Disclaimer: los personajes no son míos, ni la serie Saint Seiya, pertenecen a Masami Kurumada.


DESTINO.

Prólogo.

No le gustaban los niños, nunca le habían gustado y sabía que nunca le gustarían, por eso cuando su mujer le dijo que iban a tener un hijo, le dijo claramente que él no quería saber nada de esa cosa, no hasta que creciera y se hiciera adulto, o bien que se deshiciera de ese insecto. Pero por azares del destino acabó en este lugar infecto de niños, como él decía, un maldito orfanato. Su trabajo consistía en ser el director de un orfanato a las a fueras de Lyón. Trabajo que aborrecía completamente y su única idea era encontrar otra cosa o que no hubiera más insecto. Así que, como lo primero no lo podía realizar de momento, tenía que optar por la segunda opción, la única forma de librarse de ellos es que les encontrara un nuevo hogar, poco le importaba donde fueran con tal de que se marcharán, nunca comprobaba a las personas que querían adoptar a los niños o niñas del orfanato, no era asunto suyo. Además poco le importaba, después de todo eran insectos. Y ahora iba a librarse de otro.

El hombre sentado delante de él, no era del lugar, y dudaba mucho que fuera francés, su piel está bronceada, no es moreno, juraría que es hasta es alemán por el acento que tiene, pero lo que le parecía más extraño es la cicatriz que tiene en el rostro, seguramente producto de algún accidente. Pero había algo que le intranquilizaba a Albert Dijon y, es esa mirada gris tan fría.

- Así que quiere adoptar a uno de mis niños, busca alguno en concreto – dijo pasándose la mano entre sus cabellos canosos, que en un tiempo fueron castaños.

- Sí, busco a un niño muy concreto, lo llevo buscando desde hace mucho, su cabello es azul oscuro como sus ojos, de tez morena y ahora debe tener unos seis o siete años. Me parece que responde al nombre de Kamus.

- ¿Cómo el escritor?- Albert buscó entre los papeles desperdigados sobre su escritorio, tomó un libro de tapas roja, girando una a una a las hojas y sonrió- ¡Ah, sí! El italiano raro y silencioso.

Por fin se desharía de él, alguien quería adoptarlo, ese maldito insecto desparecería de su vida y del orfanato.

- ¿Italiano?

- Sí, según el registro llegó hace dos años, del orfanato que se incendió en Italia, el que estaba cerca de Turín, es el único que sobrevivió, se llama Lucca, Kamus Lucca, otro niño no deseado- esto último le dijo para sí mismo que para su oyente.

- Tengo que verlo- ordenó aquel hombre.

- Está castigado, no puede recibir visitas. Pero podemos empezar a arreglar los papeles.

- Insisto – deposito sobre la mesa unos cuantos billetes, que rápidamente desaparecieron por la mano del director del orfanato. – Quiero estar seguro de que es el niño indicado.

El director del orfanato se levantó sin mediar palabra, introdujo más leña en la chimenea, cogió unas llaves que colgaban de la pared, así como una chaqueta de lana.

- Sígame Señor, aún no me ha dicho su nombre.

- Karl Sagner.

Si ya no tenías dudas ese tipo era alemán. Al levantarse, Albert que lo había recibido sentado se dio cuenta que se había equivocado calculando mal su altura, además de que es muy corpulento.

Albert sentía su acompañante unos pasos más atrás, era curioso que a pesar de llevar la chaqueta de lana sintiera frío, sabía que el pabellón donde se encontraban los niños es frío, apenas tenían calefacción, ya que no había presupuesto para reparar la caldera, de hecho a él no le importaba. Se detuvo un momento ante la puerta de hierro, la habitación de castigo, los niños la llamaban la prisión de hielo, porque no importaba en que época del año se encontrarán siempre hacía frió, incluso en el caluroso agosto.

Al abrir la puerta Albert esperaba encontrarse al niño en algún rincón tiritando, pero su sorpresa no pudo ser mayor, cuando aquel niño de origen italiano estaba sentado en la ventana, mirando el paisaje nevado, producto de la pequeña nevada que habían tenido hace apenas una hora, llevaba puesto un jersey y unos pantalones cortos. Es que ese niño nunca tenía frío.

- ¡Niño, ven aquí!- gritó Albert.

El pequeño volteó su cabeza, su mirada hizo que el director se estremeciera un momento, los ojos de ese niño no le gustaban nada, le miraron como siempre sin temor, era el único niño de aquel maldito orfanato que no le temía y, eso era algo que no podía consentir. La rebeldía no está permitida en los insectos.

- Hola Kamus, soy Karl.

Por un momento Albert había olvidado que no estaba sólo, Karl Sagner caminaba seguro hacia el niño y, éste le miraba más bien lo estudiaba, no mostraba nada en ese rostro estoico que normalmente lo único que mostraba era seriedad.

- He venido a buscarte, hace mucho que te buscábamos.

- ¿Va a adoptarme?- preguntó el pequeño.

- Podemos decir que si – contestó Karl.- Sr. Dijon me voy a llevar a Kamus ahora mismo.

- Disculpe Sr. Sagner, pero no puede llevárselo así por las buenas, tiene que realizarse algunos trámites y eso lleva su tiempo.

El hombre robusto sacó dos fajos de billetes más grandes que el que antes le había dado a ese ser sin escrúpulos, echándoselos a los pies, quien se quedó contemplándolos boquiabiertos, al agacharse para recogerlos.

- Supongo que lo que antes le he dado y esto, arreglarán los trámites necesarios para que el niño y yo nos podamos ir esta misma noche.

- Pero aquí hay, por los menos...

- Más de treinta mil francos. Puedo contar con se hará lo necesario para que nada pueda molestarme.

- Por supuesto, Sr. Sagner.

- Créame Sr. Dijon, no quiero regresar a este lugar nunca más, si lo hago no le agradará en absoluto verme- al decir esas palabras, Albert sintió un frío inmenso recorrer su cuerpo, el cual tiritaba de forma descontrolada.

¿Quién era ese hombre¿Para qué había venido a buscar a un niño en concreto? Son preguntas que nunca tendría respuesta, no quería saber nada de ellos y por ese motivo cuando aquel hombre misterioso cogió al niño para salir de la habitación no dijo nada, ni siquiera les impidió salir del orfanato, porque se encontraba paralizado por el frío.

Estaba anocheciendo, el niño miraba el cielo las primeras estrellas estaban saliendo, y podía ver la luna llena, iluminaba levemente los abetos y el camino de tierra. Se sentía seguro en brazos de aquel extraño, al menos le daba confianza, algo que jamás nadie le había trasmitido desde que podía recordar. Cerró los ojos un momento y volvió a abrirlos, sintió que le dejaban en el suelo y fijo su vista al frente.

- Señora, es él- Karl se acababa de dirigir a una mujer vestida completamente de blanco, al lado de un todo terreno negro, pero lo que le llamó su atención fue que tenía puesta una máscara en su rostro.

La mujer avanzó un poco, poniéndose a la altura del niño, su cabello azul tocó el suelo.

- Sí, tú eres Kamus- la mujer ladeó la cabeza, acariciando el rostro del niño con las yemas de sus dedos.- Mi nombre es Ariadna de Acuario.

- ¿Va a ser usted mi madre?- preguntó a aquella mujer que llevaba la máscara plateada.

- No, tu maestra, llámame así a partir de ahora- la mujer subió a la parte trasera de aquel coche dejando la puerta abierta para que el niño hiciera lo mismo.

Kamus miró por última vez lo que había sido su hogar durante los dos últimos años de su vida, miró a Karl quien le esperaba al lado de la puerta abierta. Sin titubear, subió al coche que le conduciría a un nuevo hogar, no sabía dónde iba, de todas maneras no tenía donde ir. Una nueva vida iba a empezar para él.


Notas de la autora: Espero que hayan disfrutado de su lectura.