LA LEYENDA DE LA CASA ENCANTADA

CAPÍTULO 1: Un corazón solitario.

Ray se quitó el pelo de la cara, algo molesta. No consideraba femenino llevar el pelo corto (si bien reconocia que a algunas chicas como Amy les quedaba muy bien), pero tambien era una verdadera lata para esos dias en los que barrer en suelo del templo era un verdadero suplicio.

Suspiró, mientras se apoyaba en la escoba y alzaba la vista al cielo. Todo estaba muy tranquilo y apacible. Parecía mentira que, sólo unos meses atrás, el mundo había estado a punto de ser destruido.

- "Una vez más".- pensó, con algo de tristeza. Se sentía orgullosa de ser una de las guerreras encargadas de proteger el planeta, pero, en ocasiones, tambien desearía ser una chica normal y corriente, con la cabeza en cosas mucho más mundanas que salvar al mundo de un alma torturada por el odio.

Siempre se había considerado algo más madura que esas alocadas compañeras de clase o que sus mismas amigas (a excepción, quizás, de la inteligente Amy), pero también disfrutaba dejándose llevar por la admiracion a cantantes famosos, por un chico guapo o por un festival de su escuela. Por eso, al principio creyó que tener esa "ocupación" no supondría nungún problema para ella, pero no había sido así. Ser una guerrera era mucho más que hacer exorcismos de vez en cuando. Era perder horas de estudio, perder a posibles amigos o compañeros, era correr un riesgo constante de morir y era algo que jamás la abandonaria, algo que estaría con ella hasta que ella muriese o alguien la sucediese. No estaba segura de que era peor: morir o que alguien llevase su carga.

Con el tiempo, había llegado a acostumbrarse (todo lo que una persona puede acostumbrarse a algo asi) y la verdad es que la aparicion de los guerreros había sido como un soplo de aire fresco.

Sonrió ligeramente. Hasta hacía algo más de un año, eran ellas. Ni siquiera se podía decir que fuesen las nueve, puesto que, en realidad, Tim, Vicki, Hotaru y Raquel siempre habían sido bastante independientes de las demás, pero con la llegada de los muchachos, el grupo se había vuelto mucho más homogeneo y unido. La ligera sensación de incomodidad que sentían antes al luchas con las sailors del sistema solar exterior había ido desvaneciendose poco a poco. Muchas de las diferencias seguían estando presentes (después de todo, Tim y Vicki eran mucho más viscerales y frias que las demás)

De pronto, un ruido a sus espaldas la hizo salir de sus pensamientos.

- ¿¡Quien está ahí?!.- gritó, mientras, echaba mano de uno de sus hechizos y se preparaba para lanzarlo a cualquiera que osara atacarla.

- ¡Tranquila, tranquila, soy yo!.- exclamó un joven de brillantes cabellos rojos, mientras alzaba las manos y la miraba algo asustado y ruborizado.- ¡Soy Diego!

- Ah, lo siento.- murmuró la joven, mientras también se ruborizaba y volvía a guardar el hehcizo. No te oí llegar.

El joven bajó la mirada, mientras se rascaba nervioso la cabeza. De todos los guerreros, con Diego era con quien menos había hablado (no solo ella, todas las sailors), tal vez debido a que fue el último en aparecer y, además, por ser una persona extraordinariamente tímida.

Al principio, cuando no sabían siquiera quienes eran los guerreros, Ray podía sentir la presencia de Diego, ya que este también tenía poderes paranormales (si bien nunca habían quedado muy definidos), pero eso con el tiempo había ido desapareciendo y ahora era como una persona más. Al menos, normalmente.

- Lamento haberte asustado.- se disculpó el joven, mientras hacía una ligera reverencia.- No sabía que trabajabas en un templo.

- Es el templo de mi abuelo. Vivo aquí.- explicó ella, esbozando una ligera sonrisa.- Como le echa mucha cara y solo quiere atender a las chicas bonitas, soy yo la que tiene que mantenerlo limpio y esas cosas.

- ¿Lo haces todo tú?.- murmuró él, sorprendido.- ¿No trabaja nadie aquí?

- Bueno...- murmuró ella.- Hasta hace sólo unas semanas trabajaba también otro chico. Así yo tenía algo más de tiempo libre. Pero... se fue.

Ray desvió la mirada al suelo. Recordar lo sucedido hacía sólo unas semanas con Fernando (nota de autora: Nicolás en otros doblajes) le resultaba demasiado doloroso, no quería pensar en ello. Se había mantenido ocupada precisamente por eso.

- ¿Y eso?.- se sorprendió Diego.

- Bueno... es algo... muy personal.

Diego se ruborizó violentamente.

- ¡Lo... lo siento!.- se disculpó.- ¡No era mi intención preguntarte sobre tu vida privada! Yo... no pensé y...

Ray sonrió. Qué fácil era de turbar ese muchacho. Si se lo hubiese dicho a Dani, probablemente, ya estaría interrogándola (y Bunny, en cuanto se enterase de lo ocurrido, puesto que lo había ocultado a todo el mundo)

Diego, todavía rojo, se quedó mirando al suelo, incómodo.

- ¿Y tú qué haces aquí?.- preguntó ella, para desviar el tema de conversación y que no se sintiese tan mal.- Vives muy lejos de aquí.

- Es que estoy buscando un piso.- explicó el joven, algo más relajado.

- Creí que vivías con Dani.- murmuró ella, sorprendida.

- Más o menos.- respondió él.- En realidad, me acabo de mudar. Vivía en otra ciudad y acabo de pedir un traslado de expediente universitario para estudiar aquí. Como no tuve tiempo, me instalé en casa de Dani, pero ahora, antes de que terminen las vacaciones de verano, estoy buscando un piso propio.

- Me imagino que vivir con Dani debe ser agotador.- sonrió Ray.

- Bastante.- admitió él, respondiendo con otra sonrisa. Era una sonrisa muy dulce, amable y abierta.

Él se giró y caminó hasta un banco de piedra que había al lado para sentarse, dejando sitio para que Ray hiciese lo mismo. Bueno, la basura no se iba a marchar por tomarse un descansito (ojalá fuese así).

- ¿Y como es que has venido al templo?.- preguntó ella. No era corriente que la gente joven fuese al templo un domingo por la mañana.

- Bueno...- murmuró Diego.- Me gustan los templos. Tú mejor que nadie saber lo atormentante que resulta sentir cosas a tu alrededor, cosas que no ves, pero que sabes que están. Por eso, desde pequeño, iba a los templos, donde no había nada amenazante, sólo paz. Ahora ya controla más mi poder, pero aún asi, sigo yendo a los templos y, tengo que admitirlo, me gustaría encontrar una casa no muy lejos de uno.

- Entonces parece que vas a tener suerte.- dijo Ray.- Creo que por esta zona hay muchos apartamentos en alquiler.

- Espero que si.- asintió Diego.- Además, no es por darte coba ni nada de eso, pero me gusta mucho vuestro templo, es muy agradable... me siento muy a gusto.

- Tal vez se deba a que ambos somos representantes del planeta Marte, del fuego.- dijo ella, algo más seria.

Él asintió en silencio, con la mirada fija en las baldosas y en las hojas secas que empezaban a caer de los árboles.

Un graznido indicó a Ray que Phobos y Deimos andaban cerca. Se levantó, agarrando la escoba con firmeza. Diego alzó la vista

. ¡Oh, perdona, te he interrumpido con mi charla!.- se apresuró a disculparse.

- No te preocupes, ha sido agradable esta conversación.- dijo Ray.

- Ya que te he retrasado, deja al menos que te ayude.

- No te molestes, si esto no...

. No es molestia.- insistió él, clavando sus ojos verdes sobre los de ella.- De verdad.

Suspiró. ¿Cómo negarse?

Al cabo de unos minutos, estaban los dos con las túnicas del templo, barriendo tranquilamente y charlando de temas menos serios que los anteriores.

- ¿...y Carola sigue yendo a casa de Dani con las excusas más tontas del mundo sólo para poder verle?.- preguntó ella, divertida.

- Sí.- asintió él, también riendo.- Y él sigue yendo a verla a ella con excusas aún más malas que las de ella.

- No entiendo por qué no se atreven a declararse el uno al otro.- murmuró Ray.- ¡Si está clarísimo que se mueren el uno por el otro! Parecen colegiales en vez de adultos.

- Bueno...- murmuró Diego.- Hay que entenderles. A mi también me daría muchísima vergüenza tener que decirle a una chica mis sentimientos hacia ella.

- Pero si está clarisima su respuesta.

- Ya, pero siempre existe la duda y...

- Perdone, ¿es usted la sacerdotisa del templo?

Se giraron, sorprendidos. Ante ellos, había una mujer de unos cuarenta años, con las manos temblorosas y unas marcadas ojeras que casi no dejaban ver unos ojos que se movian inquietos, entre casnados y asustados.

- Sí, soy yo.- murmuró Ray, extrañada.

Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas y se echó al suelo, mientras agarraba las manos de Ray.

- ¡Por favor!.- sollozó!.- ¡Ayúdeme!

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