"Hay veces que no sé si exprimir el sol
Para sentir calor.
Y dudo que al nacer llegaré a creer
Que hoy fuera a morir"
1. Prisionera
Ella llegó un día en el que nadie pensaba que podía llegar. Sus ojos eran como la luna que cuidaba a los de su pueblo en sus sueños; su pelo, una seda que como la noche, daba la tranquilidad del trabajo del día; y en cuanto su sonrisa… Nadie podía discutir lo bello que era.
Hacía poco que llegó y ya todos los presos estaban inquietos. Un soldado que hacía turno esas horas, los calló con un fuerte golpe a una celda que tenía más cerca. Los presos comprendieron y cada uno se metió de a poco a la oscuridad de cada prisión. Ella no los quiso mirar y siguió su camino por el estrecho pasillo con lo que el destino le había destinado.
Su paso era lento y angustioso; nunca había pensado que llegaría a conocer lo que más temía su gente, nunca hubiera creído que dormiría siendo libre y que despertaría siendo lo que sería ahora: una prisionera…
Llegó a donde estaba el soldado y mostró sus manos encadenadas. Él la miró con desinterés y la guió por el laberinto de celdas hasta encontrarla con la suya. Le sujetó un brazo con fuerza y la empujó a lo que sería por siempre su prisión.
Ella estaba adolorida por el golpe de la caída pero aún así logró ignorar su dolor y le dedicó una mirada apagada y tímida al hombre que tenía al frente. El soldado le devolvió la mirada y se fue caminando pesadamente dejándola en sus pensamientos.
Aunque el soldado aparentase un hombre peligroso y maldito, ella vio en sus ojos lo que ninguna vez vio en lo demás: la compasión. Sus ojos decían a gritos que maldecía hacer eso pero que no tenía ninguna otra opción.
Desde aquel momento nunca lo pudo odiar.
En cuanto al soldado, un hombre alto y robusto, de pelo como el sol justo y protector, y ojos del más puro cielo; llegaba a lo que sería otro día de trabajo. Aborrecía su labor más que a nada en este mundo, pero por órdenes del rey, tenía que hacerlo. Él no había sido un destacado en el cuartel, ni mucho menos obediente. Siempre fue un rebelde que negaba cualquier decisión de su comandante. Él quería que se acabara lo que comenzó como un simple plan de conquista y que en verdad fuera un asqueroso procedimiento para eliminar a todos los pueblos que estaban alrededor del reino. El rey sólo daba excusas de que ni siquiera eran personas y que estaba infectando las tierras que por legítimo derecho les pertenecían. Él soldado sabía que esas tierras no les pertenecían y por eso organizó varias rebeliones con los que pensaban como él en contra del monarca. Pero nunca llegaban a tener éxito porque siempre había alguien que se acobardaba y le contaba al rey. Varias veces fue castigado y maltratado para que se arrepintiera, pero él nunca dio pie atrás.
El rey lo valoraba, aunque hiciese esas revueltas; prácticamente, lo consideraba como un niño que se creía un héroe. Por lo que decidió que se encargara de los prisioneros que llegaban para su pronta perdición. Quizás aprendería que lo que él ordenaba era ley o sino, que sufriera mientras tanto.
El soldado nunca vio a donde se llevaban a los prisioneros después de unos cuantos meses, ni tampoco quería saber. El sólo tenía que encargarse que su permanencia fuese la peor posible y que ninguno escapase. Aquella chica que había llegado, le había mirado a la cara sin ni siquiera una pizca de temor. Aquello le había sorprendido, sobre todo que en sus ojos blancos había sólo tristeza…
La tristeza que él mismo guardaba en su corazón.
Por eso le tuvo compasión como a ningún otro prisionero. Al menos, haría que su estadía fuese un poco placentera mientras estuviera bajo su cuidado. Sí, eso haría.
En su puesto estaba otro soldado que, al igual que él, tenía el deber de cuidar y vigilar a quienes eran capturados. Su pelo era de un azabache muy oscuro, al igual que sus ojos. Los prisioneros más le temían a él que al soldado rubio porque él tenía la suficiente sangre fría como para azotar a quienes intentaban escapar. Ante él, los valientes se hacían cobardes y los fuertes, débiles. Nadie se había atrevido a alzarle la voz ni mucho menos pegarle. Decían que no tenía corazón y que en su cuerpo no tenía alma. El rey lo estimaba demasiado por su carácter y actuar, por lo que lo dispuso en ese puesto para que mandase al rubio y que este aprendiese de él.
Lo que el rey nunca pensó fue que en estos soldados se creará una gran amistad y que ambos compartían la misma sensación de rebeldía ante las órdenes que él daba, sólo que uno era más demostrativo que el otro con esa sensación.
-¿Y a quien dejaste ahora, Naruto?
El rubio se apoyó en una pared y miró a su amigo.
-A una chica (le contestó), es como de unos veinte años. Es la más joven que he visto llegar
El otro se quedó pensativo. No era la primera vez que llegaba una mujer, pero eran todas viejas, de rostros arrugados y de bocas desdentadas. En cambio la de ahora era joven…
-¿Es linda?
El rubio le miró desconcertado e hizo memoria. En verdad… era muy linda.
-Sí (Le afirmó)
El de ojos negros gruñó y se cruzó brazos.
-¿Sabes lo que significa?
Naruto negó con la cabeza.
-Significa… (Continuo molesto) que tendremos varios problemas hasta que se vaya
Y le señalo las celdas con los presos.
Naruto no comprendió de inmediato ¿cómo una chica tan linda les iba a dar puros problemas? Hasta que vio en donde le señalo su amigo. Esos hombres han estado encerrados durante mucho tiempo…
De ahí el griterío que hicieron cuando la vieron. Hizo un recorrido mental en donde la había llevado y recordó que su celda estaba vacía. Si no hubiera estado vacía… Ya se veía excavando una tumba para su cuerpo; no era la primera vez que lo haría, pero aquella chica tenía algo distinto, algo que la hacía especial. Un escalofrío le recorrió su cuerpo en sólo pensar que le hubiera ocurrido si la hubiera puesto en otra celda… Al menos, la puso lejos de aquellos depravados.
-Pero al menos está en una celda vacía Sasuke…
El de ojos negros lo miró con sarcasmo.
-¿Acaso crees que estos locos nunca se han escapado? (le dijo)
¿Cómo crees que me gané su respeto? ¿Con cariño?
Sasuke se rió ante el inocente pensamiento de Naruto: Aún no podía creer después de sus veinte años vividos y unos dos de estos en ese trabajo, siguiera pensando que eran unas buenas palomitas. Había algunos que eran así, pero casi todos tenían la cabeza trastornada por el encierro.
-Pero…
-Tranquilo (le interrumpió Sasuke) A tu chica no le pasará nada mientras estemos nosotros.
Diciendo esto, se fue a hacer su ronda.
El rubio se sentó en una silla y encendió una vela. El "tu chica" se le quedó grabado en su cabeza. Iba a gritarle a su amigo de la locura que le dijo cuando se dio cuenta de que no estaba. Otra vez se le vino el "tu chica" e intento alejarlo pensando en la hora en que saldría y pudiera ver la luna en los campos de noche. Pero lo único que logró fue que se le viniera su bello rostro y quedo hipnotizado, pensando que hubiera pasado si no la hubiera conocido allí… Quizás, la hubiera quedando viendo desde lejos; él podía ser un hombre temido y fuerte, pero en lo que se refería a mujeres… Él sólo era un niño. Ni siquiera conoció a su madre y su padre se había ido hace mucho tiempo. Solo tuvo que aprender de la vida y ahora estaba aquí. Debía reconocer que ella era muy linda, pero que también, no podía tener nada con ella. Algún día, tendría que irse de la misma forma en que llegó y que él tendría que olvidarla. "Si las cosas fueran distintas…" pensó.
Unos ruidos de cadenas lo sacaron de sus pensamientos y recordó que aún había presos que encerrar. Se levantó y comenzó a guiar a todos los que llegaban, encerrándolos en las celdas que estuvieran más lejanas de la chica de ojos de luna. Otra vez volvió a su puesto y vio a su amigo esperándolo con otro preso que estaba encapuchado.
-Hasta que por fin llegas (le dijo Sasuke) Llévatela a donde estaba la otra. No te preocupes (agregó al ver la cara de desagrado del rubio) no le hará nada. Al final, necesita a alguien con quien conversar ¿no?
Le sonrió para que se convenciera y le quitó la capa al encapuchado: una chica de ojos tan verdes como el prado de mañana y de un pelo rosado como las flores de primavera se mostró.
-Vamos, llévatela (insistió)
El rubio asintió y se la llevó, pensado que ahora su amigo estaba en las mismas condiciones que él ¿quién hubiera pensado que habrían conocido a tan bellas mujeres en un lugar como ese?
