Otra mini historia...

Ofrenda

Adoro esos arrebatos suyos, que no son más que la demostración tangible de su alma limpia y su decidida voluntad.

Sé que deseaba que le encomendasen esa misión. También era mi anhelo. Hubiera sido una excelente oportunidad para que se escapase a Siberia. Mañana partiré de nuevo a cumplir mis obligaciones para con mis alumnos y no podemos saber cuándo volveremos a tener oportunidad de encontrarnos.

Afrodita ha sido el elegido. Ha sido una decisión lógica.

¿Lógica?

Esa explicación no le resulta satisfactoria. Lo sé. A mí tampoco me consuela. Me siento como él. De nuevo nos hundiremos en interminables y solitarias jornadas. Echándonos de menos. Sin querer abrir los ojos al despertar para no darnos cuenta de que estamos solos; de que si extendemos los brazos no nos vamos a tocar; de que no habrá besos ni caricias, ni miradas ni sonrisas; de que sólo están el vacío y el deseo, quemándonos por dentro.

Se acerca y aprieta contra mí su cuerpo. Apoya su cabeza en mi hombro y yo, entonces, aprovecho para frotar mi nariz contra su melena y sentir como sus cabellos me hacen cosquillas en los párpados. De repente, sin que lo espere, me agarra por la cintura y, en una hábil maniobra, me tumba sobre la hierba.

Echado sobre mí y con el rostro a un dedo del mío, me muestra su encantadora sonrisa. Sé lo que piensa, porque es lo mismo que pienso yo. El tiempo que nos queda es demasiado poco como para perderlo dándole vueltas a algo sobre lo que no tenemos ningún control. Se inclina y me besa, con ardor incontenible, una y otra vez. Me encanta ese gesto de ternura que le brota espontáneamente.

Mientras reposa en mi pecho me asaltan inquietantes preguntas que no puedo evitar su adueñen de mis pensamientos. ¿Cómo hubiera sido mi vida si no le hubiera conocido? ¿Cómo podría vivir sin amarle? Sé que es el miedo. Ese miedo incontrolable que se apodera de mí cada vez que tengo que separarme de él. Acaricio su cabeza, tratando de alisar la arruga, que su aún no disuelta disconformidad, ha dibujado en su frente. Eleva un poco la cabeza y la mía se aproxima para besarlo. Lo atraigo hacia mí y, haciéndole reposar su cabeza en mi regazo, como sé que a él tanto le gusta, empiezo a acariciar su cabello, posando, a cada poco, mis labios sobre su frente, sus párpados, sus mejillas… Mimando ese rostro que adoro.

Comienza a besarme de nuevo. Sus labios me embriagan. Está hecho de fuego y ese ardor que me transmite me llena de deseo. Siento sus manos, ansiosas, recorrerme y su cuerpo frotándose contra el mío. Sus caricias me trastornan y mi piel bulle sintiendo su aliento.

Se ha detenido. Desde su posición, sobre mí, me observa, y yo me pierdo en su mirada. Una mirada cargada de determinación. Contundente. Incendiada de deseo. Me rindo a sus caprichos. La necesidad es mucha y el tiempo escaso. Esta noche le entregaré mi cuerpo, con esa pasión que me domina cada vez que sé que va a estar lejos de mí.

Quisiera expresarle todo lo que siento, pero no tengo palabras. No puedo encontrarlas ahora. Nada que no sea el roce de su piel contra la mía me interesa. Lo siento encima de mí y lo acojo entre mis piernas. Nos besamos larga y profundamente; con los ojos cerrados. En total entrega. Perfectamente encajados, uno en otro, sintiéndonos de pies a cabeza; nos mecemos despacio, en armonía, prolongando al máximo el placer.

Aquí, en este solitario paraje, donde hemos decidido perdernos, ofrendaremos nuestro encuentro al insaciable Eros*, rogándole consuelo para las almas de estos dos leales servidores.

FIN

*En la mitología griega Eros era el dios primordial responsable de la atracción sexual, el amor y el sexo. Eros era, principalmente, el patrón del amor entre hombres, dejando que Afrodita se ocupase del amor de los hombres por las mujeres.