Cuando los vio juntos sintió su sangre hervir, el corazón rompiéndose y grandes deseos de gritar.
Pero no lo hizo en ese momento. Mando un mensaje y espero pacientemente a que Adrien fuera a verla; él se presentó al siguiente día a las cinco de la tarde, justo como lo prometió.
—Hola, Chloé —Saludo de manera natural. Estaba a punto de decir algo más cuando ella lo interrumpió.
—¿Se puede saber qué es esto? —Preguntó mostrándole al varón la pantalla de su celular, para que viera la deshonra de sus propios actos.
—Parece que somos Marinette y yo en una cita —Atinó a decir tras ver la fotografía.
Aquello le provocó más dolor.
—¿Estás consciente de todo lo que está mal en esa oración? —Quiso saber, intentando mantener su tomo de voz calmado aumque sus manos empezaban a temblar por la frustración.
—¿Perdona? ¿Estás diciendo que yo no debería salir con Marine —La oración fue cortada por una cachetada que la rubia le había propinado.
Era un tonto. Una y mil veces tonto.
—¿Desde cuándo? —Espetó sin ningún remordimiento por el golpe que le había dado.
—Un mes —Se limitó a contestar, hiriéndola más profundamente de lo que él podía imaginar.
—¿Y por qué no me lo dijiste? —Inquirió, observando la mejilla del varón volverse ligeramente roja.
—Porque no sabía qué es lo que harías cuando lo supieras.
Rota. Se sentía rota.
Las lágrimas brotaron de sus ojos, provocando que se enojara aún más. ¿Cuándo fue la última vez que había llorado?
—Chloé...
El de ojos verdes se acercó a ella, quien se mantenía abrazada y con la mirada clavada en el suelo.
—Pensé que éramos amigos —Dijo, brindándole un poco de luz a todo el embrollo —Pensé que siempre nos contariamos todo y que siempre podríamos confiar en el otro.
Una promesa hecha cuando eran unos niños, cuando su madre se había ido y todo su mundo se había venido abajo.
Adrien la abrazó, sintiendo cómo la chica se aferraba a él con insistencia mientras escondía su rostro.
—Chloé, yo...
—Tu eres el único que siempre ha estado ahí para mi Adriboo, cuando era una niñita insufrible y cuando era una adolescente aún más insufrible —El comentario fue seguido por una risita de la chica —No me dejes de lado ahora, por favor. No quiero que me dejes fuera cuando por fin vuelves a sonreír de manera sincera.
Sonrisa que ella vio desaparecer en primera fila cuando Emilie desapareció, deseosa de ayudarlo a sabiendas de que ella no podría hacerlo.
—Nunca Chloé, tu nunca estarás afuera de mi vida.
El varón beso la frente femenina y ella se puso de puntitas para propinar un beso en su mejilla.
Se habían conocido por culpa de sus padres, se habían hecho amigos casi de inmediato, habían visto al otro superar sus miedos y ahora que ambos eran felices era justo que compartieran ese momento.
Y los que vinieran en un futuro.
—¿Tienes algo que hacer esta tarde? —Quiso saber ella, incapaz de soltarlo.
—No realmente. ¿Y tú? ¿Te apetece hacer algo?
—Veamos las nubes pasar, como cuando éramos niños.
Una frazada fue colocada en la azotea del Hotel Grand París, dos jóvenes se sentaron a encontrarle formas a las nubes amorfas y una promesa de la niñez fue recordada para no volver a ser olvidada.
—Así que... ¿Marinette? —Le preguntó después de un rato.
—Sí —Dijo con una sonrisa en los labios —Jamás pensé que ya conocía a la chica de mis sueños.
—Llegué a pensar que la perderías —Sintió la mirada verse posarse en ella —¿Qué? Todo el salón sabía de su enamoramiento por ti y tu no hacías nada —Dijo lo obvio antes de continuar —¿Te hace feliz?
—Mucho.
—Entonces sólo queda que tu le regreses esa felicidad al doble.
—Ese es el plan Chloé, ese es el plan. Pero, ¿qué hay de ti?
—Aún no conozco a señor perfecto, pero esta bien. No tengo prisa.
—¿Me dirás cuándo lo encuentres?
—Claro. Un mes después de formalizar nuestro noviazgo.
—¡Oye!
La chica empezó a reír, seguido pocos segundos después por la del varón que ahora se sentía pleno, ahora lo sabía, algo le faltaba y es que las grandes cosas de la vida deben ser compartidas con los amigos.
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