¡Hola! Vuelvo a Fanfiction, y esta vez para quedarme, al menos 15 semanas… porque ¡Hay nueva historia! Es un poco "tópico", en el sentido de que el arranque original es un pacto que es lo más corriente, en el mundo de los fanfics. Pero os prometo, tal como lo hice con los dos anteriores, os prometo que se sale completamente del molde. Os dejo el prólogo para ir abriendo boca, y si hay algunos interesados, seguiré subiendo. Espero que os guste, porque lleva muuuchos años en proceso y al fin la he terminado.

Disclaimer: Ningún personaje ni el mundo de Harry Potter me pertenece, salvo la trama, que es completamente mía. Si me la copias mando al cobrador del frac a cortarte un dedo, avisado quedas (es bromi, pero si que te demandare =O).

PROLOGO

Poco había que decir de la relación de Magos con Muggles, en cuestiones ampliamente aceptadas en el pasado, con respecto a su situación legal o financiera. Los magos hacían sus negocios, y los muggles hacían lo propio. Otra cosa, sin embargo, era hablar de las constantes relaciones sociales y de cortesía mantenidas entre la nobleza muggle y los magos de sangre limpia, que se consideraban iguales en posición en la vida. Concretamente la alta nobleza, tales como los duques y condes, anhelaban estar en la presencia de un mago de alta cuna para poder comparar cuán indeseables eran tanto los nuevos ricos como los nuevos puros. Esto siempre había sido así, antes del estatuto secreto de los brujos.

Los muggles de toda Inglaterra conocían a la perfección en qué tipo de sociedades podía mezclarse con ellos un mago. Esto, por supuesto, también era conocido por parte de los magos. Nunca, en su sano juicio, un mago de sangre mestiza, por poderoso y rico que fuera, se atrevería a pisar un salón de baile en el que hubiera algún mago de sangre pura o algún noble muggle que pudiera reconocerle y ponerle en su lugar, desacreditándole en público.

Una de las relaciones más prolíficas que habían surgido a raíz de esta curiosa costumbre, era la del señor Séptimus Malfoy con un muggle muy prometedor, y cercano a la línea sucesoria del trono de Inglaterra, Sir Edgar Granger. Esta relación se venía dando desde hacía algunos años, sin embargo, ellos se habían hecho amigos más allá del prestigio y la conveniencia inicial de su amistad. Esto generó un compañerismo casi de hermanos, o de viejos amigos, y rara era la semana en que sus amigos los Malfoy no acudieran con su familia a comer en su mansión de Wiltshire.

–Señor Malfoy, permítame que le pregunte, ¿Cuánto tiempo lleva su mujer en circunstancias especiales? –Se interesó Sir Edgar–.

–Este será el cuarto mes, si no me equivoco. Ella está muy ilusionada y esperamos mucho de este embarazo. Rogamos para que sea nuestro pequeño heredero.

–Ah, ojalá sea así, viejo amigo, ojalá. En caso de no serlo, siempre podría heredar mis posesiones, si que naciera una pequeña y hermosa princesita rubia.

–Sir Edgar, me temo que en mi familia han nacido niños varones con tanta constancia que comienzo a temer que nunca conozcamos una pequeña –le aseguró el señor Malfoy, fumando de su pipa–. Al igual que usted y su hijo Edmund, nosotros llevamos trayendo al mundo hijos varones ya por cinco generaciones. El apellido Malfoy puede estar a salvo, de momento.

–Ciertamente, lo mismo podría decir del apellido Granger. Nunca sabe uno lo que le deparará el futuro, desde luego, pero sería deseable tener una jovencita bailando sobre mis pies –se lamentó–. Llevamos en mi familia cuatro generaciones sin una niña, y espero que Lady Granger me complazca con una, aunque no es realmente su decisión.

Ambos suspiraron, notando la falta de criaturas tan delicadas y hermosas como las niñas pequeñas en sus vidas. Ninguno había tenido la fortuna, al fin y al cabo, de tener una de esas pequeñas correteando por sus mansiones, y el tema quedó olvidado por unos minutos. Hasta que el señor Malfoy habló repentinamente.

– ¿Sabe usted una cosa, Sir Edgar? No me parecería tan mala idea, al fin y al cabo, que en caso de que coincidiera el nacimiento entre un varón y una pequeña damisela en nuestras familias al mismo tiempo y sin demasiado margen de edad, pudiera darse una unión entre ellos y enlazar de un modo tan amigable nuestras familias. Nosotros no tenemos ningún interés económico el uno por el otro, puesto que ambos somos bastante acomodados y no padecemos carencias –explicó. El señor Granger prestaba atención, fascinado por la propuesta–. Y sería una buena excusa para convertirnos en familia y poder jugar al chaquete cuanto quisiéramos sin que nuestras esposas se lamentaran por tan impropio comportamiento.

–Muy cierto, señor Malfoy, ¡Muy cierto! –Rio Sir Edgar–. Puedo prometer, y prometo, que, si en mi seno nace una niña al tiempo que en el de su familia naciera un varón, y siempre que existan medios suficientes para que esta unión fuese honrosa y válida, se hará como usted ha dicho, señor Malfoy. Es para mí un honor sellar este pacto con usted con un apretón de manos y una buena copa de coñac.

Ambos satisfechos por su capacidad de reflexión sobre lo conveniente del futuro de su legado, estrecharon sus manos cándidamente. Sin embargo, un rayo débil de luz blanca surgió desde el interior de ese apretón de manos y provocó que ambos caballeros fuesen deslumbrados en la sala. Sonriente, el señor Malfoy comprendió al instante, y con una pequeña carcajada, explicó a Sir Edgar la situación con una taza de té entre las manos.