Cuanto más se acercaba al edificio, más ganas de llegar tenía y más prisa se daba. Ya en el portal, no pudo evitar sonreír. El 221B de Baker Street se había convertido en su hogar en pocos meses. Le encantaba vivir allí. La señora Hudson y sus visitas inesperadas con aperitivos, el desorden, la nevera casi vacía, los órganos humanos para experimentos por aquí y por allá... Se sentía en casa. Pero sobre todos los demás motivos por los que aquel era su hogar estaba él.
Sumido en estos pensamientos, subió las escaleras corriendo y llegó por fin al apartamento. Abrió la puerta con la llave y entró.
- Hola, John - saludó un Sherlock distraído desde el sofá en el que estaba tumbado.
- ¡Hola! - sonrió John - He comprado un brick de leche y un tarro de mermelada - se dirigió a la nevera para dejar la leche dentro. Hizo una mueca al abrirla. - Vaya... La cabeza sigue ahí. Creo que me estoy empezando a acostumbrar a verla.
- No le cojas mucho cariño, pronto acabaré con el experimento y me desharé de ella.
El médico cerró la nevera y suspiró. Se sentó en una silla y encendió la televisión. Estaban dando un programa de baile. No le interesaba verlo, sólo quería un ruido de fondo, por alguna extraña razón le ayudaba a relajarse.
Hacía días que no tenían ningún caso, ningún asesinato en circunstancias extrañas, ningún misterio demasiado difícil para Lestrade. Así, en un momento de descanso, John por fin se pudo parar a pensar sobre los últimos acontecimientos y los cambios en su vida. Antes era un médico de guerra con cojera psicosomática sin un lugar a donde ir. Ahora su vida había dado un giro de 180 grados. Compartía piso, tenía un trabajo, caminaba sin muletas y su vida estaba llena de emoción y aventuras. Sonrió y miró al responsable de tales cambios. Allí estaba, tumbado, aburrido, viendo la tele, dejando pasar el tiempo. Tenía tanto, tanto que agradecerle...
- ¿Qué estás mirando? - John salió de su ensimismamiento de golpe al comprobar que Sherlock lo miraba frunciendo el ceño.
- Nada, sólo me preguntaba si querías ver otra cosa, no creo que ese programa te guste. - improvisó Watson.
- Sabes que no tengo nada mejor que hacer ahora mismo. Ojalá suceda algún asesinato imposible de resolver para ese idiota de Lestrade, o me moriré de aburrimiento. - resopló el detective, frustrado.
Una sonrisa se dibujó otra vez en la cara de John. Su compañero de piso solía hacer ese tipo de comentarios totalmente desconsiderados, y le encantaban. Incluso la señora Hudson se había acostumbrado a las palabras que Sherlock decía como si fueran lo más normal del mundo.
Cierto barullo venía de fuera. John se asomó a la ventana y pudo comprobar como las obras en el edificio seguían avanzando, los obreros casi habían terminado. Tras la explosión, gran parte del inmueble había quedado en un estado lamentable.
- Creo que tendré que quedarme otra noche aquí - le comentó a su compañero.
Desde aquel incidente, Watson se había quedado a dormir en el sofá de Sherlock, pues en su dormitorio sí se habían producido daños peores.
- Comprendo - se limitó a decir el detective.
El silencio inundó la habitación durante unos minutos hasta que una voz femenina lo interrumpió de improviso, sobresaltando a John.
- Pensé que querríais algo para cenar, chicos - miraron a la puerta y vieron a la señora Hudson con una bandeja de comida en las manos. - Si no fuera por mí, moriríais de hambre, hay que ver...
- Usted siempre tan amable, señora Hudson - sonrió Watson.
Sherlock se limitó a sonreír.
Cenaron sin decir una palabra, con el programa de baile y el ruido de la obra de fondo. En ese momento, John se dio cuenta de lo mucho que dependían ambos de las investigaciones, el peligro, las emociones fuertes. Cogió su portátil y ojeó su blog. La última entrada era de hacía una semana. Comenzó a leer sus anteriores entradas, recordando entre sonrisas las aventuras que había vivido con el detective consultor. Así dejó pasar el tiempo hasta que le entró sueño.
- Creo que me voy a ir a dormir ya... - acabó la frase con un bostezo.
- De acuerdo, entonces me voy a mi habitación a dormir yo también. Hasta mañana - Sherlock se retiró con estas palabras.
John lo miró entrar en su habitación y oyó el ruido que hizo al tumbarse en la cama. La frialdad de su amigo siempre estaba latente, pero últimamente había aumentado considerablemente sin razón alguna.
El sueño lo reclamaba. Pronto sus párpados se cerraron y se quedó dormido.
Así pasaron las horas en Baker Street. El silencio y la oscuridad caían sobre la calle, sólo interrumpidos por el ladrido de algún perro y los faros de los coches.
Rompiendo con la tranquilidad, en medio de la noche, un sudoroso John Watson abre los ojos con sobresalto.
Sangre, disparos, muerte, fango, dolor, gritos, miedo.
Aquella pesadilla volvía después de tanto tiempo. Ya casi había olvidado aquellos días en los que despertaba en medio de la noche, tembloroso, por culpa de los terribles sueños que lo atormentaban. Pero allí estaba otra vez, torturándolo, su pasado en la guerra.
Se llevó las manos a la cabeza. Su piel estaba cubierta de sudor frío. Sin poder contenerse, comenzó a sollozar. Se dio cuenta entonces de que estaba haciendo demasiado ruido, pero era demasiado tarde. Oyó el ruido de una puerta seguido de unos pasos y en seguida apareció Sherlock junto a él en la oscuridad.
John giró la cara hacia el respaldo del sofá, no quería que su amigo le viera llorar.
- Así que han vuelto, ¿eh? Qué extraño...
Maldita sea, pensó el doctor. No debería haberse molestado en intentar disimular. Él siempre lo sabía todo.
Se giró otra vez esperando encontrarse con una mirada analítica, impersonal, unos ojos que lo miraran como una fuente de pruebas, detalles y pistas pero no como a una persona, al igual que hacía con los cadáveres de sus casos.
Sin embargo, se encontró con un Sherlock completamente diferente. Sus helados ojos mostraban una calidez nunca vista, una preocupación real... ¿Era aquello miedo? ¡No podía ser!
- ¿Estás bien? - preguntó el detective. Su voz tembló.
- S... - ¿para qué iba a mentir? Ambos sabían la verdad- No...
Se llevó las manos a la cara. Aún estaba húmeda, y notó cómo algunas lágrimas caían en sus dedos. Se tapó la cara. Nunca nadie lo había visto llorar, para él era algo muy íntimo y se sentía muy vulnerable, lo odiaba. Deseó que lo tragara la tierra.
Entonces sintió dos brazos que lo rodeaban y que chocaba contra el pecho de alguien. Abrió los ojos, sorprendido, y vio que Sherlock lo estaba abrazando.
¿Sherlock lo estaba abrazando?
- ¿Qu-qué haces...? - preguntó, sin comprender.
No recibió ninguna respuesta. Al principio estaba rígido e incómodo, pero luego se dio cuenta de que su compañero sólo intentaba ayudarle a superar el mal momento. Cerró los ojos e intentó dejar la vergüenza de lado, ya que sabía que para su amigo aquello suponía un gran esfuerzo. Le devolvió el abrazo.
Los segundos pasaron. Ninguno de los dos rompió aquel silencio. La camisa de Sherlock estaba húmeda por las lágrimas de John. Sus respiraciones se sincronizaron. Watson se sintió mejor poco a poco. Sabía que el detective no era experto en animar a la gente, pero en esta ocasión había funcionado. Una sonrisa apareció lentamente en su cara. Esta vez tenía alguien con él, alguien que lo apoyaba en un momento de sufrimiento.
Se separó un poco para poder mirarle a los ojos. Él le dirigió una mirada indescifrable. La sonrisa de John se ensanchó al romper, por fin, aquel silencio.
- Gracias - dijo de todo corazón. Con sólo una palabra resumía todo lo que le debía, lo mucho que se alegraba de vivir con él.
Sherlock sonrió también. Se quedaron mirándose a los ojos durante unos eternos segundos.
Y entonces, justo entonces, John se dio cuenta de que ya nunca estaría solo.
De pronto volvió a la realidad, pues se percató de que Sherlock acercaba su cara a la suya. Su respiración se aceleró. ¿Qué pretendía hacer? Se intentó alejar inútilmente, pues el detective lo atrajo hacia sí colocando una mano en su nuca. John se dejó hacer. En ese instante comprendió por fin el verdadero motivo que le hacía correr cada día hasta llegar a casa, el por qué había arriesgado su vida para salvar a su compañero. Cerró los ojos.
El roce del cálido aliento en su cara lo hizo estremecer. Sus labios se juntaron por fin. John alargó un brazo hasta tocar el pelo de Sherlock. Acarició sus oscuros rizos con suavidad. Le sorprendió la dulzura con la que el detective le besaba. La mano que no estaba en su nuca subió a su cara y lo acarició. Deseó que aquel beso, el mejor que nadie le había dado nunca, no se acabara, pero lo hizo. Sus bocas se separaron finalmente. Abrieron los ojos y se miraron, frente con frente. Se separaron con rapidez. Ambos estaban turbados y confundidos. John abrió la boca para decir algo, pero no fue capaz de articular palabra. Miraron al suelo.
- Bu-Buenas noches - dijo Sherlock mientras se levantaba y se iba a su habitación.
John se quedó unos minutos con la boca abierta mirando hacia la puerta del cuarto del detective antes de tumbarse nuevamente en el sofá.
Por supuesto, ninguno de los dos durmió esa noche.
