Esta es una traducción de la fic escrita por Flora Fairfield una gran escritora brasilera que lamentablemente murió hace más o menos un año. Fue con esta historia que empecé a leer fan fics y por eso es tan importante para mí…
Espero que les guste tanto como a mí…Diviértanse
Capitulo 1- Encuentro
27 de Enero
Draco Malfoy miro su reloj impaciente. Estaba terriblemente atrasado. Paso por el Monumento a Vittorio Emanuele II corriendo, chocándose con las personas en la calle. Finalmente, llego a la base de la escala que iba hacia el Capitolio agitado. El detestaba sentirse agitado. Detestaba estar desorganizado. "¿todo esto para que?", se preguntaba mentalmente, mientras hacia lo que podía para recomponerse antes de comenzar a subir, "Para encontrarme con una chica que con seguridad no vale la pena." En retrospectiva, sin embargo, el no podía dejar de pensar que en toda su vida nunca había encontrado una chica que realmente valiese. Una voz en el fondo de su mente tenia el incomodo habito de decirle que talvez el problema fuera el y no ellas, pero Draco prefería fingir que no oía. Desde que recordaba, esa había sido una de sus especialidades: fingir que no veía, que no escuchaba, que no le importaba. El era bueno en eso.
Con un suspiro – y después de asegurarse de que su apariencia era aceptable- comenzó a subir las escaleras. El sol de invierno estaba ocultándose y el cielo empezaba a teñirse de un azul más oscuro. Pero aun había claridad suficiente como para que el viera sus propios pasos y las personas a su alrededor. Algunos turistas bajaban, otros subían, con cámaras fotográficas en las manos, hablando animadamente a pesar de las expresiones cansadas. Al final, ya era el fin del día y ellos probablemente estaban caminando desde la mañana. Habían muchas cosas en la ciudad para visitar. La primera vez que el puso los pies sobre Roma, aun era un niño, y Draco se sintió como ellos, impresionado, hasta fascinado. Eso, había sido hacia mucho tiempo atrás. Ahora, Draco Malfoy subía las escalas del Capitolio con una mirada indiferente. La misma forma con la que el veía todo en su vida. El ya no era un niño viendo todo por primera vez. Lejos de eso, el era un hombre de treinta años que había perdido todos sus sueños de infancia. Como todos, el tenía su cuota de arrepentimientos, pero optaba por no prestarles atención. Al contrario: el prefería simplemente ignorarlos y seguir con su existencia, ya que el pasado no se puede cambiar. El, Draco Malfoy, hacia mucho tiempo se había conformado con las elecciones que había tomado de joven y sus consecuencias. El ya estaba acostumbrado con el hecho de que pasaría el resto de sus días como un monstruo en el mundo mágico. Por eso estaba subiendo las escalas hacia la Plaza del Capitolio al fin de una tarde de invierno para ver una mudgle con quien venia encontrándose en el último mes. Ninguna bruja de una familia respetable aceptaría verlo. El sabia eso, Y lo peor es que no era por ninguno de los actos hediondos de su padre y si por los suyos.
No que, en su opinión, sus actos hayan sido tan horribles. El no tenia la marca negra en su brazo. Había sido demasiado orgulloso en su juventud como para aceptarla, para tener a alguien dominándolo de esa forma. No en realidad, el mayor pecado de Draco Malfoy fue exactamente la indiferencia. El recuso la Marca, si, pero en lugar de luchar, el simplemente huyo. Y cuando finalmente Voldemort fue destruido por el único e insuperable Harry Potter, todo cambio. El mundo mágico salio de una guerra cruel y sangrienta, que solo fue vencida a expensas de un alto costo, por lo que nada volvió a ser igual. Las personas aun no se han recuperado completamente después de diez años. Y aquellos que sufrieron o que perdieron personas queridas en el campo de batalla, comenzaron a culpar no solo a los Comensales de la Muerte y a los otros aliados de Voldemort, sino también a todos los que habían escogido no involucrarse. Se volvió algo vergonzoso para cualquiera no haber participado de la guerra. Así, a pesar de que la ausencia de la Marca Negra le haya asegurado una vida fuera de Azkaban, su indiferencia lo condeno al ostracismo social. Si, el aun tenia dinero, pero solo eso. El logro hacer el apellido Malfoy aun más despreciable y todo por el hecho de que no le importara nada a demás de su propia piel. No fue por cobardía que huyo. De ninguna forma. Fue solo indiferencia.
No le habían quedado muchas opciones después de eso. Salio de Inglaterra y se fue a vivir a Roma, lejos de todo. Irónicamente, empezó a vivir más cerca de los mudgles, donde nadie lo conocía. El, racista y arrogante como nadie. Recordando todas las tonterías en las que creía cuando era joven, Draco dejo escapar una leve sonrisa. El escogió aprender por la forma difícil, es verdad, ya que la vida es una profesora implacable, pero no dejo de hacerlo. No, Draco Malfoy ya no era un niño. Era un hombre. Un hombre sin ilusiones, sin sueños y sin mucha esperanza, pero aun así, un hombre.
Finalmente llego hasta la plaza. Coloco sus manos en los bolsillos de la chaqueta, alejando de su mente todos los pensamientos sobre el pasado – al final, no es muy productivo pensar sobre algo que nunca va a cambiar – y comenzó a bordear la plaza en busca de la chica. Miro cuidadosamente alrededor suyo. Ella debería estar cerca de la estatua de Marco Aurelio, en el medio de la Plaza, pero no estaba. Draco la busco con sus ojos por los balcones de los tres pisos que rodeaban la plaza, pero aun así no la encontró. Con un suspiro resignado, miro su reloj por última vez. No, el no podía culparla. Esperar que ella aun estuviera ahí una hora y media después de la que habían marcado era demasiado. La verdad, con todo, no le importaba. Por más triste que pueda sonar, ella no le haría ni un poco de falta.
Aun con las manos dentro de los bolsillos, parado cerca de a la estatua, con todas las personas moviéndose a su alrededor, Draco se sintió de repente muy cansado. Cansado de su vida, El no podía dejar de pensar que estaba estancado, mientras que todo mundo, incluso las estrellas que aparecerían en cualquier momento en el cielo estaban en constante movimiento. El sabía que no podría continuar de esa forma por mucho tiempo. El necesitaba algo por que vivir.
Intentando decidir que hacer – y al mismo tiempo intentando adiar esa decisión lo máximo posible- el se volteo y comenzó a caminar en la dirección opuesta a las escalas, con la intención de sentarse en un escalón en frente a la fuente de la plaza. Fue ese simple acto, esa simple elección, que cambio su vida – en todos los aspectos posibles- pues cuando Draco se volteo la vio. En varios momentos en los años siguientes, el había intentado imaginar que habría sucedido si la chica con la que debía encontrarse lo hubiera esperado, o si el simplemente hubiera decidido irse, o hubiera llegado a tiempo. Entonces no la habría encontrado. Y todo sería diferente. Pero para su suerte y ruina, no en tanto, el no había llegado a tiempo, ni encontrado a la chica, ni se había ido. El estaba allí. Y ella también.
Sentada en el mismo lugar en el que el lo pretendía hacer, ella era, como el, la única persona en el Capitolio que parecía estática. Con un cuaderno apoyado sobre sus piernas y sosteniendo despreocupadamente un lapicero entre sus dedos, ella mantenía la cabeza levantada, los ojos presos en el horizonte. Instintivamente, Draco se volteo para mirar en la misma dirección que ella y comprendió porque estaba tan absorta. Ante el, estaba el anochecer más lindo que sus ojos ya habían presenciado. En el cielo, era posible ver los más variados y lindos tonos de azul, más oscuros en la parte más alta y se volvían gradualmente más variados y claros a medida que se iban aproximando a la línea que formaban los edificios de la ciudad. Por un instante, el se quedo sin aliento, sin palabras, absolutamente boquiabierto ante tamaña belleza y ante el hecho de que habría pasado desapercibida si no fuera por aquella mujer sentada silenciosamente en la plaza. El no podía creer que una persona pudiera ignorar algo tan lindo. Cuando finalmente la noche termino de caer, y un azul oscuro comenzó a servir de fondo para las estrellas, el dejo de mirar el horizonte y se volteo hacia la mujer. Al contrario del, ella aun tenía los ojos clavados en el cielo. El la observo por algunos instantes, también sin aliento, intentando absorber cada pedacito de información sobre ella. Había algo en ella que lo atraía. Un cierto aire de belleza melancólica. Sus ojos eran los más tristes que había visto. Tan tristes que llegaban a se impresionantes. Y entraban en conflicto con su cabello extremamente rojo, que recordaba la vida.
El no noto cuan extraño se debía ver para cualquier persona que lo observara, parado en el medio del camino entre la estatua y la fuente, con las manos en los bolsillos, observándola como hipnotizado, sin lograr moverse. El mal noto cuando ella, presintiendo su presencia, dejo de mirar el horizonte y miro directamente hacia el. Aun hechizado, el prácticamente no noto cuando ella guardo en un bolso el cuaderno y el lapicero y se levanto. Sin lograr salir de donde estaba, todo lo que el hizo fue observar, mientras ella caminaba despacio. Fue solo en el momento en que ella paro exactamente frente a el y lo miro con grandes e interrogadores ojos castaños que Draco salio del transe. El abrió la boca para decir alguna cosa, ni el sabia que, pero, antes de que pudiese hablar, una voz melodiosa lo interrumpió.
-¿Intentando recordar de donde nos conocemos, Malfoy?- ella pregunto. Draco ciño las cejas confundido.
- ¿Nos conocemos?- el dijo en voz alta antes de que pudiera controlarse.
- Si.- la mujer respondió con una leve sonrisa. Malfoy no pudo dejar de notar que la sonrisa, no en tanto, no llegaba a alcanzar sus ojos, que parecían igual de tristes. –Hogwarts- al oír eso Draco sintió que se quebraba por dentro. Entonces ese ángel que había acabado de encontrar lo despreciaría. – Cabello rojo- ella continuo, viendo que el aun no sabia con quien estaba conversando.- ¿Pecas y ropa de segunda?- "Dios mío" el exclamo mentalmente.
- Weasley.
- Exacto.
- Dios mío- el repitió, esta vez en voz alta.- Debes odiarme.- Draco susurro más para si mismo que para ella.
-¿Odiar? – Weasley dijo calmamente.- No. Ya no tengo fuerzas para eso.
-Que...
- Nada- ella lo interrumpió – Olvídalo. Es una tontería. Pero no, no te odio.- Draco se demoro algunos segundos para entender lo que ella estaba diciendo. No era posible ¿o si? Todos en el mundo mágico lo despreciaban y ella era una Weasley, para empeorar. El nunca había sido particularmente bondadoso con los Weasley. – Debo irme- finalmente le dijo ella cuando el no abrió la boca. – Ciao, Malfoy- y, después de un momento esperando que el se pronunciara, lo que no hizo, ella comenzó a alejarse. Mas tarde, recordando la escena, Draco no se perdono por no haber hecho nada a demás de verla irse, pero el estaba como encantado. No lograba hacer que sus pies se movieran o que sus labios articularan alguna palabra.
Cuando bajaba las escalas del Capitolio aquella noche e iba caminando hacia su casa, Draco estaba seguro que no la encontraría de nuevo. El creía que los Cielos no podrían recompensar su estupidez con otro encuentro con ella. Y el no sabia nada sobre la pequeña Weasley. ¡Dios! El no recordaba ni siquiera su primer nombre. No tenia ni idea de donde vivía. Por lo que sabia, ella podría estar solo de vacaciones en Roma. Podría irse al día siguiente. Y aun así, el sabia, que aunque no la volviera a ver, no podría olvidarla nunca. Talvez fuera por el estado de animo con el que la había visto por primera vez – si, por primera vez, porque el nunca la había visto realmente- o talvez haya sido por el momento en si, que había sido mágico. Un instante perfecto en el universo, cuando el tiempo parecía haber parado para que el pudiera observar toda la belleza que hay en el mundo. O talvez fuese simplemente porque había tanta tristeza en esos ojos castaños que Draco se sentía perseguido, asombrado por ellos. No podía existir otra persona en el mundo que cargara con su tristeza de una forma tan evidente, tan transparente, y que aun así- o quien sabe por eso- continuara tan bonita. Y tan frágil.
Malfoy continuo andando y viviendo, haciendo lo posible para colocar a un lado todo los acontecimientos de ese anochecer – si es que eso se puede llamar de acontecimiento. El creía que solo había logrado parecer un tonto. No lograba, sin embargo, no voltear el rostro cada vez que vislumbraba una sombra de cabello rojizo en la calle con la esperanza de que fuese ella. Cada vez que el descubria que estaba engañado se sentía más lejos de esos ojos y esa voz. El no la había olvidado, pero había decidido colocar las ganas de verla nuevamente junto con los otros sentimientos que escogía ignorar. Y como siempre, el lo estaba haciendo muy bien. A el siempre le iba bien cuando se trataba de fingir que no estaba viendo, escuchando o preocupándose.
Al iniciar la primavera, casi dos meses después del encuentro, sucedió algo que el no podía ignorar. Draco estaba pasando en frente de una librería, cerca de la Plaza de San Pedro. El ya había pasado por allí muchas veces. En la mayoría de ellas, simplemente pasaba derecho, sin preocuparse en mirar. Pero, aquel día, sin ningún motivo en especial, el decidió parar por un instante, mirando la vitrina, sin buscar nada especifico. Y allá estaba, como esperándolo, un libro pequeño, de capa roja, que traía en letras blancas el nombre de la autora: Virginia Weasley. Hesito por un segundo. No podría ser la misma, ¿podría? Al final de cuentas la Weasley que el conocía era una bruja. Difícilmente tendría un libro publicado por mudgles. Intento convencerse de que no era ella, intento hacer que sus pies salieran de enfrente de la vitrina y seguir su camino, pero fue inútil. Antes de que pudiera darse cuenta, estaba dentro de la tienda, mirando el libro. Eran poesías. En la contrachapa, había una foto de ella. Innegablemente era ella. La misma Weasley. Virginia. Compro el libro. No sabia exactamente porque. Nunca había sido un lector voraz. Especialmente de poesía, pero la sed de conocerla, de entender lo que había por detrás de toda esa tristeza volvió con toda la fuerza a su mente.
Ya fuera de la tienda, saco el libro de la bolsa y lo observo otra vez. El nombre era 'Desencuentro'. Sin saber porque, en ese momento creyó que el titulo combinaba bien con Virginia, con su expresión, con sus ojos. Tuvo que controlarse para no sentarse en cualquier sitio y comenzar a leerlo inmediatamente. No, no lo haría. Al contrario, continuo su camino, andando en dirección del Castillo de Sant'Angelo para atravesar el puente. Fue ahí que el destino intervino de nuevo. El podría a ver atravesado el río por otro puente. Podría haberse demorado más en la librería. Podría haber decidido sentarse y leer el libro. Cualquiera de esas opciones era perfectamente razonable, pero, si hubiese escogido alguna de ellas, probablemente no se habría encontrado con la autora del libro, apoyada en el baranda del puente, mirando de nuevo el horizonte. Draco se asusto con eso: con el hecho de que ante las innumeras posibilidades de la existencia, el destino estaba conspirando para que el la encontrara de nuevo. "solo que esta vez" pensó "no voy a confiar en la suerte".
Se fue aproximando lentamente, sin hacer ruido, hasta estar al lado de ella, también apoyándose en la baranda, mirando hacia el frente. Ella no parecía haber tomado conocimiento de su presencia por un tiempo. El tampoco dijo nada. Apenas espero, intentando no mirarla directamente para no correr el riesgo de perderse de nuevo en esos ojos.
-Virginia- murmuro por fin, haciendo que ella se volteara para mirarlo.
- ¿No crees que es extraño que los italianos usen la misma palabra 'ciao' para decir 'hola' y 'hasta luego'?- le pregunto ella.
- ¿Cómo?- le dijo el sin entender lo que ella estaba queriendo decir.
- La palabra 'ciao'. Me parece extraño.- balanceo la cabeza.- Olvídalo. Solo estaba pensando.- le dijo volteándose de nuevo hacia el horizonte.
-¿Siempre haces esto?- le pregunto el, intrigado.
-¿Qué? ¿Pensar?- ella le respondió con un aire divertido que de nuevo no alcanzo sus ojos.
-No- el corrigió rápido.-Mirar el horizonte. La otra vez, estabas haciendo lo mismo.- el continuo sintiéndose estupido.
-Solo me has visto así dos veces.- dijo ella, volteándose nuevamente para mirarlo.
- ¿Entonces porque tengo la impresión de que siempre haces lo mismo?- Draco le pregunto, casi perdiéndose de nuevo en esos ojos.
- Porque siempre lo hago.- le respondió ella.
- ¿Por qué? – el le pregunto sin pensar.
- Por muchas razones.- ella le respondió después de una pausa.
El no insistió más. Solo después de haber abierto la boca se dio cuenta de lo personal que había sido la pregunta. Sin embargo, no lo había podido evitar. Quería saber más sobre ella.
- Ven- le dijo, tocando levemente su brazo, para llamarla.
- ¿A dónde?- le pregunto ella sorprendida.
- Vamos a tomarnos un café. No todos los días me encuentro a una bruja dispuesta a realmente hablar conmigo.
- Ya no hago magia. Hace mucho tiempo.- ella respondió, sus ojos volviéndose más sombríos. El se arrepintió inmediatamente de haber tocado el asunto.
- Bueno, eso explica todo- el replico jovial, intentando hacerla sentirse mejor y fingiendo que no había notado nada.
- ¿todo que?
- Tu libro publicado por mudgles y el hecho de que no te importe hablar conmigo… Ahora, ven.- el toco su brazo de nuevo, esta vez halándola suavemente. – Vamos a tomar un café. No te voy a dejar escapar de nuevo.- acrecentó sonriendo.
Ella no protesto. Apenas lo siguió y, por todo el camino hasta el café, Draco no pudo dejar de sentirse extremadamente curioso y satisfecho también. El creyó que no la vería otra vez. Se había convencido de que no la volvería a ver. Y ahora, ahí estaba ella, caminando a su lado. Y todo en lo que el lograba pensar era en sus ojos chocolate, tan lindos y tan tristes, y en entender el porque de tanta melancolía y en intentar hacerla sentir mejor…
