Todos los personajes de Rick Riordan. Yo escribo esto porque el mundo necesita más de esta pareja, ¡y lo sabéis! CX


— SHIPP MOMENTS —

El padre de ella... ¡digo, de él!


Hefesto esperó haber oído mal. En serio lo esperó. Porque definitivamente al dios del fuego no le estaba haciendo ninguna gracia el hecho de atender al llamado de uno de sus hijos y bajar a la Tierra para saber... eso.

— Definitivamente no te he escuchado bien —aseguró la figura de piedra de Hefesto, la cual habría cobrado vida gracias a los poderes de Leo... vale y también al invento de Harley, mejorado.

— Está bien, cerebro de piedra, lo repetiré otra vez —accedió el menor dentro del templo de Hefesto—: ¡Hola papi, soy Leo Valdez, el niño que tuviste con esa mortal que estaba de escándalo! —despues señaló al joven mortal a su lado, que sudaba frío, temblandole las piernas ante la figura de piedra y apretando contra su pecho la flecha mágica de Dodona— A él ya le conoces, ¡es tu glorioso hermano Apolo! —se llevó la palma de su mano a un lado de la boca, como dando la impresión de que no quería que nadie más que Hefesto le escuchase, pero hablando deliberadamente en alto— Solo que está irreconocible porque últimamente anda escaso de gloria por... —al igual que la primera vez, el ex dios trató de asesinar al semidiós con la mirada por si se atrevía a terminar esa frase. Leo solo se encogió de hombros— ya sabes, y también es mi novio ahora. El caso es que necesitamos...

— ¡NO! —chilló la estatua de piedra.

— ¡Ni siquiera me has dado una oportunidad de decirte que necesitamos! —se quejó Leo, casi haciendo un puchero.

— Dudo que ese "No" en tono Mezzosoprano perfecto vaya por ahí —le murmuró Apolo a su sobrino y ahora también pareja.

— Hijo, tú, tú, tú, tú ¡¿le has visto bien?! —exclamó Hefesto, sus ojos se abrían abierto más de no ser una estatua. Tomó a Leo por los hombros, zarandeandolo para que entrase en razón— ES APOLO. ¡El maldito por Eros! ¡En el mejor de los casos te va a dejar tirado por las primeras piernas bonitas que pasen ante sus narices!

— ¡Hey, que estoy aquí! —se quejó el ex dios, totalmente herido en su orgullo.

Leo simplemente rió ante la reacción de la copia de piedra de su padre.

— ¡Oye, que divertido, hazlo más rápido! —exclamó Valdez, obviamente refiriéndose al balanceo sobrehumano al que era sometido, pero que para él no era diferente al zarandeo de una atracción de feria, haciendo completos oídos sordos a la provocación.

— Leo, hijo mio, escuchame, no vale la pena enfadar a Eros. Él maldijó a Apolo sin amor hace muchos siglos y no le va a gustar nada saber que estás desafiando su palabra, ¡en el peor de los casos podrías morir por culpa de ese patán!

Esta vez el ex dios del sol se quedó callado, recordando los terrible destino de Jacinto, cuyo único crimen fue amarle de vuelta. Muy hondo temía que a Valdez fuera a ocurrirle lo mismo, no le gustaba nada pensarlo, pero era un temor que mantenía latente muy dentro de su pecho humano.

Leo sonrió con toda la cara.

— No problemo, colega —se deshizó muy fácilmente del agarre de piedra y les mostró a ambos un documento brillante que había mantenido oculto en sus bolsillos durante mucho tiempo a los otros dos presentes.

— Yo, Eros, hago oficial el fin del calvario del Dios Apolo y autorizo su unión con el semidiós Leo Valdez, aquí presente y testigo de que realmente soy yo, el único e indiscutible Cupido, quien escribe estas palabras, que prometí cumplir bajo juramento por el río Estigio, siendo ahora este hijo de Hefesto la única pareja posible del hijo de Zeus y Leto —Hefesto y Apolo leyeron a la vez, cada vez más sorprendidos con cada palabra y la sonrisa de suficiencia del joven era testigo. Al final del documento la firma del dios del Amor lo hacía oficial.

— Tuve que hacer que manchase varios pañales, si sabéis como os digo, antes de conseguir esto, pero valió la pena —comentó Leo de pasada guardando de nuevo el papel brillante. Miró a los ojos de su pareja—. Después te alcanzó con una de sus flechas y el resto ya se sabe.

— Soy libre —musitó Apolo, sus ojos brillando—, soy libre. Mortal, pero libre.

— Tú eres el culpable de que Eros no quiera salir fuera de su habitación —se atrevió a decir el dios del fuego— ¿Qué, por Hera, le hiciste?

Su hijo se encogió de hombros.

— No quieres saber. Pero es verdad que Hera me ayudó —solo decir esa frase fue explicación suficiente.

Ambos hermanos temblarón ante la sola mención de la cruel diosa.

— Pero sigo sin fiarme de esta rata —aseguró Hefesto, chocando sus puños de piedra y asesinando a su ahora hermano mortal con la mirada.

Apolo tragó saliva, dando unos pasos hacía atrás, empuñó la flecha de Dodona entre él y su hermano (y ahora también suegro) labrado en piedra, como si fuera un cristiano tratando de alejar a Satanás con una cruz.

Leo solo rodó los ojos.

— Por favor, que salgo con Lester Papadopoulos, no podría ponerme los cuernos ni aunque quisiera.

— ¡Muchas gracias, oye! —exclamó el ex dios. Teniendo un novio así, quien quería enemigos romanos.

La estatua de Hefesto, al escuchar eso, se tranquilizó en seguida.

— Hombre, visto así...

— Sus hijos me quieren —aseguró Leo con ojos de cachorrito, como diciéndole "¿por qué Hades tú no?"

El dios del fuego solo pudo suspirar, comenzó a rascarse la nuca.

— Estoy confundido, creí que salias con Calipso, hijo, al menos ese era el rumor.

Ante la sola mención de la chica, Leo se enrabietó.

— ¡Esa maldita hija de una furia se atrevió a dejarme! —exclamó— ¡A mí! Aunque debí sospechar. ¡Ni siquiera me dejaba llamarla "mamacita"! ¿Para qué Hades quieres una relación si no le puedes poner al otro nombres estúpidos? ¡Que alguien me lo diga!

Hefesto parpadeó, confundido (y algo asustado) y se alejó de su hijo un paso.

Apolo envolvió a Leo entre sus brazos y este enseguida se calmó, regresandole el abrazo a su pareja ex divina con una gran sonrisa tatuada en el rostro. Hefesto no tuvo la menor duda de que su hijo había fingido la rabieta anterior como excusa para que Apolo le abrazase, y como lo disfrutaba el maldito.

— Bueno, siendo así y si tienen la aprobación de Eros, me quedo más tranquilo —Hefesto no tuvo más remedio que rendirse—, tened una buena vida.

Y con eso la figura de Hefesto volvió a ser solo piedra.

La pareja se despidió a la vez de la estatua tan tranquilos.

— ¿Cómo conseguiste la ayuda de Hera?

— Está convencida de que si sales conmigo serás mortal para siempre, ella es pro a todo lo que evite que tu trasero vuelva al Olimpo. Al menos así lo dijo.

— Oh... —que gran madrastra tenía, por favor.

Solo cuando pusieron el pié fuera del templo, abrieron grandemente sus ojos y se miraron, perdiendo los nervios.

— ¡La misión! —exclamarón y apresuradamente volvierón adentro.

Con todo se les había olvidado por completo lo que habían ido a hacer allí en un buen principio.