Después de algunas situaciones personales por un momento pensé que no volvería a escribir sobre este par de personajes, pero ya ha pasado tiempo suficiente y estoy lista para seguir llenando el fandom de mis malas historias.
Esta es la historia número cinco de mi auto-reto "cien historias de Corea del Norte y Rusia", espero la disfruten
Nota: El vals del que se habla es "The second vals" de Dmitri Shostakóvich
Vals
Bailaban juntos, Iván le sostenía con la misma delicadeza con la que tomaría a una tímida ave entre sus manos cuya vida podría esfumarse si el agarre era demasiado fuerte; por su parte Hyung-Soo se dejaba llevar como las hojas de los árboles atrapadas en el viento del otoño.
Iván le había enseñado tanto, pero de todo el conocimiento que el hombre le había transmitido, ninguno era tan sublime como el que le estaba impartiendo en aquel momento.
-Estas mejorando rápidamente, camarada Im.
-¿Lo dices porque solamente te he pisado tres veces?- preguntó Hyung-Soo con una inocente sonrisa como las que había perdido hacia ya muchos años.
-Fueron cuatro, pero yo no estoy llevando la cuenta- respondió Iván de forma relajada, en aquel momento no era su profesor, ni su camarada, era simplemente su pareja de baile, una pareja tan atípica como si el cielo y el infierno se juntaran. Llevaban seis sesiones secretas de baile en la propia casa de Iván, aprovechando la soledad de la tarde, en las cuales su pupilo había mejorado considerablemente.
El tocadiscos sonaba en una esquina, la música era perfecta, armoniosa y de una alegría tal, que era capaz de contagiarse a aquellos a que la escucharan. No podía pertenecer a su lúgubre realidad.
-¿En qué piensas cuando bailamos, camarada Braginski?
Una mano de Iván estaba anclada a la cintura de Hyung-Soo y la otra sostenía su mano izquierda. Dos piezas de diferentes rompecabezas que por azares del destino encajaban perfectamente hasta amoldarse en un solo ser cuya existencia se limitaba a la hermosa danza que compartían.
-En que no vayas a pisarme, da.
En respuesta a aquello, Hyung-Soo lo pisó, pero en lugar de reprenderlo Iván se rió y le hizo girar en su propio eje con tal maestría que parecía que Iván había nacido con un talento innato para el baile.
-¿En qué piensas tú?-Iván le acercó más de lo necesario, no importaba, en aquel momento eran uno sólo.
-Que Shostakovich debió escribir una melodía mucho más larga, una que de ser posible nunca terminara- Hyung-Soo mantenía los ojos fijos en él y en ellos había una muda en ellos había una muda súplica.
Iván había entendido, así que cuando el tocadiscos guardó silencio, él siguió bailando.
Prolongando ese instante feliz hasta el amanecer.
