Espejo. Espejito. Espejito mío.

Era un espejo roto sin su reflejo idéntico. No era especial ni siquiera tenía la certeza de poder sobrepasar a la persona reflectada.

Espejo, espejito, espejito mío, ¿adónde te has ido?

El reflejo reflejado emprende un viaje en soledad -su sombra negra vestida de mayordomo lo sigue- para adquirir una venganza que parece superflua -no le van a devolver nada-.

Empero lo intenta -necesita un cierre- y usa una sombra de negro carmesí como su mejor pieza en el tablero.

Oh, pero las noches son tan duras sin la otra parte del espejo, sin la persona reflectada. Gritos desgarradores hacen eco por los pasillos, cualquiera que los escuchara sentiria el corazón en un puño -la sombra no es cualquiera, la sombra ni siquiera se inmuta-.

Los días son tediosos, sin pistas donde aferrarse para buscar; lo tienen dando vueltas -la rubia chillona de coletas y flores-, lo tienen dando saltos -la insana vieja con una corona en su cabeza-, lo tienen atado al suelo recordando fríamente su meta -la sombra de carmesí negro-.

Hay cosas que lo tienen cansado -chillidos y platos rotos-, cosas con las que agradece no tener que lidiar personalmente -explosiones y jardines muertos-. Y luego están las cosas que debe vigilar -escamas y piel de serpiente-.

Espejo, espejito mío, ¿por qué no estas aqui?

Alza su mano al cielo -el cielo, azul de cielo- sin poder ver, deseando poder tocar a la persona reflejada que ya no está. Pero eso ya no es importante -esto no es por el espejo-, lo importante es él, el reflejo -¿siquiera es reflejo?- y la sombra hace bien su trabajo al recordárselo -sin embargo sus métodos son exasperantes (como su broma y juego de palabras personal) y no van sin reprimanda- para poder emprender de nuevo ese camino lleno de baches que no lleva a ningún lado.

Es entonces, que el camino se detiene de forma abrupta. Sin previo aviso y con todo su trabajo -trabajo duro sin progreso- amenazando con venirse abajo.

Espejo, espejito mío ¿cómo te atreves a volver aquí?

Corre, escapa, se da a la fuga. Imprevisto que no debería existir no hace más que causar furia en la otra parte del espejo -la parte que ya no es reflejo- que quedó atrás.

Así que recoge los pedacitos de vidrio que tiene y los vuelve a poner en su lugar -donde siempre han estado y siempre van a estar-, no importan los sentimientos encontrados ni las agendas personales de otros. Solo importa lo que el conde -el verdadero, aquél que fue nombrado- logre; que consiga terminar su cierre -la venganza superflua que solo es una excusa para que la sombra carmesí lo engulla más tarde-.

Espejo, espejito, aquí no tienes lugar.