Disclaimer: Wang Yao y Yong Soo le pertenecen al maestro Hidekaz Himaruya.
¡PERDÓNAME, ANIKI!
—¡No me vas a encontrar nunca, China! ¡Ja, ja, ja, ja!
El pequeño Yong Soo se había escondido tras una roca en el bosque, aprovechando que había salido de excursión con su Aniki, en verano, y allí permaneció acurrucado y en silencio, salvo por unas risitas que soltaba de vez en cuando. Wang Yao se dio cuenta de que Corea ya no estaba a su lado, y empezó a buscarlo, con gesto de fastidio.
-¡Yong Soo! ¡Yong Soo! ¡Sal de donde estés! ¡No esperes que hoy me pase todo el día buscándote como ayer!
China pasó al lado de la roca, y miró por el rabillo del ojo, descubriendo a Corea partiéndose de risa en voz baja. Sonrió maliciosamente y decidió volver la broma contra él.
—Ya que Yong Soo no está aquí, tendré que volver a casa, a lo mejor ha vuelto por sí solo...
Se alejó varios pasos y se escondió tras unos arbustos, pensando:
—"Esto te servirá de lección, pequeño diablo..."
Corea continuó un buen rato escondido, y cuando se asomó, no vio a Wang Yao por ninguna parte. Entonces perdió la sonrisa y se preocupó.
—A...¿Aniki? ¿Aniki, estás ahí? —salió de detrás de la roca y lo buscó con la mirada por todas partes. Estaba empezando a asustarse, y el sol se estaba poniendo, sumiendo todo en las sombras—. ¡Aniki!
Caminó durante un rato, aterrado ya que era casi de noche y tenía frío, y siguió sin ver a China.
—¡Perdóname, China! —gritó, con los ojos llenos de lágrimas—. ¡No lo volveré a hacer, te lo prometo! ¡Pero no me dejes aquí solo! ¡Vuelve, aniki!
Se sentó con la cabeza enterrada en las rodillas y se puso a sollozar, arrepentido.
—No me abandones —suplicó, llorando. Entonces oyó una voz cerca de él.
—Vamos, tontito, deja de llorar y vamos a casa.
Se levantó de un salto y vio a China, a su aniki, a pocos metros de él. Echó a correr a toda velocidad hacia él y saltó en sus brazos, abrazándose a su cuello y sin dejar de llorar en su hombro.
—¡Perdóname, aniki, perdóname! ¡No lo volveré a hacer!
China le acarició el cabello y lo besó suavemente en la frente.
—Tranquilo, Yong Soo —echó a andar hacia su casa, que podía verse en la lejanía—. Ya lo sé.
