Sabía que era inmoral. Sabía lo que aquello era, y lo que es aún más interesante: Sabía lo que, con aquello, podía conseguir.

Sabía también que lo que hacía era robar. Pero sabía que Fred y George no la miraban y que, además, jamás desconfiarían de ella.

Sabía, incluso, que intentar darle un filtro amoroso a un profesor de pociones, y más a uno particularmente desagradable, era un plan suicida. Pero lo más importante esque Hermione Granger sabía lo que quería y sabía que lo quería.

Con un movimiento ágil deslizó la botellita de amortentia dentro del bolsillo de su túnica. Y con su mejor sonrisa salió de la tienda tan tranquila. ¿Quién dijo que los Gryffindor no sabían mentir?

Seguramente algún Slytherin confiado.

Empezó a caminar hacia el castillo. Poner una sucursal de sortilegios Weasley en Hogsmeade era de las pocas ideas brillantes que ella adjudicaría a los gemelos. A cada paso, la tela de su túnica chocaba contra su pierna, y notaba el cristal frío rozar el trozo de piel entre el bajo de la falda y el calcetín alto y rojo. Y choquecito a choquecito, sabiendo contra lo que chocaba su pierna desnuda, se iba poniendo bastante cachonda.

Una vez en su habitación se deslizó entre las sábanas con ropa y todo. Alcanzó su pijama y corrió las cortinas de su cama adoselada susurrando un hechizo para cerrarlas desde dentro y otro silenciador.

Su mano derecha comenzó a soltar el broche de su falda mientras la izquierda agarraba el brebaje rosado. Lo miró a trasluz, el filtro de amor brillaba y se movía en pequeños remolinos. Sonrió para sí mientras lo ponía en un lugar seguro y seguía con la exploración de sí misma.

Su mano, la que hacía unos segundos se había encargado de la falda ya se había deslizado bajo la gruesa tela gris y sobre la otra tela ligera y celeste, la acariciaba casi sin tocarla llenándola de escalofríos de deseo. Deseo por él, por su piel cetrina y su pelo negro. Por su altura, la forma de sus hombros que se adivinaba bajo la túnica negra, con sólo levantar una ceja dejaba fuera de juego a cualquiera. Y esa personalidad, ácida, macabra, misteriosa.

Suspiró audiblemente, su mano se coló entre las bragas y los ricitos castaños. Sus dedos bucearon por su humedad haciendo que su respiración se volviera entrecortada y acelerada.

Y esa amortentia era para él. Para Snape. Para el profesor Snape. Gimió. Había robado un filtro de amor, y en cuanto pusiera algo de ella en la poción, él caería rendido a sus pies. Se mordió el labio pensando en los efectos que podría provocar en él.

Abrió apresuradamente los botones blancos de su blusa y metió allí su mano izquierda para acompañar la olas de placer que le proporcionaba la derecha.

Merlín... Quería recorrer ese cuerpo delgado y pálido, los hombros rectos, la espalda larga. Quería esas manos de dedos infinitos, agarrándola hasta casi romperla. Y probar esa boca con eterna mueca de ironía, y arrancarle gritos al hombre de los susurros. Sacar fuerza bruta de una elegancia casi innata, mandar al diablo esa indestructible frialdad, y perderse en ese mundo de misterio para siempre.

Se corrió casi en silencio, con los ojos cerrados, la boca entreabierta y dos dedos hundidos en su sexo hasta la base. Después de unos segundos descorchó el filtro de amor con la mano libre, y sacó los dedos empapados de su interior para dejar caer una gota dentro del frasquito. Sonrió perversa mientras la amortentia bullía dejando escapar pequeñas nuebes con forma de remolinos.

Volvió a tapar la botellita, la poción estaba lista.