Jamás pensé que mi vida sería tan caprichosa, se los juro. Ugh, qué fastidio he sentido en este momento, no podrán creerlo… Pero, ¿qué hago hablando tanto?, ¿dónde quedaron mis modales perfectos? Mi nombre es Arthur Eugene Kirkland, y la historia que están a punto de leer no es una historia llena de hadas y dragones como en los libros que suelo leer, ni tampoco implica grandes romances… Bueno, probablemente eso último sí, pero no es tiempo de hablar de aquello.

Nací en Inglaterra y me crie allá la mayoría del tiempo, tuve una educación medianamente normal, a excepción de algunos inconvenientes… Yo siempre fui uno de los más inteligentes de mis clases, desde el kínder en adelante, aprendí a leer a los cuatro años con la ayuda de mi madre y mi hermano mayor, y además, siempre he tenido una presentación impecable, una letra envidiable y un acento inglés mejor que cualquiera. Todas estas características suenan a un idiota narcisista, pero lamentablemente no es que yo piense todo el tiempo que aquello es así, soy fuerte, lo sé, sé muchas cosas, pero mi corazón y mi alma son completamente frágiles, aunque eso jamás se lo diré a nadie… JAMÁS, HE DICHO. Sin embargo a todo lo que han leído hasta ahora, en mi educación siempre tuve problemas de chicos abusivos y personas que me molestaban, ¿por qué? Pues… Yo creo en la magia. Ok, suena estúpido que un hombre de 26 años esté diciendo que cree en la magia y que aún lo hace. Pero, en efecto, yo creo en la magia y en las criaturas sobrenaturales, eso llevó a que mis compañeros me molestaran y agredieran llamándome mentiroso o diciendo que yo estaba loco, entre ellos está un chico al que nunca voy a olvidar, ya que era él quien comenzaba siempre los ataques en mi contra… Su nombre era Francis, era francés, se notaba porque su inglés era muy malo, pero a pesar de que no podía comunicarse completamente bien con los demás o que tenía incluso más diferencias que yo con ellos, fue siempre él quien comenzaba a decirme cosas cuando yo era niño. Creo que nunca pude olvidar a ese chico y siempre he sentido que es un bastardo infeliz… Si llegara a volver a verlo simplemente querría matarlo.

Eso pensaba.

Pero nunca imaginé que realmente aquello pasaría.

Todo comenzó hace dos semanas, cuando comencé a trabajar como informático en una oficina muy aburrida llena de patanes. Esto lo hacía con mis pocos conocimientos de la informática, ya que mi verdadero objetivo era estudiar Leyes en la Universidad de Oxford. Aunque lamentablemente no había podido rendir muy bien los exámenes y ahora estaba completamente escaso de dinero… Claro, si viviera con la señora Kirkland esto no estaría pasando, pero al enterarse de mi orientación sexual pegó el grito en el cielo de forma tal, que ni siquiera Scott ─mi hermano mayor─ pudo convencerla de que no era algo malo. Ella se decía abierta de mente y que respetaba a las minorías… Siempre y cuando una de esas minorías no fuera su hijo menor.

Sin embargo, y volviendo al asunto principal… El rubio idiota, de ojos azules y ahora siendo un adulto, con una barba mal afeitada y apariencia de donjuán se encontraba trabajando en esa maldita oficina. Lo reconocí de inmediato, ahora lucía menos como una chica que en su infancia, donde al usar los cabellos tan largos y ropa tan holgada parecía toda una jovencita. Ahora lucía completamente distinto, con pantalones ajustados, camisas con dos botones abiertos, una pequeña cadena en el cuello, un aro en la oreja izquierda y zapatos con una leve plataforma. Semejante imbécil, qué ganas de golpearle la cara en cuanto lo vi, pero no, era absurdo, quizás ni me recordaba… O eso pensaba yo, ilusamente.

A pesar de aquello, todo se desmoronó en aquel minuto.

─Oye… Siento que te conozco de alguna parte… ¿O será idea mía? ─su voz era tan profunda que logró que mis vellos se tensaran, no tuve el coraje de darme vuelta y mirarlo a los ojos.─

─¿Quién, yo? ─dije, realmente soy un imbécil, incluso más que él─. Debes confundirme, no sé de dónde yo conocería un francés ─reí.

─Es curioso que reconozcas que lo soy, puesto que te estoy hablando en inglés perfectamente.

Tenía razón, ya no era el chiquillo de seis años que pronunciaba con gran cantidad de "g" en vez de "r" al decir una palabra.

─Pues… No lo sé, supongo que por la actitud ─tosí, comenzaba a sudar.─

─Kirkland, ¿eres tú? ─su voz demostraba una extraña alegría, no entendía el porqué.─

─¿Eh? S-sí, ese es mi nombre… Arthur Eugene Kirkland ─dije, y por fin pude mirarlo a los ojos. Azules profundo, parecían sonreír, y en efecto, él sonreía ampliamente.─

─Me alegra tanto verte, Arthur ─dijo y me abrazó.─

¿Qué demonios ese tipo? No pude evitar el abrazo y quedé frío, sus brazos eran demasiado fuertes, su contacto era raramente agradable. Maldecí entre dientes. Este chico había hecho muchas cosas cuando niño, entonces, ¿por qué de repente sentía tanto afecto hacia mi persona? Me miró por largo rato y volvió a sonreír. Nada parecía tener sentido, mis traumas de infancia volvían, pero no podía sentir odio, aunque lo sentía en cierta medida. No entendía absolutamente nada de lo que estaba ocurriendo.