Capítulo 1. Mejor no digo su nombre.

Sonreí victoriosa ante la noticia del inminente escape de la banda de atracadores que mantuvo en vilo a España y al mundo; pero ¿Por qué sonreía? Que hubiesen escapado solo indicaba que él se había ido, se había ido para jamás volver y sin mí, dejándome con la vida hecha pedazos. Qué hijo de puta.

Me jodió la vida, me jodió a mí; y es que sé que mi vida no era precisamente el ejemplo de armonía y estabilidad, pero vamos, en cinco días pasé de tener una hija, un trabajo y una reputación a no tener nada, en cambio sí obtuve el tener que cargar con una investigación a cuestas, un ex marido con complejo de superioridad y un corazón roto por un tipo que supo hacerme bajar la guardia, derrumbar todos mi muros, desarmarme y hacerme suya en todos los sentidos imaginables e inimaginables en los que una persona pueda rendirse ante otra.

Sergio, Salva o El Profesor eran la misma persona; pero sentía que sobre mí estaban tres sombras diferentes, con razones y explicaciones diferentes, llenándome de dudas y de una maldita sensación de vacío por la falta de una vida a la cual regresar o porque inexorablemente el hombre del que me había enamorado se había esfumado.

Él se había ido pero, como un huracán, las consecuencias de su paso permanecían y no se irían.

-Inspectora Raquel Murillo, o mejor dicho ex inspectora –dijo Alberto.

-Fui relevada del caso, no de mi cargo. No te confundas Alberto. Aunque vamos, es difícil pedirte eso cuando de cogerte a una hermana pasas como si nada a cogerte a la otra, eso de no confundirte no es lo tuyo –le dije con hostilidad. Él era un imbécil pero aún sabía sacarme de mis casillas y más aún en esas circunstancias en las que me encontraba.

-¿Crees que Torres va a quedarse como si nada después de que se han escapado esos bandidos?

-¿Y yo que puedo hacer? Dije lo que sabía, que hayan llegado tarde no es mi culpa. Que investiguen, que hagan lo que quieran; al final se van a dar cuenta de que no soy cómplice de ese atraco. Al menos no voluntariamente. –le contesté con absoluta convicción aunque yo sabía con certeza que si los ayudé, que traté de no revelarle a Prieto la localización del hangar y si, no soy cómplice del atraco pero si de su escape. ¿Me arrepiento de ello? No sé.

Alberto tenía la facultad de ponerme nerviosa, su presencia me generaba una sensación de opresión en el pecho; no sé si es por los episodios de maltrato físico y psicológico a los que estuve sometida mientras fui su esposa o porque al divorciarnos no tuvo reparos en cortejar a mi hermana. Vaya descaro el de esos dos y vaya humillación. Qué afortunada mi Paulita al tomarlo con naturalidad, ¡Bendita inocencia de la infancia!

-Creo que mientras pasa todo el escándalo lo mejor será que Paula venga a quedarse conmigo.

-No te atrevas a usar esto para alejarme de mi hija Alberto. Se me está cuestionando como policía no como madre así que ella se queda conmigo.

-Están investigando a ver si incurriste en un delito ¿Qué quieres? ¿Qué vengan a detenerte y que nuestra hija esté ahí para ver tamaño espectáculo?

-Llegué a considerar por un segundo que esa demanda de reclamación de custodia era una treta de Prieto para forzarme a hablar, pensé que a lo mejor no eras tan canalla pero es evidente que lo eres, tanto como para aprovecharte de una situación así y querer arrebatarme a lo único que tengo que es Paula.

-Pero que dramática Raquel, ¿Esperabas que no hiciera nada al verte enredada con ese criminal?

-Si vamos a hablar de criminales empecemos por ti. ¿O es que piensas que ser un maltratador te convierte en el ciudadano del año? Porque puede que nadie me crea, pero tú y yo sabemos que es cierto.

-¿Tan víctima te sientes que debo admitírtelo en la cara? O ¿Estás en búsqueda de mis sinceras disculpas? Porque no será así Raquel. Cada cosa que hice fue porque te la merecías y es que mira nomás, cinco días y te metes a la cama con un delincuente. Ni Paula, ni nadie está bien cerca de una mujer tan desequilibrada como tú.

-¿Me lo merecía? Qué pensamiento tan medieval y ridículo es ese. Me cuesta creer que estoy escuchando esto y más ahora. Obviamente de ti no esperaba consideración alguna, pero como mínimo que te mantuvieras al margen.

Alberto suspira y me toma fuerte de un brazo. ¡Qué ganas de romperle la cara!

-No estoy para aguantar tus insultos y tú menos que nunca estás en posición de tratarme como se te venga en gana. Lo he tolerado porque quiera o no eres la madre de mi hija, e incluso llegué a sentirme mal por aquellos golpes que te di; pero ahora ocupas un rol más: el de la policía zorra que se lía con un criminal tras la imperante necesidad de un hombre.

-¡Cuánto cinismo! –le grité soltándome -Te digo de frente lo que eres y tu defensa es atacarme porque te jode que haya podido estar con alguien más cuando tú pensabas que mi mundo empezaba y terminaba contigo. Qué jodido ego el que tienes y que pocos huevos.

Me encantaba retarlo. Si él me sacaba de mis casillas yo lo sacaba de las suyas. No lo niego, todavía me sentía herida por lo que me hizo, tanto que estaba decidida a ponerle punto final a las dudas que había sobre lo que me hizo ese hombre.

-¿Vas a emplear la técnica de tu amorcito para que te agarre a golpes así como quise hacer con él?

"Mi amorcito", como un puñal me habían caído esas palabras. En ese preciso momento el hombre podría estar cruzando el Mediterráneo, con sus millones y feliz de haberme vendido la idea de los buenos y malos que no son ni tan buenos ni tan malos. Yo sí que lo sabía, ya había perdido la cuenta de las veces en las que había visto a los buenos cruzar la línea y comportarse como malos sin poder hacer nada más que seguir cumpliendo con mi trabajo. Salva me vendió la idea y yo dichosa se la compré.

-No, él tiene sus técnicas y yo las mías. –le dije mientras sacaba de mi bolsillo una pequeña grabadora.

-¿Y es que piensas noquearme con eso? –dijo ese desgraciado en tono burlón.

-No estaría mal, pero no. Grabé la forma tan civilizada y cordial en la que me hablas, y como aceptas que me has golpeado lo cual le ha de parecer muy interesante al juez ante el cual pretendes presentar esa demanda para quitarme la custodia de mi hija. –lo miré fijamente. Me habían derribado pero no vencido y eso lo iba a demostrar inmediatamente. –Desiste de esa demanda y yo no hago pública esta grabación, y si no desistes pues tengo la opción de que el juez y medio mundo sepa la clase de basura que es el gran héroe que descubrió la identidad del Profesor. –Alberto me miró con odio y se fue. Asumí que la batalla por mi hija si no estaba ganada, al menos estaba contenida.

Después de esa discusión con mi ex me quedé sola en casa nuevamente. Mi madre, pobre, se había ido a casa de una prima con Paula para darme espacio para pensar, gritar, llorar, reflexionar y esperar… esperar a que levantaran cargos en mi contra. Esta vez ni mi pistola, ni mi intuición, ni una copa de vino tinto me iban a sacar del hoyo. Entonces fue ahí, cuando tumbada en mi cama dejé caer mi copa de vino al suelo y al intentar recoger los cristales veo algo inusual, algo que no forma parte del paisaje de mi habitación. Era un sobre blanco. Era él, de alguna forma lo sentí. Suspiré y lo abrí. Al parecer una copa de vino si me rescataría del precipicio.