¡Buenas! Aquí trayendo un pequeño aporte para el foro Proyecto 1—8, con la actividad "Las dos caras de la moneda". El nombre ya habla por sí sólo, pues se trata de escribir algo valiéndose de dos opuestos relacionados, ejemplo "cielo/infierno" como se mencionó en el mismo foro.

Éste fic hace referencia a dos conceptos: Por un lado tenemos "Fuga" y por el otro, "Detención" o "Permanecer". Es mi primera vez escribiendo algo que no sea romance directo o en un AU distópico, así que espero que sea del agrado de todos!

Sin nada más que aportar, les dejo con la lectura.

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Disclaimer: Digimon no es de autoría mía, pertenece Akiyoshi Hongo y la empresa Bandai. (Si fuese por mí, haría canon al Mimato u.u)

Summary: Bajo la apariencia de una vida ideal y próspera, se esconde una realidad inhumana. ¿Qué es mejor? ¿Vivir entre lujos pero bajo el remordimiento, o vivir en la desolación total pero libre? "—Finalmente, somos libres. —No sabía que estaba cautiva, hasta ahora." AU. MiMato.


El manto oscuro de la noche era el velo perfecto para sus planes, un cómplice ideal que lo resguardaría de lo único que lo mantuvo cautivo en aquel lugar por más de diez años. El motor de la bestia de dos ruedas ronroneaba con cada estirón de la caja motora, como si el sabor de lo clandestino le agradara. No era el único. Se colocó el casco en la cabeza y bajó la visera oscura sobre su rostro, permitiéndole el anonimato que buscaba; de esa manera, con el equipo puesto y la motocicleta ya en calor, sacó del cinturón su único recuerdo de lo que fue y de lo que volverá a ser luego de fugarse de aquel lugar, su calibre 22, el arma que alguna vez perteneció a su padre y estirando el brazo hacia sus espaldas, apuntó el fino cañón negro hacia lo que en la distancia se leía como un blanco, el blanco que daría inicio a su intento de fuga... Claro que, a partir de entonces, dejaría de ser sólo un intento.

Con el apretar el gatillo, la bala fue directo al blanco que lo aguardaba a más de cincuenta metros dando de lleno contra el depósito de municiones descansando al igual que el resto de guardias. El impacto fue inmediato, al igual que la explosión y su propia huida. Aceleró conforme iba abriéndose paso en el área de defensa, el único lugar que tenía una conexión con el exterior, con el mundo que les habían ocultado por tanto tiempo y que ahora, él estaba a tan sólo unos metros de conocer. La distracción de la explosión le daría el tiempo suficiente para rodear el área de defensa y tomar la ruta que se conecta con las afueras de las fronteras de la ciudad. El ruido de las voces y la persecución le hizo ver a sus espaldas como los soldados se percataron de su burla y echaron a correr en su búsqueda. Rio sin disimulo, pues la razón por la que se hallaban correteándole sin oportunidad de alcanzarlo se debía a él y a la anticipada idea de desbaratar sus móviles la noche anterior. Ser uno de los que monta guardia nocturna tenía sus ventajas.

Aceleró aún más y los dejó atrás, visualizando la muralla de piedras negras que contenían al portón de metal, el cual debía abrirse cuando él burlara su contraseña. Casi podía verse entre los árboles y maleza, cobijado en los brazos del mundo que había oído sólo por historias de su madre cuando era muy pequeño, historias que tanto él como su hermano menor amaban oír. Y estuvo a punto de volverlo realidad... Tan cerca.

Detuvo su marcha al verse delante del lector digital donde debía introducir la clave que consiguió del centro de control y así lo hizo, pero en lugar que se abrieran, éstas permanecieron cerradas. Su seguridad y autoconfianza desaparecieron al igual que el color en su rostro.

— ¿Qué demonios...? —se preguntó con la voz quebrada por los nervios. Miró atrás suyo y ya veía acercándose a la manada furiosa de soldados dispuestos a reducirlo a golpes. — Maldita sea. —Volvió a digitar la contraseña con el mismo resultado. —¡No! ¡Ábrete, por favor! ¡Debo encontrarlo, con un demonio!

Pero sólo fueron palabras al aire. Estaba sólo rodeado de los soldados y aunque se resistió a ser arrestado por ellos, le arrebataron su única arma, pero no fue suficiente para mantenerlo controlado, golpeó al guardia que contenía un brazo suyo y propinó otro puño en el rostro al que tenía las esposas eléctricas a punto de sellar la libertad de sus brazos; con aquellos dos en el suelo, aprovechó tal distracción para comenzar a huir del resto de agentes que ayudaban a los dos caídos a incorporarse, pero no llegó muy lejos, su cuerpo dejó de moverse a voluntad para que los excesivos temblores lo sacudieran por completo y cayó al suelo sin contemplaciones, viendo como el cielo oscuro lo iba envolviendo hasta que la oscuridad lo consumió, de la misma manera que lo ocultó hace apenas unos minutos que creía verse libre al fin.


Oía un débil pitido a su alrededor que no supo reconocer a que podía pertenecer, pero fueron suficientes para hacer temblar sus párpados al intentar despertar. El brillo del lugar golpeó sus ojos y fue abriéndolos con lentitud, adaptándose a él. De pronto y al ver la enfermiza blancura que lo rodeaba, los recuerdos de su intento fallido de fuga volvieron a su mente y el impulso de echar a correr y buscar su arma lo asaltaron, pero no logró más que luchar en vano contra unas correas que lo sujetaban las muñecas y los tobillos. Con desesperación, estiró el cuello por ver lo que estaba sucediendo y comprobar lo que ya sabía: estaba anclado a una camilla dentro de una sala blanca con aparatos que lo rodeaban y exhalaban aquel irritable 'beep' marcando el curso de sus latidos. Volvió a intentar librarse de sus ataduras, pero lo único que lograba era lastimarse sólo y desperdiciar la poca fuerza que poseía.

— Deja de hacer eso. —una voz femenina ingresó a la sala sin que él pudiera notar a la puerta abrirse o anunciarse de otra manera. Viró su mirada casi con urgencia hacia ella, reconociendo su figura sentada en la esquina de la habitación con un libro entre las manos. Iba vestida de blanco al igual que el resto de la habitación, siendo el único contraste su cabello castaño recogido en un moño alto, mientras dos mechones caían al frente de forma ondulada. Ella dejó de leer para mirarlo como una niña estudia las acciones de otro, con asombro. —De verdad es sorprendente el deseo que tienes por marcharte, resistes el dolor como si nada. ¿Eres idiota o algo así?

— ¿Quién eres? —inquirió sin paciencia, casi ladrando. Ella tampoco se inmutó, sólo colocó su señalador entre las páginas que estaba leyendo, depositando de esa manera el libro en una pequeña mesa contigua a ella.

Enderezándose, caminó hacia él y se centró en una de las máquinas que se ubicaba hacia su izquierda. Verificó algunas cosas en silencio y luego digitó otros más. Él la observaba de igual forma, intentando comprender lo que pasaba por su mente, pero sin conseguir demasiado. —¿Quién eres? ¿Qué hago aquí? —retomó su pregunta pero ya sin la misma prepotencia de hace un momento.

Ella lo miró por el rabillo del ojo y sonrió ligeramente.

— Mi nombre es Mimi Tachikawa, trabajo de enfermera en el Hospital Central y ésta es, como habían dicho los superiores, tu nuevo "calabozo". —La expresión del muchacho se horrorizó ante aquella última mención, ganándose por parte de Mimi una risita divertida. —No pongas esa cara, no es algo tan malo.

— Me usarán de experimento y luego me matarán. No veo razón por la cual no pueda poner "esa cara" si hablas de horror en ella. —miró al techo blanco y la única imagen que tenía era la de su pequeño hermano menor.

Sintió una mano peinando sus cabellos, era una caricia que hacía tiempo no sentía y se sentía tan extraño con ella. Levantó los ojos hacia la mujer, ésta se encontraba mirándolo con diversión pero sin ser burlona, más bien se fascinaba con su imagen.

— No digas tonterías. Aquí no utilizan personas para experimentar, eso sería ridículo.

— ¿Cómo explicas la desaparición de personas?

Ella dejó de acariciarlo para fruncir el ceño ligeramente, al parecer sin saber qué responder. Ella lo miró a sus ojos azules y luego abrió la boca para responder.

— Las desapariciones no se deben a experimentos clandestinos. Son...

— Son por una cuestión de seguridad. —Tanto Mimi como él miraron en dirección a la puerta por donde cruzó un hombre alto azabache con unas gafas rectangulares. Llevaba una bata blanca y un estetoscopio colgando por el cuello, cargando con una planilla que cautivaba su atención. —Todas las desapariciones fueron catalogados como enfermedades de procedencia desconocida incluso para nuestros conocimientos avanzados. —se detuvo frente a la camilla y por primera vez separó la vista del papel para mirarlo a él. —Un golpe al orgullo médico. —sonrió. —Lo que es realmente llamativo aquí es tu expediente, Señor Ishida...

El rubio frunció el ceño ante su nombramiento.

— Aquí dice que trabajaba como parte de los defensores del frente. Un soldado con un ingreso que llama a la envidia de muchos, vive en un departamento en la zona alta de la ciudad, antes de ingresar como parte de la defensa trabajaba en los laboratorios de inteligencia y seguridad, eso habla bien de sus dotes intelectuales y a pesar de tener tantas cosas por las cuales una persona normal mataría por conseguir, usted... Usted decide huir de aquí. No encuentro una razón lógica para sus acciones, Señor Ishida.

— ¿Acaso entre sus papeles no figura la desaparición de mis padres, el exilio de mi hermano menor como el de mi mejor amigo y las matanzas que se realizaron durante la guerra civil de hace doce años? Si lo hace, entonces no veo razón por la cual me haga tal pregunta, Doctor... —se fijó en el nombre grabado en la bata blanca que portaba. —Kido.

— Si hay algo que mis padres y hermanos me han inculcado es que nunca muerdas la mano que te da de comer. Ya le he dicho, sus padres habrán sido otro caso de aquella enfermedad que azotó a la ciudad hace dos décadas. Mucha gente fue internada y tratada, pero todos acabaron muriendo inevitablemente. En cuánto a su hermano menor y su amigo, habrán participado como miembros de la resistencia al poder absoluto, era inevitable su exilio. La matanza por otro lado fue la consecuencia de los actos bélicos. Habiendo pertenecido en los laboratorios de inteligencia, resulta ser alguien muy tonto si cree que encontrará algo mejor fuera de las murallas que nos protegen de la barbarie del exterior.— miró a la enfermera tendiéndole la planilla que traía consigo. —Encárgate de él, Mimi y cuando termines, ve a retomar tus otras actividades. Pero trata de no conversar mucho con él, —se giró para regresar hacia la puerta del cuarto. —podría contagiarte con aquellas ideas estúpidas.

— Si, doctor.

Cuando el médico se marchó, Mimi redireccionó su atención a la planilla con los datos del rubio. Lo fue leyendo rápidamente para comprobar lo que el hombre dicho: padres desaparecidos y hermano menor exiliado. Tragó saliva con dificultad.

— Tu hermano... ¿En verdad participó de aquella revuelta? —su voz, que en un principio se oyó con jovialidad y dulzura, ahora se la escuchaba temerosa, quizá ante la posibilidad de que aquella pregunta resultara difícil de responder.

El Ishida mantenía sus ojos fijos en el techo cuando la enfermera habló. Recordarlo resultaba doloroso pero el callarlo lo martirizaba y atormentaba. Estar en aquel lugar sólo le recordaba lo débil que fue cuando su hermano más lo necesitaba, así que la única manera de redimirse era huyendo de allí e ir en busca de él.

— Creo haber oído que no puede hablar conmigo, Señorita. Podría contagiarla con mis estupideces.

Ella se mordió el labio inferior con indecisión y luego volteó a ver nuevamente los aparatos.

— Tiene razón.


Mimi fue caminando en silencio por el estrecho pasillo que llevaba a los archivos del Hospital, un lugar restringido hasta para el personal como ella, sólo personas asignadas podían hacer uso de aquella habitación pero a pesar de saberlo, ella no redujo su marcha. Miró a sus espaldas conforme aumentaba la velocidad de sus pasos y llegar de esa forma hasta las dobles puertas blancas con el vidrio empañado para evitar curiosos como ella. Sacó del bolsillo de su vestido blanco una tarjeta de habilitación y la pasó por la rendija de la puerta logrando que de ésta manera se abrieran y le dieran luz verde.

Nunca desconfió del sistema político, ni de las órdenes que éstos mandasen, incluso aquel asunto de la guerra civil le resultaba obra de rebeldes sin sentido de la lógica, tontos anarquistas que querían ver destrucción y muerte; pero cuando aquel hombre llegó al Hospital, Yamato Ishida, ante un caso de intento de fuga frustrado, una alarma interna sonó en ella. Hacía tiempo que los izquierdistas dejaron de mostrar signos de sublevación alguna y todo parecía andar como viento en popa, hasta ése hombre. Revisar su expediente no logró acallar sus dudas y más aún con aquella acusación que cantó sobre que las desapariciones de personas se debieron por experimentos del mismo Estado, algo que resultaría ridículo el siquiera considerarlo sino fuese por aquella supuesta enfermedad que los privó de su libertad. ¿Qué creer? En ella misma, claro. Debía encontrar las pruebas que le dijeran que Yamato mentía o no y eso era lo que haría.

Eludió a muchos del personal al vestirse como una más de ellos, de tal manera que su inclusión no fue notada. Llegó a la sección que deseaba, los Archivos del Historial Médico. Entró a la habitación y para su suerte estaban las luces apagadas y sin personas dentro. Cerró la puerta detrás suyo y fue directo a una de las computadoras para encenderla y averiguar lo que clamaba la incertidumbre. Estuvo allí metida por un buen rato, buscando entre toda la información a disposición algo relacionado con la dichosa enfermedad de hace veinte años y al abrir uno de los documentos casi cayó de su silla al ver todo lo que halló. Sus ojos fueron humedeciéndose al paso que leía, y al mismo tiempo su estómago se retorcía.

— Él... Él tenía razón...

Oyó la puerta abrirse y se volteó violentamente pensando en lo que diría a la persona que la descubrió, aunque para su buena suerte, el médico de Yamato, Shin Kido, se detuvo al verla claramente sorprendido de verla allí.

— ¿Mimi? ¿Qué hace—

— Él tenía razón, Superior... Yamato Ishida tenía razón sobre la experimentación...

— ¿De qué estás hablando? ¡Por supuesto que no es cierto! Te dije que no te dejaras contagiar de sus estupideces. —Ella tomó su muñeca y lo condujo hasta el frente del monitor, dejando que la evidencia calara por sus ojos. El médico se sentó en la silla y leyó atentamente, sin decir absolutamente nada hasta llegar al pie de la página. —Tiene que ser una broma... Ellos... Inventaron los síntomas para capturar personas y experimentar con ellos.

— Cuando las personas se dieron cuenta de ello, se sublevaron y acabaron desterrados.

— Ellos nos utilizan. —siguió diciendo Shin aún sin poderse creer lo que acabó de descubrir. Todas las personas que desaparecieron sólo fueron conejillos de indias, simples animales que los grandes científicos al servicio del Estado experimentaban, vaya a saber uno con qué motivos.

— Siempre lo habían hecho... Y lo seguirán haciendo sino—

— ¿Sino qué? —se giró a verla alterado; ella se encogió de hombros consciente de lo que quería decirle con esa pregunta. Ella no podía hacer nada, o eso creía.

Levantó la vista al médico con claro asombro, ganándose la duda del hombre.

— Sé quién puede hacer algo.


Lo sacaron de su habitación con la excusa de llevarlo a hacerse unos chequeos de seguridad que se traducía como "inicio de los estudios". Su cuerpo ya se encontraba en óptimas condiciones para soportar análisis sin desvaríos en los resultados, así que no deseaban retrasar aún más las pruebas. Iba viendo los focos de techo pasar cuando era trasladado con su camilla por unos enfermeros a una sala que denominaron "sala de examinación" y cuyo nombre ya lo hacía resignarse. La noche anterior lloró en silencio como cuando era niño, cuando pesadillas aterradoras se hacían con su mente rememorando el momento en que sus padres fueron alejados de ellos al tener apenas 6 años. Su hermano era lo único que poseía de su familia y también le fue arrebatado hace doce años. Pensar que le había fallado en aquella ocasión hacía ver a todos los experimentos más inhumanos como lo mejor que le pudo haber sucedido en esos años.

Oyó entonces la voz de una mujer, de aquella enfermera, Mimi Tachikawa, dirigiéndose a sus escoltas, informando que ella se encargaría de trasladarlo al mencionado lugar y tras la verificación correspondiente, la camilla fue entregada y conducida por la mujer. Levantó la mirada y vio a Mimi centrándose en el camino con un semblante serio. No dijo nada hasta que se metieron en una cabina de ascensor destinado para empleados y cuando las puertas de éste se cerraron, ella comenzó a cortar las correas que ataban sus muñecas y tobillos.

— ¿Qué estás haciendo? —preguntó alarmado, pero ella sólo sonrió mientras continuaba con su labor.

— Necesito hablarte, así que cuando se abran las puertas, finge seguir atado. Necesitarás libertad para correr. —él asintió y de esa manera, cuando volvió a abrirse la puerta de la cabina, ella fue empujando la camilla por un largo pasillo vacío hasta una puerta, que tras verificar que nadie los esté viendo, sacó una llave de su bolsillo y la abrió.

La habitación era un cuarto muy descuidado designado como depósito de algunas cosas, estaba oscuro por la falta de iluminación artificial pero resultaba perfecto si quería pasar desapercibida.

— Bien, tenías razón sobre las desapariciones y las pruebas con humanos. —Yamato iba a hablar cuando ella continuó. —Y seguirán haciéndolo si lo permitimos.

— Lo sé. Entiendes por qué me empecinaba en fugarme de aquí, ¿no?

— Sí. Pero no podrás hacerlo sin mi ayuda. —sentenció sonriente, ganándose un suspiro por parte de Yamato.

— Lamentablemente tienes razón, así que habla. ¿Qué quieres a cambio?

— Primero quiero liberar a todos los cautivos en éste hospital, personas que puedan correr peligro, empezando contigo. Así que—

— Espera, ¿todos?— el desconcierto inundó la voz de Yamato, alegando un asentimiento de Mimi. —¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué quieres involucrarte con algo que podría costarte tu cargo o peor, tu vida?

— Porque quiero ir contigo. —Yamato no disimuló su sorpresa al oírla decir eso, entonces ella descendió los hombros con resignación. —Mi madre también fue puesta en cuarentena por aquella supuesta enfermedad, no volví a saber nada de ella hasta que confirmaron su muerte hace unos quince años. Mi padre fue exiliado tras aquella guerra civil. Mi familia entera se desmoronó y la única manera de sobrevivir era creer y hacer todo lo que me decían. Hasta hace poco, pero —ella concentró su mirada en él como si fuese lo único importante en aquel lugar. —tú desconfiaste y tenías razón. Quiero salir de aquí porque sabía que todo este tiempo no hacía más que mentirme, sólo necesitaba dejar de tener miedo a huir, porque quedarme implicaría nada más que sufrimiento y no sólo el mío... Por favor, Yamato, déjame ir contigo.

Él la observó en silencio, intentando descifrar algún indicio que le pudiese decir que aquello era una trampa, pero la enfermera lo miraba con súplica, con aquella necesidad de ser creída y ayudada porque simplemente no tenía otra salida. Ella, al igual que él, ya no tenía nada que hacer en ese lugar. Yamato asintió y ella sonrió agradecida para volver hacia la puerta, seguida por él.

— El Doctor Kido nos aguarda en la sala de incubación, donde el resto de "infectados" se encuentran.

— ¿Él también desea huir? Vaya, eso sí que es divertido.

— Como sea, necesitamos tiempo para convencer a los pacientes de dejar éste lugar. Cuando lo hagamos, debemos ir hasta el subsuelo del Hospital y allí tendremos acceso a las alcantarillas para salir de aquí.

— Creí que la única salida era por la sección de defensa. —ella negó.

— Esa es la única vía accesible y visible. Las alcantarillas son los ductos de desechos que evacuan en una fosa común. Todos los desperdicios humanos y no humanos van por allí, es la zona más peligrosa por la radiación que contiene, así que créeme cuando digo que ni el soldado más valiente querría meterse por ahí.


Volvieron a burlar al personal del Hospital vistiendo batas blancas y tapabocas, cruzando como si fuesen invisibles delante de sus narices, así que llegaron sin problema alguno hasta donde se encontraba Shin Kido: la habitación de cuarenta destinado para personas que se podrían representar un problema para la estabilidad de la sociedad.

— Superior Shin, ¿están listos? —preguntó Mimi al estar frente al médico, pero éste negó con la cabeza.

— Se niegan a dejar el lugar. No los culpo, no me parece nada motivador andar desafiando a la autoridad como ustedes.

— No han pasado lo que nosotros hemos tenido que pasar. —respondió Yamato sin ganas de bromear. Shin no dijo nada, sólo lo miró con severidad. —Bien, marchémonos. No quiero que nos halle si—

— No. —Los dos hombres centraron su mirada en Mimi, así que ella se dirigió al Ishida. —No podemos abandonarlos. No saben la verdad, yo creo que —

— No puedes obligarlos, Mimi. —habló Shin intentando que la muchacha entendiera que todos decidían sus actos. Ella volvió su vista a Yamato y sus ojos suplicaban.

El Ishida no apartó su vista de ella, ella tenía una fuerza en su mirada que lo impedía. Mimi quería verse libre de aquella tortura pero apostaba a todo lo que conocía que nunca se perdonaría a si misma que otras personas se quedaran donde el sufrimiento estaba camuflado de comodidad y falso bienestar. Suspiró y giró sus pasos para adentrarse hasta las camas que albergaban personas, cada una ocupada en sus asuntos, algunos leyendo, otros estaban observando a su alrededor y otros, durmiendo. Cuando el Ishida se abrió paso a su territorio, todos evocaron sus ojos hasta él, curiosos de ver entrar a un médico o al menos a uno que parecía serlo.

— ¡Todos, escúchenme! Sé que les han estado lavando el cerebro sobre que contrajeron una enfermedad sin precedentes ni razón de ser, pero sepan que todo eso es mentira. —las personas dejaron la calma atrás y comenzaron a hablar, cuestionando sus palabras, temerosos de lo que estaba diciendo. Mimi se acercó hasta él y consciente de la negativa de las personas, comenzó a temerle a sus reacciones.

— ¡El que está mintiendo eres tú! —gritó un hombre mayor desde el fondo de la habitación. —¡El Estado jamás nos mentiría!

— ¡Si, de seguro es un rebelde! ¡Largo de aquí, renegado!

— ¡Esperen, no está mintiendo! —trató de callar Mimi pero las personas estaban descontrolándose cada vez más, armando una revuelta en esa sala.

— Déjalos, sabía que era una mala idea. —Tomó la muñeca de Mimi y jaló de ella hacia la salida cuando algunos hombres quisieron apresarlos para entregarlos.

Cuando dejaron aquella habitación, Shin ya no estaba allí, causando decepción en la Tachikawa al ver que su temor era mayor a su lealtad. Yamato no la dejó pensar demasiado al jalar de ella y echar a correr pues los supuestos enfermos clamaban por la llegada de guardias que apresaran a los rebeldes.

Bajaron a toda prisa por unas escaleras de emergencia hasta que el trayecto se acortó lo suficiente para darse la oportunidad de recuperar el aliento. Yamato se recostó contra la pared, respirando con fuerza, intentando recuperarse de aquella corrida maratónica, pues al estar casi una semana en aquella camilla sin posibilidad de movimiento alguno, se sentía como si empezara a caminar nuevamente, careciendo de la gracia y agilidad anterior. El hombre miró fugazmente a la enfermera y vio a ésta cabizbaja, sentada sobre uno de los escalones, claramente decepcionada por la escena reciente. Él la observó un momento y luego se sentó a su lado, llamando su atención.

— Deja de culpabilizarte de esa manera; has hecho lo que pudiste por salvarlos. Si ellos desean quedarse, es cosa suya.

Ella medito sus palabras, dedicándole entonces una sonrisa triste.

— Lo sé, es sólo que... Yo estuve tan ciega como ellos. Si no te hubiera conocido, de seguro actuaría igual...

— Pero no lo hiciste. —sentenció Yamato casi con fuerza imperiosa, ganándose la sorpresa de la enfermera. —tú ya estabas en el borde a punto de lanzarte al vacío, yo sólo te di un pequeño empujón.

— ¿Es egoísta querer alejarse de todo lo que te hace sufrir y dejar atrás a los demás sólo por salvarte? —nuevamente, la fuerza en los castaños ojos de la mujer calaron con fuerza en él, obligándole a apartar la vista.

— Yo lo llamaría "raciocinio" o "instinto de supervivencia", pero tú, a diferencia mía o del doctor ese, pensaste en los demás antes que en ti misma. Que ellos no vean lo mismo que nosotros, es problema ajeno. No te responsabilices por ello.

Sus ojos volvieron a encontrarse pero él ya no los apartó. Ella sonrió entonces, como la primera vez que la conoció al recuperar la consciencia; se puso de pie y comenzó a caminar.

— Andando, aún nos queda otro tramo por recorrer.

Él relajó sus hombros y la imitó, comenzando a correr nuevamente hasta el final del tramo de las escaleras, pero cuando estaban por llegar, oyeron el estrepitoso ruido de las suelas de los guardias bajando por las escaleras en búsqueda suya. Eso sólo logró que aceleraran el ritmo y al estar delante de la puerta, Mimi sacó la clave con que se abriría la puerta al subterráneo, sin embargo al cargar la contraseña, la puerta no cedía.

— ¡¿Qué?! ¡Juro que es la clave correcta! —pero a pesar de sus palabras, la puerta no daba tregua. Yamato intentó también pero sin resultados positivos. —¡Se están acercando!

— ¡Lo sé! Demonios... Es como cuando traté de escapar aquella ocasión. —volvió a intentarlo pero no consiguió cambiar nada. —Alguien cambia la contraseña en el momento que queremos huir... Nos están observando.

Antes de que los guardias dieran con ellos, un zumbido azotó la puerta y ésta se abrió de por sí delante de ellos. Asombrados miraron a la puerta pero no bastó un segundo más para cruzar por ella, separándose de sus captores. Éstos golpeaban la puerta sin conseguir nada más que golpearse a sí mismos, mientras los fugitivos se recuperaban del susto.

— ¿Que acabó de ocurrir? —preguntó Mimi al aire, recibiendo una negativa por parte del Ishida.

— ¡Sigan adelante! —un bramido les llegó desde lo alto, pudiendo observar que en una de las ventanillas de algún piso superior, se encontraba el doctor que creían, les dio la espalda: Shin Kido. Mimi sonrió con emoción al verlo allí, él debió ser quien burló la seguridad para ayudarlos a escapar. —¡Salgan por allí, las cañerías están más adelante!

— ¡Ven con nosotros, Superior! —gritó a todo pulmón Mimi pero el médico sólo le dedicó una sonrisa triste.

— Encuentren a mi hermano, Joe Kido. Logré desperdigar la información que hallamos. ¡Es sólo cuestión de tiempo para que el Estado colapse!

— ¡Ven, por favor! —volvió a insistir la Tachikawa pero era imposible y Yamato lo sabía, así que dedicándole un asentimiento de cabeza al médico en forma de gratitud, tomó a Mimi de la mano para seguir corriendo. —¡No, espera! ¡Él debe venir con nosotros! ¡Detente, por favor, Yamato!

— Si lo hago, su sacrificio será en vano.

— ¿S...Sacrificio? —pero antes de recibir palabra alguna por parte del hombre, el sonido de un gatillo jalándose, cortó todo ruido y toda distracción. El Ishida no dejó que Mimi se detenga, así que la tomó por la cintura para hacerla avanzar y salir finalmente de allí.

Llegaron hasta las cañerías con desperdicios y siguieron el cauce de aquel río nauseabundo, valiéndose de una diminuta acera que estaba por encima del nivel de agua. El trayecto lo hicieron ambos sumados en el total silencio. Yamato se dio cuenta que seguía sosteniéndole la mano a la enfermera, pero no deshizo el agarre pues podía leer en ella que su mano era el último hilo que la sostenía para no derrumbarse. Shin Kido debió ser un gran amigo de la mujer y perderlo sólo acrecentaba el sentimiento de soledad. Miró al frente y siguió caminando.

No sabían por cuanto tiempo habrían estado caminando, pero parecía una eternidad; sin embargo, todo inicio tenía su final. El rugido del agua corriendo dejaba de oírse dentro de aquel ducto para esparcirse a una salida. Yamato y Mimi se miraron con emoción y entonces echaron a correr hasta el inevitable culmen que los aguardaba a unos metros más adelante. La oscuridad dejó de ser tan densa para ir abriéndose paso una luz cegadora provocada por el sol de la tarde, el mejor atardecer que pudieron haber concebido. Yamato se acercó hasta la orilla y vio que el agua caía como cascada en las profundidades de un vertedero oscuro, contaminado por todas las impurezas recibidas de aquellas aguas, pero a pesar de ello, la libertad estaba allí.

— Hay que saltar. —sentenció el Ishida mirando a Mimi, buscando algún atisbo de duda o arrepentimiento en su rostro, sin embargo, ella asintió, decidida a hacerlo. Ella se ubicó a su lado y apretó con fuerza la mano del hombre. —No sabemos lo que nos espera abajo, así que tratemos de saltar en el medio, en caso de que haya rocas en las orillas que puedan herirnos.

— Mira allá. —Yamato siguió el dedo de Mimi hasta lo que parecía ser el recuerdo de un puente colgante, descansando al otro lado de ellos, pendiendo de una altura considerable gracias a unas ruinas vecinas revestidas en musgos y hongos. —Está lejos, pero creo que es mejor que aventurarse a un pozo sin fondo.

Yamato observó la situación y comparó las opciones. En definitiva, ella tenía razón. Sería menos riesgoso que adentrarse a lo desconocido de aquellas aguas contaminadas con todo tipo de sustancias.

— Debo de estar loco por hacerte caso. —ella rio y jaló de él para retroceder lo suficiente y necesario, ganando velocidad y alcance a la hora de saltar. —Bien... ¿Preparada? —Mimi asintió y tras la cuenta de tres, ambos comenzaron a correr con todas las fuerzas que sus piernas les permitían hasta que el esfuerzo les hirviese en el trayecto.

El salto de fe lo dieron al mismo tiempo y a pesar de la velocidad con que se arrebataron del canal cloacal, su caída pareció ir con suma lentitud. La idea de no lograrlo era un susurro que intentaban ignorar conforme caían, hasta que Yamato tomó parte de las cuerdas que formaba el recuerdo del puente ya caído; en ese momento, vio a Mimi muy lejos de poder conseguirlo y de esa manera, se estiró lo suficiente para tomar la muñeca de la enfermera con su mano libre, salvándola de una caída fatal.

Ella levantó su rostro humedecido por las lágrimas de terror, que fueron reconfortadas al verlo sonreír.

— Dijiste que vendrías conmigo, ¿no? Cumple tu promesa. —Ella comenzó a dar rienda suelta a sus lágrimas, pero sin dejar de sonreír. —Bien, subamos.

Ayudó a Mimi a tomar la soga por donde él se sujetaba y de esa manera comenzaron a trepar por el puente hasta hacerse con una superficie sólida que casi besaron luego de aquellos segundos de terror. Ambos recostaron su espalda contra el suelo y se mantuvieron de esa forma mirando el cielo degradado entre tonos cálidos y nubes deambulando a paso lento, dejando que sus almas volvieran a su cuerpo.

— Nunca... —habló Mimi con la respiración entrecortada. —nunca creí hacer esto...

— Es curioso... Yo lo soñé por doce años. —Mimi giró su rostro hacia él y tocó su rostro con sus manos. Él cerró los ojos cuando su caricia llegó, claramente consciente de la agradable sensación que le producía su tacto. —Finalmente, somos libres.

— No sabía que estaba cautiva, hasta ahora. —pronunció Mimi con emoción. La mujer se reincorporó para observar a su alrededor para después posar su vista en Yamato. Él la imitó y fue estudiando su entorno, cerciorándose que la presencia de árboles era nula, lo único que existía sobre la tierra era un suelo seco y sin vida, a lo lejos se leía el contorno de edificios deteriorados y una civilización habitada solamente por escombros, deshechos y olvido.

Losing my reasons, no lies to believe in

Left the obscure to the means of escape

Core has been shaking, there's no more pain to break me

Time has commenced and I long to awake

Al ver aquel desmotivador panorama, a su mente llegó el recuerdo de su madre y de la canción que cantaba cuando los arropaba por la noche a su hermano y a él, una canción de cuna que se la repetía a sí mismo desde que se separó de él, como si fuese una promesa, una en donde la pesadilla vivida acabaría por fin.

When you think there's no way out

Leave everything behind

You can live your life anew

Miró a sus espaldas y vio la figura de la ciudad próspera y de gran esplendor que dejaron atrás, donde uno claramente desearía vivir; y aunque comparase ambas realidades —una ciudad llena de avances y falsa prosperidad con un sitio inhóspito y olvidado—, él no cambiaría absolutamente nada por la libertad que sentía al estar en aquel reino de deterioro total.

What I left behind

Another night of weary dreams

What's been left behind?

Another time where days of late are far away

Far away

— Busquemos a nuestras familias... —la voz de Mimi lo trajo a la realidad y asintiendo a sus palabras, comenzó a caminar a su lado en dirección a los edificios destruidos y en busca de la libertad que sólo consiguió al dejar atrás todo lo que conocía y todo lo que alguna vez llegó a ser, porque él ya no lo necesitaba; de ahora en más, las cosas cambiarían y él lo haría con ellas.

Dark days behind me

Won't ever break me now

Mimi volvió a tomar su mano y Yamato entrelazó sus dedos con los de ella. Una pequeña sonrisa adornó sus rostros. Por más que hayan pasado poco tiempo juntos, él se había acostumbrado a tenerla cerca, ahora más que nunca. No sabían lo que les estaba deparando el camino hasta aquella ciudad abandonada de Dios, pero daba por sentado que no descansarían hasta hallar a sus seres queridos y rescatar a todas las personas que en la ciudad vivían; tenían la esperanza de que la verdad sería devuelta al pueblo manipulado por el Estado con la muerte del Doctor Shin Kido, pues no podrían enmascarar un asesinato como aquel en un lugar público. Su muerte no sería en vano y tampoco olvidada. Encuentren a mi hermano había pedido y así lo harían, no descansarán hasta hacerlo.

No, ya no importaba lo que encuentren más adelante, los miedos dejaron de ser un impedimento al cruzar la línea que los alejaba de la ciudad. Ellos seguirían escapando de las ataduras hasta verse completamente libres.


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Notas Finales:

La canción mencionada al final del fic es "Delirium" de Epica :3

Espero que les haya gustado. Como les mencioné, es mi primera vez escribiendo una temática de ésta índole. Espero sus comentarios al respecto!

Me despido deseándoles una bonita jornada! Besos!~

P.D.1: Lamento la demora con mi otro fic, lo subiré enseguida! TAT

P.D.2: Lamento no haber respondido los comentarios en mi otro one—shot, lo haré también! xDDD