Notas: Todos los personajes y situaciones pertenecen a George R.R Martin.
La Princesa Gris
Le habían dicho que su padre sería rey y ella lo creía. Era severo y estricto, pero justo y leal. Podría haberla matado, mandar que la tiraran por la ventana, no reconocer su parentesco, cuando nació, rojiza y arrugada, maldita por la psoriagris. Pequeña y llorona, le había dicho el Maestre Cressen. Pero en lugar de aquello, la había abrazado y besado su frente, serio pero contento por tener entre sus manos a su heredera.
Le había enseñado a leer y a montar. Le traía regalos y la iba a visitar a veces, pese a lo que decía su madre. Le apenaba ver aquel brillo triste en sus ojos cuando la miraba, como si se arrepentirse de haberla hecho nacer, de haberla tenido en sus brazos, de quererla. Le dolía saber que nunca sería hermosa, que las manchas de su piel jamás curarían, que no sería bella y querida, que todos la mirarían con miedo y desprecio por su aspecto.
Porque los niños la rehuían y los adultos a penas la miraban, aunque ahora fuese princesa y su padre el rey de Westeros.
