Disclaimer: Los personajes acá utilizados pertenecen a la comunidad de LiveJournal, solo el fic es de mi completa autoría.

N/A:

No tengo muchos motivos para haber escrito algo de ellos, solo los simples: que adoro este shipp con todas mis ganas y como parece que solo tres locos los seguimos y que nadie tuvo la idea de escribir algo concreto, yo me vi en la obligación. (?)

Aunque sea un universo alterno, ya que todavía no me sé tanto sobre los países históricamente como para escribir más serio (y sí, me da vergüenza escribir sobre un par de patrias de las que desconozco, me parece una falta de respeto(?)).

Así que bueno, espero que les guste.

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Pareja: Juan Pedro Sánchez (México Norte) x Catalina Gómez (Colombia).

AU Humano.

Dedicado a MarhayaXs de regalo de cumpleaños.
¡Que lo disfrutes!

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Nuevos paraísos

1

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—Lo siento, joven. No hay lugar.

Pedro abrió la boca para decir algo, quizá preguntar dónde más podía ir, pero se vio tan desanimado que dejó caer los brazos a cada lado de su cuerpo y, asintiendo, siguió de largo. La siguiente hacienda le ofreció una habitación solo por esa noche, que debía desalojar temprano porque ya estaba alquilada a partir del día siguiente. Se notó tanto que la mujer estaba haciéndole un favor, por lo que accedió sin pensarlo.

Lo primero que hizo fue poner a cargar el celular, arrojar la mochila a una esquina y tirarse en la cama, junto a la toma de corriente. Se conectó al wi-fi del lugar para poder ver si tenía mensajes o alguna cosa, ya que su crédito se hubo esfumado en intentos de llamadas en un país extranjero.

Tenía mensajes de su madre, preguntándole dónde estaba, ya que no podía contactar con Itzel tampoco.

Maldijo por lo bajo, no tenía tampoco un solo mensaje de su hermana para poder sentirse por lo menos más esperanzado.

—Pinche pendeja —dejó ir, tan poéticamente como pudo, antes de contestarle a su madre y ponerse en pie para ir a la ducha.

En otros diez minutos, estaba casi desmayado en la cama, roncando abiertamente del cansancio que tenía encima.

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—¡Catalina, despierte!

Ante el vozarrón de su buena tía, estuvo parada junto a la cama antes de abrir los ojos, lo que decayó en un traspié y un dolor de cabeza iniciante por el brusco movimiento. Se quejó molesta y después salió al baño, encargándose de lo requerido para iniciar el día más despierta. La mayor la esperaba con café, cuyo olor llegó a sentir apenas salir del baño.

—Te llamé tres veces.

—Perdone, tía —dijo clarito y dulzón, mientras bebía su infusión cotidiana.

Su tía se llamaba Irene Gómez, era la hermana mayor de su madre, que se llamaba exactamente como ella: Catalina Gómez, un motivo muy enorme para odiar que le digan por su nombre completo. Le resultaba en un regaño muy severo. La tía tenía el pelo igual de castaño que el suyo, la misma tonada de piel y una sonrisa muy similar. Se notaba el parentesco de lejos.

—No importa, igual vas bien. Pero escucha y atiende cuando te hablan, estás es las nubes desde que volviste ayer —La mujer tenía una voz adorablemente severa, significando esto que hablaba de forma dulce pero escondía muchas malas intenciones dependiendo lo que decía, podía transmitir dos mensajes al mismo tiempo. Era otra cosa que compartía con su sobrina.

—Es que vi a un mexicano hermoso ayer —dijo, alargando la segunda vocal del "hermoso", encogiéndose de hombros, con una expresión divertida ante la cara de reproche de su tía—. Era bien lindo, tendrías que haberlo visto.

—Ay, ay, ay. Te mando a trabajar a la tienda y me vienes con ésta. ¿Se puede saber qué tenía que hacer un muchachito joven en un lugar de ropa femenina, Coco?

Así le gustaba que le digan, a esa forma respondía.

—Estaba perdido el pobre, no pude decirle nada, si no lo traía para la casa.

Su tía casi escupe el café y ella carcajeó ante eso.

—¡Coco! Mija, nada de traer hombres sin el consentimiento de sus mayores —reprochó, con cierta alarma, después se puso angustiosa—. Mira si te pasa algo, tan joven y hermosa como eres…

—Pero era lindo, tía. Lindo no de los que son lindos y pasajeros, lindos de los que tienen una sonrisa hermosa y tierna como mi Panchito divino de mi corazón, que te dan ganas de abrazarlo con toda la fuerza —explicó, llevándose las manos al corazón de recordar la carita tierna del mexicano y al mismo tiempo la de su hermano menor. Oyó a la tía suspirando.

—Ay, Coco… —Sacudió la cabeza, resignada a la actitud de su sobrina.

—Si vuelve algún día va a ver, tía, se lo voy a traer a la casa y verá que lo que yo le digo es cierto.

—¿Y el candidato le dijo el nombre, por lo menos? —indagó, volviendo a estar tranquila y a su desayuno, ahora con un deje de interés. No era como si su sobrina viviera enamorándose de todos a su alrededor.

—Sí —Y alargó la vocal con entusiasmo—. Me ha dicho que se llama Pedro.

Y fue todo.

Quince minutos después iba de camino a tomar el bus para llegar al centro. Al tiempo estuvo llegando a la puerta de la tienda, abriendo y volteando el cartel que señalaba el hecho en cuestión. Se posicionó tras el mostrador y sacó su celular, luego de todos los papeles con cuentas de debajo.

—A ver, día, pórtese bien hoy —murmuró, tirándose el pelo hacia atrás y acomodándose su tan querido pañuelo azul sobre la cabeza para que el mismo no le molestara.

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En ese momento, Juan Pedro Sánchez pensaba que tenía frío y un hambre inhumana naciéndole desde lo más profundo de su sistema madrugado, que tenía veintitrés años y estaba varado en la capital de Colombia en pleno verano, buscando a su hermana melliza de misma edad y rasgos físicos; castaños, morenos, ojos oscuros y, ella por lo menos, un carácter de su chingada madre.

Pero la verdad era que se cruzaba con muchas chicas que tenían rasgos parecidos y, a quien sea que preguntaba, ni idea de Itzel Sánchez o María de no-sabía cuánto.

Había logrado decir el nombre completo de esa amiga de su hermana al menos tres veces y era todo lo que su mente podía lograr. El sentirse perdido cada vez que daba vuelta a una esquina no ayudaba, por lo que se la pasó más que nada sentado en la plaza del día anterior y por los alrededores.

Cada diez o veinte minutos se tomaba un momento para mandar a su hermana donde no viera la luz del sol.

Era pleno mediodía y el sol quemaba, aunque no hiciera un enorme calor. Se sentó bajo un árbol a refunfuñar y comer un paquete de papas fritas, con una botella de agua al lado. Acostumbraba a comer generosamente, pero la verdad era que no sabía cuánto tiempo estaría vagando hasta dar con su hermana y no quería arriesgarse a gastar el dinero extra que tenía para el boleto de regreso.

La idea tampoco era gastarse el que llevaba para su hermana, aunque si ésta seguía sin aparecer, pues allá ella.

Miró a través de la plaza, donde estaban los puestos comerciales atiborrados de gente, principalmente el escaparate donde se había sentado el día anterior y donde sabía que estaba la chica atendiendo al público. Se paró del pasto, acomodándose la mochila en la espalda y sacudiéndose los pantalones por posibles residuos, encaminándose en dirección a su única conocida hasta ahora.

Se sentía solo, no iba a mentir. Había sido la única en sonreírle desde su llegada a ese país.

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Catalina iba de un lado a otro atendiendo gente, las chicas delgadas querían ropa más chica y las más grandes "un tallecito más", además de las madres molestas y frustradas que no dejaban de dar opiniones y siempre querían ver extras. Coco empezaba a pensar que vendía vestidos y ropa casual (no de gala, iban a usar esos "trapos" a la larga del día y que no tenían por qué dudar tanto), no sonrisas falsas y forzadas.

—¿Podría ser un talle más chico?

—Lo siento, no tenemos en ese.

—¡Disculpe, señorita, ¿me alcanza ese que dejé hace rato…?

¿Y ella qué sabía qué había dejado hace rato? Eran unas quince personas metidas ahí adentro.

Entre esas idas y vueltas lo vio; sentado justo en medio del local, con su mochila y la mirada en todas direcciones entre la gente, charlando con un par de señoras aparentemente entretenidas con él. Pegó un bote en su lugar y se puso sumamente nerviosa en cuestión de segundos.

"Enfócate en tu trabajo, Coco", se dijo, dirigiéndose entre el gentío a la caja registradora para poder cobrar y despedirse de un par de personas. Al cabo, otra vez estuvo tras las puertas de los cambiadores con las chicas hablándoles desde adentro y las madres atrás. No supo cuánto tiempo en específico hubo pasado hasta que el silencio se dio, casi de forma abrupta y llegando a perturbarla.

Se sentó medio desplomándose sobre los bancos a mitad de la tienda.

—¿Día cansador, chava?

Pegó un salto otra vez y se irguió, mirándolo con sorpresa y una mano en el pecho.

—Ay, por Dios, casi me matas del susto.

Pedro se rió divertido.

—Las señoras era chéveres.

—¿Es chiste?

—Una se quejaba de que la güera era muy chingona.

Fue el turno de Coco de reírse, con la mirada ajena sobre sí, intensa y emocionada. Pedro en realidad era un manojo de nervios. Después de las risas, siguió un silencio incómodo por unos instantes…

—¿Viene siempre tanta gente?

—A esta hora y en esta época sí, pero ya se calma. ¿Y tú por qué viniste hoy?

—Dije de volver ayer, ¿no es cierto? —recordó a último segundo. Coco jugueteó con las manos nerviosa y avergonzada.

—Sí, bueno. No esperaba que fuera de verdad, parce —Sonrió más confiada, aflojándose un poco de los nervios iniciales—. Pero bueno, a ver; ¿estás de vacaciones aquí?

El cambio de actitud hizo que él sonriera casi por inercia, inclinando la cabeza de lado, como si ayudara a verla mejor.

—Sí y no, vine para ayudar a mi hermana, pero tuve un buen problema…

—¿Un problema?

—No la encuentro.

Cata pareció quedarse en pausa un segundo, asimilando lo que acababa de decirle aquel muchachito lindo que se apareció sorpresivamente dos días seguidos y ahora pasaba de tener una cara tierna a una lastimosa. Le sorprendió lo rápido que la desesperación pareció bullirle por las venas al imaginarse a sí misma en una situación similar.

Se llevó una mano a la boca, en espera de que llegara alguna cosa para decirle. El muchacho se inclinó hacia adelante, recargando los codos en las piernas y su mentón en una de sus manos, mirándola con lo que parecía hasta diversión.

—¿Estás hablando en serio? —Casi podía jurar que estaba haciéndole una broma de mal gusto.

Pero Pedro parecía tan burlesco como realista en su expresión.

—Sí, wey.

Y ahora Cata sí vio cierto grado de desolación en la expresión del muchacho, que le hizo volver a juntar sus manos nerviosas para no llevar una a su hombro y verse muy atrevida o algo. Razonó muchísimo qué decir, dudando de abrir o no la boca.

—P-Pero… —inició a decir, siendo interrumpida apenas intentó nada.

—¿Quieres que salgamos? No conozco nada de Bogotá…

La chica lo miró congelada unos segundos, pensando en la preocupación y sospechas de su tía puestas en aquel muchacho. Lo miró de pies a cabeza, intentando encontrar algo que le declarara que era un tipo malo y en quien desconfiar, pero Pedro ni siquiera olía como los vagos mochileros, que daban vueltas por la ciudad llevando su mochila grande con todo lo importante dentro.

Además, acababa de darle una pauta clave: estaba hablándole de un tema que quizá no debería de decirle a alguien que apenas se conoce. ¿Quién en su sano juicio revela así como así que está solo en semejante situación? Le dio a entender, como detalle ligero y sin importancia, que ella podía ser la única persona que conocía ahí de más de un día…

—Yo te muestro Bogotá —Accedió, cerrando la boca que había quedado abierta por la sorpresa, sonriendo convencida.

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Continuará

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N/A:

Los primeros capítulos son más bien cortos, pero los siguientes tendrán tendencia a ser un poquito más largos, aunque sea.

¡Dejen sus reviews! Muchas gracias por leer, díganme qué les pareció.

Nos estamos leyendo.