Disclaimer: Heidi y sus personajes son creaciones de la escritora suiza Johanna Spyri
La serie animada tampoco me pertenece
Muchas gracias por entrar a leer! Un nuevo fic nostálgico (y un nuevo acto de sincericidio con respecto a mi verdadera edad n.ñ) muy pero muy simple, porque así son -a mi parecer- estos hermosos personajes.
Dedicado con todo cariño y agradecimiento a Sary Hayase Swan, que se ha enganchado en este melancólico recorrido con infinita generosidad :D
Pies descalzos
Sentada al borde de un pequeño lago formado por el deshielo, Heidi chapoteaba alegremente en el agua fresca, de cara al sol del verano. Era uno de sus pasatiempos favoritos, sin duda.
Pedro llegó con sus cabras. Como de costumbre, Copo de Nieve se acercó a la niña para lamer su rostro en gesto de saludo. Heidi rió, alborozada.
-Hola Heidi, ¿qué haces aquí? –le preguntó Pedro.
La niña alzó la cara hacia él, divertida.
-Juego en el agua –respondió con simpleza.
-¿Pero no está fría?
-Sí –repuso ella sin dejar de sonreír-, pero no me importa. Lo importante es sentir el agua, y al sol que entibia, y la hierba nueva, y los pájaros que han vuelto a los árboles…
El muchacho se rascó la cabeza, contrariado. Pese a que compartía desde hacía tiempo sus sencillos entretenimientos cotidianos, sentía que jamás terminaría de entender por completo la singular naturaleza de su amiga. ¿Tal temperamento sería propio de las mujeres, o sólo de ella?
Desde que llegó a la montaña para vivir con su abuelo, Heidi se había despojado de casi toda su ropa, Pedro todavía lo recordaba. Incluso se había quitado los zapatos para no volver a ponérselos prácticamente nunca, y caminaba, corría y saltaba de aquí para allá con la piel de sus pies como único abrigo. Si bien estaba acostumbrado, en ese momento volvió a preguntarse por qué.
Finalmente se alzó de hombros con resignación. Al fin y al cabo sólo era un niño y no le interesaba ponerse a barajar conjeturas.
-Si eso te divierte…
-Sí, ¡me divierte mucho!
-Pero promete que cuando te canses me acompañarás hasta los despeñaderos, ¿eh? ¡Ya quiero ver de nuevo las montañas sin nieve!
-¡Por supuesto! –le aseguró ella.
Así era Heidi, alegre y dispuesta. No precisaba más que un pequeño lago, el sol, la hierba y los árboles para ser feliz, para disfrutar del tiempo, para gozar de la vida. Llevar zapatos no tenía sentido, prefería tener los pies sobre la tierra.
Las personas solían decir esa frase, pero tal vez ella la entendiese de un modo distinto. La naturaleza que la rodeaba era demasiado bella como para utilizar cosas que la priven de sentir lo suave y lo áspero, lo fresco y lo cálido, o que le impidan descubrir y experimentar todas las sensaciones posibles. Allí, en la montaña, lo había aprendido.
El pasado en la ciudad quedó atrás, se había perdido con sus primeras memorias. Por eso se permitía posar los pies descalzos sobre la tierra mientras soñaba con las flores que recogería, con su abuelo recibiéndola con un tazón de leche, con una carrera improvisada alrededor de Niebla para llamar su atención, con Pedro y ella recorriendo los prados de abajo.
La infancia es un momento irrepetible, y Heidi sabía cómo capturar cada instante. El futuro no era más que una palabra, en cambio el presente era aquel paisaje imponente, real y generoso. Y no tenía que andar buscándolo. Estaba allí, bajo sus pies.
