Disclaimer: Por mucho que me gustaría serlo, no soy dueña de Corazón de Melón, Eldarya ni de sus personajes. Ayer trate de comprar los derechos pero no me alcanzo con los $20 que llevaba. (xD)

Advertencias: Lemon (Sexo Gráfico, en el futuro), lenguaje vulgar, violencia y muerte. Mención de violación y tortura. AU- Si eres sensible a estos temas abstente de leerlo.

Summary completo: Una época donde las clases sociales se adueñan del camino del corazón, ellos se atrevieron a desafiar las reglas. Contra engaños y verdades ocultas entre familias, ¿serán capaces de sobrevivir con un corazón sangrante?... La tenía en un infierno y él sólo quería hundirla más.

...Habla/Habla... —pensamientos de los personajes durante la narración o dentro de los diálogos.


Capítulo Uno:

" Inexplicable angustia, hondo dolor del alma, recuerdo que no muere, deseo que no acaba."

–Rosalía de Castro.


Observó fijamente un punto inexistente en la inmaculada pared celeste. Escuchaba gritos de dolor, al igual que unas voces de aliento y sin evitarlo sus manos se cerraron en dos poderosos puños, aunque habían pasado varios meses no pudo evitar recordar aquella pesadilla, aquellos nueve meses atrás donde su vida había cambiado drásticamente.

Aquellos meses en los que la había perdido, porque aunque sus gritos eran los que se escuchaban por toda la planta alta de la clásica mansión, esa mujer no era su esposa… aquella no era dulce Adelaida y todo por culpa de aquel maldito desgraciado, ella no había vuelto a ser la misma desde aquel día.

Flashback

Perdió la cuenta de cuantos días llevaban encerrados, no sabía si solo habían pasado días o incluso meses, no estaba completamente seguro. Jaló en un intento inútil la cadena que apresaban sus manos a un gran muro de madera, obteniendo el mismo resultado desde la primera vez que lo intento. Miró hacia la cama y observó a su esposa, la cual estaba mucho más delgada que antes, fijó su vista en los brazos de ella hallando a sus hijos de escasos un dos años y finalmente las sabanas manchadas de sangre.

Esa mancha rojiza y terrorífica que se mostraba como la única prueba de que alguna vez existió su tercer hijo, ese pequeño ser que perdió la vida al ser su madre golpeada brutalmente, provocando un sangrado escandaloso en la fina figura de la mujer rubia.

Escuchó la puerta abrirse, se tensó.

— ¿Saben?, les tengo una buena noticia… mañana llegaremos a nuestro destino y ustedes podrán irse, bueno después de que encontremos lo que buscamos, los dejaremos en la costa antes de irnos. —dijo con una pequeña sonrisa, observando al hombre castaño con sus ojos carmín— Pero antes… —canturreó girando su rostro hacia la mujer que permanecía en la cama atada por el tobillo. Caminó hasta ella y le quitó a los niños que tenía en brazos, colocándolos en el piso. La mujer hizo el amago se alcanzar los pequeños bultos que le fueron arrebatados pero una mirada del hombre la hizo encogerse en una esquina de la cama, temblorosa bajó la fijación borgoña.

— ¡No te atrevas a tocarla o…

— ¿O qué, Francis?, porque sabes bien que no estas en posición de amenazar. —recordó volteando hacia la mujer. La jaló por el cabello, acercándola a él— Veo claramente por qué casarte con ella…Sin duda es hermosa. Tanto o más que una rosa, pero ¿sabes que es aún más hermoso? —dijo examinando el delicado rostro de la mujer rubia, quien desvió su mirada con desagrado. La cara de ese hombre era repugnante— Una rosa marchita. —añadió sonriendo malicioso.

Por más que intento soltarse de las gruesas cadenas que lo apresaban, no pudo. A pesar de gritar y amenazar a diestra y siniestra, no evitó que sucediera. Su esposa estaba siendo violada frente a sus propios ojos.

Escuchó los gritos de su esposa cada vez que ese hombre entraba y salía de ella. Escuchó el llanto de sus pequeños hijos y observó como aquel ser destruía lo que él más quería.

Fin Flashback

Una pequeña mano en sus cabellos hizo que saliera de sus pensamientos. Miró a su lado y sonrió al pequeño niño rubio que permanecía en los brazos de una empleada.

— Disculpe, señor, el amo Nathaniel ha estado muy inquieto desde esta mañana. —dijo intentando sacar los mechones castaños de la infantil mano. — La niña Ámber está en el jardín jugando con su nana. —El hombre intento decir algo, pero sus palabras se vieron interrumpidas por el fuerte llanto de un bebe, no evitó que la rabia fluyeran dentro suyo y la mujer que estaba a su lado se inclinó en lamentación— Nació…—dijo al ver como una mujer entrada en edad se acercaba a ellos con un bulto en brazos.

A simple vista parecía un alama pura e inocente, con las delicadas facciones de su mujer; pero al observarlo a los ojos, aquellos ojos rojos como la sangre que fue derramada en nombre de la verdad…Francis supo que aquel ser no traería nada bueno.

Debía deshacerse de él.

— La señora está bien, mi señor. —informó la mujer mayor enviando una fugaz mirada a la habitación con puerta entreabierta, sospechosamente en silencio— ¿Qué hacemos con él bebe, señor?

— Esa cosa no es un bebe. —cortó con sus ojos ahogados en odio a la vez que miraba a la mujer— Llévenlo a los establos… sólo ustedes saben de esto, así que espero que nadie, bajo ningún motivo, se entere. —terminó de decir con voz baja. Tomó a su hijo de los brazos de la empleada y se encaminó a la habitación de su mujer.

Al entrar abrió las cortinas y sonrió. La oscura alcoba se trasformó en una sala llena de bellos retoques y los deslumbrantes rayos solares que brindaban calidez a todo aquello que tocaron. Lastimosamente, aquellos halos de luz dorada no llegaron a la frágil mujer postrada en la inmensa cama.

Se sentó en el borde de la cama y depositó a su hijo en los brazos de la mujer, ésta al sentir un peso extra viró el rostro hacia el pequeño cuerpo cálido. Cuando sus ojos turquesa se encontraron con los serenos dorados, sonrió. Una tranquilidad casi extinta se extendió por su ser y aferró el diminuto cuerpo al suyo. Refugiándose en ese mar de oro líquido y voz infantil.

Oh, su pequeño Nathaniel. Tan dulce. Bello. Puro.

Francis observó la escena en silencio dejando que una sutil sonrisa adornara sus labios, ella no estaba en sus mejores momentos, pero pronto mejoraría.

— Mejoraras... —susurró acariciando la tersa mejilla femenina, ella pareció ignorar su contacto estando más entretenida en escuchar los balbuceos de Nathaniel—, nos iremos y todo mejorara, cariño.

Todo estaría bien. Ella se recuperaría y junto a los hijos de ambos retomarían esa feliz historia que se prometieron construir en el altar. Todo iba a estar bien.

Está bien, todo mejorara.


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1741… Veinticinco años después.

— Una señorita de tu cuna no utiliza armas. —dijo a modo de reprimenda una delgada mujer de sobrios ropajes y aprensivos ojos azules. Ella sonrió y disparó hacia los puntos marcados en el árbol de enfrente— Deja eso ya, puedes lastimarte, querida.

— Es bueno saber usarlas, abuela. —sin despegar su mirada de los árboles, disparó. Una, dos, tres y cuatro veces. La elegante mujer se crispó en su lugar negando ferviente con la cabeza, esa niña jamás cambiaría.

Recogió los rebeldes mechones que caían de su rodete, esperando las fatales noticias que su abuela estaba a punto de darle.

— Tu madre y hermana llegan hoy.

La mayor esperó una reacción y la obtuvo. La chica la miró antes de volver su vista al frente y disparar por quinta vez.

— Ella no es mi madre… lo he dicho miles de veces, que se haya casado con mi padre no la convierte en mi madre.

La mujer iba a reprenderla por las palabras y el tono despectivo que había empleado en ellas, pero su primer nieto llegó hacia ellas.

Saludó a la mujer con un delicado beso en los nudillos que una vez fueron codiciados por apreciados jóvenes casaderos. Le sonrió al maravilloso hombre frente a ella. Su nieto se había vuelto todo un caballero, cualquiera sería afortunada de recibir una simple mirada de él.

— ¿Podrías dejarnos un rato, abuela?, necesito hablar con passerotto. —frunció el ceño bajo el apodo, la mujer se levantó y le hizo señas dando a entender que mantuviera la compostura. Él se giró a ella una vez la anciana desapareció de sus campo periférico— ¿Por qué le colocas seguro a la puerta?, sabes que no me gusta. —indicó de manera molesta mientras la agarraba fuertemente por el antebrazo— Esta noche la dejaras abierta, ¿entiendes?

— No tengo porque obedecerte. —se soltó del agarre— Hago algunas de las cosas que me pides porque no tengo opción… pero te juró que el día que me toques será la primera y última vez que lo harás. —dijo su voz saliendo en tonos serios, arrastrando las palaras. Él sonrió.

— Eso es lo que más me encanta y enerva, ¿por qué diablos no eres más sumisa? —preguntó con un deje de fastidio y burla, la volvió a tomar por el brazo, sujetando ahora ambas extremidades— Eres mía, por ende puedo usar tu cuerpo si me complace. —dio unos pasos hacia atrás, hasta hacer sentado en la hierba verde.

Ella le miró con la misma expresión de siempre; carente de emociones. Bajó sus manos para empezar a alzar el vestido color coral que era bellamente adornado de cientos de perlas y bordeados plateados, mangas largas y un suave escote.

Tan fina. Tan delicada. No importaba la pureza que expresase con aquellas vestimentas caras, él la deseaba igual. No importaba si ese vestido se manchaba, o ella era manchada.

Su virtud. Su inocencia. El camino a ser una mujer debía de tomarlo de sus manos, junto a él. Únicamente él.

La jaló hacia él, acariciando las femeninas curvas de sus piernas— Siéntate. —ordenó. Le dio un tirón tan brusco que ella no tuvo más remedio que dejar posar cierto peso sobre él. Cerró los ojos cuando las grandes manos traspasaron más allá de la curva de sus rodillas.

Trató de acercarse lo suficiente a ella para besarla, lo cual hubiera logrado a no ser por ese algo frío y puntiagudo que presionaba en sus partes íntimas. Bajó la mirada y maldijo entre dientes, mirando lo que su prima sostenía, y de los cual no se había percatado hasta muy tarde— No serías capaz… te esperaría una mutilación.

Ella le miró fijamente a la vez que colocaba de forma recta la pistola, sin dejar de hacer presión fue enderezándose con lentitud.

— No me subestimes, además preferiría no tener cabeza antes de dejar que pongas una sola mano sobre mí. —dijo despectiva. Por el rabillo del ojo divisó la figura de su abuela acercándose, pese a esto no dejo de apuntar— Te lo advierto por última vez, la próxima quedaras imposibilitado de traer vida al mundo. —amenazó. Desde su altura disfrutó de los rabiosos ojos de su pariente.

Una horrorizada exclamación la hizo girar su rostro.

— ¡Aleja eso de tu primo, niña! —gritó asustada, le quitó el arma a su nieta y como si quemara la dejo sobre la mesita de cristal dispuesta en el jardín.

— Sólo estaba entregándole lo que me pidió, abuela.

Extrañamente, la mujer le creyó.

Suspiró— Es hora de irnos a la Iglesia. —se puso delante la joven— ¿Vendrás con nosotros, querido? —preguntó mientras le colocaba un casi transparente manto blanco a la chica, ocultando así parte de sus hebras morenas y también parte de su fino rostro.

El joven se arregló la chaqueta azul marino, después la miró.

— Ahora debo atender unos asuntos de la finca, pero la próxima estaré encantado de acompañarlas.

Le dio un beso en la mejilla a la anciana y se acercó a la joven dama, pero ésta ladeó la cara. Sonrió sin apartarse.

— Ésta noche la puerta estará abierta.

Luego de ese susurro, desapareció del lugar.


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Después de salir de la Iglesia, Francisca, esposa de Adam de Courtenay, decidió que dar un paseo por la zona no le haría mal a ninguna de las dos. Hacia mucho que no salía, por lo cual lo disfrutaba como cuando ella era más joven y podía salir con sus tres nietos. Sin preocupaciones ni prejuicios al comportamiento atrevido de sus dos niñas al girar y chocar con cualquier cosa a su paso, levantando sus ligeras faldas mostrando sus piernitas delgadas e infantiles. Porque eran niñas, y como tal; esos cuerpos pequeños y menudos no despertaban el indecoroso lívido de un hombre, que por más caballero que sea no dejaba se ser eso, hombre.

Por el contrario, la joven se deleitó con las escasas ráfagas de viento, llenando sus pulmones de frescor y la ambrosía de aromas que el pueblo desprendía en una alegre mañana de domingo. Miraba al frente y casi podía verse jugar en los puentes de piedra gris. Corriendo de un lado a otro, de la mano de su hermana y con Dakota siguiéndolas por detrás. Siempre intentando atraparlas, atraparla. Gritando a los cuatro vientos que ella sería de él, proclamando desde una edad temprana a su futura esposa.

Apretó la mandíbula, tensa. Oh, que estúpida había sido desde joven. Nunca vio las señales que, claras como el agua, estaban frente a ella. Jamás se preguntó porque tanta fijación de su primo hacia ella, no supo los motivos… no los descubrió hasta que fue demasiado tarde. Y, ahora, él la tenía en sus manos. Manipulándola a su asqueroso antojo.

El aire se tornó caliente al entrar por su nariz, el odio burbujeando dentro de sí. Como lo odiaba, y como se odiaba a sí misma por permitir todo aquello que él le mandará.

Francisca pellizcó el brazo de su nieta cuando se dio cuenta que lo le había prestado atención.

Lady Courtenay quiso gritar, pero sólo le salió un breve fruncimiento de cejas, cuando el ardor al jalón de su piel hizo mella en sus nervios. Sus ojos marrones, estrechos por el odio interno, se ablandaron al posarse sobre la esbelta figura de su antecesora. Se quedo mirando fijamente a la mujer mayor, en una tácita afirmación para que hablara.

— Querida, hay que volver ya. A tu abuelo y primo no les gusta que nos tardemos tanto. —soltó un poco cabreada por los regaños de su marido que acudían a su mente, observó a la joven, que aunque no sonreía parecía estar feliz. Tal vez con un pequeño manto negro que obnubilaba sus ojos castaños, pero al fin feliz, cuasi liberada de un peso que cargaba todos los días.

Ella se giró para responderle, pero algo duro chocó contra su cuerpo, por inercia extendió los brazos para agarrarse de lo que tuviera cerca, sin embargo sus manos no tocaron nada y cayó pesadamente en el rocoso suelo.

— Disculpe, señorita. —la voz masculina por encima de ella sonaba arrepentida. Levantó la vista hacia el hombre joven que le tendía su mano y por un momento se quedo estática.

No sabía si eran los rayos del sol junto a sus lizos mechones dorados o porque desde su ángulo la piel de él parecía tener un brillo propio, fuera lo que fuese le pareció el hombre más atractivo que había visto en su vida, por lo cual se perdió en sus ojos; de un color que nunca había visto.

Carmín. Los ojos de aquel hombre eran carmesí como la sangre y hacían un alucinante contraste con su cabellera dorada, que se hallaba atada en una coleta baja.

El saltó que pegó su corazón la hizo reaccionar con brusquedad. Sentir. Ella había sentido una revolución en sus usuales calmadas emociones, y no podía permitirse que su cuerpo tomara el control. El sentir algo era una debilidad que ella no iba a permitirse. Y mucho menos por un desconocido.

Miró la mano que se le ofrecía por unos segundos de forma seria, antes de levantarse por su propia cuenta con algo dificultad. Las extensas y pesadas faldas de su vestido no ayudaban a aligerar su malestar.

— ¿Se encuentra bien, señorita? —preguntó bajando su enguantada mano lentamente, sin dejar de mirarla. Él parecía preocupado, pero ella decidió ignorarlo arreglando su vestido con ayuda de la mujer mayor. Terminando de alisar un poco su vestido, tomó a la mujer por una mano e intento alejarse, no obstante la voz de él la hizo detenerse en sus intensiones— Espere… no he tenido el gusto de conocer su nombre.

— Ni lo tendrá. —contestó borde.

Francisca viendo la falta de educación de su nieta y el desconcierto del joven, decidió tomar partido en el asunto.

— Soy Francisca Courtenay, esposa del conde Adam de Courtenay, y ella es mi nieta, Lady Yalena. —la mujer levantó su mano al joven, quién como dictaban los excelentes modales de la época, dejo un sutil beso en sus nudillos.

—Es un gusto conocerlas, señora y lady Courtenay. —dijo soltando la mano de la condesa. Ésta sonrió complacida por el buen humor del chico. — Eriya Bourgeois , un placer.

— El gusto es mutuo, joven Bourgeois. —sonrió.

Eriya correspondió a la elegante condesa y fijó su mirada triunfal en la joven dama, que se mantuvo callada durante las presentaciones. Se contuvo de apretar la tela de su pomposa falta, en cambio, se limitó a dirigirle una fría mirada sobre su hombro antes de retomar su marcha junto a la mujer mayor, que antes de ser arrastrada por su nieta obligó a ésta a hacer una rígida reverencia para después marcharse.

— Fue un placer verla, lady Courtenay. —susurró siguiendo la delicada figura que se volvía más borrosa conforme se alejaba.

Se volvió sobre sus pasos y sólo hasta que quedo bajo la sombre de un gran árbol, su sonrisa torcida y el peligroso brillo carmesí de sus ojos se dejaron ver.


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Inmediatamente al llegar a la mansión, se fue directo a su habitación. Hizo oídos sordos de las alegaciones sobre su mal carácter por parte de su abuela, necesitaba llegar a su alcoba y encerrarse, lo que menos quería era verle el rostro a su primo.

Una vez dentro de su único espacio íntimo, lanzó el velo hacia el pequeño sillón en una esquina del lugar. Se dirigió a su cama, donde se dejó caer sin siquiera importarle que el corsé la dejara sin respiración. Cerró los ojos al mismo tiempo que desprendía los centenares de perlas y broches de su cabellera. Los cabellos largos y ondulados quedaron esparcidos por la cama, formando un lago oscuro alrededor de su cabeza.

Hubiera suspirado satisfecha por la liberación de sus mechones si su mente no hubiese evocado unos ojos tan rojos como la sangre que corría por sus venas.

El recuerdo provocó una reacción instantánea en su cuerpo, haciendo que una pequeña sonrisa apareciera en su boca de algodón sin que apenas de diera cuenta. Ese hombre era muy apuesto, quizá mucho más atractivo que todos los que conocía.

— Eriya. —susurró al silencio de su habitación, su voz baja y gentil.

Abrió los ojos y negó con la cabeza suavemente, dándose cuenta de las tonterías que pensaba. Ella no podía amar… ella tenía prohibido amar, por lo menos hasta que estuviera con Dakota; cualquier idea sobre el amor debía de esfumarse de su cabeza. No vería a otro hombre o si no Dakota…

— ¡Hermana! —exclamó una voz femenina, dos segundos después un peso extra y unos delgados brazos estaban sobre ella, asustándola ante la tranquilidad rota— ¿A qué viene esa cara, eh?, ni siquiera te has dado cuenta que estábamos ahí abajo.

«Laeti»

— ¿Cuántas veces te he dicho que no invadas mi espacio personal?, ¿Acaso no puedes tocar como las personas normales? No muestras ni un poco de educación. —dijo seria, se separó un poco mientras observaba fijamente a la chica de cabellos azules sonreír.

— Yo no entiendo porque siempre eres tan… Lena. —comentó con un mohín, se acomodó en la amplia cama— ¿No puedes ser amable por una vez en tu vida?

«Hm, quizá es porque soy ella, tonta», pensó fastidiada, su poca paz había acabado con la llegada de su hermana.

— Laeti, sal de mi habitación voy a cambiarme. —indicó al levantarse, sin siquiera darle una segunda mirada, pero la aludida tampoco parecía hacerle mucho caso. Suspiró, cansada.

— No sé porque te niegas a tener una dama de compañía. —comentó confusa— Si quieres puedo prestarte a mi sirvienta, la he traído conmigo.

Era increíble que ante la idea de "prestarle" a su crida su pequeña hermana pareciese alegre.

Que niña más molesta.

— No necesito a nadie, soy lo suficientemente útil para arreglármelas sola. —haciendo un hincapié en su capacidad, ignoró a su hermana una vez más.

Laeti ignoró el insulto y se sentó en la cama, mirando a su hermana mayor cepillarse los extensos mechones índigos.

— ¿Sabes?... nuestro primo me invito a ir con ustedes a una fiesta mañana. —soltó emocionada, esto sí llamó la atención de su hermana que depositó delicada el peine en el tocador y se viró a ella— Nuestra madre acepto y…

— No irás. —cortó contundente, su habitual expresión vacía sin desaparecer pero con el enojo bailando en su mirada.

Laeti se mostró confusa, molesta… y desconcertada.

— Dake me invito. —repitió, esperando que ésta vez su hermana no pudiera negarse por segunda vez.

— ¿Y? —preguntó incorporándose del banco acercándose a la posición de su hermana— No es suficiente para mí.

— P-pero…

— No quiero ir contigo, te vuelves una molestia. — interrumpió sin un ápice de gentileza agarrándola por un brazo al levantarla— Iras donde él y te negaras.

— No lo haré. —renegó enojada tratando de soltarse, chilló cuando la apretó más fuerte, por lo cual levanto el delicado rostro y se asustó. A pesar de que a veces, cuando Yalena se dignaba a hablarle la trataba de forma frívola, nunca la había visto de esa manera. De hecho, su hermana nunca cambiaba su mirada vacía.

Laeti sabía que no era del agrado de su hermana, nunca lo entendió, aun trayendo los recuerdos de su niñez juntas, Yalena parecía no querer darle ni las migas de su cariño, lo cual la entristecía ya que habían estado en el mismo vientre y eran inseparables de infantes, pero Yalena siempre ponía empeño en que olvidara aquellas memorias felices.

Pese a todo, entre ellas no había miradas rencorosas o de odio. Entonces, no comprendía porque un arrasador sentimiento oscuro refulgía en los achocolatados ojos de su hermana.

— Ya-yalena, me estás haciendo daño.

La mayor estrechó los ojos.

— Y créeme que puedo hacerte más daño del que piensas, así que iras y dirás 'no'. ¿Queda claro? —preguntó por lo bajo y sin esperar respuesta la soltó, girándose hacia el banquito de su tocador, donde reanudó la tarea de cepillar su cabello.

La jovencita de hebras marinas quedo viéndola, sin evitar que las lágrimas acudieran a sus ojos azules.

¿Por qué me detestas tanto?

La pregunta flotando en el aire antes de que Laeti abandonara la alcoba, con dos lagrimones escapándose entre sus rizadas pestañas. Cuando oyó la puerta cerrarse, se levantó del banco y salió de la habitación.

Tendría que ir a arreglar cuentas con él.


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Al ver a Laeti correr desesperada a su habitación, sonrió. Cerró su propia puerta y esperó. Minutos después paso lo que había esperado: ella estaba ahí, con la inmutable mirada altanera de siempre.

Oh, la deseaba tanto.

— El día de hoy, la suerte me sonríe. —se mofó, mirándola— Te tengo en mi habitación, sólo hace falta tenerte entre mis sábanas. —terminó con una pequeña sonrisa caminando hacia ella.

— Deja las estupideces. —le contestó con desagrado, sin cambiar su expresión. Al tenerlo cerca se apartó, no deseaba ningún contacto con él.

— Sabes muy bien que no lo son.

Llevó su mano a la mejilla de la chica, acariciando suavemente la estructura tersa, acercó su propio rostro al de ella e inhaló, su exquisito aroma a orquídeas y vainilla invadiendo cada uno de sus sentidos. La miró directamente a los ojos y, aunque ella estaba degollándolo con la mirada, se excitó. Esa dureza era lo que le hacia desearla. Rosó con sus labios los de melocotón de ella, como si tratara de grabarse la textura y el sabor de estos. Y como tantas veces antes, no se conformó y se aventuró a probar más, para ello la pegó por completo a su cuerpo.

Deseaba sentirla… y amarla.

Lady Lena, al sentir dicho movimiento, se apartó. No importaba cuanto aguantara, cada vez que él hacia un movimiento más íntimo entre los dos le daba nauseas. Se limpió la boca con la mano, sus ojos expresándole todo lo repugnante que lo encontraba a él y sus acciones.

— No vengo a discutir tus fantasías incestuosas, Dakota. —se burló, pero cambió su tono a uno más serio— Sólo te lo diré una vez: No te acerques a mi hermana, deja tranquila a Laeti. Si le llega a ocurrir algo, no dudare en develar tus negocios y lo que me has obligado a hacer por mantenerlos. — sin decir algo más, salió de la habitación.

Se quedó observando la entrada de su pieza al tiempo que sonreía.

Lena y Laeti eran tan diferentes, aunque físicamente tenían cierto parecido, Yalena era más hermosa y perfecta. Sólo había que verla, ella era como tener fuego entre las manos… ese que uno desea controlar, pero sabes que al final te acabará o se acabaran entre los dos. Destructivo y poderoso, imposible de no desear.

Por otro lado, Laeti era todo lo contrario, sí, poseía una indudable belleza e igual tenía su carácter; pero no como el de su hermana mayor. Laeti era dulce, amigable y con esa inocencia que demostraba al idealizar todo y a todos. En cierta medida un poco superficial también.

Simplemente, no se comparaba a su hermana.

Se revolvió los cabellos y suspiró, expresando en voz alta sus pensamientos: —De todas formas, esa idiota no serviría para hacer el trabajo.


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— No te dignas ni a saludarme.

Alzó la vista de su lectura y observó a la despampanante mujer en el marco de la puerta. Sus cabellos rubios eran atados en un alto peinado y sus ojos azules la veían inquisidora. Mostró una mueca al vestido amplio de pronunciado escote y de telas negras.

«Vaya mujer hipócrita.»

Regresó la vista a su libro, sin dedicarle mayor importancia.

— Y tú no te dignas a esperar, comprendo porque Laeti posee esa actitud. —dijo seca y cambió la página. La mujer en la entrada se desespero por la actitud indiferente de la chica y, rodando los ojos, se adentró en la habitación ajena. Observando con cuidado todo lo que se encontrara en ella.

Cerró de un golpe el libro cuando el fastidioso sonido de sus tacones no era lo suficientemente amortiguado por la alfombra para ignorar tu irritable presencia. Dejó el libro sobre su regazo y miró a la mujer, bastante fatigada por tenerla en su habitación.

— Habla antes de que te saque mi de alcoba. —soltó asustando a la mujer que no la veía.

Se molestó por el tono arrogante de la muchacha.

— Soy tu madre y debes de…

— No eres mi madre. —la cortó, furiosa y dejándolo ver en la línea apretada de su labios. Respiró profundamente para calmarse, con todas sus emociones guardadas, prosiguió— Te casaste con mi padre pero eso no te hace mi madre.

— Por eso mismo…

— No lo eres. —repitió inexpresiva, viró el rostro a la ventana un momento y volvió a ver a la mujer— Mi padre te recogió de la basura de vida que llevabas. Y te mantuvo como su amante hasta que ella desapareció.

La mujer rubia apretó los puños, humillada. Esa mocosa no perdía la oportunidad de recordarle cada uno de sus errores. Si la ocasión se daba, la rebajaba y la miraba de aquella forma que sólo ella era dueña.

Marlene D'Arc fue su gran verdugo durante todo el tiempo que estuvieron juntas. La había engañado para que seduciera a su esposo y usar sus ilusiones de niña enamoradiza en su contra, volviéndose así el terrible secreto de Demetri Courtenay.

Dios sabía que había tratado con todas sus fuerzas amar a esa niña como lo hizo con su hija Laeti, pero Yalena era tan parecida a Marlene, siempre mirándola sobre su hombro. Siempre superiores a ella.

— ¿Has acabado de hablar o aun tienes algo más que decir? —preguntó cansada mirando la mueca de horror en la mujer frente a ella. Arrugó sus delgadas cejas— Si sólo te quedarás ahí parada, sal de mi habitación.

No importaba si poseían voces distintas, aquél tono, aquella pose y esa inconfundible mirada eran el vivo recuerdo de Marlene D'Arc. La única mujer que sabía todos sus secretos y la cual la hizo sufrir un infierno interminable.

— Marlene. —murmuró llevando sus manos a su boca entre abierta.

Las joven abrió los ojos sin creer lo que sus oídos habían captado. Simplemente no, nadie más volvería a confundirla con esa mujer, suficiente había tenido con su padre durante su infancia.

—Retirate. —ordenó incorporándose rápidamente en su lugar.

La rubia no se movió, al contrario, parecía anclada al piso y temblaba al verla.

— T-tú...

— Sal, ahora.

— Pero tu herman-

— ¡Ahora!

Y esa última mirada fue lo necesario para que saliera de la habitación.

Marlene puedo haber desaparecido misteriosamente, pero su hija estaba ahí para continuar con la diabólica tarea que no pudo concretar:

Volverla prisionera de sus pecados.


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Ahí estaba, gastándose gran parte de lo que su adorable prima había podido conseguir la última vez. Dejó ir un chasquido. Como varias situaciones similares; la suerte no parecía estar de su parte ese día, por lo que al terminar intentó salir por la parte de atrás del lugar sin llegar a ser visto, pero no lo logró. Y ahora estaba en deuda con él.

Miró a su alrededor y vio a un hombre robusto con múltiples golpes en su regordeta integridad, vislumbro a los hombres que le rodeaban y sonreían sádicos a los chillidos que se desprendian de las secas gargantas de los hombres mutilados.

La poca iluminación del lugar no le dejo ver el rostro del hombre que se hallaba sentado a unos pocos metros delante de él.

— Dakota, ¿has escuchado alguna vez de alguien que haya intentado traicionarme? —preguntó la voz aterciopelada del hombre, uno de los grandulones a su lado le paso un arma y, después de ajustar el gatillo, le apuntó directo a la cabeza, un sudor frío le recorrió cada extremidad del cuerpo— Supongo que no, ya que no viven para contarlo. —añadió con una sonrisita adornando sus labios finos, sin contemplaciones disparó al hombre regordete, la bala pasando demasiado cerca de la mejilla de Dakota

Alzó la vista encontrándose con la punta del arma apuntando exactamente entre sus cejas. Si antes el sonido que proyectaba la bala al cortar el viento, le había provocado un detenimiento en el corazón, el que estuviera apuntando entre ceja y ceja hizo que su corazón latiera loco.

En realidad no tenía miedo a morir, pero entre sus planes no estaba la idea de morir tan joven, así que se jugó su última carta. Una que siempre le salvaba: ella.

— Le propongo algo que le puede interesar... juguemos.

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Continuará.


Yo no tengo perdón y sinceramente; así como vienen las ideas uno debe mostrarlas porque si no por eso andamos frustrados por la vida xD

Fic de época antigua lo que significa: clases sociales súper arraigadas, dramas intensos y mucha miel, aparte de pasiones arriesgadas y una que otra muerte necesaria para subir la angustia

¿A que suena interesante? Yo sé que sí, y ustedes saben que sí 7u7

Bueno la trama está muy asignada a lo que era en ese entonces aunque tiene un poco de Fantasía también, pero no tan de ciencia ficción. Más bien algo acercado a la "magia negra" y esas cosas escabrosas.

¡Espero y se animen (de nuevo) a seguir en la aventura!

¡Y he aquí los papeles de los chicos!:

Nathaniel — Noble, heredero a Duque.

Castiel — Pirata.

Lysandro —Noble, segundo heredero a la Corona.

Armin — Hijo de un noble y una cortesana, Caballero.

Kentin — Antiguo heredero al título de Conde, actualmente pirata.

Eldarya:

Ezarel - Vizconde, primo segundo de Nathaniel.

Nevra - Noble o pirata. (Aun no esta definido).

Valkyon - Pirata/guerrero (sin definir).

Leifthan - Marqués, sobrino de Lysandro.

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Y bien, eso es todo por el momento. Es un gusto saber que me leen, no saben cómo me llena de ilusión eso. (Ando con gripe así que por eso medio seca y corta la NA, ¡Disculpen, pero los gérmenes no me dejan en paz! T.T)

Bien...

¡Hasta la próxima!

¡Feliz media semana hábil, queridos!

Preguntas, dudas, comentarios. Toda crítica es bienvenida, sí y sólo si es constructiva.

Geraldine

Escuchando " Short Hair" – Mulan OST.

(Editado/resubido) 27/01/17.