Pareja: Francia x Inglaterra [y algo de Rusia x Canadá]
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Hetalia no me pertenece y hago ésto sin ningun fin de lucro, es solo un pasatiempo.
Todos los personajes que apareceran son propiedad de Himaruya
Arthur miró a la lejanía un pájaro volar en la inmensidad del cielo azul, hermoso, vivo, feliz y libre.
Al pie de la ventana talló sus cansados ojos verdes, tenía ojeras y desde hace tres días que no tomaba un baño decente. Bostezó, ahogando un gemido de dolor, su garganta estaba irritada, frotó un poco su cuello con mucho cuidado.
Debía ser mediodía, se dijo, sin poder quitar sus ojos del jardín de afuera.
Aveces su manera de ser no tenía juicio. Podía estar un día de buenas e ignorar a todos, otras veces ir con cara de mala leche pateando a las personas que le resultaban insoportables por aquí y por allá. Naturalmente un francés bonachón y con serios problemas de acoso era quien recibía la mayoría de esas patadas amargas, Alfred huía, era medio tarado pero con un instinto de miedo y Matthew simplemente se mantenía al margen, consciente que su padre lo resolvería.
De todas las personas y Naciones, él autoproclamado representante del amor era quien mejor le entendía, el que siempre cambiaba las conversaciones dolorosas con alguna trastada o insinuación, la persona que pese a las guerras entre ellos de vez en vez le dijo un sincero- te quiero -, quien aún recibiendo palabras duras y regresandolas con el mismo veneno le movía el mundo entero con una disculpa muy indirecta.
Pero Francis era, sin embargo, alguien muy frágil.
Le había perdonado atrocidades, le había cedido a Canadá con lágrimas vivas en los ojos, cuando eran niños estuvo mucho tiempo cocinando para él antes de la Revolución Industrial, seguían estando en contacto incluso cuando lo despidió.
Ni hablar de lo que sucedió en durante la Santa Inquisición.
Una a una, Francia le había perdonado cada una de sus meteduras de pata y viceversa, la guerra de los 100 años era viva prueba, su extraña amistad era la prueba, sus hijos eran la prueba, la guerra era la prueba.
Y lo había perdido.
Había hecho algo que rompió al ojos amatista.
Había perdido al único amigo sincero pero idiota que tenía, nadie más que él tenía la culpa y como le dolía al punto de llorar en pura frustración y rabia hacia sí mismo.
Había destruido a Francis, le había destrozado la mente, todo en un arranque de ira y magia loca que ahora no sabía cómo revertir.
Estaba asustado, nadie, absolutamente nadie sabía cómo era Francis en sus días oscuros, sólo él, su estúpido amigo inglés.
¿Cuál fue el error?, ¿¡dónde estuvo el fallo!? La impotencia se le clava por segundos en el corazón, aún si tuviera que morir intentándolo averiguaría qué demonios había fallado ese día, cuál palabra dijo mal y qué movimiento incorrecto hizo. Todo fuera por enmendar el graso error.
Todo fuera por Francia.
