"...y si llamo al alma misma de la tierra, de la luna,

dime si un amante conoce una bendición en esta maldición."

Era de noche y hacía varias horas que el cielo había perdido su peculiar tono rosado, pero aun así, él no dudó en alejarse de la zona habitada por su raza. No era peligroso, pero todos preferían mantenerse apartados de las vastas extensiones del planeta donde solo vivían sus anfitriones: los Tsufur. Nunca le importó el limitado espacio que aquella raza les cedió para que pudieran asentar su nuevo hogar; principalmente porque los sobrevivientes de la catástrofe de su planeta natal habían sido muy pocos. No necesitaban más. Estaba conforme con lo que habían logrado desde que llegaron a ese planeta, en comparación de las carencias en las que se vieron obligados a vivir poco antes de que su planeta natal desapareciera por completo. Lo que sí necesitaban era la tecnología que los
Tsufuru-jin se negaron a compartir con ellos. Y esa era justamente la razón por la que en ese momento caminaba a prisa en dirección de la ciudad más cercana.

Sus pisadas resonaban fuerte y claro en medio del silencio y la oscuridad, pero había algo que él podía escuchar con mayor claridad: la respiración de la mujer que llevaba en sus brazos. Jadeaba y no dejaba de sudar a pesar de que era una de las noches más frescas del mes.

Bajó la mirada, solo para echar un pequeño vistazo y asegurarse de que ella estuviera aún con vida, porque a pesar de que podía escucharla, sentía que a cada paso que daba su cuerpo se hacía más pesado y aquello no podía ser una buena señal.

La estaba perdiendo.

Si no se apresuraba, la iba a perder.

—Resiste un poco —su voz sonó áspera y más fuerte de lo que pretendía, pero así logró captar la atención de la mujer, haciendo que se esforzara en levantar la vista para observarlo—. Llegaremos en poco tiempo. Por favor, resiste un poco más.

Ella sonrió.

Sabía que se estaba acercando el final y, aunque estaba cada vez más lejos de la zona donde vivía, sentía que no había abandonado su hogar, pues ese hogar la llevaba en ese instante entre sus brazos.

—A partir de ahora voy a ir volando —le informó—, así que quiero que te sujetes con fuerza. ¿Podrás hacerlo?

—Sí.

—Avísame si comienzas a sentirte mal —ordenó. A pesar de que conocía muy bien a su mujer y sabía que no era una guerrera orgullosa, como la mayoría de los saiyajin, seguía teniendo sangre guerrera en sus venas y tenía que asegurarse de que le diría si surgía cualquier tipo de molestia. Ella asintió—. Promete que me lo harás saber.

—Voy a estar bien —respondió—. Sigue avanzando.

La convicción con la que lo dijo hizo que una pequeña sonrisa, casi imperceptible, se dibujara en el rostro del saiyajin. Admiraba el valor de su mujer. Ambos sabían que ir volando solamente empeoraría las cosas, pero también estaban conscientes de que era su última alternativa. Si continuaban a ese paso no llegarían a tiempo, sin embargo, volar les otorgaba la posibilidad de llegar rápido y tal vez, con mucha serte, la tecnología de los Tsufur lograría salvarle la vida.

—Intenta protegerte del aire, en mi cuello.

La mujer hizo lo que le pidió. Estaba débil, a cada segundo se debilitaba aún más, pero tenía que sujetarse de él. Empleó las pocas fuerzas que le quedaban para sujetarse de su cuerpo y, antes de hundir su rostro en su cuello para protegerse un poco del frío viento, rozó su mandíbula con un tierno beso.

—Gracias, Bardock.

Bardock la tomó con más fuerza, siempre cuidadoso de no lastimarla pues sabía que en ese momento se encontraba demasiado débil y él era mucho más fuerte que ella. Siempre lo había sido. Podía sentir su cuerpo entre sus brazos, tan frágil... Por un momento se distrajo pensando en cómo se sentía el calor de su cuerpo, abrazándola y sintiendo las partes de su piel donde la ropa no la cubría; rozando su suavidad. Siempre había amado eso de ella: su suavidad. A pesar de ser una guerrera, conservaba un toque tan femenino que lo volvía loco. La había elegido por muchas razones, tantas que ni siquiera tenía cabeza para pensar en todas y cada una de ellas. Con ese pensamiento y atesorando la sensación que le producía estar tan cerca de ella, tan cerca que sentía su respiración golpeando su piel, puso toda su energía para volar lo más rápido posible.

Necesitaba llegar a tiempo para poder salvarla.

...

Cuando arribaron en el planeta con aquella nave gigante a punto de desmoronarse en pedazos, los Tsufur les cedieron un pequeño tramo de su planeta para que pudieran asentarse y comenzar una nueva vida. Les dieron a elegir entre dos zonas: montañas y bosque. Eligieron las montañas.

También contaban con un vasto bosque a los alrededores que separaba su espacio con el territorio Tsufur, pero no era parte de lo que podían usar para vivir. Sus casas prácticamente estaban sobre las rocas.

Fue un solo saiyajin quien eligió aquello sin consultarlo con los demás. Le pareció que sería un excelente punto de vigilancia y provecho para los planes que prácticamente comenzó a preparar desde que puso un pie en el planeta rosa. A la raza enana que los acogió no les pareció extraña su elección puesto que sabían sobre su habilidad tan peculiar para volar. Además, eran tan fuertes que no temían a los derrumbes o cualquier tipo de accidente que pudiera surgir en esa zona tan peligrosa. Pero, aun así, jamás habían tenido problemas, al menos no de ese tipo. El único problema que se había presentado desde su llegada fue una horrible enfermedad que varios saiyajin padecían a causa de los gases tóxicos que desprendió su planeta cuando estaba a punto de explotar y ni toda la brutal fuerza que poseían era capaz de salvarlos. Ya habían perdido varias vidas a causa de ello y aunque parecía no ser contagiosa, seguía siendo un tema de suma preocupación puesto que eran pocos los sobrevivientes de la catástrofe y la suma de los enfermos era perturbadora.

Esperaba ver a su compañero nada más entrar en el área que habían asignado para que vivieran los infectados, porque a pesar de que estaban casi seguros de que no era algo contagioso, los demás saiyajin no estaban dispuestos a arriesgarse manteniendo el contacto cercano con los afectados, pero su camarada no se encontraba allí.

—¡¿Dónde está Bardock!? —Preguntó en un tono de voz más duro y autoritario del que empleaba normalmente.

Sujetó con fuerza el brazo de una de las hembras que habían asignado para que supervisara a los enfermos. La mujer abrió mucho los ojos de la impresión al sentir tan repentinamente que alguien la sostenía con demasiada fuerza, tanta que incluso le hacía daño. No esperaba encontrarse de frente al líder, mucho menos en esa área tan peligrosa y tampoco estaba preparada para que le hablara en ese tono de autoridad que a todos ponía tan nerviosos. La simple presencia del saiyajin era abrumadora. La aludida de inmediato giró la cabeza en busca de la cama que Bardock visitaba todos los días para llevarse la sorpresa de que estaba completamente vacía.

—No lo sé —respondió en un susurro cargado de miedo—. Hace apenas un momento se encontraba ahí, cuidando de ella.

—¿Acaso no te asignaron a este lugar para que estuvieras pendiente de cualquier movimiento fuera de lo común?

—Sí, señor, pero son tantos que no puedo estar pendiente de todos. Mucho menos de los que vienen solamente de visita.

—¡Hembra idiota —gritó— no sirves para nada!

Su mano dejó de hacer presión en el brazo de la saiyajin y lleno de cólera salió de ahí para ir en busca de Bardock.

El aire golpeó su rostro nada más salir de la cueva. La noche estaba peculiarmente fría y eso no presagiaba nada bueno.

—Su hembra desapareció y él no está por ningún lado —murmuró para sí mismo, intentando atar los cabos de la situación—. Eso solo quiere decir que hizo lo único que le pedí que no hiciera. Es un imbécil.

...

La ciudad se estaba haciendo visible ante la mirada preocupada de Bardock. Las luces cada vez eran más claras y los edificios, con sus estructuras tan extrañas, comenzaban a tomar forma frente a él. Por fin habían llegado.

—Llegamos —anunció en voz alta con un tono de alivio—. Un poco más y podrás recuperarte.

Pero no recibió respuesta alguna. La mujer que iba en sus brazos había dejado de hacer fuerza y ya no se sujetaba de él.

—No... —murmuró, temiendo lo peor.

La miró, aún entre sus brazos, inconsciente. Pero no tenía tiempo para intentar hacerla reaccionar; la única salida que le quedaba era apresurarse para llegar y esperar a que aún siguiera con vida.

Cuando finalmente divisó el edificio que había estado buscando, descendió con cuidado en medio de las calles de la ciudad y a la vista de todos los Tsufur que todavía rondaban por ahí, extinguiendo la tranquilidad que hasta hacía unos minutos reinaba en la zona. Fue como si de pronto se encontraran dentro de una película pausada. Los vehículos pararon en seco, las personas se quedaron petrificadas e incluso el aire parecía haberse quedado inmóvil ante la escena tan peculiar que se estaba presentando esa noche tan fría.

No era común ver a un saiyajin merodeando por las ciudades, mucho menos uno que llevara a una mujer inconsciente entre sus brazos.

Bardock apretó la mandíbula. Jamás se había sentido tan incómodo y fuera de lugar como en ese momento, pero ya estaba ahí, no había vuelta atrás; no si de verdad quería una oportunidad para salvar a su mujer de las garras de esa enfermedad que ya había logrado arrebatarle a su raza gente importante. Ante el silencio y la mirada acusadora de todos los presentes, comenzó a caminar con paso decidido a la entrada del edificio que había ido a buscar.

—¡Necesito que alguien me ayude! —Pidió. Estaba dispuesto a renunciar a su orgullo saiyajin con tal de salvarle la vida.

El tono desesperado de su voz fue notorio pero, aun así, nadie parecía tener intención de acercarse.

Es un saiyajin...

¿Qué hace un saiyajin aquí? ¿Y por qué lleva a esa mujer en brazos?

¿Se atreverá a entrar?

No me sorprendería que alguno de ellos, salvajes, haya dejado a esa mujer en ese estado.

Y ahora vienen a pedirnos ayuda.

Son unos salvajes. Solo mira la manera en que va vestido...

Bardock era capaz de escuchar todos aquellos murmullos que salían de labios de los Tsufuru-jin. Conforme pasaban los segundos se sentía menos capaz de seguir controlando su ira; sentía que en cualquier momento perdería la paciencia y expulsaría todo su poder en una bomba de energía que aplacaría y silenciaria para siempre esas bocas asquerosas llenas de prejuicios. En poco tiempo le quedó claro que nadie, absolutamente nadie, se acercaría a ayudarlo, así que no le quedaba otra opción más que entrar a la construcción que tenía delante por su propia cuenta.

Agachó la mirada, fijando su vista en el rostro de la chica, tranquilo y ajeno a lo que estaba ocurriendo en ese momento. Vegeta se lo había advertido, pero aun así él había conservado la esperanza de que los Tsufur, al percatarse de la gravedad del asunto, accederían a atenderla, empero nada había resultado como lo planeado. En ese instante no podía aclarar sus ideas; no sabía si se arrepentía de haber desobedecido las ordenes de su líder o si nada de aquello importaba realmente por el simple hecho de que estar ahí significaba que no se había quedado de brazos cruzados mientras veía cómo poco a poco se iba agotando el tiempo de vida de la persona que más le importaba en el mundo. Había hecho lo correcto. Estar allí en ese preciso instante era lo correcto y no se echaría para atrás. Entraría a ese lugar y conseguiría la ayuda necesaria a como fuera lugar. No le importaba arruinar los planes de Vegeta con ese acto, lo único que importaba era la vida de su mujer.

Inclinó la cabeza, solo lo suficiente para acariciar la frente de la saiyajin con sus labios. Estaba ardiendo, pero seguía con vida. Sentirla le devolvió las fuerzas y supo entonces qué tenía que hacer a continuación.

Las puertas del edificio eran enormes rectángulos de cristal inmaculadamente limpios que, aún sin ningún tipo de iluminación, le permitían a Bardock mirar claramente la habitación que había detrás de ellos. Era un cuarto grande con pocos muebles; dos sofás y un escritorio justo en medio. Detrás del escritorio, la habitación conectaba con un largo pasillo donde la vista del saiyajin ya no era capaz de llegar.

—Una patada bastará para que se abra —se dijo a sí mismo en voz baja.

Había dejado de poner atención a los murmullos a su alrededor y al hecho de que se encontraba en una zona desconocida y rodeado de Tsufur que no dudarían en atacarlo si su comportamiento les resultaba peligroso. Por un efímero momento, consideró dejar a la mujer en el piso para usar un poco de energía y echar abajo los cristales, pero desechó la idea de inmediato. No pensaba dejar a la saiyajin en una situación tan vulnerable. No se apartaría de ella así que no le quedaba de otra más que usar sus piernas para abrirse paso al interior de su objetivo.

Poco antes de que pusiera en marcha su plan, visualizó algo que lo hizo detenerse en seco. A lo lejos, en el pasillo, una silueta se iba acercando; parecía que corría y en pocos segundos Bardock fue capaz de identificar que se trataba de una mujer. Supo de inmediato que los Tsufur en el interior del edificio no enviarían a una mujer tan menuda a pelear contra un sayajin; eso le hizo saber que su presencia allí tenía otro motivo. Sin detenerse, la mujer abrió las puertas, dejando a todos los espectadores atónitos, y se plantó justo frente al guerrero que aún permanecía estupefacto por su repentina aparición. Era pequeña, aún más que la mayoría de su raza y su cabello era de una tonalidad amarilla muy peculiar.

La mujer se acercó lo más que su miedo le permitió y estiró la mano, como si quisiera tocar a la saiyajin que Bardock llevaba en sus brazos; a lo que él reaccionó dando un paso hacia atrás en consecuencia.

—Mi nombre es Kiiro —anunció con timidez. Bardock se pudo dar cuenta de que la mujer de nombre Kiiro estaba aterrorizada por su simple presencia. Los Tsufur no estaban acostumbrados a estar tan cerca de la raza intrusa; algunos incluso jamás los habían visto, solo sabían que vivían en algún lugar de su planeta—. Solo quiero revisarla, no le haré daño.

Al parecer era la ayuda que Bardock tanto había anhelado desde que su mujer cayó en las terribles garras de la enfermedad saiyajin. Lo meditó por un momento y llegó a la conclusión de que aquella menuda mujer era la única opción que tenía en ese momento para salvarle la vida a su pareja. Se puso de rodillas, dándole permiso a Kiiro de que se acercara a examinarla. La mujer de cabellera amarilla apenas quedaba a la altura del saiyajin estando en esa posición.

—Tiene mucha fiebre y apenas puede respirar —anunció. Mantenía una mano en la frente de la saiyajin mientras que la otra la había posado justo en su corazón—. Su pulso es lento, no le queda mucho tiempo.

—Muchos de los nuestros se encuentran en la misma situación. Necesitamos de sus medicinas y tecnología para combatir la enfermedad.

Kiiro abrió mucho los ojos al escucharlo. En sus planes jamás se había cruzado esa situación; ella solo tenía intención de proporcionar ayuda a esa mujer. Se había conmovido por la manera en que el saiyajin la protegía y su valentía al acercarse, solo, a una zona desconocida con tal de salvarle la vida.

—Kiiro, no puedes ayudarlo —escuchó. Llevaba un dispositivo que le permitía oír con claridad las ordenes de sus superiores, quienes estaban atentos a la situación desde el interior del edificio—. Si salvas a esa mujer los demás también querrán ser salvados y no podemos permitirnos gastar tanta medicina en seres que no son de nuestra raza.

—A decir verdad —una nueva voz se había sumado a lo que Kiiro escuchaba por el pequeño dispositivo—, sería buena idea dejarlos perecer y así, finalmente, deshacernos de ellos. El rey Jaakuna no debió permitir jamás que esos salvajes se quedaran en el planeta.

Kiiro escuchaba con atención la conversación que mantenían los dos grandes médicos Tsufur que se encontraban en la planta alta del hospital mientras observaba con tristeza a la pareja que estaba frente a ella. El saiyajijn parecía haber recobrado las esperanzas en que su mujer sobreviviría, ajeno a sus nuevas órdenes.

—Lo siento, pero no puedo ayudarla.

—¡¿Qué dices?! —Bardock levantó la mirada. No podía creer lo que estaba escuchando—. ¡¿Entonces a qué viniste?! ¿A burlarte de nosotros?

—No... —respondió de inmediato, dando un paso hacia atrás. En el momento en que el saiyajin había alzado la voz se pudo dar cuenta de que una extraña energía había emergido de su cuerpo, asustándola. Presentía que si permanecía más tiempo ahí, cerca de él, terminaría muerta en pocos minutos—. Sólo quería comprobar que su enfermedad fuera algo que nosotros pudiésemos tratar, pero no lo es. No podemos hacer nada por ella.

Bardock se quedó en silencio, mirando fijamente el rostro que tantas alegrías le había dado desde que lo miró por primera vez en su planeta natal. Siempre lo había asociado con la esperanza; el rostro de su mujer era la esperanza de una vida mejor, de una vida feliz, pero ahora esa esperanza se estaba esfumando. La iba a perder. Todo su esfuerzo no había servido de nada. Por un momento se arrepintió de haber desobedecido las ordenes de Vegeta porque con ello también había arruinado los planes en los que habían trabajado casi desde que arribaron al planeta. Bardock, que se había negado a participar en los proyectos que su líder tenía en mente, por proteger a una raza que no tenía nada qué ver con él, estaba ahora arrodillado y vulnerable, traicionado y herido. Estaba furioso consigo mismo por haber sido tan ingenuo, por pensar que ellos, al igual que él, pensarían en el bienestar de otra raza.

—No se los voy a perdonar —vociferó envuelto en cólera—. ¡Los voy a exterminar a todos!

La mujer y todos los que se habían quedado cerca escucharon su amenaza con claridad. Kiiro dio dos pasos hacia atrás, temerosa de que el saiyajin pudiera hacerle algo estando a tan poca distancia, mientras que algunos de los espectadores sacaban sus armas para defenderse en caso de necesitarlo.

—Lo siento —susurró, dirigiéndose a la saiyajin, aunque esta no pudiera escucharlo.

No tenía más opción que dejar a su mujer en el suelo para pelear. Si exterminaba a todos a su alrededor, entonces podría entrar a ese maldito edificio y buscar alguna medicina por su propia cuenta, pero, para ello tenía que dejarla ahí, expuesta. Con cuidado bajó su cuerpo y lo colocó sobre el suelo, para después ponerse de pie, dispuesto a destruirlos a todos. Sentía una adrenalina extraña en su interior a punto de explotar. Jamás, en toda su vida, había sentido tanta rabia y poder; su energía se estaba acumulando y él estaba ansioso de expulsarla.

En el momento en que se puso de pie un disparo de energía, proveniente de alguna de las armas Tsufur le dio justo en el brazo izquierdo y para su sorpresa no le hizo ni cosquillas. Las armas Tsufur, tal y como Vegeta lo había intuido, no eran capaces de herirlos.

Bardock sonrió.

Tenía la victoria asegurada. Pronto podría poner en marcha su plan y quizá, con suerte, salvaría no solo la vida de su mujer sino la de todos los saiyajin infectados, pero justo en ese momento se escuchó un fuerte estallido peligrosamente cerca. Bardock lo sintió como una explosión detrás de él que le hizo perder el equilibrio, casi al punto de tumbarlo por completo. Los disparos de los ataques Tsufur cesaron de golpe, dejando el ambiente envuelto en silencio.

—Detente ahora mismo —escuchó una voz terriblemente familiar—. No es momento de hacer locuras.

Sintió una mano sobre su hombro y supo de inmediato que todo había terminado, no solo para la mujer a la que tanto quería salvar, sino para él mismo. Su líder no perdonaría una traición de esa magnitud, porque eso era precisamente lo que había hecho: lo había traicionado al decidir que la vida de la saiyajin era más importante que los planes que beneficiaban a toda su raza. Un plan que en ese momento se había estropeado. La esperanza de una vida mejor para los sobrevivientes del planeta Salad se había esfumado.

Agachó la cabeza, rendido, porque, por más que lo deseara, no podía ir en contra del saiyajin que permanecía de pie atrás de él. Dio media vuelta para encontrarse con Vegeta, quien, a su vez, dejó de hacer contacto con Bardock para cruzar los brazos a la altura de su pecho. La explosión que había sentido había sido solamente él, haciendo su gran entrada, como solamente el líder saiyajin sabía hacerlo.

—Vegeta —hizo una ligera reverencia en símbolo de respeto hacia su líder—, si nos retiramos ahora, ella morirá.

—No lo hará —su respuesta fue rotunda. Siempre era de la misma manera, no dejaba espacio para discusiones.

—Pero, Vegeta... ella...

—Por una maldita vez en tu vida, confía en mí.

Bardock asintió y, abatido y derrotado, tomó de nuevo a su mujer en sus brazos ante la mirada curiosa de todos los Tsufur que, a cada segundo que pasaba, eran más. Se habían acercado desde todas partes de la ciudad solo para contemplar lo que para ellos solamente era un espectáculo protagonizado por los simios a quienes les habían permitido vivir en su planeta. Algunos sonreían, como si la situación no fuera de importancia, como si, la vida de esa mujer no fuera de importancia.

—Nos vamos —sentenció Vegeta, dando media vuelta y expulsando energía para así emprender el vuelo de regreso a la zona de la que nunca debieron salir.

El moreno cerró los ojos solo por un instante; era como si con eso buscara asimilar que todo su esfuerzo por darle una vida más larga a la saiyajin que amaba había sido en vano. Poco antes de acatar las órdenes del guerrero de cabello en punta, echó una pequeña mirada hacia atrás, encontrándose con Kiiro quien permanecía inmóvil. No necesitó palabras, ella supo de inmediato que con aquella mirada le estaba advirtiendo que se iba a arrepentir por no haberle ayudado.