Nota: Sutil uso de honoríficos japoneses, solo cuando es necesario diferenciar.
ADVERTENCIA: Mención de abuso infantil y trastornos mentales. Cualquier parecido a la realidad es pura coincidencia.


Grabación en video. 20 de diciembre del 2015. 9:23 a.m.

*BIP*

―¿Está grabando?
¿No ves acaso la luz roja?
―Pues no, no la veía.
Aparte de insistente y molesto, ciego.
―¡Seto!
Sigo grabando…
―¡Ah! Enfoca cada rincón y decoración. Quiero tener todo grabado para recordar más fácilmente a la hora de elegir.
Entiendo.
―¡Vamos! Nos están esperando… ¿Estás grabando la entrada?... ¡Hazlo! Quiero ver todo… Buenos días, busco a la señorita Saki.
―¿Mutou Atem? Un placer conocernos finalmente en persona y supongo que es usted el prometido del señor Mutou, ¿señor…?
Kaiba Seto y supone bien. Le pediría que se apresurase, tenemos otras citas que atender hoy.
―Síganme, les tengo que pedir primero llenar unos datos de visita en el vestíbulo, si no es mucha molestia.
―Ninguna. Seto, apaga la cámara por el momento.
Vuelve a ordenarme algo y te quedas sin grabación.

*BIP*

―Mira los arcos. Quedarían perfectos con los arreglos florales que pienso poner, ¿qué piensas? Oh, mira aquel tipo de mantel, un tono perlado como el que te gusta, combinaría con los utensilios que nos mostró Saki.
Sí.
―Seto, aléjate un poco y graba desde ese rincón, que se vea la entrada al salón y donde estoy… Deja de mirarme así y ve… ¡Uf! ¡Por favor! … ¡Un poco más allá!... ¡Ahí!
―… Observa, Atem. *ZOOM* Eres el típico caso de novia-Godzilla…
―¡Kaiba-kun!
Oh.
―¡Qué bonito palacio! Y después dices que no invitaremos a tanta gente, ¡si aquí cabe medio Tokio!
No grites.
―¡Pero es verdad! ¡Podremos invitar al mismísimo Primer Ministro de Japón!
Así le gusta a Atem, voy a ir a grabar la muestra de manteles.
―Te acompaño. ¡Oh, mira! que rojo tan hermoso, deberíamos combinarlo con plateado o dorado… Definitivamente con dorado.
Me gusta el blanco perlado.
―Tú no sabes de estas cosas, déjame todo a mí. ¡Ay, que mono! Mira estos centros de mesa. Kaiba graba esto, esto también. Ah, y esto, ¡qué divertido! Aquí hay muchas opciones y es más lindo todo, más que la idea de casarnos y organizar la fiesta en la casa de playa de Estados Unidos.
Por mí no hay problema, pero Atem quisiera ver más y así decidir. Levanta ese cesto hacia la cámara, Anzu.
―¿Así? Creo que es un bello centro de mesa. ¡Verás que el plateado es mejor pues combina con todo!
Vamos con la asesora ya.
―¡Ay, casi no vi nada! ¡No es justo! Anda, déjame ver más, quiero ver todo, tiene que gustarnos a todos y si a mí me gusta, ¡les gustará al resto! Especialmente si es tradición occidental. Por ejemplo, la entrada debe ser gloriosa pues es lo primero que comentarán los invitados… ¡No me dejes hablando sola! Kaiba-kun, no seas grosero, a una dama no la debes tratar así, menos si es tu prometida.
Ya sabes que Atem no le gusta que te nombres de esa forma. Grabaré el pasillo y nos iremos.
―¡Nunca me aceptas! ¡Debes aceptarme! ¡No tienes de otra pues nunca me iré de Atem!
Oye, cálmate… ¿Anzu?… ¿Qué ocurre?
―… Atem me está diciendo que si lo dejo salir volveremos otro día. ¿Me traerías?
Sí.
―… Oh… Um… Lo siento, no quise que pasara esto hoy…
No es tu culpa. ¿Grabo algo más?
―… No, apágala, por favor.

*BIP*

Grabación en video. 20 de diciembre del 2015. 10:34 a.m.

.:.

La Multiplicidad y Nosotros
o (El Amor Dividido de Kaiba Seto)

.:.

Primera Parte

Soy un hombre de pocas palabras, pero pensamientos concisos y emociones en orden. No he de negarlo. La vida misma y su maquiavélica forma de tomarnos y hacernos trizas me ha forjado como soy ahora: metódico, astuto, inteligente, sagaz. Calculador y frío, sin sentimientos, he escuchado decir.

Podría llegar a ser verdad, hubo una prolongada época de mi vida donde creía que no había otra forma de hacer las cosas, o conseguir lo que quería, más que tomando al mundo por sus garras y moldeándolo a gusto propiamente egoísta.

Sería muy fácil escudarse bajo el viejo pretexto de la crianza familiar –o la escasez de la misma– y el enigma en el que mi cerebro caería para el resto del mundo al intentar descifrar mi caótica psique de aquel entonces, colmada de pensamientos irascibles y despreciables que pondrían a temblar al más osado, así como de juegos mentales, artimañas y estratagemas los cuales divertía mi lado más mórbido. No había lugar para pensamientos de una vida mejor si no lanzaba cruelmente las serpientes nacidas de mi pecho en llamas, escudado por la piel de quimera más dura, si actuaba de otra forma.

Queda claro lo que vivía en aquel entonces, lo que llegué a ser y hacer a modo personal –hasta consciente–, sin embargo, tuve la verdadera ventura –propia de cuentos de hadas y digna de fábulas tan antiguas como la escritura– de dejarme guiar hacia una nueva fuente de pensamiento totalmente ajeno a mí, que logró calar en mi más profundo ser y destruyó lo que con esfuerzo infame había creado.

Solo dos personas en este vacuo mundo pueden llegar a contener mi pasado y resguardarlo del árbol de la vid para que no vea mis antiguos destrozos y falsos juicios. Una de ellas se encuentra a unos cuantos kilómetros de aquí, velando por el futuro que pronto se acerca a sus manos de joven ávido de aventura y oportunidades. Viene de visita cada vez poco, embargado de curiosidad por el mundo que se le abre y que le dejo explorar; no me causa pena alguna luego de haberlo protegido de todos, hasta de mí mismo, por tanto tiempo. Mi querido hermano menor Mokuba.

Sin embargo, no estoy aquí para hablar de él.

En cambio, quiero que conozcan al hombre que abrió mi mente, la destrozó por completo y luego me asistió para reconstruirla correctamente. Fue un encuentro fortuito que hasta el sol de hoy me ha mantenido en una inusitada deuda con mi hermano menor por habernos presentado –por decirlo de alguna forma pues no fue planeado por ninguno de los tres. Nunca he sido, ni seré, alguien que falta a sus promesas o que vive de deudas con el resto de la humanidad, pero puedo decir sin agobio que el haberme topado con aquella situación que marcó nuestras vidas y nos unió para siempre, algo digno de agradecimiento infinito hacia él. No me enfoco en lo que dejo atrás, mi principal lema en la vida es nunca mirar hacia el pasado pues me distrae del futuro, pero tenía la imperiosa necesidad de que entendieran la dedicación que me he auto-impuesto en mi proceder para mejorar la vida de quien me ha regresado la mía, cambiándola para disponerla tanto como ayuda a un bien mayor, como para encontrar mi verdadera felicidad durante le proceso.

Ahora estamos en una época de muchos cambios y sentimientos alterados. Hace tres meses le propuse unir nuestras vidas en matrimonio luego de enterarnos por las noticias locales y nacionales que Shibuya había aceptado la ley que reconocía la unión entre parejas del mismo sexo –un certificado que valida derechos similares al matrimonio. En ese momento me preocupaba en demasía no tanto su respuesta sino el cómo se lo tomaría, pues sé de antemano que debo reprimir sobremanera las emociones fuertes que él pueda llegar a tener por diversos factores, tanto externos como internos, y una pregunta de tal calibre carecía del tacto que normalmente cargo en nuestras conversaciones cotidianas.

«―¡NO! Es decir, ¿¡me hablas en serio!?»

Había sido su repentina contestación. Podría decir que ya me había acostumbrado a sus súbitos cambios de humor y opinión, luego de casi seis años de conocerlo y tres de ellos de relación, pero si dijera que aquello no me afectó en nada y que esperaba pacientemente a que acomodara sus pensamientos en un orden lineal, sería una falacia― «¡Seto! ¡Oh, Seto!, pero ¿por qué? ¿Por qué yo? Vete y vive la vida como debe ser. La que no te dejo disfrutar. No te dejo. No.»

Luego de eso, sé que hubo un momento en el que me desconecté un poco de la realidad y dejé que una parte de mí hablara y se expresara tal como a él le pasa –aunque fuera más extremo de lo que debería– y declarara mi incondicional deseo de estar siempre con y para él.

¿Cómo le demostré lo anterior dicho? Solo él sabe y me siento satisfecho con ello. Con ello y que nos haya aceptado como un solo ser tan pronto su dedo tuviera el lazo que nos uniría perennemente.

Conozco todo de él, sus actitudes y hábitos; sus problemas y su pasado; sus gustos, gozos y alegrías; sus disgustos y aflicciones; sus verdaderos sentimientos y la carga que trae desde niño. Todo. Él lo sabe y ha venido aprendiendo que no debe guardarse nada conmigo. No me canso de observarlo, de ayudarlo, de amarlo y protegerlo, de reiterarle mis sentimientos día tras día aunque yo mismo encuentre abrumador toda esa información que él resguarda y yo voy descubriendo.

―¿K-kaiba-kun?

―Um.

―¿Podemos ir por un helado?

―¿De nuevo? Se te subirá el azúcar.

―Anda, vamos, será un poco. ¿Sí?

―No sé. No está previsto en la dieta de hoy ―me levanto del sofá en el que nos encontramos disfrutando de una película por ser domingo y me dirijo a buscar su menú nutricional―. Exacto, no puedes. Podríamos cambiarlo por un batido de frutas, ¿qué te parece? ―vuelvo mis pasos y me siento nuevamente a su lado, pero no me dirige la palabra y su cabeza gacha enciende una alarma en mí―. ¿Yuugi?

―L-lo siento. No me acostumbro a-aún a estos cambios.

―Es lo mejor, para todos.

―Vale. Yo… S-siento importunar tanto. Y no, gracias, se me quitó el apetito.

―Podríamos salir a caminar ―replico en tono comprensivo y luego agrego―: y entrar a la tienda de juegos ¿qué te parece?

―¿D-de veras?

―Claro.

―¡Sí! ¡Quiero probar el nuevo Fallout 4! ¿Puede ser después de la película?

―No hay problema.

Cada día es diferente junto a él. Nunca me canso –aunque no es la palabra correcta– de él y lo que su todo representa, una vida de continuos saltos de emociones, pero siempre un mismo sentimiento de amor; todo esto junto a mi futuro esposo Atem y sus personalidades alternas.

A causa de eventos del pasado que lo forzaron inhumanamente a convertirse en alguien que nunca quiso ser, Atem ha sobrevivido a lo largo de su vida con lo que se supone son otras partes de él que lo desligaron de los abusos, maltratos y brutales acontecimientos que sufrió durante su infancia y parte de su adolescencia, pero que unidos intentamos superar a pasos cortos y seguros.

Como comenté anteriormente, conozco a Atem desde hace seis años, él tenía 18 años cuando Mokuba –mi hermano menor– se reencontró con él luego de años sin verlo desde los primeros cursos de la educación media y decidió que debían retomar su antigua amistad desde donde la habían dejado. Grave error situacional pues nunca sería nada igual con Atem con los múltiples problemas personales que cargaba en aquella época. Mokuba no entendía del todo de lo que quedaba de su antiguo amigo de la infancia; tenían conversaciones sobre lo que hubo pasado en el lapso de tiempo en el que estuvieron separados que luego se transformaban en intentos de apaciguar la atrofiada memoria huidiza de Atem, salían a caminatas sin rumbo fijo que se desviaban a buscar un refugio para pensamientos atormentados, discutían las posibilidades que tendrían en el futuro próximo que se distorsionaban a detener el flujo de improperios lanzados sin motivo alguno de Atem hacia Mokuba.

Mi inocente hermano no entendía qué pasaba, no obstante, su ingenuidad y paciencia le permitía explorar sus diversas fases para adecuarse a su forma de ser y permanecer a su lado, tal y como Atem, en algún momento de lucidez, le hubo pedido entre susurros y llantos que no le abandonara como el resto del mundo había hecho.

Fue un día ordinario para mí cuando Mokuba me solicitó –rogó– que lo llevara el siguiente día a una pequeña reunión que había planeado y reservado en un restaurante en Shinjuku, para celebrar el cumpleaños de su querido –aunque desconocido para mí– amigo de la infancia. Debido a que se conmemoraba un domingo, y no tenía nada mejor que hacer, no tuve problema alguno en aceptar conducir hacia un evento tan tranquilo como lo sería el conocer a quien sería, sin que alguno lo sospechara, mi futuro compañero sentimental.

Cuando llegamos me vio en la lejanía y comodidad de mi automóvil observando a Mokuba salir del mismo y se acercó, presa de la curiosidad, a preguntarme si los acompañaría esa noche pues nunca me había visto antes, a pesar de ser el hermano mayor de su mejor amigo.

«―¡Hola, Mokuba!

¡Atem! ¡Feliz cumpleaños, amigo!

―… Gracias. Oye ¿quién es ese? ¿Tu chofer?

Oh, no, es mi hermano mayor… solo me trajo. Gracias Seto, ya me bajo del vehículo. Atem muévete por favor para que pueda salir.

Espera, ¿tú eres el famoso e idolatrado hermano de Mokuba? ¡Un gusto! Deberías quedarte, tendremos deliciosa comida y pastel.

No me interesa, vete ya Mokuba.

Lo siento.

¡Eh! ―me gritó, luego le dio la vuelta al automóvil y se plantó fuera de mi ventana―. No seas grosero, te ves muy rígido, deberías divertirte un poco con nosotros, ¿no crees?

Lárgate, tengo cosas por hacer.

Me miró altanero y replicó:

¡Lo dudo! Es domingo, son las cinco de la tarde y has venido desde Shibuya hasta aquí, será porque no tienes nada mejor que hacer.»

Claro que luego me enteré que fue Anzu quien realmente se arrimó a mi automóvil en aquel entonces, pero ya les contaré de ello.

Desde ese día han pasado seis años. Ahora con 25 años y la promesa de un mañana mejor deslumbrando su vida, se encuentra compartiendo conmigo una relación llena de altibajos que ambos hemos aprendido a vencer. El principal altibajo es claramente las secuelas mentales que le dejó el abuso y negligencia, y el secundario el haber tenido que cambiar una parte de mí para adaptarme a su tipo de cariño y búsqueda de comprensión.

En el mismo año en el que lo conocí y llegué a comprenderlo mejor –no del todo, pero mucho más–, descubrí que algo andaba muy mal en mí y en mi forma de hacer las cosas. Tuvimos unas muy largas e intensas conversaciones y riñas en las que él intentaba –de manera muy directa– que yo viera los grandes y graves errores que estaba cometiendo con mis acciones egoístas y malsanas, tanto que inclusive él se percataba del abandono en el que estaba encerrando a mi hermano menor al buscar avaramente poderío y reconocimiento en lo que me relacionaba con otros seres que autodenominaba inferiores a mí. No supe cómo llegamos a hablar de tales cosas, nunca dejé que nadie –ni siquiera Mokuba– se acercara lo suficiente a mí como para lograr detallar, analizar y destrozar a cabalidad mi mente y corazón, pero él lo logró de alguna justa manera.

Su forma de ver la vida neutralizó por completo la mía, aun con tantos pensamientos dañinos que rodeaban su cabeza y controlaban sus acciones, Atem creía firmemente en nunca escudarse en las malas acciones de lo que su cuerpo le obligaba a presenciar y siempre buscar la paz mental. Le parecía increíble que yo, teniendo lo que tenía –buena salud física, un hermano que me idolatraba, el control de una empresa en auge, fortuna y dinero– tuviera tan podrida mi salud mental y aún no hubiera podido alejar mis malas mañas de adolescente negligente, indolente y apático con los 24 años que tenía, rondando la adultez.

Me descolocó por completo.

Fue entonces que lo acompañé a sus sesiones de psicoterapia que tomaba en aquel tiempo para estar seguro de que fuera él quien tuviera un tratamiento seguro y correcto de lo que le aquejaba, pues había llegado a confesarle finalmente a Mokuba, y por ende a mí, el proceso que venía haciendo para mitigar sus problemas psicológicos. Nunca me sentí conforme con las evaluaciones y tratamientos químicos que recibía, pues no veía gran mejoría en su psique. Fue así que me dispuse a buscar los psiquiatras más prestigiosos que podían atenderlo con mi estatus social, pero no daban abasto, busqué los menos convencionales, los que llamaban promesas en el campo, los recomendados, los que no, fue un arduo proceso que pasamos juntos, pero que desafortunadamente le hundía más y más. Hasta que un diagnóstico cayó en nuestras manos y nos dio un verdadero nombre a su problema principal.

Trastorno de Identidad Disociativo o TID, más comúnmente llamado Trastorno de Personalidad Múltiple.

―No quisiera que nos casásemos este año, sino el siguiente en abril.

―¿El siguiente?, pero aún quedan 3 meses para abril.

―Sí, pero no quiero apresurar los preparativos. Quisiera que fuera durante el Hanami, con los árboles de cerezo floreciendo a nuestro alrededor y pronosticándonos una vida de pareja plena. Un nuevo renacer.

―Nos llamaremos Fushichou Atem y Fushichou Seto. (1)

―¡Seto! Hablo en serio. Tómame en serio. No desprecies mis comentarios.

―Atem, nunca lo he hecho. Vale, que sea en abril del próximo año, después de todo es tu festividad favorita.

―Además Mokuba lograría visitarnos por más tiempo.

―Me parece bien, estoy de acuerdo contigo entonces.

―No tienes que acceder en todo, Seto, quisiera que te expresaras un poco más frente a esto.

―Lo hago ―le digo seriamente, alejando el computador portátil de su regazo para que me mire a los ojos―, sabes que así como discrepamos en muchas cosas, hay otras más en las que nos sentimos a gusto de disfrutar juntos y el unirme a ti, sea como sea, es una de ellas. Además, ¿quién dice que Kaiba Seto no se expresa con libertad?

Suelta una risa tranquilizadora y me abraza.

―¡No dije nada parecido! Ya quisiera yo que no te expresaras con tanta libertad.

―No sería divertido sin ver las expresiones de desconcierto de la gente.

―En eso, querido Señor novio-prometido, tienes toda la razón.

Claro que a éste diagnóstico se le unieron otros para delimitar el conjunto de enigmas que conformaban la mente de Atem, tales como Trastorno por Estrés Postraumático y Trastorno Límite de la Personalidad que ya estaban siendo tratados, a diferencia del Trastorno Bipolar y Esquizofrenia al que lo estaban dictaminando anteriormente. Mi mente no lograba comprender cómo no habían llegado a aquella conclusión antes, hasta que la mujer que lo trató y diagnóstico nos explicó lo controversial que este trastorno era en el campo de la psiquiatría.

No nos importaba, ya teníamos un nombre y nunca me molestó ni cambió mi forma generalizada de ver a Atem. Juntos nos dispusimos a averiguar lo que era, lo que lo causaba y lo que debíamos hacer para prepararnos a lo que se venía. Es así como en este proceso de sanación y autoconocimiento terminé desarrollando un gran sentimiento de protección y cariño hacia él.

Al principio me hallé completamente desnudo al mundo cuando descubrí que había algo dentro de mí que deseaba pasar más tiempo y mayor acercamiento con Atem de lo que era normal o socialmente aceptable. Fue un periodo de negación y auto-flagelación que estuvo a punto de acabar la unión que teníamos, ya fuera llamada amistad o codependencia.

Todo terminó en una tarde cuando su otra personalidad alterna, aquella tan negativa, agresiva, llena de odio y rencor que tanto evitábamos, surgió de él y me confesó lo que Atem había desarrollado hacia mí de forma contradictoria, buscando desprecio de mi parte hacia Atem tal y como ha logrado con la mayoría de las personas que intentan algún tipo de acercamiento con él, una vez aceptó su naturaleza.

«―Eres un imbécil Kaiba, siempre haciéndote el interesante ¡Ja! Algo en mí me dice que eres atento, ¿¡pero quién lo es!? ¡Nadie se acerca a mí si no es por algo o hacerme daño! ―gritándome me lanzó unos libros que había estado hojeando antes.

Me retiré un poco, pues pocas veces trataba con esa identidad, pero debía seguir los consejos que había leído en alguna parte. Jonouchi, como se hace llamar, era el único que no creía que había algo mal en él, que no hacía parte de un sistema donde el centro era Atem.

Solo le haces daño y eso es dañarte igualmente.

¡De quién hablas! Vete. VETE.»

Era muy difícil interactuar con él puesto que la terapeuta aún no lo había "conocido" y eso retrocedía sus avances, sin embargo, cuando Atem le contó que él tampoco lo conocía y que solo yo lo había presenciado –eso suele suceder con personas que no han tratado su TID de forma correcta o son identidades nuevas que se desvinculan totalmente de la central–, la terapeuta le pareció que quizá había disociado a una nueva personalidad debido a la angustia que había nacido hacia mí por un posible abandono de mi parte. Habían pasado ya tres años de conocernos y aquello me había puesto a pensar el tipo de relación que manteníamos y hacia dónde la quería llevar.

Aquello nunca me lo contó y dudo que alguna vez lo haga. Yo me había enterado en la última cita de aquel entonces, cuando quise indagar directamente con la terapeuta sobre los avances del tratamiento y lo único que me confesó –pues no es ético hablar de sus pacientes a otros, a menos que ellos lo pidan– fue aquella posible respuesta para que supiera a lo que me enfrentaba.

«―¡Cálmate!, yo no te he hecho nada ―tomé los libros del suelo y lo confronté. Podía ver la cara iracunda de Atem haciendo muecas de asco, pero dentro de mí me obligaba a pensar que no era así, que era un desliz de su mente distorsionada y que yo debía aplacar―. Anda, Jonouchi, siéntate y cálmate de una vez. Buscaré tus pastillas, quizá te falte alguna por tomar. Lo juro, a veces pienso que lo haces para sacarme de quicio.

¡Cállate! Eres un arrogante, un cretino y solo sabes hacer daño. Por tu culpa tengo voces en mi cabeza ―en eso me detuve en seco y me preparé para lo que fuera a soltar. Podía ser que Atem estuviera buscando la manera de comunicarse con él (algo que la terapeuta siempre le recomendaba hacer) o que Yuugi, su personalidad más activa y protectora, quisiera detenerlo―. Me dicen que eres bueno, que te abrace, que… ¡UG! ¡No! ¡NO! ¡Solo eres un niño rico y odioso!

Eso me detuvo en mis cavilaciones y solo pude mirarlo atentamente. Jamás había visto semejante prueba de comunicación entre ellos. Atem me había explicado alguna vez que en los casos en los que lo lograba, estos siempre sucedían en su intimidad, en su mente y jamás lo exteriorizaba pues se sentía fuera de lugar.

¿Por qué? ―me preguntó y yo me acerqué a él pues se había sentado en un sillón de la sala―. ¿Por qué siento que debo estar contigo? No lo pienso, no lo quiero. Tú me dañarás. Eres un cretino. Siempre lo has sido. Maltratador, abandonista. Abandonas a tu hermano, abandonas a todos. Me abandonarás a mí…

Nunca. No. No es así, ni a él de nuevo ni a ti. Nunca lo haría, Atem.

¡Jonouchi! ¡Jonouchi! ¡Jonouchi!

Aquellos gritos ahondaron hasta lo más profundo de mí. Por un momento me sentí atacado, tan extrañamente mal como nunca, que por ese momento sentí que era Atem con quien me estaba comunicando y aquel error lo tuve que pagar fuertemente. Se levantó del asiento y se lanzó hacia mí, sentí un disparo de adrenalina ante ello pues no deseaba hacerle daño, pero sus manos sobre el frente de mi camisa y cabello me ponían ansioso.

¡Lo sé! Cálmate, ¿cuántas veces más te lo tendré que decir?

¡Tu no me mandas! ¡Solo te quieres aprovechar de mí! No me debo acercar más a ti, no lo haré. Aléjate. No te amo. No lo hago. Lo hace otra persona, no yo.

Oye, ¿qué intentas decir con eso? ―lo tomé de sus delgadas muñecas y en un movimiento lo abracé por completo. No encontraba otra forma de detener sus ataques y dolorosas palabras, por lo que supuse que con esa muestra de cariño, una que yo no había experimentado en un largo tiempo, nos calmaría a ambos de nuestras fuertes emociones.

Me gritó improperios, me golpeó las costillas y luego murmuraba sin sentido. Ciertas veces lo había visto así, diferente cuando tiene sus episodios de depresión que retiene todas sus emociones, mas sí cuando está en un estado alerta y cambiante por su trastorno limítrofe, sin embargo, no pensaba que aquella personalidad alterna llegara a tener ese mismo desorden. Luego supe que solo era agresivo y esquivo.

¿K-kaiba? ―reconocí su verdadero timbre de voz y lo apreté aún más a mí, agradecido de tenerlo de vuelta al ver que mis acciones habían dado en el clavo―. ¿Qué pasa? Y-yo… ¿dónde estamos? ¿Hice algo malo? Lo siento. Lo siento.»

Con el trastorno limítrofe –el cual ha sido tratado desde hace tiempo– se restringe a las palabras (que me aleje, que no lo haga, que no necesita mi ayuda, que lo ayude, que todos lo abandonan por su propia forma de ser…), continuo mal genio, y ciertos actos agresivos. Es en algunos momentos un poco frustrante y decepcionante, pues por ello, sumándole los diversos retazos de personalidades agresivas que surgen con el proceso de tratamiento, Atem tiende a romper esporádicamente nuestra relación, desaparecer unos días y luego llegar rogando perdón. Él se siente vacío y yo procuro saturarlo con atención, pues en eso se basa el desequilibrio de ese trastorno.

Luego de ese episodio y de haber pasado toda la noche de ese día pensando qué hacer y divagando en cuál había sido el verdadero trasfondo de sus palabras, decidí en aclarar todo ese embrollo emocional y sentimental en el que había caído y me declaré al siguiente día durante una salida al parque de diversiones que habíamos planeado anteriormente.

Gritó, lo negó, me intentó alejar, pero todo fue en vano. A pesar de no haber sido su intención, aquella personalidad alterna que había querido destrozarme, alejarme de todo lo que él representaba, terminó siendo para ambos detonante clave para hablar de una vez por todas los verdaderos sentimientos y pensamientos que nos conectaban inconscientemente. Me confesó la poca confianza que desarrollaba hacia los demás y las relaciones íntimas, pues en su infancia nunca contó con el apoyo de nadie, menos de sus diversas familias, y sabe que algo muy dentro de él le advierte en no fiarse ni entregarse a otras personas pues pueden hacerle gran daño –algo que con el tiempo aprendimos que eran Yuugi y Anzu quienes lo protegían, pues ellos guardan el terror de los abusos debido a que se desarrollaron en la infantil mente de Atem durante los episodios de maltrato.

Luego de esa desastrosa –aunque esperada– confesión de su parte, tuve la osadía de pedirle una oportunidad de demostrarle que en mi caso, y con mi consciencia en plena capacidad, jamás vería o sentiría algún tipo de desprecio o alejamiento de mi parte pues mis palabras eran verdaderas.

Me pidió paciencia, comprensión y amparo. Le entregué un beso y él su corazón.

Corrijo lo que anteriormente dije: Apretó mi alma, la destrozó por completo y luego enlazó la suya a la mía para reconstruirla correctamente.

Eso fue solo el comienzo, aún queda mucho por contar de él, de mí y de nosotros. El camino que elegí, las decisiones que tomo cada día junto a él es apenas el comienzo para ambos. Muy pocos en el mundo entero saben lo que es lidiar o comprender situaciones como las que vivo actualmente por él, no es una salida al parque que salió mal o el desazón que queda luego de ver perder a tu equipo favorito, es más, mucho más, por ello quisiera que ante todo se conociera su historia y la que muchos otros viven internamente, así como otros como yo que lo sufren en otros seres queridos día a día, pero somos aquellos que tomamos el futuro en nuestras manos desnudas y consecuentemente les preparamos uno mejor.


(1) Fushichou significa Fénix en japonés.

Notas de la Historia: Para la descripción del pasado de Seto, me basé enteramente en la crueldad del mismo en la primera parte del Manga (inclusive el abandono de Mokuba bajo su egocentrismo) y la condición del otro Yugi de armar nuevamente su corazón para salir del coma luego de su desastrosa derrota.


Notas de la Autora: Esta es la primera parte de una historia completa de aproximadamente 10.000 palabras, por tal la dividí. Si les gustó esta historia y desean saber más de Atem, en la segunda parte conocerán más de su día a día y personalidades a diferencia de esta primera parte que se explicaba de forma general la vida que lleva Seto con Atem.

Pido disculpas si ofendí a alguien pues no fue, ni nunca ha sido, mi intención.
Nos leemos pronto.