Título: Inconcluso.
Personajes: TYL!Shamal/TYL!Bianchi. Con mención speshul de TYL!Gokudera y TYL!Reborn/TYL!Bianchi, implicado.
Rating: G.
Advertencias: FAIL, MUY FAIL. ¿Mencioné fail? Es lo más fail que he escrito en mucho tiempo. Y quedan advertidos de las referencias hechas a La Dolce Vita.
Resumen: Bianchi no es una diva, ni su vida un épico romance.
Comentarios: Escrito para el reto 'Cuatro Estaciones'. /o/
Reborn no cae en una emboscada, ni en un tiroteo. No exhala su último aliento con una bala atravesada en el pecho. Se desvanece con la barbilla en alto y la misma actitud de siempre, con tal orgullo que, en algún momento, las personas a su alrededor olvidaron que estaba enfermo. Enfermo, como cualquier otro mortal. (Terminal).
Reborn no cae a fuerza de bala y, por lo tanto, Bianchi no tiene culpables para cazar.
(Si pudiera culpar a alguien, en realidad, su vendetta sería contra el propio destino y el mundo experimentaría el veneno de una viuda despiadada).
Sin rodeos, ni excusas, ni despedidas: Una maleta en cada mano, revolver en el portaligas y un boleto de avión en el bolsillo del abrigo.
Desaparecer es un arte que cree dominar a la perfección––
––sólo que, tal cosa como la desaparición en sí, no existe, y sólo se necesita a alguien que note el rastro y al perro que pueda seguirlo– siendo 'creer' la palabra clave y su hermano la voz de alarma.
(Hayato, que a pesar de no poder verla a los ojos sin sentir nauseas, es el único que puede entenderla. Él, que de sólo imaginar su mundo cayéndose a pedazos, no puede evitar un escalofrío).
Desafortunadamente, Gokudera no puede abandonar sus responsabilidades de consigliori y atravesar dos continentes para traer a su hermana de vuelta.
Pero conoce a alguien lo suficientemente entusiasta para correr por una mujer.
(Y confiable, a pesar de la fachada de payaso mujeriego)
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Sin director, ni guión, ni cámara. La escena se filma con la memoria, se siente, se ve (una vez y eso es todo):
Roma. Veinticinco grados, e Italia es una sutil réplica del infierno.
Veinticinco grados, de noche y hay una diva bañándose en las aguas de la Fontana di Trevi. Shamal imaginó algo así desde la entrada de Via Veneto.
(Sólo que Shamal no es Marcello ni Bianchi es Silvia y, ciertamente, las vidas de ambos no están incluidas en la La Dolce Vita. Lo cual es indicador suficiente para no seguir el curso de la escena y entrar a la fuente).
Bianchi ya no es la niña que conoció años atrás, ni la mujer de diez años antes. Y al jalarla del brazo, nota que su piel es tan tersa como se ve y su rostro es más dulce cuando no está tratando de golpearlo.
(Tiene los ojos de su madre, también, los mismos ojos llenos de pena).
––Creo, signorina ––susurra, en su oído, rodeándola con los brazos, observando el cuerpo húmedo y la transparencia del vestido mojado, adherido a la piel––, que es hora de irse a casa.
Bianchi no es una diva, ni su vida un épico romance.
(Es como si la película estuviese en pausa o el libro inconcluso, para no tener sufrir la carencia de un final feliz)
Pero no se puede huir para siempre, o desaparecer completamente, por mucho que lo desee.
(Hay un lugar, al que pertenece, en el cual disfrutó de su historia mientras duró y en el que aún quedan cenizas por enterrar).
