-"Hace muchos años, Hyrule era una tierra vacía, no había nada, ni una sola roca. Pero un día, tres diosas descendieron. Unidas, las tres iniciaron la creación de Hyrule; Din, diosa de la fuerza, creó las tierras y sus montañas, Nayru, diosa de la sabiduría, fue la responsable de la creación de las leyes y la magia y Farore, la diosa del valor, fue quien creó toda clase de vida. De esta manera nació todo lo que conocemos"-.

Una mujer joven detuvo su lectura, observaba a su hija, que se encontraba en su cama, lista para dormir. Ambas tenían sus ojos de color azul cielo y eran muy similares, la diferencia era el color del cabello de la chica, esta lo tenía castaño, mientras que el de su madre era dorado.

-¿Qué pasó después?- preguntó la niña con curiosidad, no debía tener más de los cuatro años.

-"Las tres diosas al terminar la creación, antes de partir al mundo de los cielos, crearon una reliquia que representaría su poder: la Trifuerza.- continuó con el relato su madre. -Se dice que este poder dorado se encuentra en el Reino Sagrado, y sólo el que logre obtener todo el poder de la Trifuerza, podría hacer realidad uno de sus deseos.

También se cuenta que aquel regalo de las diosas refleja el alma de su poseedor, si una persona de corazón justo y noble toca la reliquia, llevará al reino a una era dorada de paz y prosperidad, pero, si lo hace alguien con el corazón corrompido, Hyrule caerá en las tragedias y desgracias.

Por esta razón, las diosas había decidido que para hacerse con la Trifuerza completa, era necesario tener un equilibrio de las tres fuerzas: el poder, sabiduría y el valor.

Si aquella persona no tiene el equilibrio de los tres, la Trifuerza se divide, concediéndole solo un fragmento, el del elemento que más lo defina, mientras que las otras dos partes serían entregadas por las Diosas a otras dos personas, quienes debían cumplir con los valores de los fragmentos restantes".

-¿Y luego?- preguntó la niña que no había dejado de escuchar toda la historia, de una manera le fascinaba. Su madre rió un poco, a veces la chica podía ser un poco impaciente. -¿Qué es divertido?- preguntó con inocencia la pequeña. Por otro lado su madre siguió con la lectura:

-"Para que la Trifuerza no cayera en manos equivocadas, la Espada Maestra fue usada como la última barrera para poder acceder al Reino sagrado, y de esta manera pocos lograrían obtener el poder de las diosas.

Ésta arma, es capaz de desterrar el mal y está oculta en algún lugar para que sólo un héroe digno pueda blandirla en tiempos de necesidad"- terminó con aquella leyenda.

-¿Eso es todo?- preguntó la niña.

-Por ahora sí.- dijo la madre mientras se levantaba de su asiento para acerca e un poco más a su hija –Zelda ya debes dormir, ya es tarde- dijo su madre mientras cerraba el libro. –Que descanses- dijo y luego le dio un beso en la frente.

-Hasta mañana mami- dijo la niña y su madre se fue, no sin antes apagar la linterna que iluminaba la habitación.

...

Desde ese día la chica había mostrado más interés en las leyendas y demás historias que involucraran la Trifuerza, quería saber más sobre la historia de Hyrule, sean falsas o verdaderas. Las leyendas de los héroes que habían salvado a Hyrule no faltaron, la chica vivía casi en la biblioteca, rodeada de montones de libros. Pero eso no es era lo único que leía, también quería saber más sobre los demás reinos, las criaturas y seres que habitaban en las diferentes regiones y esto la impulsó a querer realizar aventuras para conocer aquellas maravillas del mundo... Pero a ser la princesa no tenía esa libertad, por lo que los libros fueron los únicos que trataban de llenar ese vacío que habitaba en ella, de sentir aquellas emociones intensas que sólo las personas normales eran capaces de vivir.

Sus padres se preocupaban un poco al verla todos los días así, de alguna manera les parecía que la chica era algo aislada de los demás, metida sólo en los libros, pero, al mismo tiempo, ellos sentían orgullo por el interés que la chica demostraba sobre el reino y de la sabiduría que adquiría durante el tiempo. La reina y el rey vieron como su hija crecía aprendiendo lo máximo de los libros que tenía y cómo cada vez adquiría nuevos conocimientos y compraba todo libro que llamara su atención. Sí, les preocupaba, pero ellos también habían pasado por lo mismo, así que sabían lo que su hija sentía en esos momentos, el espíritu de aventurero, de un aventurero que se encontraba atrapado, sin la libertad que le permitiría viajar. La reina, quien compartía más similitudes con su hija además de apariencia, era quien comprendía más a la chica, ya que ambas eran grandes lectoras y tenían aquel anhelo de explorar hasta el más pequeño de los rincones del reino.

La princesa, que ya tenía quince años en ese entonces, solía ver el cielo desde la ventana de su habitación, viendo las nubes que se movían lentamente al ritmo del viento, imaginando mil y un aventuras, a jinetes de dragones, cazadores de bestias, grandes bosques, criaturas incomprendidas y maravillosas, nuevos reinos y tierras... En pocas palabras, era una soñadora, vivía en sus fantasías. Pero también podía imaginar todos lo peligros que habitaban en el reino, criaturas despiadadas, asesinos, e incluso las catástrofes que la naturaleza solía causar, como la erupción de un volcán, tormentas, terremotos...

El rey, quien era un hombre fiel a las costumbres y tradiciones del reino, no tenía ni la menor duda de que su hija sería una gran gobernante, claro, después de que se olvidara de sus sueños de aventura e ideales infantiles.

La chica además de haber demostrado poder controlar la situación por muy difícil que fuera, también había demostrado seguir fielmente sus propios ideales, cosa que llegaba a ser un problema, ya que ella no miraba de la misma manera al mundo que su padre, además de ser muy testaruda cuando tomaba una decisión. Si, era muy buena en lo que hacía, pero tenía sus defectos, cosa que se arreglaría cuando fuera mayor y se case con un persona digna de ser Rey...

Aunque ese era el problema. Zelda se había vuelto rebelde y no siempre obedecía a sus padres, comportamiento que no era aceptable ni apropiado para una princesa...

-Pero padre, yo no quiero casarme con alguien al menos que sea con la persona que ame... Y que él me ame a mí- decía la princesa mientras se dirigía a la puerta de la oficina de su padre, donde se encontraban los dos, dispuesta irse ya del lugar.

-Esos son sueños infantiles, eres una princesa, no se te permitirá ir con cualquiera, tienes que casarte con un noble o príncipe, para gobernar a reino de manera justa, a si dictan las reglas...- el rey realizó una pausa -Pero con el tiempo aprenderás a quererlo a pesar de todo- dijo el hombre, recordando que él no pudo casarse con la mujer que amaba... Pero después de conocer a su esposa, aprendió a amarla, y a su hija también.

Esa es la realidad, entre la realeza no se les permitía contraer matrimonio por amor, siempre es por lo que sus padres decidan, por conveniencia, pero... ¿Podía cambiar? Zelda sabía todo eso, pero estaba segura de poder lograr que las cosas fueran diferentes, sólo tenía que encontrar una manera de lograrlo...

-Pero padre, ¿qué no se pueden cambiar esas absurdas tradiciones?- dijo algo molesta la princesa.

-No es posible, cambiar algo que ha estado presente desde el inicio de los tiempos, es como tratar de cambiar la anatomía de un árbol o tratar de convertir una roca en una rosa.- decía su padre.

-Pero yo no lo acepto, no es justo, ¡no me obligarás a casarme con un hombre cualquiera que no conozco!, ¡yo decidiré con quien formaré una familia, quien será mi esposo y a qué edad me casaré!

-¡Nadie obtiene todo lo que desea, debes aprender eso!

-Pero yo...

-Sin peros, debes hacer lo que se te ordene- lo interrumpió su padre.

-Pero yo no quiero, no lo acepto, no me obligarás- dijo la princesa y trató de salir del lugar, pero su padre la detuvo.

-¿Crees que yo amaba a tu madre cuando nos obligaron a casarnos? ¡No!, ¡ellos me obligaron!, lo hicieron sabiendo que yo amaba a otra mujer, ella, quien fue asesinada, lo hicieron frente a mis ojos... ¡Y sólo para que la olvidara y me casara con tu madre!- el rey había perdido su paciencia dejando a lado las formalidades y levantando la voz.

Esas palabras habían logrado que Zelda guardara silencio durante segundos, asimilando lo que le había revelado su padre. Fue impactante, ¿como es que podía su padre vivir con la culpa de ser el responsable de la muerte de esa mujer?, ¿qué pensaría de la reina?, ¿odiaba a su madre?, ¿las despreciaba a las dos?

-Pero,- continúo el rey -después de haberme perdonado, después de haber perdonado a tu madre y a mis padres, aprendí que la vida era más difícil de lo que aparentaba. Aprendí a querer a mi esposa... A amar a mi familia. Es por eso, hija, que quiero que aprendas a aceptar el destino que eligieron las diosas para nosotros...

-...- Zelda guardó silencio durante unos segundos, pensando sobre todo lo que había escuchado. Podría aceptar hacer lo que su padre le pedía, pero algo le decía que no lograría vivir con alguien desconocido y menos formar una familia. No, ella no lo aceptaría, no podía, debía lograr encontrar otra manera de convertirse en reina sin necesidad del matrimonio.

–Pero eso no lo decidieron las diosas, fueron tus padres, al igual que ahora...- dijo Zelda después de un tiempo reflexionando.

-Entiende que es lo mejor para todos- decía su padre mientras se aproximaba.

-¡No!- la joven se apartó de él con violencia -eso no es cierto, las elecciones no las realizaron pensando en los demás, si no es ustedes mismos, con sus ideales egoístas de expansión y dominio, nunca piensan en los otros y menos en como nos sentimos.- la castaña hizo una pausa- Quiero que comprendas que yo nunca me casaré con alguien a quien no quiero, mi vida yo la decido ¡Mételo en tu cabeza de anciano decrépito, no me harás cambiar de opinión!- adiós respeto al padre...

-¡Cuida esa lengua muchachita!, ¡tú harás lo que yo decida, chiquilla maleducada!- el rey estaba ya muy molesto, su hija nunca la había faltado el respeto de esa manera. Debía hacer algo al respecto, como todo padre. –Vete a tu habitación- ordenó, no valía la pena alargar la discusión, conociendo a la princesa...

Su hija ni dijo nada más, a regañadientes aceptó lo que dijo el rey y se dirigió a su cuarto si dignarse a ver a su padre.

Por otra parte el rey se dirigió a la salida también, pero no a su habitación, pues tenía el castigo perfecto para la jovencita, ya era hora de que aprendiera a ver la realidad y salir de su mundo de fantasía...

Durante su trayecto, la chica comenzó a sentirse mal, no debió hablare así a su padre, no era correcto. Un poco arrepentida la chica llegó a su habitación. Deseaba poder cambiar las cosas, cambiar el pasado, pero no era posible y ella lo sabía.

Pero su tristeza duró poco, pues recordó la razón de la discusión: su padre había ofrecido su mano a un joven noble, que según su padre era el perfecto para convertirse en rey. Durante unos minutos estuvo pensando en lo sucedido desde hace semanas atrás ¿es que acaso no podía tener una charla normal con su padre?, no, tenía que ser sobre bodas y posibles pretendientes... Que se vayan al diablo todos, ella no aceptaría vivir con alguien desconocido y menos tener una familia. Ahora mismo deseaba más que nada no ser una princesa...

Esa tarde no volvieron a hablarse, la hora de la cena llegó y los tres, padres e hija, ya estaban en sus respectivos asientos, su madre estaba preocupada por la situación de ambos y su padre seguía mostrando su mal humor.

Si tan sólo la chica comprendiera que ser una princesa era una gran responsabilidad, no podía tener el lujo de enamorarse como una joven normal y menos vivir sus deseadas aventuras por el reino.

Todos pasan por ello, comprenden la fría y cruel realidad, donde nadie podía tener todo lo que deseaban y que para ello era necesario mucho esfuerzo y trabajo. Eso aún no lo tenía muy claro la joven, pero lo descubriría de una manera nada agradable...

Mientras tanto, la reina no podía comprender muy bien la situación, ninguno de los dos le había contado lo que había sucedido, pero sí de algo estaba segura, era de que habían tenido una discusión, pero no como las anteriores, al parecer había logrado enfurecer a su esposo, pero... ¿Podría intervenir esa vez?, probablemente no, intentaría hablar con su esposo después par averiguar lo sucedido.

La tensión se percibía en el gran comedor, nadie mencionaba palabra mientras comían, siendo una de las cenas más silenciosas que los tres habían presenciado durante mucho tiempo. Aún cuando los tres habían terminado, siguieron sin decir nada e incluso la reina no había querido hablar, pues ella sabía que no era buena idea en esos momentos.

De esa manera terminó el día para la familia real. La joven aprendería que las cosas nunca pasan como quisieran y que las princesas jamás podían tener las libertades que ella anhelaba...

...

Al día siguiente, la princesa se despertó con mejores ánimos que el día anterior, se vistió con un vestido ligero azul claro y bordados blancos, también se calzó unos zapatos blancos y se recogió un poco el cabello, dejando una parte suelto. Al terminar decidió no usar la tiara que sus padres le dieron, así que dejó en el tocador, donde estaría seguro, al menos un poco. Cuando terminó salió de la habitación y se dirigió fuera del castillo, más precisamente al jardín real. A diferencia de otras ocaciones no llevaba consigo algún libro o algún cuaderno. Esta vez sólo tomó asiento y observó la naturaleza. La brisa era fresca, las flores resplandecían gracias a la luz del sol. Los árboles, el cielo, las nubes, todo se veía muy tranquilo, sin duda sería un hermoso día.

Pero el ambiente pacífico no duró mucho, pronto la joven detectó un desagradable aroma que no le agradó en lo absoluto. El humo subía lentamente y se apreciaba que había un incendio, a al menos algo estaba en llamas. No era muy lejos, era cerca del palacio pero la princesa no mostró mucho interés, igual no podría salir.

Como el lugar ya no le parecía tan tranquilo, decidió ir a su habitación, o al menos hasta la hora del desayuno. Durante su trayecto vio al personal cargando grandes cajas de madera. Esto sí que despertó su interés, pero no se le permitió acercarse.

Algo molesta se dirigió a la biblioteca, a buscar algo de tranquilidad en sus amados libros. Al entrar lo primero que hizo fue ir a la sección donde solían estar las historias y novelas que leía, aquellas de aventureros, misterios e incluso cuentos. Pero no estaban allí. Un poco nerviosa continuo buscando en otros lugares, posiblemente los habían cambiado de lugar, pero aún así no los encontró. Buscó en todas las secciones, estanterías, leía los títulos pero no encontraba ninguno de los que buscaba. Desesperada, salió de la biblioteca real y se dirigió a otra habitación, donde también tenía algunos de sus libros. Nada. No encontró nada. Trató de relajarse, tal vez estaban haciendo un cambio, reorganizarían la biblioteca o algo.

-No están aquí- escuchó la voz de su madre. Ella se encontraba cerca de su hija, se había aproximado lentamente sin que Zelda se dio cuenta.

-Tu padre...- pero la reina no terminó su frase. Se podía ver la tristeza en sus ojos –Lo siento mucho, no puede hacer nada...

La chica no necesitó de más explicaciones. El aroma del jardín, las cajas, la falta de aquellos libros... No podía estar más claro, pero no quería creerlo.

Zelda se retiró de la habitación, caminaba con prisa hacia la salida del palacio, sabía que no lograría nada, pero quería intentarlo. Pronto comenzó a correr por los pasillos, aún más preocupada, ¿ese era su castigo?, ¿realmente su padre haría eso?, ¿acaso lo que pedía era demasiado? Arrepentimiento. Ella se arrepentía de lo ocurrido, era su culpa, jamás debió discutir así con su padre, no debió llamarlo así. Aceptar lo que su padre decía, eso era lo mejor, aunque ella no estuviera de acuerdo con él...

La princesa trataba de llegar lo más rápido a las afueras del castillo, todo estaba pasando muy rápido y no tenía tiempo. Cruzó la puerta que marcaba la salida y siguió corriendo tratando de llegar a aquella hoguera que veía a lo lejos...

Lágrimas recorrieron su rostro al estar lo suficientemente cerca. Podía ver cómo se quemaban las páginas, portadas, dibujos... Todo se consumía por el fuego. Los guardias se acercaron a la joven, evitando su paso, incluso trataron de llevarla al castillo pero no lo hicieron. El rey había intervenido. ¿Qué pasaría con la chica?, ella sólo vio como los libros se reducían a cenizas, estaba tan triste, per también furiosa.

-Lo siento, pero era necesario...

Hola!, regresé después de un corto tiempo XD

Se que ste cap es algo corto, pero es sólo el inicio y no tengo mucha inspiración en estos momentos, además no tengo muchos ánimos estos días...

Me siento mal por no poder seguir escribiendo, no he tenido muchas ideas en estos días y siento que tardaré mucho para poder publicar más capítulos, eso incluye las otras historias con las que he estado trabajando.

Pero bueno, por favor denme su opinión, me gustaría saber lo que piensan.

Si les gusta puede que continúe con la historia, pero si no, pues los dejaré así, al menos durante un tiempo.