A las 8:30 de la mañana, es un departamento en el corazón de Nueva York, un celular comenzó a vibrar sobre una mesa de plástico, cubierta de envolturas de hamburguesas y envases de refresco vacíos. El ruido resonaba en las paredes de la habitación a media luz, hasta que una mano proveniente de la cama de al lado arrastró el celular hasta las sábanas. Un joven rubio, medio dormido, se puso el celular en frente de la cara para ver la hora. El brillo del aparato le lastimó los ojos y dejó caer su mano, todavía sosteniendo el celular, sobre el lío de cobijas que habían formado una masa suave y cálida de la cual sería imposible escaparse. Justo cuando Alfred volvía a cerrar los ojos, los volvió a abrir repentinamente. Dio un brinco de la cama, buscó rápidamente sus lentes entre la basura sobre su mesa, y se dirigió a su armario, para encontrarse con un gancho del cual colgaba un conjunto de jeans y una camisa azul que había preparado la noche anterior, y que según él, era lo mejor que tenía.
"Mierda, mierda, mierda…"
No fue hasta que estuvo completamente vestido y se ocupó de juntar toda la basura en una bolsa provista para ello que cayó en la cuenta de que había pospuesto su alarma unas tres veces. Tendría que haber estado despierto desde las ocho en punto, arreglarse, ordenar su cuarto y correr a comprar un regalo, si es que alguna tienda estaba abierta desde aquella hora. Había calculado que si se apresuraba quizá le daría tiempo de hacer algunas tarjetas para su hermano y sus amigos.
Alfred se tranquilizó cuando terminó de lavarse los dientes. La cita era a las nueve, pero conociendo a Lovino quizá estaría durmiendo todavía en esos momentos. El trabajo radicaba ahora en ordenar el departamento de modo que Lovino no pensara que vivía en una pocilga, como siempre. Rápidamente tiró las bolsas de basura y fue por una escoba para barrer la sala y la cocina. La tarea fue mucho más rápida de lo que él había pensado que iba a ser. Al final, sólo estarían ahí máximo un minuto antes de irse a buscar un lugar donde comer.
La siguiente vez que Alfred miró el reloj eran las 9:00. Ni siquiera le había dado tiempo de bañarse, así que se tuvo que conformar con ponerse desodorante. Se terminó de arreglar para verse lo más decente posible, y luego se pasó varios minutos practicando sus gestos frente al espejo. En vista de que Lovino todavía no había llegado, pensó que quizá todavía le daría tiempo de ir a la tienda de la esquina y comprar por lo menos un paquete de esos borradores que huelen a Ace. No era precisamente romántico, pero funcionaría.
El aire frío le pegó en la cara cuando salió a la calle. Cubriéndose con una chamarra de aviador, regalo de Lovino de hacía exactamente un año, se dirigió a la tienda "Regalos para toda ocasión" y cruzó los dedos esperando encontrarla abierta. Debió haberse imaginado que estaría cerrada desde que vio la acera contigua despejada, sin verse decorada con globos en forma de corazón como generalmente estaba en esas épocas.
Así, fue a la farmacia de contra esquina, pensando que a lo mejor habría osos de peluche. Sin embargo, parecía que habían vaciado la tienda entera el día anterior, porque ya solo quedaban chocolates baratos con mensajes cursis impresos en la superficie. Cuando abrió su billetera, se dio cuenta de que si quería invitar a Lovino a desayunar, tendría que comprarse la caja más barata, con seis chocolates.
De regreso al departamento, sacó su celular para ver cuánto tiempo le quedaba. En vez de ver la hora, encontró siete llamadas perdidas de Lovino. Alfred se tuvo que detener un momento para morderse el labio y cerrar fuertemente los ojos, para luego continuar con su camino, esperando que Lovino no estuviera demasiado enojado. Pensó que mandarle un mensaje en aquel momento ya no tendría ningún caso.
"Vaya manera de empezar Día de San Valentín."
Cuando estaba a unos cuantos metros del edificio, su celular volvió a sonar. Alfred llegó justo para ver a Lovino refunfuñando a la pantalla de su propio aparato. Volteó a ver a Alfred, quien solo le pudo responder con una débil sonrisa.
"Hola."
"Son las nueve veinte, bastardo."
"¿En serio?" Alfred miró ingenuamente su celular. "No me había dado cuenta."
"Quedamos a las nueve."
"Cierto, perdón" Ahora sabía que pudo no haber arreglado su departamento y haber ido directamente por el regalo. Le tendió la caja de chocolates, directamente salida de la bolsa, rotulada con el nombre de la farmacia que se podía ver perfectamente desde la entrada del edificio. "Toma, es para ti."
Lovino lo miró fastidiado y luego intentó tomar el paquete, pero Alfred se lo arrebató de las manos. Palpó los lados de la caja hasta dar con la etiqueta con el precio, y torpemente la arrancó. Le volvió a poner la caja en las manos. Lovino volvió a poner cara de disgusto, pero se ablandó en cuanto abrió la caja.
"¿Chocolates impresos? Muy original. Eh, gracias." A pesar de que la voz de Lovino había sonado genuina, Alfred intentó excusar tan burdo regalo.
"Tienen mensajes divertidos, y pensé que te gustarían. Mira este." Señaló un chocolate con un cursor sobre un corazón, que leía "me diste click aquí". Alfred vio a Lovino asentir, para luego notar algo al lado de sus pies.
En cuanto vio el ramillete de claveles tirado en el piso, envuelto en celofán, se sintió mal tanto por la calidad de su regalo como de su ignorancia ante la existencia del de Lovino. Él también se dio cuenta, e inmediatamente recogió las flores del suelo para tendérselas a Alfred.
"Feliciano compró varios claveles para el bastardo patatas, y me dejó quedarme con estos. Prefiero que te los quedes tú." Lovino se sonrojó y bajó la mirada mientras le explicaba. Alfred encontró este gusto profundamente adorable.
"¿Me estás dando las sobras del ramillete de tu hermano?" rio Alfred.
"¡Por supuesto que no! Maldición, es un regalo. Además, tú dijiste que te gustaban los claveles."
"Los claveles blancos. Estos son rojos."
"No empieces."
"¿Cómo vamos a celebrar San Valentín si no tenemos flores rojas?"
"Sólo toma los claveles, con un demonio".
Alfred se volvió a reír, mientras Lovino probaba uno de los chocolates. Su gusto era demasiado delicado como para aceptar un dulce de tan baja calidad, pero no pareció disgustarle. Alfred se alegró al ver que tomaba un segundo chocolate y se lo llevaba a la boca.
"¿Y bien?" Preguntó Alfred. "¿Tienes alguna idea para comer?"
Lovino tragó el chocolate antes de contestar. "Se me ocurría aquel restaurante italiano que vimos el otro día. Me dijo Feli que no está nada mal, y hasta le dio su sello de aprobación o algo así."
"Ustedes dos y su obsesión por la pasta."
"No pienso ir de nuevo a un Burger King por San Valentín."
"¡Pero no estaba tan mal!"
"No iré aunque me lleves arrastrando."
Alfred suspiró. "Sabes, la comida rápida también tiene sus fundamentos culinarios. Ustedes sólo la juzgan sin saber."
"No seas idiota, Alfred. Vamos al jodido restaurante de pastas antes de que te cruces con un McDonald's y terminemos igual que el año pasado."
"No lo creo, tengo descuento."
Alfred arqueó las cejas y sonrió maliciosamente al sacar una tira de cupones de su bolsillo. Lovino lo miró indignado.
"Maldito bastardo, lo tenías planeado."
Alfred volvió a reír. Había esperado ansiosamente esa reacción desde que había conseguido los descuentos. "¿Decías?"
"¡Jódete, Alfred…!"
Él se quedó parado, riendo como histérico, mientras agitaba la tira ilustrada con hamburguesas y papas fritas en frente de las narices de su novio, que le extendía su más amplio repertorio de lengua parda. Gracias a él sabía cómo insultar en italiano, y eso había creado las confusiones más hilarantes entre sus compañeros de universidad.
"¿Sabes?" Dijo Alfred una vez que se recuperó de su ataque de risa. "Te ves muy lindo cuando te enojas."
Lovino estaba en medio de una amenaza que involucraba hamburguesas y refrescos en el suelo, cuando guardó silencio ante las palabras de Alfred. Se quedó pensando unos momentos, y sonrió de forma pícara, sorprendentemente tranquilo.
"No te voy a dar el gusto."
Alfred se encogió de hombros. "Ya me lo diste."
Lovino abrió la boca, probablemente para decir otra leperada, pero la volvió a cerrar, y en cambio, se metió otro chocolate a la boca. "Ganaste esta ronda, Alfred Jones."
Alfred, contento, lo tomó de la mano y lo jaló hacia la calle, todavía muy fría, pero que de un momento a otro le pareció más alegre. Lovino lo siguió torpemente, mientras intentaba guardar la caja de chocolates.
"¿Y cuál es mi premio?" Preguntó Alfred.
"¿Qué? No, no hay premio."
"¡Ya sé! Vamos al Wendy's, si estás tan en contra de Burger King."
"Absolutamente no."
"Te va a encantar. Tienen una ensalada con tomate, para que puedas comer algo que te gusta. Y las papas son deliciosas."
"Me rehúso."
"Entonces al Carl's Jr. Asan bien la carne, ya que no te gusta muy blanda."
"Síguelo intentando, no me vas a convencer."
"Bueno, no voy a decir que no quiero aprovechar mis cupones. Oye, me los regalaron."
Lovino rio un poco, tiritando por el frío viento que le pegaba la cara. "Alfred, eres el tipo más poco romántico que conozco."
"¿De qué hablas? Te compré chocolates y te canté una canción hace un mes."
"Chocolates de farmacia, y tu guitarra estaba desafinada."
"Te acabas de comer tres chocolates. Y eso no era estar desafinado, sólo… era parte del performance."
"No dije que no me hubiera gustado."
Alfred no estaba seguro de que se estaba refiriendo a los chocolates o a la canción, pero se quedó con la idea de que fueron ambos.
"Además, me haces reír." Dijo Lovino entre dientes. Alfred no lo escuchó.
"¿Qué?"
"¿No me escuchaste?"
"Hablas muy bajo."
Lovino suspiró. Ya era muy tarde para regresarse en esos momentos. "Dije que me haces reír."
"Ah… ¿en qué sentido? ¿Te doy risa?"
"Sí, digo, ¡no!" Lovino se percató de que parecía que lo estaba insultando. "Quiero decir que estoy de buen humor cuando estás conmigo. En general, ya lo sabes. Eso es todo."
"¿Eh? ¿Tú, de buenas? Si estás así cuando estas 'de buenas', no quiero saber la clase de infierno que tiene que vivir Feli cuando estás de malas."
"Ah, olvídalo."
Alfred no intentó aparentar el gusto que le daba saber que Lovino lo quería tanto como Alfred a él, y sobre todo, el que le daba saber que a Lovi le ponía de buen humor. Cuando dos años antes habían empezado a salir, Alfred se esforzaba constantemente por hacerlo reír. Pensaba que, más que ser un tipo serio, era alguien que tenía miedo de sentirse feliz. Ya fuera en las citas en el cine, las salidas al parque o los días en que simplemente se visitaban el uno al otro, Alfred se memorizaba varios chistes e historias divertidas que contar para hacerle pasar un buen rato.
Lovino al principio se hacía del rogar, como lo había hecho el día en que Alfred se le declaró después de la escuela y Lovino simplemente se alejó y le dijo que estaba demente. Pero poco a poco aflojó su actitud y, tal como la tarde en que llegó a casa de Alfred a decirle que sí, empezó a reírse también e incluso contarle algunas historias divertidas de cuando vivía en Italia con su hermano y su abuelo.
Pero Alfred no detuvo el ritmo. Siguió practicando sus juegos de palabras y sus ademanes para seguir haciendo reír a su novio, de modo que jamás tuviera que estar triste o enojado de nuevo. Aprendió que la naturaleza de Lovino realmente no era grosera, pero tenía dificultad para expresar su cariño. Alfred seguía contando y contando, riendo y riendo, y haciéndose payaso hasta que sintió que Lovino ya no se alegraba con sus chistes como antes. Con más razón buscó videos de comediantes y hasta practicó con su hermano Matthew, que indiferentemente fungía como audiencia, hasta que él se consiguió su propio novio, Yao, y no pudo prestarle tanta atención a Alfred.
Hubo un momento en que Alfred pensó que tenía la capacidad de un comediante profesional, y no terminaba de entender por qué a Lovino ya no le hacían tanta gracia sus disparates. Empezó a invadirle la idea de que quizá ya no lo quería y lo encontraba más bien como un fastidio. Luego pensó que tal vez no era tan simpático como creía. Hasta que una tarde, cuando estaban en casa de Lovino tomando chocolate caliente, Alfred volvió a actuar y a intentar sacarle carcajadas a su novio, que parecía estar concentrado en su chocolate. Lovino volteó a ver a Alfred mientras este último intentaba parecer una foca balanceando una cuchara en la punta de su nariz y fracasando en el intento. Hasta que Lovino tomó la cuchara y le dijo, con aire preocupado:
"Alfred, se te va a enfriar tu chocolate."
"No espera, juro que este truco es fenomenal, sólo dame dos min…"
"Alfred, maldita sea." Lovino tomó suavemente la cara de Alfred. "No necesitas hacerme reír todo el tiempo."
Alfred, por supuesto, no se esperaba esas palabras. Titubeó un momento, para luego decir: "Yo… quiero hacerte feliz."
"Ya soy feliz contigo, Alfred. No tienes que demostrarme nada."
"¿En serio?"
"Sé tú mismo, por Dios. Si te fuerzas a ti mismo vas a dejar de hacerlo por gusto."
Alfred dejó que aquellas palabras le llegaran por completo. Sí, quizá no estaría mal hacerlo reír; al fin y al cabo, la risa es algo medicinal. Pero Lovino y él tenían derecho a momentos de paz, de tristeza, de silencio y de enojo. Ser ellos mismos; se querían tal como estaban, querían estar juntos tal como estaban y hacer eso funcionar lo más que se pudiera. Alfred había gastado tanta de su energía en alegrar a Lovino que él mismo no había podido escuchar lo que tenía que decir.
Los siguientes momentos fueron confusos. Alfred le dijo que lo sentía. Lovino le dijo que no tenía que, que le agradecía el gesto, y luego un brevísimo discurso acerca del autocuidado y algo que involucraba la palabra bastardo. Luego Alfred le sonrió, esta vez le agradeció él, y casi sin pensarlo, se inclinó hacia su rostro y lo besó. Se habían besado antes, una que otra vez, pero nunca habían durado más de cinco segundos y ambos siempre habían estado muy apenados como para hacerlo públicamente. Este, sin embargo, no se sintió apresurado y forzado, como todas las gracias que Alfred había intentado hacer. Lo percibía cálido y bastante agradable, aún más con el olor a chocolate flotando en el aire y con Lovino tomándole la mano. Después de que se separaron, Lovino colocó su cabeza sobre el hombro de Alfred y disfrutaron el chocolate, ya tibio, en un silencio que resultó más cómodo y natural que un chiste forzado. Era como si las cosas por fin estuvieran en su lugar.
Dos años después, en día de San Valentín, ambos caminaban, tomados de las manos, por las calles de Nueva York. Recorrían las aceras en silencio, pero era un silencio agradable, un silencio natural. Ya no eran los días de preparatoria en los que Lovino tenía que practicar inglés y procurar no dejar escapar el italiano. Ya habían pasado los días en que Feliciano, durante las comidas en casa de su abuelo, pasaba horas y horas hablando de la bonita pareja que hacían, mientras Lovino intentaba callarlo. Asimismo, ya no era la época en la que Matthew le daba consejos amorosos a Alfred e incluso le daba cordialmente la bienvenido a Lovino a su casa. Ahora tanto Alfred como Lovino estaban en la universidad, y aunque Lovino seguía viviendo con su hermano y su abuelo, Alfred se las había arreglado para rentar un departamento en calidad de estudiante. Con Alfred estudiando arqueología y Lovino artes visuales, a veces podía ser un poco difícil hacer que sus horarios coincidieran. Sin embargo, siempre habían encontrado la manera.
"Lovino."
"¿Hm?"
"Te amo."
"En Día de San Valentín. Qué cliché."
"Pero es verdad."
"Como si no lo fuera, bastardo."
Lovino se le adelantó y besó a Alfred. Ciertamente ya no tenían pena de encontrarse así en vía pública, porque no había de qué avergonzarse. Es curioso, pensó Alfred, cómo el olor a chocolate sigue estando en el aire, y cómo le estoy tomando de nuevo la mano a Lovino. Tenía razón, era casi un cliché.
Pero, ¿qué importaba? Las historias convencionales podían ser agradables de vez en cuando. A Alfred realmente no le molestaban las historias que a veces seguían lo esperado. A veces una película poco original podía ser de su agrado, mientras no las viera en exceso. Mientras no le fuera forzado.
Después de aquel beso, digno de un San Valentín. Alfred sonrió. "Qué bueno que nos detenemos aquí."
"¿Qué? ¿Por qué?"
Alfred señaló el Burger King del otro lado de la calle. "El destino quiere que utilice mis descuentos."
Lovino se quedó mirando estupefacto el establecimiento, y luego miró a Alfred como si no creyera lo que estaba pasando y necesitara que Alfred se lo corroborara.
"¡No! ¡Fue accidental! ¡No te quise parar aquí! ¡Lo juro!"
"¡Es una señal! ¡Tú realmente quieres una Whopper!"
"¡Maldita sea, Alfred!"
Al final, Lovino logró convencer a Alfred, que ya estaba empezando a sacar la tira de cupones, de caminar dos cuadras y llegar al restaurante italiano. Lovino corrió a la entrada, al ver la cantidad de gente que había, mientras Alfred lo esperaba en la esquina. Dos minutos después regresó exhausto y derrotado.
"Volviste a ganar. Vamos de regreso."
"¿En serio? ¿Cambiaste de opinión?"
"Teníamos que reservar."
"Oh. ¿No podemos esperar a la noche?"
"No, la lista de espera está llena."
"Bueno, no me quejo."
A las 10:30 de la mañana entraron a un Burger King sobre una calle de Nueva York. Alfred pidió una hamburguesa con queso doble, unos aros de cebolla, un refresco grande y unas papas medianas. Lovino se conformó con una hamburguesa pequeña con lechuga.
Mientras desayunaban, Lovino le habló a Alfred luego de escudriñar el lugar con la mirada. "No está tan mal. Al menos lo decoraron." A Alfred le costó un poco de trabajo entender lo que quería decir Lovino ya que habló con la boca llena de hamburguesa.
"Ah, sí. El año pasado no lo hicieron. Al menos se siente un poco más el ambiente romántico."
"En un Burger King." Dijo Lovino después de tragar. "Bueno, nos salió mucho más barato de lo que nos iba a salir en el restaurante. Pero el próximo año, te guste o no, iremos a un lugar decente."
"Y seremos cliché al cien por ciento."
"Todavía no lo somos lo suficiente hoy. Chocolates, tú diciendo que me amas. Falto yo."
Alfred retiró la vista de sus aros de cebolla para mirar contento a su novio. "Dispara."
Lovino, tomándose su tiempo, dio la última mordida a su hamburguesa, se limpió con la servilleta, retiró las migajas de la mesa y estiró la espalda para desperezar. Luego apoyando la boca en el dorso de su mano, lo dijo: "Te amo, Alfred."
Y él se levantó y tomó a Lovino le brazo para levantarte. "Perfecto. Tenemos un largo San Valentín por delante."
Y abrazados por los hombros, con el estómago lleno, saltaron de nuevo al frío viento de las calles.
Este fue un regalo, precisamente por Día de San Valentín, para mi mejor amiga e increíble artista. Si pueden dense una vuelta por su DeviantArt; busquen The-magic-octopus y mándenle saludos de mi parte. Y sí, le añadí mis dos ships favoritas porque quiero y puedo. Diablos, casi me ahogo en lo deliciosamente gay que es esta historia.
