El cielo se pintaba de un gris frío, solitario y que hacía un excelente juego con sus sentimientos. Las lágrimas falsas de todos ofendían a las reales que caían por unos ojos celestes sin brillo. Traicioneros sentimientos, traicionera voluntad. Podría sonar contradictorio, pero deseaba que ese momento durara para siempre. Así no tendría que volver a una casa, ahora, vacía y sin vida. Por más doloroso que sea ver como entierran el lujoso ataúd con el nombre de "Len Kagamine" grabado en piedra. El responsable seguía vagando a escondidas, mas libre de todo pecado. Cuanto quisiera ser ella la que pudiera darle caza al desgraciado y esos policías inútiles.
La lluvia iba cesando al tiempo que pasaba. Los fuertes y fragmentos de agua se fueron convirtiendo en débiles gotas hasta desaparecer. Justo fue el tiempo de ir a casa, su solitaria casa. Muchos familiares que fingieron tristeza se le acercaron y le ofrecieron hogar. Fueron propuestas tentadoras, pero hipócritas. Las rechazo con indiferencia y fue directo a lo que alguna vez fue un lecho de amor y sonrisas.
— ¡Vamos, Rin! —Miku siempre había sido una chica muy animada que gustaba de ayudar de los demás, lástima que no tenía los ánimos necesarios para realizar alguna actividad que no sea estudiar y trabajar.
—Miku tiene razón. —Gumi hizo su aparición, acariciando la cabellera rubia que no apartaba su vista del libro, aunque realmente no lo leía. Simplemente quería tener una excusa para ignorar todo y a todos.
—Será divertido salir con los chicos. ¡SeeU y Lily han comprado vestidos para ti! Ah, y se rumorea que el trío hispanohablante del momento podría llegar hasta Japón en un par de meses. —Rin asintió sin escuchar mucho.
—Vamos, Rinny. Bruno, Clara y Maika eran los ídolos tuyos y los de… —Calló repentinamente mientras sus finos dedos se tensaban en el cabello de Rin. El silencio reinó durante unos breves momentos hasta que el repentino ruido de la rubia cerrando su novela ligera interrumpió aquel momento tan incómodo.
—Lo sentimos… —se disculpó Miku en lugar de Gumi, con la cabeza baja. Podía recordar que esos fueron dos de los pocos llantos sinceros que alcanzó a distinguir en el funeral de Len. Recordaba vagamente el día en que se conocieron todos. Kaito, Gakupo, Luka, Meiko, Gumi y Miku fueron los primeros amigos de los gemelos Kagamine en el primer grado de primaria. Kaito, Gakupo y Meiko eran mayores y estaban casi en secundaria, mientras que las demás apenas eran dos grados mayores que los pequeños rubios. Crecieron prácticamente juntos y fueron un gran apoyo cuando Rin y Len se quedaron huérfanos. Y ahora, dos meses después del asesinato de Len Kagamine, dos de sus mejores amigas se encontraban intentando animarla.
—No es vuestra culpa, simplemente… —Miró una fotografía donde salían Len y ella. Contuvo fuertemente las ganas de llorar. Miku y Gumi lo notaron, se despidieron y salieron dejando sola a Rin, justo como quería y necesitaba.
— ¿Tenías que haberte ido? —No aguantó más y se desmoronó. Su hermano, su gemelo, su otra mitad, su otra alma… Ella no solo había perdido a un ser querido, había perdido a una parte de ella. Rin y Len se juraron no hacer nada sin el otro, y lo habían cumplido por casi quince años. Rin no pudo ir al mismo lugar que Len… Pero lo haría. Hizo una promesa y la cumpliría, estaría con Len si tomaba esas tijeras. Miku, Gumi, sus padres, todos ellos no importaban más sino Len. Iría a donde él estuviera.
—No… —Casi podía escuchar su voz. Una presencia fantasma estaba en contra de su oído. Tomó las tijeras firmemente con ambas manos y las acercó a su garganta. Lloraba sin pensarlo, todo lo hacía sin pensarlo— ¡NO! —Lo que sea que estuviera en contra de su oreja, dejó de ser fantasmal y estaba con ella. Esa voz la reconocía, aun si era débil y distorsionada.
—Len… —Volteó solamente para encontrarse con la nada. Estuvo decepcionada y con rabia, su mente había creado una muy buena alucinación fruto de su desesperación, sin embargo, eso fue suficiente para que dejara las tijeras en su lugar y fuera a tomarse una ducha. Fueron unos largos minutos encerrada en la habitación pequeña con solo el sonido del agua estrellándose contra su cuerpo y el suelo como única compañía. Al salir ya vestida, se percató que las tijeras que había dejado en la mesa ya no estaban. No le dio mucha importancia.
—Tal vez finalmente me he vuelto loca… —Dos meses sin su confidente y a la espera de más tiempo sin él. Se sentó y volvió a abrir el libro que contenía su novela preferida. Leer no era de sus actividades favoritas, pero la distraía lo suficiente como para seguir existiendo y no pensar en lo que estuvo a punto de hacer. Porque sí, la escena de su intento de suicidio seguía presente en su cabeza, y daba vueltas y vueltas sin detenerse. Las lágrimas se formaron en sus ojos junto al arrepentimiento, las mismas que había sollozado en la ducha, solo que nada podía limpiarlas. Len no hubiera querido algo así, ¿no? "Pero Len lo hubiera evitado"
Pasaron las horas hasta que las manecillas del reloj llegaron hasta un punto exacto que hacía al pequeño aparato desatar una alarma. La media noche llegó, y Rin continuaba leyendo sin una pizca de sueño, con parte del dolor ya no tan persistente, mas nunca olvidado.
—Rin. —Una voz la llamó. ¿De nuevo otra alucinación? Era de nuevo Len quien decía su nombre, como si estuviera justo a su lado. ¿Por qué antes no había escuchado a Len? ¿Por qué justo ahora? De nuevo existía un punto respaldando su teoría: la locura había entrado en su ser.
— ¡Basta! —ordenó.
—Rin, Rin, Rin. —La voz era persistente, no se detenía. Abrió los ojos, escaneó con la mirada cada rincón de su habitación y no había nada, pero sí alguien. Su cabeza se giró lentamente para encontrarse con nadie más que su hermano, o una versión transparente de este.
