos; las recordadoras –dijo creyendo adivinar lo que eran- como ves no las necesito y en cuanto al resto… prefiero confiar en mi propia cabeza. No me gusta tener animales, ni siquiera un mísero duendecillo de cornualles. Y –dijo suponiendo lo que era el Quidditch- no me gusta mucho el deporte que digamos.
- Vaya. Me dejas impresionado, chico. En cuanto a lo de la varita, yo iría cuanto antes al callejón Diagon a comprar una nueva.
-Sí, ya iré. Tengo muchas cosas que hacer por el momento.
-Oye, y… ¿qué vas a hacer conmigo?
-Pues tenía pensado donarte al museo de Munich; pero porque no me habían dicho que esa… ese colegio fuera de brujos, así que dadas las circunstancias, me temo que te quedarás conmigo por el momento.
Y así, poco a poco, se fue enterando de la mayoría de cosas relativas al mundo de los magos. Stephan Badiminski se lo iba contando todo sin darse cuenta y Artemis muy pronto se enteró de la historia de Harry entera, de todo lo que se sabía públicamente de Voldemort, menos su nombre ya que el cuadro no lo pronunció ni una vez, y de muchas cosas más.
Un día, cansado ya de que el cuadro siempre hablara de lo mismo, decidió buscar al tal Potter. Stephan le había dicho que la zona del colegio era Gran Bretaña, sin darse cuenta…
-Así que tendré que buscar en el registro civil de toda ella para encontrarle-. Le explicó Artemis a Mayordomo un día mientras desayunaban.
-Pero un registro civil no te lo dejan mirar así como así-. Replicó éste-. Y aunque dijeras que eres un pariente perdido te pedirían que lo demostraras; pero supongo, por la cara que pones que ya habías pensado en eso.
-Exacto, mi querido Domovoi, y ahí es donde entras tú.
-¡Ay! –dijo Mayordomo con cara de adivinar lo que pensaba su amo- Me temo que esto va a ser parecido a lo del robo de El Ladrón Mágico, ¿no?
-Por supuesto Mayordomo. Eso fue un plan perfecto; éste también lo será.
Y así, nuestro muchacho fue trazando su maquiavélico plan.
Dos días más tarde, Artemis y Mayordomo se encontraban delante de la comisaría de Londres. A la hora punta. Nadie se asombró de que un padre con su hijo entrara en un despacho para hablar con el guardia mayor.
Éste los recibió en una antesala, que hacía las veces de segundo despacho pues no le gustaba que la gente entrara en el suyo, situado justo detrás, donde se encontraban todos los documentos importantes, incluidos los registros civiles.
En la pared de al lado de la puerta por la que entraron se hallaba la entrada a la susodicha sala. Entre las dos puertas y pegada a la pared había una pequeña estantería en la que el guardia coleccionaba sus trofeos. En frente de la puerta de entrada estaban la mesa y las dos sillas en las que les recibió. Y en una esquina, encima de ésta, estaba lo primero en lo que se fijó Artemis al entrar: la cámara de vigilancia.
Mayordomo se sentó en la silla de delante de la cámara, pegado a la pared, todo lo erguido que pudo y Artemis en la otra.
El euroasiático le empezó a contar al poli todo un año de batallitas con un señor al que habían apresado, John Spiro, y que ahora había escapado de la cárcel y les perseguía. Mayordomo había ido, supuestamente a poner una denuncia; pero entre él y el guardia, que era un hablador se liaron a contarse su vida y Artemis hizo como que se aburría y se fue a ver los trofeos de la vitrina.
Se agachó para ver los de abajo y en ese momento quedó completamente cubierto de la cámara por el cuerpo de mayordomo. Ese era el momento.
Mayordomo dijo:
-¡Mira! Ése es Spiro –señaló por la ventana- ése es y hasta nos sigue hasta aquí para vigilarnos.
Y el guardia se dio la vuelta y miró por la ventana. En ese momento Artemis abrió un poco la puerta del despacho, entró a gatas y volvió a cerrar. La cámara no captó el movimiento de la puerta pues ésta se abría hacia el otro lado, así que para los vigilantes, Artemis seguía agachado, y para el guardia, que volvió a su silla con aire despistado, también.
Por supuesto todo esto se lo había descrito Artemis a su guardaespaldas con pelos y señales, incluso con un mapa, antes. Y también había dicho que el guardia era demasiado chulito como para dejar que pusieran una cámara en su propio despacho personal. Así que Artemis se pudo poner de pie ahí sin problemas.
Sin perder un minuto se fue derechito al archivador de registros, buscó todos los Potter con ese nombre y encontró siete, de los cuales sólo tres, eran menores de edad, y sólo uno se llamaba Harry, así que hizo fotos digitales de todas las hojas relacionadas con él y sacó el móvil.
Mayordomo empezaba a quedarse sin argumentos, pues su amo había tardado mucho en aburrirse, para que pareciera más realista; cuando, de pronto vibró el móvil tres veces. Era la señal.
-¡Mírele! –gritó de nuevo señalando por la ventana- ¡Otra vez está ahí! ¿le ve? Detrás del árbol.
Y cuando Artemis oyó a través de la puerta que el guardia se levantaba, supuso que estaba ya mirando, abrió una rendija la puerta y salió a gatas.
-Ha salido corriendo –dijo levantándose como si hubiera estado todo el tiempo mirando los trofeos- le he visto huir calle arriba.
Y así se dio por zanjada la cuestión. Mayordomo puso la denuncia y los dos salieron de la comisaría muy contentos.
-Otro plan magníficamente exitoso –comentó Artemis.
-Sí –corroboró Mayordomo- todos los planes que haces tú, amo Artemis son completamente exitosos siempre.
Y se metieron en el coche, Artemis con media sonrisita de vampiro asomando a su cara y un brillo, casi malévolo, en sus oscuros ojos azules.
Dos días después Mayordomo se encontraba trasladando sus cosas y las de Artemis a un pequeño y no muy lujoso hotel de Surrey. Mientras tanto, Artemis se dirigía directo y seguro hacia el número cuatro de Privet Drive.
