Me agazapé más en la rama en la que me encontraba escondida mientras observaba la casa que tenía en frente. En la oscuridad de esta noche sin luna me resulta muy difícil distinguir los detalles de la fachada. Aun así, era insultantemente obvio que pertenecía a ese excéntrico ricachón.

Por mis antiguas visitas reconocí a la ama de llaves, una exasperante rubia que dudo que entienda el tópico de ''las rubias son tontas'', estaba en el jardín, esperando a alguno de sus tres novios. Con suerte la entretendrían al menos una hora.

Vi que su cita había llegado, entró a la casa cuando ella abrió la puerta y esa fue mi señal para ponerme en acción.

Dos pasos en la rama, salté, me agarré a la pared. Me quedo quieta, sintiendo el silencio, y trepo. No me cuesta nada, Genzo, mi padre adoptivo y mentor, me ha enseñado bien.

Diez pasos después ya estoy en la parte lateral del muro, me subo a la primera columna y salto, y luego otras cuatro veces más, estoy en la quinta columna. Me giro y ya veo el balcón, la sonrisa aparece sin que me de cuenta. Solo un poco más.

Saco el gancho de la mochila, y lo lanzo al balcón a través del jardín con un sonido limpio y elegante. Acierto a la primera, es mi día de suerte, lo ato a la columna, compruebo su agarre y me dispongo a cruzar el jardín caminando por la cuerda.

Solo un poco más.

Cojo aire, pongo un pie en la cuerda y como muchas otras veces antes, camino sobre ella, o como le digo a Genzo, camino con ella. Todo va bien. Solo un poco más. Y entonces, en otra inspiración profunda, mi corazón se estremece cuando siento la luz de la ventana más alta a mi derecha. Y percibo como mi sombra se proyecta en el jardín. Tremenda mierda, la rubia ha llevado a su novio a la planta superior.

Corro sobre la cuerda, no con ella, no hay tiempo. Llego al balcón y pego mi cuerpo a la pared. Miro a la ventana y le veo. No es la rubia, es ¿Su cita?. Desde luego no se los busca nada feos. Me está mirando fijamente, no habla, solo sonríe. Señala su reloj y me cabreo mientras vuelve al cuarto.

Miro mi reloj, 30 minutos para que Zoro vuelva. Tengo tiempo suficiente para llegar a su cuarto en silencio, desvalijarlo y salir por el balcón. Pero el maldito moreno de mierda no va a robar MI casa, no conmigo dentro. Así que en contra del plan original, no me dirijo a la habitación junto a la biblioteca, si no que, casi en una carrera desesperada, me dirijo a las escaleras y después a la sala de música, directa hacia mi nuevo objetivo: el pivonazo.

Cuando llego, le encuentro sentado en el piano, sobre el piano. Sonriendo infantilmente.

Justo al entrar evalué la habitación y todo lo que había dentro. Mi mirada se dirigió a un gran, y probablemente, muy caro jarrón que destacaba de entre todo lo demás. Pero no fui la única en darse cuenta. El moreno se fijó en lo mismo, en el jodido jarrón.

Reaccionó lo más rápido que pudo y se deslizó desde el piano para lanzarse a por el jarrón. Que él llegara antes que yo a cogerlo era predecible, pero intentaría quitárselo de sus manos.

Me tiré a su espalda para intentar desestabilizarle se dejó caer sobre su rodilla izquierda pero rápidamente se puso de pie conmigo aún sobre sus espaldas. Fue entonces cuando sentí un dolor cálido en las costillas que me tiró al suelo. Me había dado un codazo.

-¿Tratas así a todas tus citas?-dije casi sin aliento.

-Solo a las pelirojas salvajes-afirmó guiñándome un ojo.

-Menos mal que no me tiño-respondí.

Y tomándole por sorpresa me deslicé por el suelo mientras con una de mis piernas golpeaba las suyas tirándole de espaldas. Pero él era bastante más ágil que yo y se recuperó en menos de diez segundos.

Aunque estaba en el suelo tenía agarrado el jarrón y no podía cogerlo. Vi como lo metió en una bolsa de gimnasio negra para salir corriendo y llevárselo. Negué con la cabeza.

No lo iba a permitir.

Agarré la bolsa con todas mis fuerzas por unos de los extremos. No conseguí quitársela y él era más fuerte que yo, pero no lo conseguiría tan fácilmente. Al parecer él pensó lo mismo, porque inmediatamente nos encontramos forcejeando para quedarnos con el jarrón.

-¿Quién eres?¿Para quién trabajas?¿Cómo sabías que hoy iba a ser el robo?-me interrogó.

-¿Para quién trabajo?¿Acaso no todos los ladrones vamos por libre?-espeté indignada.

-Entonces yo no soy un ladrón.

-Oh, entonces, ¿te dedicas a coleccionar cosas de las casas ajenas?, ¿te gusta como huele el dinero de los demás y por eso lo quieres todo para ti?, ¿o acaso es que ese jarrón era de tu familia y quieres recuperarlo?-acusé alzando una ceja.

-Bueno no, pero no trabajo solo y, ¿no has dicho tú que todos los ladrones son libres?

-¿En qué te convierte a ti eso? Te dedicas a robar para otros, entras en una casa y coges un objeto que no es tuyo, se lo entregas a otro que no es suyo y ¿todo para qué?

Aprovechando el momento de perplejidad del pelinegro atraje la bolsa un poco más hacia mí, ganando ventaja.

-Me considero un cazatesoros que recupera objetos valiosos de las manos de gente con dinero que sólo los quiere por razones egoístas. Protejo el arte, cariño. Y este jarrón lo voy a proteger de ti.

-Pues yo robo a gente rica para vender esas pertenencias a gente aún más rica, y si encuentro gente aún más rica, vuelvo a robar y a vender. Pero si proteges tanto arte, dime dónde vives cariño. Prometo no robarte-guiñé un ojo, empujando más hacia mí la bolsa.

-No se me permite guardar lo que recupero, la compañía se encarga de eso.

-¡Ajá! Un corderito trabajando para un montón de buitres. Por un momento de verdad he creído que amabas el arte. Yo jamás dejaré a la compañía hacerse con otro objeto más. Puede que seas más fuerte, más alto e incluso más rápido, pero al menos yo sé quién es el malo de la historia, corazón. Si no me puedo llevar el jarrón conmigo, me aseguraré que no se lo lleves a esos bastardos.

Y con todas mis fuerzas tiré de la bolsa quitándosela de las manos y la lancé por la ventana más cercana, viendo cómo su cara palidecía. Se asomó a la ventana justo después de que escucháramos como se hacía añicos contra el suelo.

Se giró a mí y para mi sorpresa no había furia en su mirada, si no miedo. La sonrisa maliciosa que tenía en la cara se esfumó cuando me percaté de ello. Realmente la compañía era de temer.

El chico se espabiló y con los ojos muy abiertos y las cejas alzadas me pidió una explicación.

-¿A ti que coño te pasa?-me dijo, dirigiéndome una mirada llena de confusión.

"Que te jodan."-pensé.

-Ups.-respondí, poniendo ojos de corderito degollado y echándome a reír justo después. La última carcajada no tapó el sonido de mi reloj. Lo miré casi escandalizada, tenía que estar roto, no podía ser ya la hora.

-Buena suerte intentando salir de la casa, perra.

Y diciendo esto salió por la puerta como una exhalación y corrió escaleras abajo hasta llegar a la puerta principal, no sin antes activar la jodida alarma. Maldito niñato. Me sacaba de quicio.

Corrí a la biblioteca escuchando claramente cómo se abría la puerta principal y como la rubia tonta saludaba al Profesor Zoro escondiendo sin éxito una voz de recién levantada. Estaba jodida.

¿Ahora cómo iba a salir yo de esa casa? Justo después de maldecir en mi cabeza al moreno me fui a por un escondite. En esa habitación tenía que haber alguno y tenía que encontrarlo, antes de que el dueño me encontrase a mí.

Iba a esconderme debajo del escritorio pero era abierto, si entraba alguien me vería en segundos.

Fue entonces cuando decidí recurrir a mis dotes de escalada para subir hasta la parte más alta de sus estanterías, había cuatro, trepé a la más alta y me coloqué detrás de una caja de cartón, una bola del mundo, lo que parecía una peluca de los años 80 y atrayendo hacia mí un baúl me tapé la cara.

Me escondí y me tapé. No era mi día de suerte, semanas preparando el golpe y tenía las manos vacías, dos moratones en un costado y me moría de sueño. Y para colmo ya era tarde para llegar a ver mi serie favorita.

Tenía que encontrar algo para llevarle a Genzo. En la oscuridad intenté ver algo pero lo único que veía eran manchas bastante diluidas, nada más. Resoplé y quité polvo del baúl que tapaba mi cara, y lo que vi me quedó maravillada. Aquella cerradura era del siglo XV y conociendo la excentricidad de Zoro, dentro bien podría haber un mapa del tesoro o la piedra filosofal.

-No me defraudes Zoro. Y a tí te llevo conmigo-susurré mientras intentaba escuchar en la oscuridad movimientos en el pasillo.

Allí estaban los pasos que esperaba no escuchar, un intento patético de ser silenciosa al abrir la puerta y la entrada de luz en la habitación. Había alguien en la biblioteca.

-¿Galletita?¿Estás aquí? Siento haberme quedado dormida. Cuando Zoro se acueste podemos continuar por donde lo hemos dejado.- ¿Había llamado galletita al moreno? Apreté mis labios evitando que escapara mi risa. Menos mal que es muy tonta, estaba mirando debajo de la mesa. Se había agachado para hacerlo. Casi sentí pena por ella, pero ¡bien por mí!

-¡Linda! ¿Te has vuelto a perder? ¿Por qué mi dormitorio no está en el mismo sitio?

¿Se había perdido en su propia casa? ¿Es que querían matarme de la risa? Aguanta Nami tu eres más fuerte.

-¡Linda! ¡No te olvides de traerme un libro de la biblioteca!

-¡Ahora mismo Señor!

Salió de la habitación cerrando la puerta. Gracias por el detalle, rubia.

Me bajé cargando con el baúl. De repente escuché unos pasos apresurados, se dirigían aquí.

Subí rápidamente a mi escondite, casi tirando la caja de cartón que logré colocar mientras se abría la puerta. La rubia se había olvidado del libro, ¿quién contrata a este tipo de chicas?

Cuando ya se hubo marchado, esperaba que definitivamente, miré dentro de la caja por si había algo interesante, pero sólo había hojas en blanco y un precioso bote. Lo levanté para averiguar qué contenía. Pude apreciar un grabado en un lateral del bote: "Para Sanji". Contenía tinta, lo dejé en su sitio. No puedo pagar las facturas con tinta.

Salí al balcón, cogí aire y caminé con la cuerda. En esta ocasión para salir de la casa de una vez por todas.

Pensé en el bulto que llevaba a las espaldas, aunque nunca me había caído, pensé que si me caía se rompería lo único que había conseguido robar. Cuando llegué a la pared lo cogí y lo sujeté entre mi costado y mi brazo derecho y me dispuse a recoger el gancho. Tiré con fuerza y conseguí soltarlo, el gancho cayó al jardín. Vi cómo una luz se encendía y me apresuré tirando del gancho hacia arriba para recogerlo en el aire. Sólo un poco más y estaría fuera.

Estiré el brazo izquierdo esperando que el gancho impactara en mi mano, y así recogerlo. Ahogué un grito de dolor cuando el gancho impactó, contra todo pronóstico, en mi cabeza. Y mientras sentí como mi cuerpo caía hacia atrás y cómo iba perdiendo la consciencia escuché una risa y antes de cerrar los ojos y esperar el golpe, maldije al moreno, otra vez. No era mi día de suerte.