Capítulo 1: Un pequeño incidente
Ella no había pedido una transferencia. Menos tan lejos de su hogar en Kagoshima Pero lejos de sus deseos, la realidad le ofrecía un panorama para nada alentador: tendría que irse a vivir a Kanagawa, quisiese o no. La distancia era terrible y si a eso le sumaba que dejaría atrás todo lo que hasta entonces había conocido – amigos, conocidos, escuela e incluso familia – el resultado era terrible.
Ese día tampoco parecía muy augurioso. Había recién llegado a su pequeño departamento para instalarse, cuando una lluvia que había comenzado tenue parecía azotar el tejado. En dos días más tendría que incorporarse a su nueva escuela: la secundaria Shohoku. De acuerdo a los datos que había recibido, debía unirse al salón 6 de primer año. Pero debía agradecer la aprobación de entrar después de tres meses transcurridos, de otra forma habría perdido el año. De todas formas, le quedaba muy cerca de su pequeño apartamento. Ordenando sus cosas estaba cuando de pronto recordó que no había comprado nada para cenar. Salió rápidamente y se dirigió a la tienda más cercana, pensando en fideos instantáneos, cuando sintió un fuerte empujón que la sacó de sus cavilaciones. Al voltearse, esperando dignamente la disculpa de su agresor – un joven altísimo, de contextura musculosa aunque no físico culturista, cabello negro, piel como la leche – no pudo más que sorprenderse al advertir la espantosa indiferencia del culpable, quien ahora se montaba en una bicicleta y se disponía a irse sin siquiera inmutarse.
Indignada, resopló y, hablando para sí misma pero lo suficientemente alto para que el joven de la bicicleta la oyera, dijo:
- ¡Vaya gentuza que hay en este Kanagawa! En ese instante se le vinieron a la cabeza todas sus desgracias y su rabia acumulada por meses, desde que le comunicaron que la casa en que vivía ya no pertenecía a su familia, que debía abandonarla y que debía partir al primer estado que tuviera una preparatoria dispuesta a recibirla a la mitad del año. Por toda respuesta, recibió una simple y gélida mirada que pareció no afectarla de momento, pero que hizo que de vuelta en su departamento brotaran todas las lágrimas que se había contenido por días. Mientras más recordaba la ofensa de ese individuo, más parecía recordar y dolerse de sus infortunios. Todo por culpa de ese empujón. Y de esa mirada.
Lo extraño vino cuando se dio cuenta que de esa mirada sólo podía recordar un profundo brillo azul.
