"Azucenas" (Una noche lo cambia todo)
(Dedicado a mis amigas Lu, Ce y Rake)
Ese abundante aroma a rosas provocaba que la cabeza del muchacho diera vueltas como una noria. Sus manos sudaban estrujándolas con impaciencia mientras que dentro de esa iglesia, todos esperaban la llegada de la novia. Harry paseaba su vista por la infraestructura colonial deseando que ese altísimo techo cayera sobre él partiendo cada hueso de su cuerpo y morir allí mismo. Sin embargo, el maldito lugar parecía sólido a pesar de su apariencia desgastada. Esas rosas… cómo se notaba que el novio del año no conocía para nada a la persona con la cual esperaba pasar el resto de su vida… a Hermione no le gustaban esas flores…
-
Si alguien quiere encantarme en verdad, debe regalarme azucenas-
comentó la castaña descuidadamente y Harry no entendió por qué
esas palabras no abandonaron su mente atiborrada de otros
pensamientos.
Ambos caminaban por las frías calles de un Londres
invernal. No se habían visto en semanas. Ella y su actual novio, un
renombrado periodista de "El Profeta", habían regresado de un
viaje hacia el Medio Oriente por motivos de trabajo del joven
reportero, donde ambos consagraron una atracción que por algún
tiempo manejaba sus actitudes. El ojiverde se había acostumbrado a
que su mejor amiga estabilizara su vida compartiendo una relación
seria. Hasta Ron lo había hecho con Luna Lovegood, quienes se habían
casado al poco tiempo de salir de Hogwarts asombrando a todos.
-
¿Pero Patrick no te las ha regalado?- preguntó Harry saliendo de
sus cavilaciones.
- No… creo que no ha entendido mis indirectas
todavía.
El muchacho sonrió. Casi maliciosamente se alegró de
la personalidad despistada de ese tipo y que no supiera cómo
sorprender a la mujer a su lado. Harry no era un donjuán como para
presumir experiencia, pero después de la escuela había tenido
suerte con las chicas. Conoció el mundo femenino en diversos
ángulos, supo cómo hacerlas estremecer sin mucho esfuerzo, cómo
recorrerlas, cuándo continuar, cuándo detenerse, cuándo acelerar…
ese universo entre las piernas de una mujer era tan exquisito que
podía arrancar placeres sólo de memoria.
Los
jóvenes tomaron asiento en una de las cafeterías que más
frecuentaban para ponerse al tanto de los recientes sucesos de cada
uno. El ojiverde aprovechó ese instante para admirarla mientras
hablaba, el movimiento de sus manos, su sonrisa, sus ideas
apasionantes y la locuacidad que la destacaba. Su mejor amiga había
regresado más hermosa de lo que jamás imaginó sintiéndose
afortunado de tener a su lado semejante mujer.
- Deberías hablar
con él de asuntos como aquellos en vez de insinuarlos- sugirió
Harry tras un sorbo de su café negro.
- Ya habrá tiempo para
eso- contestó Hermione con una mirada divertida- a una mujer le
gusta que la sorprendan.
- Sí, pero a veces nosotros nos hallamos
desarmados cuando no entendemos lo que quieren ustedes- la castaña
se conmovió ante tal revelación y sonrió.
- Bueno, cuando se
formaliza una relación como la que tendré con Patrick, se necesita
descubrir algunas cosas sin la necesidad de preguntarlas- el muchacho
frunció en ceño dejando a un lado su taza humeante.
- ¿La que
tendrás?- la castaña asintió escogiendo las palabras para luego
emitirlas.
- Estamos comprometidos en matrimonio, Harry- confesó
después de un pícaro guiño hacia su mejor amigo…
Al recordar ese preciso episodio, el moreno no pudo más que menear la cabeza ligeramente sin poder creer lo que estaba pasando. Aún esperaba que esa catedral de mierda cayera sobre él pero la vida se estaba encargando de que lo viviese todo, lo sintiese todo. Su maldito traje le estrangulaba el cuerpo, pensó que sus extremidades, su torso, su abdomen, se habían hinchado de un dolor retorcido, un dolor asfixiante. Paseó la vista por su entorno pensando que todas las miradas estaban sobre él, compadeciéndolo, reprochándole por estar allí como un masoquista de quinta categoría. Ron, el leal pelirrojo, quiso posar su mano sobre el hombro del ojiverde pero no lo consiguió. Aquel semblante derrotado daba la impresión de que se rompería en mil pedazos con sólo ser tocado. Desde el altar, Ginny observaba a Harry con ojos turbios de lastima. A la espera de la novia, la chica Weasley jugaba con el ramo de madrina entre sus manos, quería hacer algo para detener aquella locura, la voz golpeaba las paredes de su garganta deseando salir pero no podía, no debía, no era su tarea… "Por favor, Harry… no te quedes allí, evítalo", pensaba la joven mientras que el sacerdote tomaba lugar ordenando sus artículos religiosos sobre la blanca mesa…
Una
carta traída por Hedwig despertó a Harry de un sueño reparador. El
picoteo en el vidrio de una de sus ventanas lo hizo sobresaltarse y
abrió el marco de mala gana para que la blanca ave dejara el sobre
en sus manos y luego se fuera a cazar como todas las mañanas. La
carta tenía la delicada caligrafía de Hermione. El joven la abrió
tratando de espantarse la modorra que aún lo mantenía algo aturdido
y sacó del interior el trozo de pergamino para
leerlo: "Harry: Necesito que me acompañes al
Callejón Diagon para hacer unas compras. Ginny tuvo que trabajar así
que no podrá acompañarme. Pensaba que fuésemos con Ron también,
para recordar viejos tiempos. ¿Qué te parece? Te espero entonces en
la tienda de Madame Malkin. Un beso, Hermione" El
ojiverde sintió fastidio al imaginarse haciendo las compras para una
boda. Verse a sí mismo vistiendo un traje elegante lo transportó a
la noche del baile de navidad en cuarto año de Hogwarts. Resopló su
hastío y sólo impulsado por su cariño hacia la castaña, se alistó
para ir a su encuentro.
La tarde fría azotó el rostro de Harry
provocando que el viento helado sonrosara su nariz y le lagrimearan
los ojos. Al aparecer en el Callejón Diagon, muchos recuerdos de
adolescencia lo invadieron pensando que tal vez no fue tan mala idea
la invitación de Hermione. Se detuvo unos momentos frente a una
vitrina que exponía una nueva versión de la clásica Saeta de Fuego
y la expresión de Harry cambió a una muy parecida a la de un
chiquillo entusiasmado. Caminó con soltura hasta la tienda de Madame
Malkin reparando que estaba atiborrado de túnicas de gala y vestidos
para todo tipo de ocasión tal como decía su slogan. Miró al
interior para ver con gozo que su amigo Ron ya había llegado. Tenía
el mismo semblante de aburrimiento que esperaba, al parecer estaba
esperando a Hermione teniendo entre sus brazos varias bolsas con
diversas compras ya efectuadas.
- Veo que no somos del tipo
consumidor ¿verdad, amigo?- saludó Harry. El pelirrojo se volteó
al oír su voz sonriéndole con alegría.
- Qué bueno que
llegaste… Hermione entró a ese probador y no ha salido desde hace
un buen rato- comentó tedioso.
- Bueno, hay que entenderla
¿no?... es su boda- le resultaba extraño decir eso. Luego de que la
muchacha le hubiese dado aquella noticia, los días pasaron como un
suspiro desde entonces y era casi irreal para el ojiverde todo lo que
estaba pasando. Era como despertar de un sueño eterno a los
diecisiete y verse de repente con más de veinte. Estaban madurando,
estaban cambiando definitivamente.
- ¿Ves, Ronald? Deberías
aprender de nuestro amigo a ser tolerante- espetó la voz segura de
Hermione mientras descorría la cortina del probador para salir de
él.
Harry quedó boquiabierto. Jamás pensó que su mejor amiga
saldría vistiendo el hermoso traje de novia que llevaba. El escote
clásico que realzaba la curvatura de sus senos, era un verdadero
tobogán por el cual viajó su cordura sin ningún tipo de freno. La
caída del delicado género destilaba las ansias de un joven
embelesado y los rizos definidos de esa cascada castaña se
encargaron de enredar su loca atención. Hermione se sintió algo
inhibida por la mirada de sus dos amigos, y recriminándose casi de
inmediato bajó el rostro encendido por la vergüenza.
- ¿Qué
les parece?- preguntó con un hilo de voz. Harry abrió su boca un
par de veces pero no logró unir dos palabras congruentes.
- Te
ves bellísima- dijo por fin Ron, compensando el tenso silencio que
se elevó sobre ellos.
- ¿Harry?- quiso saber la joven, pero el
ojiverde seguía sin poder siquiera tragar su saliva.
- Creo que
mi elocuente amigo lo ha dicho todo sólo con ver su cara- bromeó el
pelirrojo palmoteando la espalda de Harry como esperando que al
hacerlo escupiera alguna sílaba. La castaña sonrió y al ver que no
conseguía respuesta de su amigo volvió sobre sus pasos hacia el
probador para cambiarse.
Fue el momento más extraño para el
muchacho… ¿Qué demonios había sido eso?, ¿Desde cuándo
Hermione lo dejaba sin aliento?... una alarma sonó en su cabeza como
campanadas de medianoche y sintió escalofríos. Algo no andaba
bien…
Los
recuerdos bombardeaban al joven sentado en el extenso banco de la
iglesia. Se sentía bajo el fuego en una guerra sin cuartel donde no
tenía armas ni banderas. La mirada de Ron, teñida de angustia, sólo
logró ponerlo de peor humor… "¿Por qué mierda sigo sentado
aquí?", se preguntó amargamente. Tal vez esperaba un milagro, una
eventualidad, un momento de conciencia en aquella castaña testaruda
que tanto llegó amar. Aflojó un poco el nudo de su corbata al
rememorar esos instantes que la oyó gemir, que pudo recorrerla por
cada trozo de esa piel perfecta, que pudo sentir sus uñas enterradas
en la espalda deshilachando su espíritu para volver a tejerlo, una y
otra vez.
De pronto, el novio hace su aparición ceremonial en el
altar estirando su esmoquin ansiosamente. Harry lo miró con el más
venenoso de los odios creyéndose capaz de retorcerlo a hechizos
imperdonables. Apretó sus puños tratando de serenarse pero no lo
conseguía, su corazón ya estaba sangrando sin parar…
El
día de San Valentín era un día que más que hacer honor al amor se
rendía tributo a los bolsillos de los enamorados. Ron y Luna se
habían atrincherado en su departamento para pasar la fecha sin
interrupciones, Ginny por otro lado, había salido con su última
conquista a beber unos tragos en un bar de Londres y Harry dirigió
su gusto hacia un restaurante francés acompañado de una chica que
había conocido pocas semanas antes.
El ojiverde no había tenido
noticias de Hermione. Supuso que haría lo mismo que Ron, encerrarse
en su departamento para ensayar la noche de bodas con suma
tranquilidad. Al pensar en ello, no pudo evitar sentir celos
lacerantes en el pecho. Sin embargo, no quiso darle tiempo a la
cabeza para pensar qué significaba por lo que cogió su abrigo y
salió de Grimmauld Place a paso apresurado.
La luz del centenar
de velas que iluminaban el restaurante enmarcaba un estereotipo que a
Harry divirtió con la misma ironía conocida de los desprendidos. El
joven nunca había estado enamorado, no sabía lo que era ese latido
poderoso que estremecía el cuerpo por completo ni de ese
desequilibrio interno que descolocaba hasta los puntos cardinales. No
obstante, allí estaba. Sentado en una mesa para dos frente a una
muchacha que sólo le atraía. Mientras leía la carta para escoger
uno de los mejores vinos recomendado por su amigo Hagrid, la fuerza
del presentimiento lo obligó a alzar la mirada para encontrarse con
una miel que recién llegaba. Harry, al ver que su mejor amiga hacía
entrada al local, notó que hasta la música de ambiente sonaba
lejana, confusa… el estómago se le encogió de aprensión al
admitirlo.
- ¿Sucede algo?- le preguntó la joven invitada.
-
No, nada… todo está bien- contestó rápidamente el ojiverde y
saludó con una sonrisa a Hermione, quien ya había reparado en su
presencia.
La castaña tomó lugar a unas mesas de distancia
sentándose con la elegancia que tanto se le conocía. Harry la
observó en todos sus movimientos enojándose consigo mismo de la
distracción que ella significaba. Vio cómo Patrick le besaba las
manos enarcando una ceja de manera instintiva… "¿Qué tiene de
malo?", se preguntó… "Es su novio, lógicamente debe
comportarse así"
Las palabras de su pareja ni siquiera entraban
por sus oídos cuando ésta le conversaba, en cada cierto bocado o
trago Harry desviaba su mirada hacia los tórtolos sin saber por qué
esa mano sobre la de su amiga le molestaba tanto como el zumbido de
las moscas. La imagen de Hermione en su vestido de novia se repetía
en su memoria tantas veces que hasta había perdido su color original
y agregaba instantes que jamás habían pasado, como el hecho de
visualizarse besando esos hombros descubiertos.
- ¿Me esperas un
segundo? Voy al tocador- dijo su acompañante arrancándolo de cuajo
de su ensimismamiento.
- Por supuesto- balbuceó Harry y la joven
se retiró perdiéndose por el largo pasillo.
No obstante, no fue
el único que se había quedado solo en la mesa en ese instante.
Patrick recibió un mensaje de uno de los garzones lo que por lo
visto resultó ser muy importante. La mirada del joven reportero
cambió drásticamente y se levantó de su asiento como si su vida
dependiera de eso. Se dirigió a Hermione en breves palabras, la besó
en los labios de forma fugaz y cogiendo su saco de la silla salió
casi corriendo del restaurante. Harry frunció el ceño al ver esa
escena reparando que la decepcionada expresión de su mejor amiga
ensartaba miles de agujas bajo su propia piel. No lo pensó siquiera
un minuto y fue hasta ella sintiendo que cada paso retumbaba en su
interior. Hermione lo miró sentarse enfrente sin cambiar mucho su
semblante, se observaron por unos segundos en silencio hasta que el
ojiverde rompió la pausa.
- ¿Estás bien?- la castaña asintió
mirando la vela entre ellos.
- Sí, estoy bien… no te
preocupes.
- ¿Segura?
- Sí… sólo que no me acostumbro
todavía al trabajo de Patrick- comentó apesadumbrada- ya sabes lo
que dicen, las noticias no descansan.
- Lo sé, pero es San
Valentín, debería hacer una excepción… no todo es trabajo-
Hermione lo observó como si repasara lo dicho por su amigo con
detenimiento.
- Veo que estás bien acompañado esta noche- desvió
el tema alzando sus cejas insinuantemente. Harry se sintió sonrojar-
por lo menos uno de los dos lo pasará bien hoy.
- No digas eso,
tu noche puede mejorar- supuso el joven encogiéndose de hombros- Tal
vez Patrick te sorprenda ahora con azucenas.
- Lo dudo mucho,
Harry- sentenció la castaña con tal convicción que el muchacho
pudo ver en ella un concreto hastío- Será mejor que vuelvas, tu
cita viene de regreso. Nos vemos después.
Y con eso, la joven se
incorporó de su asiento saliendo del restaurante. Harry la siguió
con la mirada deseando con todas sus fuerzas hacerle compañía, la
amistad lo espoleó duramente sabiendo que era su responsabilidad
asegurarse de que se encontrara bien. Su cena terminó sin
sobresaltos, la comida en el paladar del ojiverde resultó lo más
insípido que había probado en su vida. Entendió que en medio de su
garganta sólo degustaba la preocupación por Hermione. El muchacho
notó que su conquista deseaba que la noche no acabara allí pero no
pudo seguir con su plan. Pagó la cuenta, llevó a la chica hasta su
casa y sin perder el tiempo volvió sobre sus pasos.
Una
idea rondaba su cabeza, no sabía si concretarla o no, pero al pasar
frente a una floristería supo que no era pura casualidad. Rebuscó
en los bolsillos de su pantalón dinero muggle comprando el mejor
ramo de azucenas blancas para su mejor amiga. Guardó el recibo en su
abrigo y le agradeció al vendedor con un alegre gesto en su rostro.
Admiró las flores entre sus brazos reparando que estaban pintadas
con la personalidad de la castaña, sin duda alguna eran su tipo. Se
dirigió al edificio donde vivía Hermione casi por inercia, no
necesitó desaparecerse ni volar hasta allí, caminar por las calles
húmedas consiguió llenarle los pulmones de renovado aire y ordenar
sus enloquecidos pensamientos.
El iluminado pasillo del cuarto
piso resaltaba los retratos colgados por doquier. La alfombra que
vestía el suelo de un color carmesí combinaba a la perfección con
la tonalidad madera de la puerta en la que Harry golpeó un par de
veces. Los escasos segundos que Hermione tardó en abrir, el ojiverde
se sorprendió las rodillas temblorosas, y cuando quiso retroceder ya
era demasiado tarde.
- ¿Qué estás haciendo aquí?- preguntó la
joven sonriendo- ¿Y esas flores tan hermosas?- Harry tragó saliva
sin entender sus nervios excesivos.
- Son para ti- contestó como
un reflejo. La mirada de la castaña destelló de la impresión y las
recibió entusiasmada.
- ¿Me las obsequias tú?- quiso saber
Hermione consiguiendo que por la cabeza del muchacho viajaran miles
de reproches hacia sí mismo. El arrepentimiento mordió su
compostura y suspirando profundamente dijo algo que no esperaba
decir.
- No, vine a verte y el portero dijo que te las dejaron en
recepción- la chica frunció el ceño buscando alguna tarjeta entre
las azucenas sin hallar ninguna- seguro Patrick buscaba encantarte
después de lo del restaurante- Hermione no se mostraba muy
convencida haciendo que el ojiverde se removiera de incertidumbre.
-
Parece que sí entendió mis indirectas después de todo ¿eh?- dijo
la castaña finalmente invitando a su amigo a pasar.
- Así
parece… te dije que tu noche mejoraría de algún modo- ella
asintió contenta y llevó el ramo hasta un jarrón con agua.
Harry
no pudo evitar sonreír al ver los anaqueles en las paredes. Se
notaba que era el hogar de Hermione Granger porque se encontraban
atiborrados de libros de todo género. El joven se detuvo un momento
frente a ellos leyendo los títulos ordenados alfabéticamente. Se
imaginó sacando un libro de su lugar y el enfado que su amiga
tendría por corromper su santuario. Se alegró de que algunas cosas
no cambiaran en nada.
- No he tirado ningún ejemplar que nos
hicieron adquirir en Hogwarts- dijo Hermione a sus espaldas
ofreciéndole una copa de vino tinto.
- Sabía que no lo harías-
respondió Harry aceptando el licor y bebiendo un trago. La mirada de
la castaña estaba invadida de algo que parecía introspección,
observaba la copa en su mano lo que provocó en el ojiverde una suma
curiosidad- ¿Estás nerviosa por tu boda?- Hermione lo miró
asintiendo.
- Queda menos de una semana… no creo que en mi vida
haya estado más nerviosa- al terminar de hablar su ceño cambió a
uno más incierto- ¿Qué haces aquí, Harry?... ¿Qué fue de tu
cita?- el muchacho se tornó incómodo. No supo qué contestarle. El
amigo en su interior le soplaba la respuesta más sencilla pero ese
nuevo personaje creciente en su pecho lo torturaba para que probara
esos labios aunque fuese por una sola vez. ¿Qué mierda le estaba
pasando?
- Sólo quería asegurarme de que estuvieses bien- se
mordió la lengua tratando de calmarse.
- Ahora lo estoy- dijo
mirando el ramo de azucenas a su costado…
Harry
se removió sintiendo el olor de las rosas más espeso aún. El
sacerdote encerraba la Biblia entre sus manos seguramente repasando
su discurso adaptando sólo los nombres de los novios como un patrón
establecido. Los ojos azules de Ginny lo observaban con insistencia
leyendo a la perfección la suplica que esbozaba en su ceño. El
orgullo pudo más. Recordar lo que había pasado esa noche de San
Valentín, los siguientes días sin saber nada de Hermione y estaba
allí, dentro de una iglesia esperando presenciar el peor castigo
para un hombre enamorado. No podía hacer más. Hasta ese mismo
momento, Harry no supo por qué no le había dicho que el detalle de
las flores había sido suyo. Fue patético mentir de esa forma para
que su mejor amiga se sintiese mejor… ¿Y qué hay de él?... Caía
en el fondo de un abismo tan profundo que la sensación de vértigo
ya se había apoderado de todas sus emociones. La punzada aguda en el
centro del pecho le quitaba el aire y antes de ahogarse
completamente, tomó su abrigo y se incorporó del banco bajo la
mirada de todos los invitados. Ron ni siquiera hizo el ademán de
detenerlo a diferencia de Ginny, quien dio un paso adelante pero se
contuvo, no podía abandonar su lugar.
El ojiverde caminó
atropelladamente por el pasillo hasta las pesadas puertas de encina,
huyendo de ese religioso escenario como un demonio. Oyó algunos
cuchicheos a su paso pero no pudo importarle menos. Se colocó el
abrigo al reparar que la lluvia azotaba las avenidas y el agua sobre
su cabeza le refrescó las ideas y revivió los recuerdos…
-
Me alegra que las flores te hayan animado- dijo Harry tratando de
sonreír.
- Hagamos un brindis- propuso la castaña alzando un
poco más su copa.
- Por tu boda…- Hermione negó con la cabeza
al oírlo.
- Ya tendremos ocasión para eso- dictaminó
descuidada- Por nosotros, por los años que han pasado y seguimos
juntos- el muchacho se perdió en el cielo miel de su mirada
escuchando esas palabras como música. Ambos bebieron del vino
absorbiendo ese sabor inigualable a uva y tierra observándola de una
forma profunda, diferente.
Hermione lo percibió al instante. Ese
chico frente a ella jamás la había mirado con esa expresión tan
difusa. La castaña siempre de jactó de conocer muy bien a su amigo
pero esa fue la primera vez que no pudo descifrar lo que estaba
pensando. Al sentirse completamente estudiada por Harry se acercó a
los libros con una sensación extraña en medio del pecho… el
ojiverde notó ese cambio en la castaña, reparó que rehuyó su
mirada y eso encendió dudas en él, miles de preguntas que prefirió
seleccionar para no agobiarla.
- ¿Estás enamorada de Patrick?-
Hermione frunció el ceño sintiéndose ofendida.
- ¿Perdón?
-
Que si estás enamorada de Patrick- repitió Harry.
- ¿Por qué
me preguntas eso?- contraatacó ella dejando más en claro que estaba
tardando mucho en responder algo tan sencillo.
- ¿Por qué
reaccionas así?
- Porque es una pregunta innecesaria… es muy
obvia la respuesta.
- La cual es…- Hermione suspiró
profundamente y asintió.
- Sí, claro que sí- el muchacho le
lanzó un gesto de incredulidad. No creyó ni por un momento esa
respuesta tan débil, tan etérea.
- ¿Estás segura?
- ¿Por
qué insistes?- preguntó la joven con tono molesto.
- Porque es
importante saberlo… vas a casarte con él, Hermione- dictaminó
Harry sin pasar por alto la incomodidad que ella reflejaba- me
preocupo por ti… eres mi mejor amiga y… te quiero… mucho…- la
castaña mordió sus labios sabiendo que era una de las pocas veces
que oía al ojiverde decir eso.
La joven respiró entrecortado
tratando de serenarse. Rompió la distancia que los separaba y abrazó
a Harry sorprendiéndolo completamente. Él, de forma muy torpe,
acarició su suave cabello marrón delineando sus delicados rizos. No
podía calmar los latidos bruscos de su corazón pensando que
Hermione podía oírlos sin problemas. De pronto, su resistencia no
pudo más. Como quien está al borde de un precipicio mirando el
vacío se lanzó impetuosamente alejándola un poco de sí para
buscar sus labios. La chica tragó saliva ante lo que estaba
pasando.
- ¿Qué estás haciendo?- musitó frágilmente.
- No
lo sé- dijo él temblando de anticipación.
- Voy… voy a
casarme, Harry.
Esas
palabras se esfumaron tan rápido como la brisa leve en un desierto.
El muchacho rozó su boca contra la de ella degustando ese instante
lo más que pudo. El poco tiempo que vivió en una encrucijada, sin
entender lo que pasaba con él fueron como siglos eternos, los
recuerdos de los años de amistad fueron acentuados por el nuevo
sentimiento que lo invadía. Se preguntó si siempre había sido sólo
un amor fraternal entre ellos, porque en esos precisos momentos
parecía ser que no. Todo estaba de cabeza. El beso que profundizó
Harry acercándola por la nuca, lo desestabilizó sin remedio. La
castaña dejó que jugase con su lengua acaparando todo en su
interior, comprendiendo que la química que existía en ambos se
complementaba a la perfección como siempre había sido. La espalda
de Hermione se encontró con la repisa de sus libros y eso la hizo
liberar un gemido ahogado. Quiso alejarlo, intentó apartarlo
empujándolo levemente pero Harry no se movía ni un centímetro. Sus
manos pasearon por su cintura, caderas y muslos descubriendo a su
mejor amiga de otra manera. Hermione, con movimientos descontrolados,
le quitó el abrigo dejando que cayese al suelo descuidadamente. No
sabía lo que estaba haciendo, no podía pensar, no podía razonar
con la mente fría que la destacaba tanto… pero comenzaba a
importarle un carajo, sobretodo cuando sentía al muchacho tantear su
cuello con los labios, eso la estremeció apretando sus manos. Harry despertó solo en esa cama a la mañana
siguiente. Hermione al parecer se había levantado muy temprano y el
ojiverde no pudo dejar de sentirse preocupado. Se vistió, cogió su
abrigo desde una silla en la cual reposaba y salió del departamento.
Fue extraño, fue como si la tierra se hubiese tragado a la castaña
de un instante a otro. El muchacho dedicó el día en buscarla para
hablar con ella pero no había rastro alguno después de aquella
noche compartida. Se dirigió a todas partes, desde su trabajo en el
Ministerio hasta explorar la remota posibilidad de que estuviese con
McGonagall en su despacho. Nada. Hermione se había encargado de
ocultarse a la perfección. Tanta fue la desesperación de Harry que
todos a los que les preguntó por ella descubrieron ese brillo
inconfundible de enamorado en sus ojos esmeralda. Sin embargo, no le
importó, quería hablarle antes de que se cumpliera la fecha de su
maldita boda que se acercaba peligrosamente.
Harry
se separó de ella un poco mirándola a los ojos. Se veía tan
distinta. Sin embargo, era ella, la castaña que tan importante se
había convertido para él. Hermione buscó su boca casi con hambre y
se dejó llevar por el muchacho hacia la habitación, testigo de
noches y cómplice de ese arrebato. Cayeron abrazados al colchón
desvistiéndose con paciencia, recorriéndose milímetro a milímetro
hallando puntos que jamás pensaron que serían explosivos. La
muchacha gemía al sentir entre sus piernas el movimiento
hipnotizante de su amigo dentro de ella. Empujando a veces con fuerza
otras con suavidad, tocándola con desesperación otras con
tranquilidad. Nunca antes se había sentido tan maleable entre los
brazos de alguien.
- ¿Quieres que me detenga?
- No…- jadeó
Hermione enterrándole las uñas en su espalda.
- ¿Te han hecho
el amor así?- la chica apretó sus labios ebria de placer.
- No…-
volvió a decir creyendo que los gemidos desgarraban su garganta.
-
No te cases- pidió Harry- No te cases, por favor- La castaña
envolvió su rostro en seriedad sin poder responderle.
El
cosquilleo del orgasmo los atacó a ambos. El calor de sus vientres
unidos calcinó toda razón y el ojiverde aceleró su ritmo oyendo
con gusto cómo Hermione luchaba por no volverse loca de éxtasis. Al
caer rendido a su lado, el sudor sazonó sus pieles encendidas y un
nuevo temor abrigó a los jóvenes… las palabras que habían
pronunciado quedaron prendidas del ambiente sin atreverse a decir
nada más.
- Debes calmarte,
Harry- le dijo Ron mientras compartían una cerveza de manteca en Las
Tres Escobas- Ya aparecerá y cuando lo haga conversan bien lo
sucedido.
- No entiendes, Ron… su boda es mañana, no hay
tiempo- pasó sus manos por su cabello tratando de pensar con
claridad. El pelirrojo lo miraba apenado, sintiendo en su propio
cuerpo el dolor tortuoso que lo estaba atacando. Nunca imaginó que
ese ojiverde pudiese llegar a amar tanto a la mejor amiga de ambos.
-
Tal vez debe estar considerando…
- No…- le interrumpió Harry
con convicción- ella es así, testaruda… se casará de todos
modos- el sorbo de cerveza le supo a cloro como también haber dicho
aquello último. Ron se mostraba nervioso como si esperase verlo
derrumbarse miembro por miembro… ¿Dónde mierda estaba esa
muchacha?
- Ginny está preocupada por ti- comentó Ron mirando su
vaso- cuando fuiste a preguntarle por Hermione dijo que parecías un
loco…
- Todos lo han notado- dijo el ojiverde encogiéndose de
hombros- no sé cómo pude enamorarme así...
- Una noche lo
cambia todo, ¿verdad?- sentenció el pelirrojo palmoteando su
espalda en señal de consolación…
De
pie frente al espejo, el muchacho de cabello azabache se miraba
vestido de traje oscuro como si no reconociese su propio reflejo. A
pocas horas de la ceremonia, no pudo hallar a Hermione sintiendo su
orgullo herido y sangrante… ¿Cómo pudo ser tan infantil?... huir
de esa manera tan absurda. No obstante, a pesar de su rencor, de su
miedo, fue hasta la iglesia para verla cometer esa locura.
Luego
de haber pasado varios minutos sentado bajo las miradas inquisidoras
de todo el mundo, salió del inmueble casi trastabillando en el
momento en que el sacerdote repasaba algunas líneas de su perorata y
la música comenzaría a sonar. No pudo más. La lluvia calmó un
poco el calor de la rabia, sin dirección alguna se dirigió como
alguien en trance a la misma cafetería en que se había reunido con
Hermione, a la misma cafetería en donde ella le había dado la
noticia de su futuro matrimonio, a la misma que frecuentaban. No supo
por qué, pero llegó al lugar sin planearlo.
- ¿Qué se va a
servir?- le preguntó la mesera.
- Un café negro, por favor-
ordenó y la joven se alejó hacia el mesón.
Harry ni siquiera se
quitó el abrigo empapado. No estaba de humor para cuidar de su salud
así que su aspecto era el de un hombre derrotado. "¡Todo estaba
bien hasta que la viste con otros ojos, carajo!", se recriminó
respirando profundamente canalizando su enfado. En esos precisos
momentos debería estar diciendo "acepto" e imaginarlo fue peor
que presenciarlo, su corazón había dejado de latir de la congoja.
De pronto, un papel reposó a su lado con la liviandad de un
pétalo al viento. Su estómago se encogió y volteó para ver quien
lo había dejado caer sobre la mesa. Hermione, con sus cabellos
húmedos, estaba a su lado vistiendo un gamulán y vaqueros, aquello
lo descolocó. El ojiverde trató de hablar pero la sorpresa le había
quitado las cuerdas vocales, miró nuevamente el papel reconociendo
el recibo de las azucenas que había comprado la noche de San
Valentín.
- Deberías coser ese bolsillo de tu abrigo- dijo la
castaña. El joven, instintivamente, introdujo su mano notando que
efectivamente estaba roto. Se incorporó de su silla casi de un salto
para estar a su altura.
- Pero… entonces… sabías que… lo
sabías… ¿Por qué…?
- Gracias- dijo Hermione sin esperar que
terminase su oración. Harry detuvo sus palabras perdiéndose en lo
bella que se veía.
- No me agradezcas.
- Claro que sí-
insistió ella- hiciste de mi noche de San Valentín una noche
inolvidable- el ojiverde sintió ruborizarse. Olvidó por un instante
que la castaña debería estar en la iglesia, casándose… en cambio
estaba frente a él, empapada por la lluvia de invierno que azotaba
Londres sin descanso. Recordar eso lo devolvió a la realidad- Y
perdóname por haber desaparecido así… debía pensar.
- Pero…
¿Por qué estás aquí?- Hermione sonrió sabiendo muy bien a lo que
se refería. Sin embargo, al igual que él no supo cómo había
llegado hasta allá- Deberías estar casándote en estos momentos.
-
Debería… pero algo pasó que me hizo reconsiderar- contestó
sencillamente la muchacha guiñándole un ojo. Harry creyó que sus
rodillas no soportarían su peso.
La joven restó la distancia
entre ellos como un huracán encerrando al ojiverde entre sus brazos,
fue un abrazo fulminante, famélico, de esos que funden las almas
convirtiéndolas en una sola… de esos abrazos que sólo a él
proporcionaba. Ese amigo al que tanto apoyó había desbaratado el
castillo de naipes que era su vida. Primero con una simple pregunta,
luego con una forma exquisita de hacerla vibrar y finalmente con un
detalle que había escondido bajo el nombre de otro. Harry la besó
deseoso recordando las palabras de Ron como un eco reiterativo…
realmente una noche lo cambia todo…
