Nunca antes en mi vida se me había ocurrido escribir una parodia. Busqué y busqué tutoriales, referencias, pero no logré hacerme una idea clara. Así que este fue el resultado: algo que aparenta ser una crítica-sátira (después de todo, ese es el propósito de una parodia) sobre unas criaturas que, por su gran poplaridad, me provocan cansancio —Si el pobre Bram los pudiera ver...
Disclaimer: Los personajes aquí presentados son propiedad de Rumiko Takahashi. También se hacen algunas referencias a historias que le pertenecen a sus respectivos autores.
Este fic participa en el Reto del mes de Julio "Parejas: Sango y Miroku" del foro "Hazme el amor".
CAPÍTULO 1:
Y resulta que no brillan
3,722 palabras
Cada vez que Kuwashima Sango lo tenía en frente, sentía deseos de arrojarse del edificio más alto. No era que él fuera exasperante o le gastara bromas, o alguna cosa parecida. Era que... Bueno, no podría explicarlo. Solamente que si pasaba más de una hora a solas con él, sí consideraba su idea de caer de cara al asfalto duro desde un techo. Por eso ese atardecer, mientras estaba recostada en un sofá disfrutando el poco tiempo que le quedaba para relajarse después de un agotador día de escuela, se sintió casi en la gloria.
Sin embargo, aterrizó bruscamente a la realidad cuando escuchó que ya no estaba sola en el cuarto. Si tuviera un arma hubiera disparado, sin dudar. Bang. En medio de las cejas.
Abrió los ojos y se encontró con el rostro de Miroku, con esa sonrisa muy típica de él, como de pasta dental: «Dientito, para nosotros los depravaditos».
—Buenas noches, Sango.
—Dilo por ti —se levantó, yendo hacia la puerta, casi como si estuviera saliendo para pasear al perro. Pero, en todo caso, ella parecería más como una mascota. La mascota de Miroku—. Por tu culpa me están saliendo ojeras. No he dormido bien —Sango señaló hacia las bolsas abajo de sus ojos.
—¿Pero acaso no te diviertes conmigo todas las noches? —le dijo, mientras ya se encontraban afuera, caminando en la calle. Desde hacía casi un mes se pasaban las noches fuera de casa.
—¡Claro que no! —Sango gritó, con un poco de color rojo en sus mejillas—. ¡Y no lo digas de esa forma! —ese hombre podría llegar a tener un gran talento con el doble sentido. O podría ser que ella era la que imaginaba otras cosas... La saliva de Miroku debía de contagiar algo. Babocitis, por ejemplo.
—Así es como yo hablo, y creo que ya no puedo cambiarlo —Sí, era verdad. Ya era muy viejo como para hacerlo.
Sango suspiró y caminó hacia donde Miroku deseara ir esta vez. Así era y así sería hasta no sabía cuánto tiempo. Todo dependía de él y eso no era muy tranquilizante.
Él no era perfecto, eso estaba más que claro. Decía la verdad a medias, era mujeriego y muy pervertido —mucho. Pero lo que más odiaba era esa bendita pregunta que le hacía a todas las mujeres sin consideración alguna.
—Hey, linda —comenzó, mientras se dirigía a una mujer de apariencia boluptuosa que hacía un rato parecía estarlos viendo. Tal vez era por Miroku, o tal vez porque parecían unos locos dándole vueltas al parque a falta de unos mejores planes por parte del que, lastimosamente, era su compañero. O quizá era porque, considerando sus movimientos, estaba demasiado ebria como para tener suficiente razonamiento. Sí, esa podría ser la razón más coherente.
Sango ya sabía qué era lo que seguía. Otra vez estaban esas ganas de tirarse de un edificio. Pero claro, no ganaba nada cumpliendo con su deseo. Después de todo, él siempre podría encargarse de reanimarla:—¿Quisieras darme un poco de tu sangre?
La muchacha desconocida sólo rió. Mientras tanto Sango se fue de ahí, molesta. No sólo con Miroku, sino también por esa pobre borracha que podía tener el talento de tomarse cualquier cosa que no comprendía como una broma.
—Sango —Miroku la llamaba, jugando a ser lento. Posiblemente actuaba así porque sabía de lo que ella era capaz.
—Nada de Sango —se burló de su tono de voz—. Sólo quédate ahí y espera a que salga el sol. Te falta un poco de color.
Y continuó caminando, dejando que la molestia la guiara.
A veces deseaba no haber sido tan torpe en esa ocasión y haber mantenido los ojos abiertos. Ella era ágil y muy cuidadosa cuando se trataba de sus movimientos. Era una chica tan bien entrenada que su cuerpo solía resultar un peligro —aunque eso no sólo se aplicaba al ámbito de la defensa personal. Pero ese bendito día en el que seguía con su rutina de correr todas las madrugadas tuvo que tropezar y caer justo en sus brazos.
No había caído sobre esa calle donde precisamente estaba pasando un vehículo. En lugar de eso un caballeroso joven —como había ilusamente pensó en ese momento— la había salvado de ser atropellada.
—Gracias... —le dijo, después de encontrarse de nuevo de pie.
—Tsujitani Miroku —mencionó su nombre demasiado orgulloso—. Y no hay por qué agradecer —Por Dios, en ese momento creyó que era tan amable.
—Claro que sí, si no fuera por ti... No quisiera pensarlo —expresó, siendo demasiado dramática. Aunque esa mañana no le había parecido así. Aunque, bueno, por el aparente nivel de inteligencia que poseía esa mañana, bien pudo ver a un ponicornio volador que le ofreciera llevarla volando al infinito y más allá—. ¿Hay algo en que pueda pagarte? Por favor. Mi padre me ha enseñado que hay que pagar todos los favores —Sí, ese día hizo cosas muy estúpidas.
—Mmm, pues ahora que lo dices... —la forma en que la había visto de la cabeza a los pies le hizo comenzar a sentir arrepentimiento—. ¿Quisieras darme un poco de tu sangre?
—¿Eh? —el calificativo confundida quedaba muy pequeño en ese momento. Confundido podía ser alguien que no entendía la pregunta de un examen, el por qué la gente decía que los cangrejos eran inmortales, o otras cosas que las personas hacían o decían como personas que eran—. Perdón, creo que escuché mal. ¿Qué decías?
—Dije que si podrías darme un poco de tu sangre —dijo, así sin más. Su sonrisa casi la pudo haber cegado de lo brillante que era, casi tanto como sus ojos de cachorro. Deseó cargar con una sombrilla para cubrirse.
En ese momento Sango tuvo varias opciones que podrían explicar eso:
Opción A: Él estudiaba medicina y necesitaba sangre para realizar algunas de sus prácticas en el laboratorio. Ya lo podía ver, con bata blanca y anteojos. «Mmm, tal como veo, su tipo de sangre es AB con un Rh negativo. Dicen que la gente con ese grupo sanguíneo es muy malhumorada» él diría.
Opción B: También estaba relacionado con algo parecido y ayudaba en algún hospital al cual le faltaban donadores de sangre. «Por favor, apunten sus datos, fórmense en la fila y extiendan la mano. Gracias».
Opción C: Le estaba jugando una broma. «¡Oh, te lo creíste! Lo lamento, sólo bromeaba. Jaja já».
Opción D: Estaba completamente loco. «Uhhh, estoy loco. Témeme».
Sango, quien era una persona lógica y solía desconfiar de algunas cosas, decidió ser más positiva y darle el beneficio de la duda a ese desconocido que no era tan desconocido porque sabía que se llamaba Tsujitani Miroku. Ah, y que tenía el poder de parecer inocente y que sus dientes brillaban.
—Claro, ¿por qué no? —le dijo, imaginando que era alguna de las dos primeras opciones, quizá inclinándose a la segunda (su tipo de sangre era uno de los más raros, así que le parecía lo más indicado ayudar a los demás). Creyó que él se alegraría, pero de repente se encontró sorprendido, casi sin habla—. ¿Está todo bien?
—Amm, sí. Entonces nos veremos después —mencionó, al momento en que caminaba lentamente hacia atrás, sin dejar de verla. Evitando mágicamente cualquier obstáculo que se le presentaba.
Qué talento.
—Espera, ¿cómo es que me encontrarás? —Casi le gritó. Él ya se encontraba muy lejos.
—Sé cómo hacerlo —dijo, y salió corriendo, como si lo estuvieran persiguiendo.
—Me llamo... Sango —terminó, sin que él la escuchara.
Y ella había imaginado que no volvería a ver a muchacho que se había ido justo cuando el sol comenzaba a salir, llevándose su extraña proposición. Sin embargo, ese mismo día, cuando era de noche, alguien tocó la puerta de su casa y se encontró con él.
—Vine por mi sangre —le dijo Miroku con una amplia sonrisa. Sango abrió más la puerta para que él entrara, pero sólo se quedó parado, mirando—. ¿No vas a invitarme a pasar?
—La puerta está abierta —señaló lo evidente.
—Sí, eso veo —mencionó, pero continuó afuera.
—Por eso... —Si se encontraba así, significaba que podía entrar. Era obvio. Sin embargo, Miroku se mantuvo ahí, parpadeando.
Después de unas miradas hacia al rededor y unos segundos en silencio, volvió a hablar: —Es una buena puerta.
—Sí, es muy resistente... ¡¿Vas a pasar sí o no?! —terminó por gritarle ante una situación semejante. Él sonrió.
—Ya que me invitas... —y entró, casi dando saltitos de alegría. Ahí fue cuando Sango comenzó a sentir que había cometido un grave error. La segunda vez fue cuando tomó asiento y se preguntó dónde demontres estaba la aguja y las otras cosas que se suponían eran necesarias para sacar y almacenar sangre—. No la necesitaré —mencionó con una mirada extraña.
Un instante después, Miroku estaba sobre ella, inmovilizándola con su peso y una mano. La otra estaba en su cabeza, haciendo que su cuello se mostrara con mayor libertad. Sango pensó que había dejado entrar a su casa a un depravado, un sicópata, un violador... que la mordió.
Gritó y lo abofeteó. Acto seguido le dio un rodillazo en el estómago, tomándolo por sorpresa y tirándolo en el piso. Sango aprovechó esa oportunidad para ir corriendo a la cocina y tomar una sartén (se encontraban en la sala y su casa no era tan grande). Así, los golpes comenzaron hasta que ella se cansó y la sartén perdió su forma.
Mientras Sango respiraba agitadamente, observó que Miroku aún se movía —bien, al menos no se había convertido en una asesina. Después, comenzó a levantarse con movimientos dignos de alguna película de terror. Ella casi sintió aquello que los occidentales llamaban escalofríos (pero que ninguno de los japoneses comprendía, ya que ellos no sentían eso).
—¿Qué me has hecho, Sango? —mencionó, con tono fantasmagórico. Ella retrocedió lentamente. Aun así, pudo ver cómo las heridas de Miroku comenzaban a sanar con una velocidad sorprendente.
—¡¿Pero qué diantres eres?! —exigió saber, tratando de ocultar su creciente miedo al observar que él se ponía de pie, como si nada hubiera ocurrido. ¡Corran!
—Me dijiste que podía tener tu sangre —le dijo con una mueca infantil.
—Eso no fue lo que te pregunté —continuó retrocediendo, y él la siguió con su mismo ritmo.
—Resulta un poco obvio, ¿no? —Miroku sonrió y la espalda de Sango tocó la pared. Ahora sí estaba perdida.
Vampiro.
Había conocido a un vampiro real. No fue en una clase de química, en una calle oscura, dentro de un bar con malosos, ni siquiera en un cementerio al momento en que escribía en un diario o en un instituto especial, sino en el parque casi al amanecer mientras corría. Nada de glamour o misterio, sólo tropezando con una más que cliché cáscara de banana.
—¿Me convertiré en vampiro o para eso necesitaría una transformación especial?—dijo de repente, tocando su cuello herido.
—Lees mucho, ¿no? —parecía como si Miroku fuera a reír en cualquier momento.
—No ese tipo de historias, sólo las conozco —de repente se sintió avergonzada. Avergonzada por lo que había dicho un vampiro.
—No. Naces vampiro o no. Somos como un tipo de youkai —explicó. Entonces, ¿los youkai también existían? Un momento, ¿eso quería decir que el gran Nessi no era ficticio? Si era así, qué miedo para los que vivían cerca del lago Ness—. ¿Entonces, me darás lo prometido? —se aventuró a decir, sonando en verdad muy estúpido.
—¿Por qué debería hacerlo?
—Porque te salvé y tú dijiste que siempre se debían pagar los favores —diablos. Un golpe bajo.
—Sólo evitaste que cayera frente al hombre en bicicleta que vende pan. ¿Qué me haría? ¿Me arrojaría pan duro hasta la muerte? —trató de remover sus palabras, pero ya no había forma de borrarlas.
—Eres graciosa cuando te enojas —Miroku continuaba con la apariencia de que nada extraño había ocurrido. Ella puso un rostro increíblemente molesto, borrándole su tonta sonrisa—. También das miedo. Aun así, una promesa es una promesa.
—No lo haré —dijo. En ese momento, ya no tenía miedo, sólo molestia.
—Bien —Miroku sonó derrotado—. Entonces me voy —y en verdad estaba caminando hacia la puerta, seguramente pensando que no tendría qué temer si ella le decía a alguien que los vampiros eran reales. Pero entonces, una enorme figura pasó sobre su cabeza. Él pudo ser veloz y evitar que esa cosa lo golpeara y, en lugar de eso, se encajara entre la puerta y la pared.
—¿De dónde sacaste eso? —volteó a ver, incrédulo, hacia donde se encontraba Sango. Podría jurar que ese bumerang gigante no estaba ahí antes—. ¿Eres bruja o algo así?
—¿Crees que te dejaré ir después de que sé esto? No soy una tonta protagonista de alguna historia aún más tonta. No saldrás de aquí con vida. De mí depende que no vuelvas a herir a más gente —ahora fue turno de él para sentir miedo. Más cuando vio que tomaba de nuevo el bumerang y tenía la plena intención de atacarlo con él.
—¡Espera, espera, espera, Sango! —incluso él extendió las manos, como si hubiera escuchado el típico ¡Levanten las manos!—. ¡Hay una forma en la que ambos ganamos!
—Dila —bajó el arma, pero no la alejó de ella. Sango dio unos pasos hacia él.
Miroku aprovechó la oportunidad para observarla con aspecto serio y decirle su nueva proposición: —Sé mía —el comentario fue recibido con una bofetada—. ¡Ay caray, pero cuántas veces vas a golpearme hoy!
—Las veces que sean necesarias. Además, no importa cuán herido estés, puedes sanar rápidamente, ¿no? —pudo ver cómo él tembló.
—Olvídalo. Lo que quería decir era que fueras mía, ¡pero en otro sentido! —gritó, al ver cómo la mano de Sango se aproximaba peligrosamente.
—Entonces explícate mejor —le dio otra oportunidad, mas esto parecía más un interrogatorio donde podrían esperarse torturas si no decía lo que quería escuchar.
—Lo que quiero de ti es tu sangre —y así comenzó la propuesta de Miroku, una en la que a cambio de que ella le suministrara sangre, él no atacaría a gente inocente ni pobres mascotas extraviadas. En verdad tenía musarañas en el cerebro.
—Entonces quieres que sea tu refrigerador ambulante —dijo Sango, después de escuchar lo que él tenía que decir.
—Teóricamente —otra bofetada—. ¡Por Dios! ¡Ah! —cayó al suelo, como si ella lo hubiera golpeado en el estómago, que era lo que deseaba hacer, mas no lo había hecho. A menos que no lo recordara. Todo era posible ahora.
—¿Q-qué te pasa? —A pesar de todo, sintió un poco de lástima por el pobre vampirillo que se retorcía.
—Me mordí la lengua —respondió de forma medio entendible—. Palabras santas —casi escupió.
Sango sintió unas repentinas ganas de reírse de él, e iba hacerlo hasta que se percató de algo: —Te está... ¿Qué es eso blanco? Parece leche.
—Sangre de vampiro —explicó—. No podemos producir oxígeno. Si no hay oxígeno, no hay sangre roja. Cosas científica —logró entender, a pesar de su lengua lastimada.
—Entonces no respiras. Pero pareces respirar —sí, ahí estaba de nuevo su pecho inflándose y desinflándose.
—¿Hay algún problema? —mencionó, mostrándose orgulloso—. Sólo quiero ser popular.
—La sangre no es sólo alimento, también oxígeno —pareció analizar las cosas.
—Así es —asintió—. Un momento, estás reconsiderándolo, ¿no?
—Sólo si es para evitar muertes —y Sango cayó en la trampa.
—¿La mía? —los ojos azules parecieron destellar cual personaje femenino de un manga shoujo antiguo.
—Ahhh, también —no deseó romper su corazón de murciélago, porque quizá ya era suficiente con que hubiera roto su cabeza.
—Entonces es un trato —después, unieron sus manos en un saludo.
—¿Con sólo estrecharnos las manos está listo? —preguntó. Las manos de Miroku no resultaron frías, como decía el mito.
—¿Te parecería un beso para cerrar el trato? —le guiñó un ojo y Sango deseó tomar a su bumerang de nuevo.
—¿Y si mejor un golpe en la boca? —si no había colmillos, bebería sangre con popote y asunto arreglado.
—Así está bien.
Todas las cosas que pudo ahorrarse diciendo un simple no. Una de ellas podría ser el estar caminado casi a media noche con unas enormes ganas de romper los vidrios de un negocio o cualquier otra cosa que lograra disminuir su rabia. Pero eso traería consigo un paseo en una patrulla y hospedarse en la mejor suit que podría ofrecerle la comisaría de la ciudad.
—¿Aún estás molesta? —le volvió a preguntar Miroku, como aquél que pregunta con insistencia ¿Ya llegamos?
—No estoy molesta —dijo, mintiendo un poco, pero a la vez diciendo la verdad. Confuso. Sí, pues así también se sentía ella.
—¿No? ¿Entonces? —su voz tenía algo de ironía diluida.
—Estoy cansada —incluso sonaba de esa forma—. Siempre es lo mismo contigo: salimos a patrullar por si hay vampiros malos, como tú dices. Pero siempre terminas coqueteando con mujeres y pidiéndoles su sangre. Si así iba a ser, nunca hubiera aceptado.
—Así que sientes celos —las cejas de Miroku se levantaron. Oh, cómo deseaba Sango depilarle las cejas y luego volvérselas a pegar, pero más arriba. Así siempre tendría un aspecto sorprendido. ¿Ahora quién se reiría?
—No —claro que no. Los refrigeradores no sentían celos—. Es como si no cumplieras con tu parte del trato. ¿Por qué no sales tú solo? Y que sea cuando esté en el instituto, por favor.
—Soy de espíritu nocturno —mencionó sin dificultad—. Las cosas interesantes ocurren en la noche.
—Le temes a que cuando salgas al sol comiences a brillar —incluso ella movió sus manos para hacer el efecto y enfatizar sus palabras. Ya podría imaginárselo.
—No soy una lámpara —dijo, sonando un poco molesto. Al parecer, no le agradaba la idea de parecer un hada brillante e inexpresiva. Sango se sintió mejor, pero Miroku no hizo que eso durara mucho—: Tengo hambre.
—Ah, qué bien. Por ahí vi al señor del pan —si ese señor también tenía responsabilidad en su estado actual, pues que también cargara con la culpa.
Sin embargo, su broma o quizá no broma, duró poco cuando Miroku la acorraló frente a un árbol, en medio de la oscuridad.
—¿Por qué siempre tiene que ser en el cuello? Eso comprueba un cliché muy grande —habló, tratando de parecer despreocupada.
—Estás haciendo muchas preguntas hoy. No trates de huir.
—No huyo —y cerró los ojos, pero su cuello jamás fue mordido—. ¡Si ibas a hacerlo en la mano, no te hubieras acercado de esa forma! —le regañó después de que la cena hubiera terminado.
—No grites así, Sango. Hay gente cerca que nos puede ver —genial, ahora ella era la que tomaba el papel de loca—. ¿Recuerdas la ocasión en la que esa vecina te escuchó gritar y vio por la venta manchas de sangre? Pensó que era un caso de violencia intrafamiliar —sí, esa señora a quien se le había ocurrido imaginar que ambos eran un tipo de japoneses descarriados que habían decidido casarse o al menos vivir juntos. Algo muy extraño. Aunque la vecina también pensaba que sus gatos robaban su dinero y con él planeaban armar un plan para su supremacía mundial.
Por eso nunca dejaba que Kirara se le acercara.
—Ya haz lo que quieras, después de todo siempre terminamos haciendo lo que tú quieres —¡Al carajo! Solía molestarla tanto como cuando se encontraba usando la computadora y, por cualquier cosa, del escritorio se movía al inicio sin dejarla trabajar en paz. Bueno, no tan molesto, pero quedaba en un puesto considerablemente alto.
Estaba segura de que Miroku iba a decir algo más, pero no lo hizo. Pudo haberse debido a que un ladrillo de procedencia desconocida chochó contra su cráneo inmortal.
—¡Auch! —se quejó, mientras el líquido blanco salía de sus heridas.
—Pero qué vergüenza de vampiro —le dijo. Parecía muy cruel, pero en otra situación ella correría a ver qué había ocurrido. No obstante, él siempre sanaba. Y tal vez a una parte sádica de Sango eso le parecía estupendo.
—Soy fuerte, es sólo que estaba distraído —después de encontrarse mejor, dijo su excusa.
—Sí, claro.
—Además, alguien no me dejó alimentarme bien —ahora la culpa era de ella.
—¡Pues perdóname por no ser un nutritivo sándwich de pollo! —le volvió a gritar. Estaba segura de que mañana le dolería la garganta.
—No me gusta el pollo —Miroku dijo con aspecto triste.
—¡Ya! —Sango se sintió desesperada, así que se inclinó y tomó el ladrillo que había erido hacía muy poco a Miroku. Al ver esto, él casi saltó.
—Deja ese ladrillo ahí, Sango. Piensa atentamente antes de actuar. ¡Quiero tener hijos en un futuro! —con cada mensaje, la voz sonaba más alerta.
—Por más que me gustaría hacerlo, creo que hay un mensaje —Miroku se acercó a su lado y observó un papel atado bruscamente en el ladrillo. Parecía sacado de una película de mafiosos o, en su defecto, a un programa que imitaba películas de mafiosos. Sango leyó el mensaje escrito con una no muy buena caligrafía—: «Sabemos que eres un vampiro», oh, desde la primera línea no es muy alentadora.
—Sigue, Sango —le dijo y ella obedeció.
—«Entonces, aunque no lo quieras, nos veremos en dos noches. Prepárate», y eso es todo —terminó—. ¿Crees que ese vampiro quiera tener algún enfrentamiento contigo?
—¿Por qué querría eso? —Miroku pareció confundido.
—No sé. Eso es lo que hacen los vampiros en la tele.
—Y también anuncian cereal y le enseñan a los niños a contar. No pensé que creyeras en los estereotipos —Miroku sacó mágicamente un pañuelo y comenzó su actuación de vampiro sentimental.
—No conozco mucho sobre los vampiros. Sólo que son molestos y pervertidos —aunque no deseaba pensar que todos los vampiros fueran así, porque, si así fuera... ¡Dios!
—¿Por qué piensas eso? —ahora estaba en su versión supuestamente inocente.
Ella tenía la respuesta en la punta de la lengua y la dijo, sonando más calmada de lo que esperaba: —Porque siento dónde tienes tu mano.
—Por favor, el ladrillo no —suplicó, también un poco tranquilo. No. Era más bien que se estaba acostumbrando al castigo.
—No tengo otra cosa con qué golpearte y mi mano está cansada.
—Bueno, ya qué. Pero ten cuidado con mi cara.
La parte positiva es que podía golpearlo hasta que se cansara. Él era un vampiro después de todo.
Soy tan patética al intentar hacer reír a la gente... Mi comedia es absurda y demasiado blanca. Ah, sí, a los japoneses extrañamente no les dan escalofríos, ni siquiera los conocen. Raro.
Loops Magpe.
