- Te voy a echar de menos – susurró Dean.
- Dean, vamos… - musitó Sam.
- Lo sé, lo sé – dijo el mayor.
Apretó la mandíbula. Clavó sus ojos en los del tercer cazador.
– Bobby, prométeme que te encargarás de que no le pase nada – pidió con voz solemne.
- Te lo prometo, Dean, te lo prometo, pero ahora tienes que irte, o sino el hombre lobo…
- Sí. Sí, lo sé – interrumpió Dean.
Tragó saliva como si estuviera intentando tragarse su preocupación. Respiró hondo, buscó dentro de si mismo el valor que le faltaba.
- Vale – dijo – Vale.
Se dio la vuelta, caminó un par de pasos y, a continuación, se derrumbó.
- ¡No puedo, no puedo dejarte aquí, cariño!
- ¡Por el amor de Dios, Dean, que es sólo un coche! – gritó Sam y se llevó las manos a la cabeza con un gruñido de frustración.
- ¿Sólo un coche? ¿¡Sólo un coche!? ¡Y una mierda! – contestó Dean y se abrazó al maletero de la Impala - ¡Es mi chica, Sammy! ¡Mi chica! ¡No puedo separarme de ella!
- Que sí, Dean, que lo que tú digas – contestó Sam con voz cansada - ¿Podemos irnos ya?
En lugar de contestar, Dean continuó agarrado a su coche. No sólo eso, sino que además a Sam le pareció oír a su hermano murmurar una declaración de amor y devoción a su coche. Aquello ya era demasiado. Cogió del brazo a su hermano y lo comenzó a sacarlo a rastras del Desguace Singer.
- Hasta luego, Bobby. Volveremos a por el coche cuando hayamos acabado con el licántropo.
- Hasta luego – se despidió Bobby.
- ¡Volveré a por ti, nena, te juro que volveré a por ti! – gritó Dean al coche sin dejar de forcejear con su hermano. Los dos hermanos salieron del desguace.
Bobby suspiró. La próxima vez que los dos hermanos necesitaran un sitio donde guardar la Impala de Dean, tendrían que buscarse otro lugar.
FIN
