La primera vez que Edward Cullen la vio, ella entraba a su consultorio con paso firme y una mirada desafiante en el rostro. Sólo tenía sólo 20 años, y Edward, seis años mayor, supo que tener a esa castaña de paciente sería algo interesante.
-Buenos días, señorita Swan.
-Serán buenos para ti.-bufó la chica, ignorando la mano extendida del psicólogo y dejándose caer en la butaca de cuero marrón que había frente a la que ocupaba él.
Edward no supo si enfadarse o reírse, así que se limitó a esbozar una sonrisita y sentarse frente a ella.
-¿Quiere contarme porqué es un mal día para usted?
Bella arqueó una ceja en su dirección.
-Sabes tan bien como yo que desearía estar en cualquier otra parte del mundo antes que aquí. Y deja de tratarme de usted, me haces sentir como una anciana.
Edward suspiró.
Charlie Swan, el padre de la castaña que ahora jugueteaba con los hilos deshilachados que sobresalían en uno de los tajos de sus jeans, le había avisado que su hija era una chica difícil.
El hombre estaba desesperado por el comportamiento de su hija, quien, luego de haber muerto su madre hacia algo así como tres años, se había convertido en un maldito desastre.
Fumaba, se juntaba con pandilleros, se emborrachaba constantemente, se vestía como una prostituta y era en extremo irrespetuosa e irresponsable.
Finalmente, harto luego de haberla tenido que sacar de la comisaría bajo fianza por posesión de marihuana, Charlie había decidido que tenía suficiente, y le dio un ultimátum a su hija.
Debería ir al psicólogo y retomar la Universidad si quería que él la siguiese manteniendo. De lo contrario, se encontraría en la calle, sin un solo peso encima.
Isabella podría ser rebelde, pero no era una estúpida. Sabía que nadie le daría trabajo con su historial, así que con resignación, se vio obligada a cumplir con lo impuesto por su padre.
Y era por eso que ahora se encontraba allí, sentada frente al bombón que resultó ser su psicólogo, preguntándose distraídamente si la tendría grande.
Seguramente no, decidió por fin. Nadie podía ser tan perfecto.
-Isabella, estoy seguro de que esto puede funcionar. Si decides intentarlo, las sesiones podrían ayudarte.
-No necesito ayuda.
-Tu padre piensa que sí la necesitas.
-Mi padre no sabe una mierda.
Edward se apoyó contra el respaldo de la butaca, y observó a la castaña.
-¿Qué?
Edward sonrió levemente.
-Soy un psicólogo. La gente viene a mí para hablar sobre sus problemas, dudas, lo que sea. Estoy esperando a que hables.
La castaña bufó, y Edward pensó que era algo que hacía muy seguido.
-Tendrás que esperar sentado.
Edward esbozó una sonrisita torcida que a Bella casi le provoca un infarto.
-Eso es exactamente lo que estoy haciendo.
La castaña le rodó los ojos y desvió la mirada. No pensaba decir una palabra.
Observó el profesional y serio del consultorio del psicólogo, estudiando todo con atención.
El enorme ventanal le pareció un lugar ideal para tomar fotografías, pero no le gustó el color impersonal de las paredes. Todo era demasiado distante y frío. Desde las butacas en las que estaban sentados, hasta el escritorio que había en la otra punta de la habitación y las paredes sin ningún tipo de decoración.
Cuando ya no lo quedó más que mirar, volvió a clavar sus ojos en Edward Cullen.
Realmente, el hombre era arrollador.
Intentando parecer aburrida, Bella deslizó su mirada sobre el cabello rebelde, los hermosos ojos verdes, la masculina y fuerte mandíbula y los labios rellenos.
Si no estuviera del lado del idiota de su padre, Bella de seguro se lo estaría follando.
Allí, sentado, mirándola impasible, Edward Cullen era la imagen de la paciencia.
Cerca de veinte minutos más sin que nadie dijera nada, el silencio fue más fuerte que ella.
-¿Por qué no tienes un diván?-Fue lo único que dijo, y Edward esbozó una sonrisa.
-¿Preferirías un diván?
Un comentario pervertido se cruzó por la cabeza de Isabella, pero decidió desecharlo.
-No dije eso, te pregunté por qué no tienes uno.
-Prefiero que mis pacientes estén frente a mí, en igualdad de condiciones.
Bella rodó los ojos.
-Sí.
-Sí, ¿Qué?
-Sí preferiría un diván.
-Lo tendré en cuenta.
Bella suspiró.
-Oye, mira.-Comenzó, irguiéndose en el asiento.-Estoy segura de que tú tienes tantas ganas de tenerme aquí como yo tengo de estar aquí. ¿Por qué no hacemos un trato? Yo no piso este lugar nunca más, y cuando mi padre te llame cada semana, como sé que hará, le dices que sigo viniendo a cada sesión de los viernes y que todo marcha bien. Yo me olvido de ti, tú de mí. Todos ganamos.-Bella se encogió de hombros, no queriendo parecer tan desesperada como realmente estaba.
Edward se inclinó hacia adelante, apoyando los codos sobre sus rodillas y traspasándola con la mirada.
-Suena interesante, pero por desgracia, Isabella, soy un hombre de principios, así que, no, no voy a mentirle a tu padre. Aparte, eso sería demasiado fácil para ti.
Bella lo observó, echando chispas ante el tono condescendiente que utilizó con ella.
Finalmente, mascullando algo muy parecido a un 'imbécil', se puso de pie, caminando hacia la puerta.
-¿A dónde crees que vas?- Preguntó el cobrizo, y Bella sintió como el creciente odio que sentía por él se extendía en su pecho.
-A cualquier parte mientras esté a más de doscientos metros de ti.
-Podrás hacerlo dentro de...-Edward le echó un vistazo a su reloj.-veinte minutos.
Isabella frunció el ceño en su dirección.
-Tú no vas a decirme cuándo me puedo ir.
Edward suspiró, mientras la miraba con algo muy parecido a la impaciencia, lo cual era raro en él.
Isabella Swan era un pequeñísimo tarrito de pólvora.
-Isabella, no voy a pelear contigo. Éste es mi trabajo, sólo quiero ayudarte.
-Tú no puedes ayudarme.-Farfulló la castaña, de brazos cruzados junto a la puerta.
-No podré si no me dejas.
-Edward, entiéndelo-Espetó Bella.-no te conozco. No sé nada de ti, y tú no sabes nada de mí. La idea de venir a contarle mis problemas a un completo desconocido, me parece una idiotez, y no lo haré. Fin.
-Que poca fe me tienes.-Sonrió el cobrizo, y por primera vez desde que ella entró allí, se permitió examinarla de arriba a abajo.
Cabello castaño, corto y despeinado, un rostro de ángel que podría ser sumamente engañoso, enormes ojos marrones exageradamente delineados, nariz respingona cubierta de pecas y labios rellenos pintados de rojo.
Era muy menuda, y llevaba puesta una remera de Los Ramones que dejaba al descubierto su vientre plano, junto a unos jeans rotos y unas grandes botas negras sin tacón.
Edward estudió su postura. Estaba cruzada de brazos, en un claro signo de auto preservación, y lo miraba con desconfianza.
Isabella Swan quería parecer una chica mala, pero definitivamente, por dentro era una muchacha lastimada, y vulnerable.
-Estoy aquí porque mi padre me obliga a hacerlo. No esperes un colabore contigo de ninguna manera.
Edward asintió, suspirando, mientras se ponía de pie.
-Bien, Isabella.-La observó de arriba a abajo una vez más, queriendo poder ayudarla de alguna manera, y dejó su cuaderno de notas sobre la mesilla de café.-Quiero que la próxima vez que vengas aquí, tengas pensado algún tema sobre el cual hablar conmigo, el que sea. Ya puedes retirarte, la sesión ha terminado.
Bella le frunció el ceño, queriendo gritarle que él no era nadie para decirle cuándo podría irse, que ni loca pensaría en algo para hablar con él y que ella haría lo que se le viniese en gana, pero finalmente se volteó y abrió la puerta con fuerza.
-Adiós.-Espetó, cerrando la puerta detrás de ella, sin llegar a oír la respuesta del psicólogo.
En la habitación contigua, Edward inspiró con fuerza.
Sería complicado tratar con ella, pero él era una persona sumamente paciente, y siempre le habían gustado los buenos desafíos.
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¡Buenos días! Aquí les presento mi nuevo bebé. Hace mucho que vengo pensando en hacer una historia así, y como ya un par de mis otras historias están llegando a su fin, me pareció que era un buen momento para comenzarla. Los primeros cinco o seis capítulos serán las sesiones de Edward y Bella, no más, ellos se irán conociendo allí y, ustedes saben... Luego comenzaré con el resto de la historia en sí, su vida fuera de la consulta. Tenía la idea de subir un capítulo todos los viernes, ya que la historia se llama 'Todos los viernes', (Soy muy creativa, si.) pero todavía no sé si voy a ser capaz de hacerlo, se los voy a hacer saber... luego.
Muchas gracias por tomarse el tiempo para leerme, y dejarme su opinión, si pueden. ¡Un beso enorme para todas!
Emma.
