El primer escalofrío; que no el último.
Hermione Granger siempre recordaría aquella primera vez. La primera vez que lo vio, que lo miró fijamente a los ojos; a esos ojos azules grisáceos que la hacían estremecer con su simple escrutinio.
Por que siempre tenía escalofríos cuando él la observaba. Por que era simplemente él. ¿Por qué? Esa era la pregunta.
La mañana del día de Halloween de su tercer curso en Hogwarts, Hermione fue por primera vez a Hogsmade. Harry no pudo ir, ya que su tío Vernon no le firmó la autorización, pero Ron sí. Aunque en realidad fuera como si no hubiese ido, por que se fue por su parte a todos lados menos con ella, y esta en el fondo (mucho tiempo más tarde) se lo agradeció.
Desayunó poco (notaba un bloque en el estómago de lo nerviosa que estaba) y en el vestíbulo, le entregó a Filch, el amargado conserje squib, una deslumbrante sonrisa junto al permiso. Este, desconfiado, la volvió a revisar, asegurándose recelosamente en cada detalle de su rostro. Finalmente la dejó pasar, devolviéndole una mueca que intentaba pasar por sonrisa; Hermione estaba segura que no la había utilizado en, por lo menos, cincuenta años. Llegaron al pueblo en carruaje (ella decidió descubrir que criatura invisible los transportaba de un lugar a otro) y compraron en Honeydukes montones de dulces y chucherías para Harry. El dilema empezó cuando, en el local de Madame Rosmerta, las Tres Escobas, señalaron dónde les gustaría pasar el día.
-…pero yo quiero ir a la lechucería y a Zonko…-se quejó Ron.
-pues ve tú.-le urgió-yo he de ir a la librería, además, tu hermano Percy dijo en la hora del estudio que Zonko vendía artículos de broma peligrosos y yo -se negó en redondo-he de comprar unos libros que no encuentro en la biblioteca…
-bien-asintió malhumorado.
-bien-lo imitó, molesta, yéndose del local. Cada uno se fue por su lado, Hermione compró tres libros, de unas, aproximadamente, mil páginas cada uno. Le envió uno a sus padres por vía lechuza ("mágica dentadura", ya que sus padres eran dentistas muggles) y pidió que le enviaran otro al castillo, pero se llevó uno para ir leyendo.
Caminó sin rumbo fijo, tan sumergida en la lectura que no se dio cuenta de que estaba nevando. Paseó tranquilamente por el pueblo y tomó cerveza de mantequilla, hasta llegar al mirador que, de seguro, cambiaría su forma de ver las cosas; el mirador que recordaría siempre, desde donde se distinguía la Casa de los Gritos, la casa más encantada de Gran Bretaña.
Suspiró, apoyándose en la barandilla que prohibía el paso y respiró hondo.
Olía a hierba mojada; le encantaba sentirse tan fresca y libre…dejarse llevar. El encanto se cortó cuando algo se movió entre los arbustos que había tras ella (ya cubiertos totalmente de nieve) y, volviéndose con rapidez hacia la procedencia del sonido vio algo largo que se movía. Observó atenta y curiosa y distinguió una cola negra. Volvió a suspirar, esta vez de alivio… le había asustado. Pero era solo un perro callejero. En seguida frunció el ceño; el animal intentaba cazar una rata y estaba muy delgado.
-eh…-le llamó. El canino, al girarse a verla, perdió de vista a la rata. Hermione reprimió un escalofrío. Había algo intimidante en la mirada de ese animal, pero aún así, continuó hablando- sí, te hablo a ti. Ven.-le ordenó. El perro se sentó, agitando la cola con un brillo divertido y malicioso en sus ojos.-que desobediente…- murmuró para sí misma, yendo hacia el perro- mira, toma…-le ofreció una chocolatina de Honeydukes-te aseguro que esto sabe mejor que lo que intentabas cazar.-sonrió, conciliadora. El chucho cogió tranquilamente el chocolate y se fue hacia la Casa de los Gritos, a trote, con mucho garbo-eh, espera…
Cuando Hermione fue a seguir al animal, este le gruñó. Ella soltó un bufido, exasperada.
-OH, vamos…-murmuró. El perro se detuvo y la observó casi con… ¿seriedad?- está bien, ya he entendido que no quieres que vaya contigo y no me permites acompañarte…-aclaró ella. El canino siguió su camino, con andares gráciles, y Hermione soltó un gritito de frustración. De pronto, la mancha negra en la que se había convertido el perro desapareció al dar la vuelta a la vieja mansión. Hermione observó con detenimiento a su alrededor, no había nadie. Sonrió. Eso solo la incitaba aun más.
La curiosidad se hizo inminente. ¿Cómo seria la casa de los gritos? ¿Estaría realmente encantada o solo eran leyendas…?
Con cuidado de no ser vista (y no rasguñarse) saltó la barandilla y la valla y caminó con pasos decididos hacia la mansión. Era enorme y había algo tentador en ella… la puerta. Estaba entreabierta. Y Hermione sintió que se morí de curiosidad, como cuando llegaba un libro nuevo a la biblioteca y lo tocaba para descubrir su textura, lo abría para absorber su olor…
Rozó con los dedos el marco, solo para comprobar si la textura era similar a la de los libros que tanto le encantaban y la puerta (rota) se abrió del todo. Parecía que la casa misma la invitaba a pasar. Se decidió, ese iba a ser su día, y entró temerosa y con pasos vacilantes, y avanzó hacia el interior.
-¿Qué dijo McGonagall, Hermione?-se susurró a si misma para infundirse valor, o tal vez para pensar en otra cosa y no estar al cien por ciento segura de incumplir en ese momento las normas- nada de inseguridad a la hora de la magia, sobre todo los Gryggindor, ya que la verdadera valentía consiste en que realices actos que aunque te den miedo, lo hagas para tu propio fin…-la madera crujía y las ventanas (casi todas rotas y arañadas) chirriaban. Los armarios estaban completamente destrozados, como si hubiesen sido estampados montones de veces, aun así, tragó (con dificultad) saliva, inspiró profundamente y subió las escaleras. Cuando había llegado al dormitorio, en el último escalón que daba al piso superior, la pata desvencijada de una mesa rota se partió por la mitad, haciendo caer el mueble al suelo con estruendo.
Asustada, volteo a ver lo ocurrido y, aun con el corazón en un puño, al ver no había pasado nada, giró sobre sí misma y lo que vio la asustó aun más de lo que estaba y (en secreto, nunca lo reconoció en voz alta) la fascinó.
Con una túnica oscura, vieja, rota (remendada por varios sitios con algo parecido a ramitas flexibles) y muy sucia, que en su día seguramente fue cara y elegante, se hallaba ante ella y su asombro un hombre delgado, muy delgado, casi demacrado, con ojeras, pero increíblemente atractivo, muy guapo, que la miraba intensamente a través de sus largas pestañas, con unas profundidades azules grisáceas que no dejaba nada que envidiar al mar de lo claros que eran sus ojos.
Hermione, (ahora sí) presa del pánico, retrocedió y casi cae por las escaleras de no ser por que una mano, que se amoldaba muy bien a su estrecha cintura, la sujetó y se lo impidió. Alzó la cabeza, entre incrédula y sorprendida, y se topó de nuevo con esa mirada tan intensa y electrizante. Instintivamente, aferró su varita y le apuntó con ella al cuello, sin saber siquiera a ciencia cierta con que hechizo amenazarle.
Sirius Black esbozó una media sonrisa, burlona.
-si alzo las manos como en las películas de policías te caerás escaleras abajo.-comentó a modo de saludo. Alzó una ceja, con aires burlones, como pidiéndole permiso para colocarla de forma que no cayera rodando, pero Hermione estaba más que aturdida en estado de shock, nunca había pensado que una voz tan ronca pero a la vez suave y susurrante fuera tan sugerente (y atrayente) como la suya.-personalmente prefiero no herirte, solo me causarías más problemas de los que, desgraciadamente, ya tengo-se encogió de hombros, ayudándole a recuperar el equilibrio y entonces, solo entonces, alzó las manos sin dejar de mirarla fijamente-te invitaría a tomar un té-frunció el ceño-pero esta casa no tiene nada decente salvo leña-la recorrió de arriba abajo, desnudándola con la mirada. Ella se sonrojó-aunque no creo que te haga falta viviendo en Gryffindor…-sonrió. No fue una sonrisa normal y corriente; no señor. Era una sonrisa torcida, como el rumbo que había pillado su vida, que en sus años adolescentes habría hecho suspirar a la mismísima profesora McGonagall (y vaya si lo hizo, pero de exasperación, por sus castigos…). Y eso, esa primera sonrisa que le dedicó, fue lo que le produjo a Hermione aquel primer escalofrío. Una sonrisa irónica y seductora. Como su propietario, ciertamente.
