Esta historia es una comisión a pedido, la escribimos en conjunto con YAOI´BLYFF, por favor pasen por su perfil y vean sus historias que son maravillosas. Es mi hermana del alma y sin ella esto no sería posible.


Disclaimer: Los personajes no nos pertenecen, son de Isayama Hajime, pero la historia es de nuestra total invención.

Advertencias: Una historia un poco sad, pero nada que no puedan afrontar, mención de alcoholismo, abusos, violencia doméstica, palabras vulgares y altisonantes, eso es todo.


Nota de autor: Esta historia le pertenece a "Angelicacuario Beatlemaniaca" y a "Dante Ackerman", perfiles de Facebook, GRACIAS HERMOSAS! Estamos disfrutando a lo grande para escribir este fic, gracias por confiar en nosotras!

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Sé paciente y resiste; algún día este dolor te será útil.

"Recuerdos prestados" (2008), Cecelia Ahern

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La alarma despertó a Historia de un pesado sueño. Abrió los ojos para pronto cubrirlos del fuerte sol con la mano. Bostezó un par de veces mientras se sentaba de a poco. Se tocó el pelo, rubio, algo seco pero brilloso, enredado, y suspiró: tendría que darse un baño. Se levantó del colchón con energía, siempre era así, sin importar qué. Eligió unos shorts floreados que habían pertenecido a una prima de su mamá haciendo juego con una remera rosa y blanca de mangas cortas. Se vería linda. Aunque Historia se veía linda usara la ropa que usara.

Era bajita, compacta, pero su cuerpo se había desarrollado hermosamente, algo que había heredado de su madre. Sus senos, para tratarse de una adolescente de apenas 16 años, eran grandes, y su cintura ya se había moldeado. Cualquiera que viese sus curvas al desnudo sospecharía que se trataba de una chica de más edad, a pesar de no llegar al metro sesenta. Sin mencionar que tenía un talento natural para seducir, tanto era así que ni ella lo notaba. Sus penetrantes ojos celestes combinaban con cualquier atuendo, y el sutil maquillaje que elegía día a día definía con delicadeza cada rasgo de su cara, logrando que fuera difícil no caer en su hechizo.

Se dio una ducha rápida, evadiendo como podía la sensación punzante del agua helada. Demoró lo menos que pudo. Si bien había perfeccionado el soportar el efecto del agua fría sobre su piel, seguía siendo algo molesto. Una vez seca, cambiada y peinada, salió del baño. Su madre seguía dormida en el sofá, y agradeció a todos los santos el poder salir antes de que despertara. Se fue a paso rápido. Le mandó un mensaje a Ymir diciéndole que estaba casi lista, y que en diez minutos podía pasar a buscarla. Caminó veloz hasta el edificio amarillo del centro y se recostó sobre una de las paredes mientras esperaba a que su amiga apareciera.

A los minutos Ymir llamó la atención de Historia con un bocinazo. Ymir no se lo diría a Historia, pero hacía más de media hora que la estaba esperando en la esquina de ese edificio. Presentía que toda esa actuación era más que un simple juego para su amiga, y la verdad, tampoco era como si alguien saliese herido al ayudar a cubrirla. No se iba a arriesgar, pues era muy afortunada de poder disfrutar la compañía de la rubia de esa manera, y no quería meter la pata hablando de más. Verla subir a su auto cada mañana era un regalo del cielo del que no pensaba privarse en absoluto.

Además, cuando estaban a solas Historia se reía de estupideces, se le escapaban sonrisas de a montones, y no escondía nada, pero apenas entraban al instituto su semblante cambiaba. Era como si quisiera poner una barrera ante el mundo. Ymir la entendía… a su manera. La popularidad no era algo fácil de manejar, e Historia, aunque no lo dijera en voz alta, vivía de ese tipo de atención.

Claro que ahí era donde Ymir entraba en acción: se consideraba una especie de guardiana de la rubia, y la defendía a capa y espada de cualquier metiche que no estuviera a su altura. Por eso es que aprovechaba el viaje, aprovechaba a esa Historia, la genuina, la que no usaba máscaras ni intentaba ser quien no era. Hablaban siempre de cosas del colegio. A veces compartían anécdotas de cuando salían, aunque lo hicieran rara vez.

Otra cosa que Ymir aprovechaba de esos momentos era la intimidad para poder regalarle cosas. Historia siempre lo apreciaba. Encontraba satisfactorio poder hacerla feliz con uno que otro presente que, además, sabía que ella atesoraría y cuidaría mucho. Le hacía feliz ver el rostro de la rubiecita cuando se sorprendía, cuando algo la dejaba perpleja, y no le costaba nada lograrlo con simples gestos, a veces cosas materiales: su estatus económico se lo permitía. Sabía que Historia no compartía su amistad con ella sólo por los regalos, de hecho no era por los regalos, ya que en un principio se negaba rotundamente a aceptarlos, era por la confianza. Bastaba mirarse para conocer mucho de la otra, para notar si estaban tristes, contentas, si algo grave pasaba, y esta conexión es la que Ymir valoraba ante cualquier cosa.

—Abre la bolsa del asiento trasero. Regalo por tu cumpleaños— mencionó con un atisbo de indiferencia, aunque lejos de eso estaba.

Historia miró el asiento y notó una enorme bolsa blanca con el nombre de una cara marca de zapatos en ella. Tomó la bolsa y la depositó en su regazo, mientras miraba de reojo a su amiga y meneaba la cabeza. Ymir era un caso imposible.

—Ymir... mi cumpleaños es en tres meses. No debiste...

—Es una pequeñez— comentó ignorando el tema como si en verdad lo fuese. Claro que al ver la cara de Historia irradiar luz le fue inevitable sonreír como si hubiera hecho algo bueno por el mundo.

Historia también había aprendido a aceptar esas muestras espontáneas de cariño de parte de su amiga. Si bien al principio la ponían un poco incómoda, más que nada porque ella no podía retribuirle de la misma manera, aprendió que Ymir se ofendía muchísimo si ella no los aceptaba: se deprimía. Incluso una vez se distanciaron porque le dijo que la había herido con su desprecio.

Ni modo, era mejor aceptar, porque además notaba cómo la más alta se ponía de buen humor cuando esto ocurría. Además, ¿a quién iba a engañar? Su amiga tenía un gusto exquisito para hacer regalos, y las pocas cosas que podía estrenar se debían a ella.

—Gracias. Me encantan.

Eran unos stilettos negros con punta violácea. Historia se quitó los viejos para poder ponerse los nuevos, guardando los otros en la mochila. De alguna manera le quedaban bien, aunque su atuendo fuese blanco y rosa.

Cuando llegaron al colegio la rubia bajó primero. Esperó a que Ymir estacionara y empezó a caminar ni bien vio que su amiga se le acercaba. La apuró con un ademán y una última sonrisa.

Al entrar, su semblante cambió. Su cabello rubio, inmaculado, se volvió lo más importante, con aires de grandeza avanzó, enredando su dedo índice en uno de esos mechones de oro, imponiéndose, a pesar de su baja estatura. Quienes estaban ahí le clavaron los ojos, algunos con admiración, otros con desprecio. No todos se aguantaban a esa "mocosa malcriada", como muchos solían llamarla. Ymir suspiró y la acompañó, nunca abandonando su lado. Historia tenía sus razones para ser como era...

Se dirigieron a sus casilleros, atravesando el amplio pasillo que a esa hora estaba lleno de alumnos yendo y viniendo. Muchas chicas apostadas a los costados la saludaban con falsa amabilidad, mientras la rubia les devolvía el saludo, o no, de acuerdo a lo que creyera mejor.

Ymir notaba sus rostros llenos de envidia y malos deseos, era innegable que muchas de las chicas no la soportaban. Pero ahí estaba Historia, con su expresión de "no me interesa tu triste vida", llevándoselas por delante y demostrándoles que su opinión le importaba tres carajos.

Ymir se sentía orgullosa de eso. Pensar que antes a Historia le afectaba la opinión de los demás… vivía pendiente de cómo la miraban y sufría bastante si es que la excluían de los grupos o si se hacía evidente su desprecio. Tuvo que aleccionarla, ayudarla, fomentar un poco su amor propio y ahora cada paso que daba retumbaba como el caminar de una gigante, y el resto... sólo era aplastado por esos stilettos.

Llenaron sus mochilas con algunos libros y útiles de los casilleros para dirigirse al salón de Lengua y Literatura, y una vez en el aula se sentaron casi al fondo, donde Reiner y Berthold ya las estaban esperando. A Ymir le caía pesado Reiner, el capitán del equipo de fútbol. Era un gorila engreído y se notaba a leguas que quería conquistar a su amiga, y eso era motivo suficiente para ganarse su rencor continuo.

—Hola, preciosa— saludó con ese vozarrón que parecía una pedrada dentro de una lata.

—Reiner, Berth, ¿terminaron la tarea?

Ymir ni siquiera abrió la boca, cabeceó en respuesta al saludo y se quedó al lado de Historia tratando de no matar con la mirada (de nuevo) al estúpido gorila de hombros anchos.

Continuó el día como de costumbre. El temple de Historia era admirable. En su cabeza repasaba sus 99 problemas, pero nadie sospechaba de lo que la chica estaba pensando.

Mientras aparentaba prestar atención a la pizarra, notó que a su short se le estaba a punto de descoser la puntilla y entró en pánico. Pidió permiso para ir al baño y llevó con ella un pequeño bolso de mano. Una vez sola, habiéndose asegurado absolutamente de que no hubiese nadie más, se encerró en uno de los cubículos y se quitó la prenda. Sacó del bolso un carrete de hilo blanco y una aguja y se dedicó a coser como pudo la puntilla para que se dejara de romper. Después vería qué hacer, si resignarse a no usar más ese short, o modificarlo. La verdad, odiaba tener que tirar su ropa.

Habiéndolo arreglado lo mejor que pudo se lo calzó de nuevo. Salió para mirarse al espejo, y satisfecha de que no se notaran los hilos, volvió a clases, a paso pesado. Si bien a veces se aburría, prefería estar en el colegio. Allí estaba segura...

Soñando despierta, Hanna le llamó la atención, y vio cómo todos estaban juntando sus cosas.

—¿Te enteraste?

—¿De qué?

—De lo de Rita y Michael, el conserje. Parece que él la perseguía y le mandaba mensajes, cuando ella ni le había pasado su número. Lo echaron hoy. Ella se fue a quejar con la Dirección varias veces hasta que por fin le hicieron caso. El tipo estaba obsesionado con ella.

—No, no sabía... qué feo.

—Horrible. Siempre me pareció un rarito ese hombre. Viejo verde, menos mal que ya no trabaja más aquí.

Historia asintió. Pocas veces le prestó atención al conserje, la verdad es que no le interesaba dedicarle su tiempo a ese hombre, pero sí tenía que admitir que el bigote anchoa lo hacía parecer más raro de lo que era.

Por otro lado, Historia entendía perfectamente lo que era ser acosada. Le había pasado un par de veces a lo largo de sus años de secundaria. El episodio más fuerte lo tuvo con un compañero que no paraba de elogiarla al punto de ponerla incomoda. Todos en el salón se reían y nadie tomaba en serio sus quejas, hasta que un día el chico la siguió a su casa, tuvo que poner una denuncia para que frenara todo. Desde ahí que Ymir siempre insiste en acompañarla.

La joven era consciente de su belleza natural, era algo fácilmente notable que siempre resaltaba entre el resto del alumnado, que mucha gente quería estar con ella, tener su atención, y aunque había cambiado su forma de ser y ahora se mostraba más reacia, no siempre los demás entendían las indirectas. O las directas. Por esto agradecía muchísimo que Ymir estuviera respaldándola, cuidándola, protegiéndola. Muchas veces se había preguntado si Ymir sólo sentía amistad por ella... o si había algo más. Por lo pronto, no iba a darle más vueltas al asunto. Estaba agradecida de tener a alguien como su amiga a su lado. Si la miraba con otros ojos, eso ella no lo sabía, ya que por su lado, Ymir nunca había intentado nada. Jamás se había desubicado.

—Pobre Rita— soltó en un suspiro—. No sabía que la estaba pasando tan mal.

—Pero lo bueno es que habló— dijo Ymir—. Y eso ayudó para que destituyeran a ese pervertido. Ayudó a que no se aprovechara de otros, porque esta gente asquerosa nunca tiene a una sola víctima.

—Sí, fue muy valiente de su parte.

De pronto, interrumpiendo la charla, Hange, la profesora de química orgánica, llegó con su usual sobrecarga de energía y en un santiamén llenó el pizarrón de fórmulas y explicaciones durante una larga hora. Era mucho, y todavía era demasiado temprano como para complicarse tanto la existencia. Historia no era tonta ni vaga, pero las matemáticas, la química y la física eran materias que prefería evadir. Simplemente no podía concentrarse en todos esos números teniendo que estar pendiente de lo que pasaba en su casa. Prefería lo artístico, lo que tuviera que ver con el despertar de su lado creativo. Después de todo, sobrevivía gracias a su capacidad de crear situaciones diferentes a las reales en su cabeza. Tanto lo había perfeccionado, que era capaz de hacer que el tiempo pasase más rápido, y en un cerrar de ojos, la clase de la señorita Hange había terminado.

No le preocupaba no haberle prestado atención a una sola palabra, sabía que Ymir la ayudaría, su amiga siempre estaba ahí.

Ymir le señaló uno de los garabatos que había hecho en su cuaderno de apuntes.

—Ese me gusta, tienes que ponerle colores— le susurró cómplice. Historia quiso sonreír, pero debía mantener las apariencias, por lo que sólo asintió.

—Quiero crear una colección nueva-bah, de hecho, ya empecé— le contó en susurros—. Estuve trabajando en eso, cuando la tenga lista te la mostraré.

—Bien, chicos, ya saben, hagan la tarea —se escuchó la voz estridente de la profesora por todo el salón—. Especialmente si quieren contar con puntos extras para el examen de la semana entrante.

¿Examen? ¡Diablos! Ni siquiera había prestado atención a esa información ¿Ya iban a tener un examen? Hange era muy buena en su especialidad, pero a la vez podía ser una tirana cuando de evaluar se trataba. Historia adeudaba su materia desde el año anterior y en verdad no quería sumarle este año también, pero para ser honestos había arrancado desaprobando el primer trimestre y el segundo, ¡uf!, y ni tenía idea lo que estaban enseñando. Tendría que pedirle ayuda a Ymir de nuevo, al menos tenía la carpeta completa. El problema con su amiga es que a veces explicaba todo a las apuradas y no siempre podía seguirle el ritmo, en resumen, la paciencia no era su fuerte, y eso que sabía que con ella tenía un trato especial. Ni modo, iba a tener que pasar por ese proceso de nuevo, no podía desaprobar otra vez, o estaría en serias dificultades.

De sólo imaginar que la profesora la haría cursar clases de recupero en las vacaciones de invierno se le erizaban los vellos del cuerpo. No, gracias. Ya no podía postergarlo más, tenía que hacer algo al respecto. Le gustara o no. No era como si su madre fuera a regañarla por no tener buenas calificaciones, de hecho a su madre le importaba un pepino si ella aprobaba o no, solía decirle que era una pérdida de tiempo que fuera a estudiar, que de todas maneras terminaría de fregona, seguramente limpiando la mierda de otra gente en los baños de la terminal de ómnibus.

Claro que no. Historia tenía sueños, tenía ambiciones, y sabía que era necesario completar este primer paso de su vida satisfactoriamente para poder seguir avanzando hacía una formación profesional. Era terca y obstinada, y aunque algunas cosas le costaran, no dejaría de intentarlo con todas sus fuerzas.

Guardó los útiles con desgano. Si bien era temprano, cada vez faltaba menos para volver a casa, para que su madre le pinchara esa burbuja de fantasía. Dos clases más y habría terminado. A veces se sentía como Cenicienta a media noche. Claro que sin el príncipe. Debía ser de aquellas pocas personas que se sentía feliz de ir a clases y que se deprimía cada vez que venían las vacaciones, pues esto suponía tener que aguantar a su progenitora las veinticuatro horas del día. Un total y completo martirio.

Cuando se acercó la hora del almuerzo, llegó con ella otra de sus grandes frustraciones. Apenas sí encontraba algo que llevarse a la boca por las noches en su casa, mucho menos tenía recursos suficientes para hacerse un almuerzo o comprárselo. De todas formas a esas alturas ya estaba bastante acostumbrada a estar sin almorzar.

Por lo general, bebía grandes cantidades de agua para sentir un poco de saciedad, o, cuando podía, compraba chicles que se los pasaba masticando hasta que perdían completamente su sabor y se desarmaran en su boca: era mejor que sentir a su estómago rugir. Y, muchas veces también, Ymir, su gran salvadora, compartía su almuerzo con ella.

Ymir de verdad era un ángel generoso y amable en su vida, aunque más de una vez le rechazaba las invitaciones porque no quería sentirse una carga para ella. No era justo que su amiga siempre tuviera que salvarla. A veces el engreído de Reiner le regalaba un chocolate o un postre, y siempre se los aceptaba, lo que provocaba los irremediables celos de Ymir. Historia se divertía por la forma en que ambos discutían.

Esta vez había conseguido del gorila un pan de naranja mediano. Reiner se lo había regalado en la mañana. Historia aprovechó el lindo día que hacía para comerlo. Se fue hasta la grada verde del campo de fútbol, y se sentó justo debajo de un manzano que le brindaba una sombra agradable. Había podido perder unos minutos a su genial pero intensa amiga, y quería respirar un poco, pensar, estar en paz. Estar con ella misma.

Miró a un costado y vio a Pamela con su novio Chad, besándose mientras se tomaban de una mano, se reían y parecía que el sol brillaba un poco más para ellos. Qué lindo, tener a alguien para compartir de esa manera, que te abrace y te cuide y te ayude a salir de los problemas, pensó.

Comió despacio mientras se concentraba en un punto fijo del suelo. No sabía cómo, pero algún día haría realidad todos sus sueños. Con ayuda de alguien o sola, de alguna manera iba a poder.

Pocas veces se ponía a pensar en el asunto de tener un novio. Sabía que tocar ese tema con Ymir era para fastidiarla, de manera que sacaba sus propias conclusiones en la soledad de sus pensamientos. Lo cierto era que los chicos de su edad sólo pensaban en sexo. Cuando la abordaban le miraban los pechos en vez de la cara y se deshacían en halagos vacíos que parecían copiados de algún poeta mediocre. Siempre era igual. También temía terminar como su madre, que algún galán le endulzara los oídos y terminara aprovechándose de ella, dejándola con una bendición que le arruinaría sus años hasta morir.

Bueno, los hijos no eran tan malos, esa era la perorata que tenía que fumarse todos los días en su casa, la que su madre no dejaba de restregarle constantemente, al punto que las frases ya se las sabía de memoria. Había madres buenas, como la vecina Carlota que era pura sonrisas y amabilidad con sus tres hijitas. Algunas personas eran tan afortunadas en tener esas madres. Aunque también entendía a la suya, no la justificaba, pero llegaba a comprenderla, que todo el dolor que tenía guardado se lo bebía a través de sus vinos baratos. Claro que si no hubiera golpes sería más llevadero.

Para cuando el timbre avisó el fin del recreo, Historia ya se había puesto de pie. Limpió las migajas de su short y se apresuró a volver al aula. Si había algo que no le gustaba, eso era el tumulto de gente. Si bien parecía disfrutar ser el centro de atención... bueno, no era tan así. Caminó por el largo pasillo a paso apresurado, y cuando estaba por entrar a su aula fue que lo vio.

Aminoró la marcha unos instantes, no quería verse tan obvia. Un hombre salía de la oficina del director. Era bajo, pero no tanto como ella; parecía delgado, aunque las mangas remangadas de su camisa mostraban unos firmes antebrazos; y tenía un corte de pelo estilo militar que le quedaba muy bien. No había visto antes ese corte, los chicos en el colegio usaban peinados extravagantes, con mucho gel y volumen… realmente desastroso. De repente, como llamándolo con su mirada, el hombre la miró también. Sus ojos se notaban claros desde la distancia, y ella pudo jurar que vio cierto brillo en ellos. Un refilón de luz le bañaba el rostro blanco y adusto, con un rictus serio, pero a la vez tranquilo. Definitivamente debía ser extranjero, porque nunca había visto rasgos como esos antes. Era atractivo, agradable de ver. Pero en cuando el hombre enarcó una ceja, se dio cuenta de que probablemente lo estaría mirando de una manera demasiado obvia, por lo que Historia abrió grande sus ojos y miró la puerta de su aula con rapidez y algo de vergüenza de haber sido descubierta. Se preguntó quién sería. Tal vez se trataba de un nuevo profesor, aunque no estaba segura de que contratasen a alguien en pleno junio. ¿Tal vez vendría a reemplazar a alguien? Sí, tal vez fuera eso, cubrir alguna licencia. Fue hasta su pupitre sin quitarle la vista a la puerta, con la esperanza de verlo pasar por el cuadrado de vidrio desde su lugar, pero, desafortunadamente, aunque esperó y esperó, el hombre no pasó. Se mordió el labio para evitar que una sonrisota se apropiara de toda su cara. ¿Quién era? Quería saber...

Estuvo distraída el resto de la clase, nada nuevo. De todas maneras de nada le iban a servir las hipotenusas para solucionar algo en su vida. Miró a través de la ventana del salón y vio cómo el sol comenzaba su descenso y le llenaba los ojos de naranjas y amarillos. Se preguntaba con quién se encontraría al regresar. ¿Con su madre violenta, gritona, que le rompía las cosas o le tiraba con lo primero que tuviera a mano?, ¿o tal vez con su madre fría y taciturna, esa que la ignoraba y deambulaba por la casa como alma en pena? ¿Cuál sería esta vez? Esperó que fuese la última.

Historia no tenía otros parientes con los que se relacionara, al menos ninguno que ella conociera o que su madre hubiera mencionado antes, más allá de esa prima que a veces le regalaba ropa y que apenas sí la había visto en fotos. Lo que sí sabía era sobre su padre, ya que su progenitora lo mencionaba a diario, lamentándose de haber perdido su amor a causa de haberse quedado embarazada accidentalmente.

Ese hombre era un político influyente, con costosos y desagradables anillos de oro y piedras preciosas en sus regordetes dedos, con una sonrisa falsa pintada de sol a sol para figurar ante las cámaras (¿de él había heredado esa habilidad, tal vez?), autos lujosos, y casas de ensueño. Mientras ellas… ellas estaban comiéndose las uñas para no morir de hambre.

Más de una vez había intentado ponerse en contacto, al menos para conseguir una mensualidad ya que de hacerse cargo de su paternidad ni se podía hablar. Era un hombre de palabras bonitas y vida vacía, llena de mentiras para aparentar lo que no era. Está de más decir que nunca había conseguido nada de él, por más que le prometiese algo de atención. Eso siempre quedaba en la nada, eran puras habladurías, pura fachada. Tal como ella, y el sólo pensamiento de parecerse a su padre la sumía en el asco y el repudio de su propia persona. Por eso siempre era mejor olvidarse de su realidad. Le dolía, pero no le quedaba más opción.

Cuando la jornada por fin terminó, Historia recogió todas sus cosas. Ymir la estaba esperando en la puerta. Si bien no compartían todas las clases, siempre se iban juntas.

—¿Estás bien?— preguntó su amiga al ver que la rubia no paraba de mirar por todos lados, como si estuviera buscando a alguien.

—¿Eh? Sí... ¿por?

—Pareces distraída. ¿Perdiste algo?

Historia negó y trató de esconder una pequeña sonrisa que amagaba con salir. Ymir sería su mejor amiga y compartía muchas cosas con ella, pero decidió que la anécdota del profesor nuevo se la guardaría. Se preguntaba cuándo volvería a verlo. Esperaba que fuese pronto.

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By Luna de Acero and Yaoi´Blyff


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