1.VERDE


Cada año, después de la estación de las lluvias, la familia Ootori posaba para una foto oficial. A la cita acudía un fotógrafo viejo, feo y desharrapado que tenía fama de ser el mejor. Le pagaban extremadamente bien por cada uno de los negativos, y ese era el único motivo por el que seguía encargándose de retratarles; le parecía una familia temible, compuesta por una estatua inalcanzable de granito, una sombra pálida y dos muñecos de porcelana, frágiles, rígidos e inexpresivos. La única que le agradaba – y por la que sentía compasión- era la niña, Fuyumi.

Ese año llevaba un ligero kimono de seda verde que contrastaba con los oscuros trajes occidentales del resto de su familia. Le saludó con una sonrisa resplandeciente que le mereció un estrechamiento de ojos de su padre.

- ¿ Sabe qué?¡Mamá va a tener un bebé! – exclamó ella, excitadísima, y con una grácil pirueta se deslizó junto a la señora Ootori – Y va a ser un niño – dijo, acariciándole la tripa- ¡ Pero como será el peque, no tendrá que opar a nadie de mayor, así que podrá jugar conmigo!

- ¡ Fuyumi! – avisó el señor Ootori, su voz un calambre que hizo estremecer a su esposa.

Los dos hijos varones – Akito y... ¿ cómo se llamaba el mayor?- le lanzaron un codazo y una patada subrepticia a su hermana. Ésta las esquivó con elegancia de bailarina.

El viejo fotógrafo se preguntó si opar sería una palabrota del mundo de los ricos.

- Felicidades, señores Ootori. – sonrió - ¿ Para cuando lo esperan?

La madre apretó los labios como si la pregunta le provocara nauseas.

- Noviembre.

-¡ Asegúrese de que la tripa salga en la foto¡ Aún está dentro de mamá...

- ¡ Fuyumi !

- ... pero seguro que sabe si le prestamos atención y si estamos hablando de él!

Uno de sus hermanos susurró un "sí, claro" y el otro sonrió con superioridad. Yoshio Ootori aferró el brazo de su hija y le dio un tirón ligero y veloz. La niña hizo un mohín.

- No pasa nada, no pasa nada. – trató de aplacarles el fotógrafo- En realidad, me gustaría que Fuyumi-chan se pusiera junto a la señora Ootori, cerca de la ventana. Ahí hay buena luz. Es decir, si ustedes quieren.

Yoshio Ootori enarcó una ceja, pero siguió sus instrucciones. El fotógrafo pulsó el disparador.

Más tarde, a solas en el cuarto de revelado, examinó el resultado. La luz dorada del verano se reflejaba en el cabello de Fuyumi, y su vestido verde emitía un suave resplandor sobre el vientre –apenas hinchado- de la señora Ootori. Todos sonreían, con esos labios finos y falsos de la buena sociedad. Sin embargo, la niña era la única a la que se le marcaban los hoyuelos al señalar, con su dedo índice, el envoltorio de su futuro hermanito.

No se sorprendió demasiado cuando sólo se publicó la otra mitad de la fotografía en los periódicos.