Después de todo el verano sin publicar nada debido a una combinación de falta de tiempo e inspiración, por fin vuelvo con otro fic de nekotalia. Otra vez he vuelto a dejar una historia apartada y escribirla a tirones cuando me sentía inspirada. Odio hacerlo porque siempre acabo yéndome por las ramas, añadiendo cosas, liándolo todo y nunca sé si ese resultado es el que quería o si se me ha ido la olla en el proceso
La historia está situada en un universo alternativo donde todos los personajes son gatos (qué universo tan maravilloso :3)
Quiero dar las gracias a A-chan por dedicarme un poco de tiempo de sus vacaciones para hacer de beta. Y por tener tanta paciencia conmigo y mis bloqueos creativos. Bueno, también por ser un encanto ^^
Disclaimer: Hetalia no me pertenece y no lo hará nunca, yo me limito torturara la gente con mis historias.
Ya estaba anocheciendo, pero todavía había luz suficiente como para poder encontrar bastantes transeúntes por la calle. Sin embargo, el gato sabía que ni siquiera a plena luz del día había muchos humanos por aquella zona de la ciudad. Era un laberinto de aceras sucias, paredes descoloridas y baldosas desgastadas que ya estaban en ese estado mucho antes de que el gato naciera. En aquel lugar, más que de los humanos había que preocuparse de otros gatos callejeros, de perros e, incluso, de algunos pájaros con mucho temperamento.
En la calle, los gatos debían tener mucho cuidado allá a donde fueran e incluso España, que no destacaba por ser especialmente atento y cuidadoso, siempre caminaba con los sentidos alerta. Por eso el leve tintineo que venía de detrás de los cubos de basura no le pasó desapercibido. Se detuvo y giró la cabeza en la dirección de la que provenía el sonido, acción que fue seguida casi de inmediato por otro tintineo. Eso confirmaba que había algo escondido entre esos cubos y que le estaba vigilando desde que entró en el callejón.
El lugar del que provenía el ruido estaba detrás de tres cubos metálicos de basura colocados formando un triángulo. Aunque no podía ver nada debido a los contenedores y a las bolsas negras de basura que había apiladas a su alrededor, el espacio que quedaba entre los cubos y la pared de ladrillo no era muy amplio, así que la criatura que se escondía detrás no podía ser muy grande. Ese tranquilizador pensamiento fue lo que le impulsó a acercarse a él.
En cuanto dio un par de pasos, las bolsas de basura se agitaron, lo que demostraba que su observador era consciente de que había sido cazado y trataba de huir. Pero antes de que tuviera oportunidad de hacerlo, España dio un par de saltos y se subió a uno de los cubos de basura.
Y desde allí, acurrucado junto a las bolsas de basura, vio a un pequeño gatito, poco más que una cría. Salvo por unas manchas color chocolate, su pelaje era de color gris, pero el pelo estaba estufado y pegajoso debido a la roña. El gato alzó la cabeza para mirarle y España sintió un escalofrió recorrerle desde los bigotes hasta la cola al ver por primera vez los vivos ojos color miel que se le quedarían grabados en la retina para siempre.
-¡Aléjate, estúpido! –le gritó el felino. Su cuerpo entero estaba temblando de miedo, pero aún así parecía que encontraba fuerzas para sonar desafiante -¡H-Hay otros muchos gatos más grandes que yo cerca de aquí y basta con que dé un grito para que vengan a despedazarte!
España comenzó a reír en voz baja. No pudo evitarlo, la forma en la que el enfado y el desprecio se combinaban con el miedo en la cara de aquel gato formaba una mueca que le resulto sumamente divertida, además de adorable. El animal se dio cuenta de su risa y su irritación subió a tal nivel que incluso dejó de temblar.
-¡¿Tú de que te ríes?! Si te crees tan valiente baja aquí, bastardo.
España dedicó una mirada cariñosa al otro felino.
-Si me invitas…
El gato dio un salto desde el cubo hasta la pequeña montaña de bolsas que se encontraba junto al animalito de color gris. El pequeño dio un brinco de sorpresa y después retrocedió hasta encontrarse con la pared. España sintió una opresión en el pecho al ver su cara de pánico y esa sensación se intensificó al darse cuenta de lo terriblemente delgado que estaba. Prácticamente era todo mugre y pellejo y no pudo evitar preguntarse a sí mismo cuándo fue la última vez que ese cachorro comió algo.
Él había sido así una vez. Todos lo que habían nacido en la calle habían sido así una vez. Pequeñas bolas de pelo que a penas podían caminar del hambre y el cansancio, que tenían que pelearse con las ratas para alimentarse de las sobras que otros ya habían desechado. Carne de cañón para perros y gatos adultos, que solo conseguían encontrar un lugar en aquel mundo si sobrevivían lo suficiente para poder representar una amenaza para el resto de animales callejeros.
Pero él era fuerte y no había estado solo. No parecía el caso de aquel cachorro. Por lo menos no parecía tener ninguna herida, lo que quería decir que los demás animales no le habían molestado.
-Dime, ¿cómo te llamas? –preguntó.
El gato bufó y se apretó un poco más contra la pared.
-Yo soy España –dijo, como si el otro no hubiera ignorado su pregunta.
El felino le observó con cautela unos segundos antes de decidirse a abrir la boca.
-Romano –se limitó a decir. Aunque todavía estaba receloso, le tranquilizaba la idea de que un depredador no se presenta formalmente antes de atacar a su presa.
-¿Hay alguien más contigo? –preguntó España, mirando a ambos del callejón, como si buscara a esos gatos grandes de los que había hablado Romano.
El gato gris bajó la vista y murmuró algo con voz tan débil que solo podrían haberle escuchado las latas de refrescos que había tiradas en el suelo junto a él.
-Perdona, no te he oído.
-He dicho que estoy solo, maldición –dijo con una mueca de disgusto –. No me hagas repetirlo. Antes estaba mi hermano, pero se lo llevaron.
-¿Te refieres a los humanos?
Romano asintió levemente.
-Habíamos ido a un parque, esperando conseguir algo que comer. Pensábamos que no había nadie, pero llegó una familia con dos crías. Ellos cogieron a mi hermano y no… no pude hacer nada.
España sintió como si toda la tristeza que reflejaban esas últimas palabras fuera suya en lugar de pertenecer a Romano. Por un momento esos ojos molestos habían brillado humedecidos.
-Estoy seguro de que no. ¿Pero por qué no te cogieron a ti también?
El gato dio un respingo ante la pregunta y apartó la mirada.
-Conseguí escaparme de ellos. Hace ya unas dos semanas de eso.
España trató de bajar de las bolsas de basura para acercarse a él, pero Romano sacó las uñas, lo que le indicó al otro gato que quizás era mejor invitar al otro a que diera el primer paso.
-No creo que sea seguro que te quedes más tiempo aquí solo –dijo –. Puedes venir conmigo. Si quieres, claro –se apresuró a añadir al ver la mirada del gato gris.
-Sí, por supuesto ¿te crees que soy estúpido? Solo esperas a que me acerque para atacarme.
España abrió la boca, pero luego pensó que era inútil tratar de explicarle a Romano que si quisiera hacerle daño lo habría hecho desde el principio. En lugar de eso, retrocedió, trató de poner la cara más inofensiva que pudo y dijo:
-Juro que no te haré nada si vienes conmigo. Es más, prometo que a partir de ahora yo cuidaré de ti y me aseguraré de que nadie te haga daño y de que nunca te falte de nada.
Romano volvió a dirigirle una larga y reflexiva mirada, pero estaba vez en sus ojos se veía algo más que recelo, también había curiosidad.
-No necesito que nadie cuide de mí. Me las he arreglado sin ayuda hasta ahora y puedo seguir así.
España suspiró con pesadez. Aquel cachorro era el gato más cabezón que se había encontrado hasta el momento. Pero no iba a rendirse tan fácilmente. No era solo que no se sintiera capaz de marcharse y dejar a Romano a suerte, es que no quería hacerlo.
-Claro que te irá bien solo. Sé que te puedes cuidar solo, pero soy yo el que te necesita a ti –en ese momento Romano alzó las orejas –. Veras, no tengo ninguna cría y ya soy un gato mayor y sentimental que necesita sentar cabeza. Me harías un gran favor si vinieras conmigo a hacerme compañía –dijo tratando de sonar lo más convencido posible.
Romano pareció evaluar un momento su propuesta y España se sentó a esperar pacientemente. Cuando el más pequeño hubo tomado una decisión, se levantó y se acercó al montículo donde se encontraba el mayor.
-Quiero tres comidas al día y siesta –exigió con voz autoritaria.
-Hecho –respondió España con una sincera sonrisa.
-Entonces iré contigo –sentenció, saltando a uno de los cubos de basura para salir de su refugio.
España también bajo y le indicó con un gesto que le siguiera. Echó un vistazo disimulado a Romano. El pequeño gato le seguía de cerca, pero las piernas le temblaban un poco al caminar. Volvió a sentir un malestar parecido al que sentía cuando uno de sus amigos estaba enfermo y herido, pero más fuerte y más cerca del pecho.
-Oye, bastardo –resopló Romano cuando llevaban un rato caminando –. Vas muy rápido, maldición.
-Perdona –dijo España, que había intentado mantener un ritmo tranquilo para no cansar al pequeño, pero que al parecer no lo había conseguido –. Quizás deberíamos hacer una pequeña pausa.
Romano se tiró al suelo, sin molestarse en responderle. España se colocó a su lado y sintió una inmensa alegría al ver que el otro no le rechazaba. Ahora que estaba más cerca, pudo ver una gran mancha negra en el morro de se nuevo protegido.
-Tiene la cara sucia.
-¿Qué? ¿Dónde? –preguntó, restregándose el rostro con la pata.
-Aquí.
España acompañó su respuesta con un lametón. Romano abrió mucho los ojos y prácticamente dio un salto hacía atrás de la impresión.
-¿Eh? ¿Qué he pasa ahora? –preguntó España, desconcertado.
-¡I-idiota! –le insultó Romano, todavía con el pelaje erizado –¡No te tomes esa clase de libertades conmigo!
España musitó una disculpa y se dejó caer pesadamente sobre el suelo, abatido. Parecía que se había topado con un compañero especialmente difícil de tratar.
Solo tras haberse tranquilizado un poco y después de limpiarse la mancha del morro, Romano volvió a acercarse a España.
-¿No vas a decirme adónde vamos?
-Ah, es verdad. Normalmente suelo vivir con una manada de gatos, en un patio situado entre dos edificios. Hace tres días que me fui a cazar por mi cuenta, pero no suelen moverse del allí.
-¿Más gatos? –preguntó, inquieto –Estúpido, no me dijiste que iríamos con un grupo grande.
España notó los nervios de Romano. Seguramente, el cachorro jamás había formado parte de una manada, puede que ni siquiera hubiera conocido a muchos gatos callejeros en su corta vida.
-Tranquilo, son todos muy agradables y te acogerán bien si vienes conmigo. Solo un consejo.
-¿Cuál?
-No te acerques mucho a Francia.
OoOoO
Al final, el encuentro con la manada fue mejor de lo que Romano y el propio España esperaban. Después del viaje juntos, el mayor de los gatos había empezado a conocer mejor a su protegido y temía que al ver a los demás empezara a insultarlos indiscriminadamente o le entrara miedo y echara a correr. Pero, para su eterno alivio, no ocurrió ninguna de las dos cosas y Romano supo comportarse. Por lo menos hasta que todos lo aceptaron en el grupo.
Afortunadamente para el pequeño, la manada no era muy grande y se sentía cómodo en ella, aunque no todos le cayeran bien. Francia, el gato de abundante pelaje blanco contra el que España le había advertido, era el único del grupo al que no soportaba de ninguna manera. Era un gato presumido y cabeza hueca que básicamente solo pensaba en dos cosas: perseguir gatas y cuidar su pelaje. Romano odiaba lo engreído y pegajoso que podía llegar a ser, pero tenía que soportarlo más de lo que deseaba porque no solo era parte de la manada, además resultó ser uno de los mejores amigos de España.
Su otro amigo era un gato albino llamado Prusia. Al principio a Romano le pareció bastante intimidante, sobre todo por la cicatriz que le cruzaba el ojo izquierdo, pero pronto descubrió que más bien era un personaje bastante ruidoso y cómico y por muchos aires de superioridad que se diera, nadie le tomaba en serio. Al igual que España, Prusia tenía un protegido, pero éste no era otro gato, sino un pequeño pájaro amarillo. Al parecer, el albino lo había encontrado cuando se calló del nido y, en lugar de comérselo como habría hecho cualquier otro gato, Prusia decidió adoptar al pollito que, sorprendentemente, sobrevivió a sus cuidados.
Prusia solía pasaba con ellos la mitad del año, el resto del tiempo su pájaro y él se marchaban con otra manada. Romano les pudo ver una vez, cuando pasaron una temporada cerca de dónde ellos vivían. La manada estaba compuesta por tres felinos. Uno de ellos era un gato marrón oscuro y blanco muy estirado y de aires aristocráticos, lo que al parecer se debía a que durante la mayor parte de su vida se había criado con los humanos. El segundo macho era el hermano de Prusia, aunque no había nada que lo sugiriera: aquel gato negro no solo era grande y musculoso, también era formal y tranquilo, como si la naturaleza lo hubiera hecho con todas las características que le sobraron después de crear a Prusia. A pesar de eso, le cayó tan mal o peor que el albino. El último miembro era una hembra muy alegre y activa, pero a la vez muy extraña. Era muy cariñosa con él y eso no le desagradaba, pero no le gustaba la manera en la que se quedaba mirando a España y a él cuando estaban juntos o las extrañas preguntas sobre su relación que solía hacerle. Pero al menos tenía que reconocer que era la que más le gustaba de los tres, aunque solo fuera porque tenía la costumbre de golpear a Prusia varias veces al día.
Aquellos dos gatos idiotas hubieran resultado insoportables, sobre todo al juntarse con España, si Romano no hubiera tenido a Bélgica. Ella era la única hembra del grupo y era sin duda la gata más hermosa que Romano había visto jamás. Tenía un precioso pelaje blanco y unos ojos verdes que resultaban tan cálidos como los de España. De hecho, los dos gatos se llevaban muy bien porque ambos eran alegres y optimistas, pero en el caso de España eso se debía a que era un idiota sin remedio y en el de Bélgica a que era una chica dulce y divertida. La gata se había quedado encantada con Romano desde el momento en que lo vio por primera vez y desde luego el sentimiento era mutuo. Para Romano ella fue era mezcla entre madre y hermana mayor y a ella acudía cuando el "Bad Cat Trio" (así se autodenominaban Prusia, Francia y España) era especialmente molesto.
En la manada había un quinto miembro, aunque Romano no podía decir mucho de él. Ni le gustaba ni lo detestaba por el simple hecho de que a penas le conocía. No lo vio hasta que no llevaba dos meses con la manada, por el simple hecho de que pasaba la mayor parte del tiempo vagando solo. Era un gato de color canela, grande y con el pelo siempre despeinado, formando extraños picos sobre su cabeza. Siempre llevaba una mueca de disgusto en la cara y era difícil escucharle más de dos frases seguidas. Romano se sorprendió al descubrir que era el hermano de Bélgica.
A pesar de que Holanda pertenecía a la manada, no solo estaba la mayor parte del tiempo lejos de ella, sino que cuando regresaba se encerraba en sí mismo. El gato solo se comportaba de una forma normal cuando estaba con Bélgica. A Francia y Prusia parecía soportarlos, pero desde luego no ocurría lo mismo con España. Aquellos gatos parecían odiarse de verdad y eso a Romano le resultaba incompresible. Era fácil detestar a España, de hecho era casi imposible no hacerlo, pero no creía que se pudiera odiar a alguien tan simple como un niño. Y sin embargo, la tensión entre esos dos se podría haber cortado de un zarpazo. Romano nunca había iniciado una conversación con él, ni había mostrado el menos interés en hacerlo, pero tenía la impresión de que Holanda le despreciaba aunque solo fuera porque era el protegido de España.
Parecía increíble que unos gatos tan extravagantes y dispares pudieran permanecer unidos o incluso sobrevivir, pero de alguna forma, ellos eran una manada y Romano aprendió a convivir con todos ellos.
Bueno, y luego estaba su relación con España.
A poco tiempo de conocerse, Romano comprendió que había sido una estupidez tener miedo de él: no había visto gato más bobo en toda su vida. A Romano le desesperaba de verdad. Para ser un gato callejero que tenía que luchar para sobrevivir, era bastante simple y despreocupado, siempre llevaba puesta su estúpida sonrisa en la cara y se dejaba mangonear fácilmente por sus amigos. Supuestamente había prometido que le cuidaría, pero a veces dudaba que España fuera capaz de cuidar de sí mismo.
Solo una vez, tan solo una, a Romano le pareció ver la auténtica naturaleza de España. Fue un tiempo después de haberse conocido. El pequeño gato se había alejado del grupo y, aunque no lo admitiera, no sabía como volver junto al resto. Entonces, un enorme gato se había cruzado en su camino y, sin razón alguna, le había atacado. Por un momento Romano creyó que aquella vez no conseguiría salir con vida, pero entonces, como si hubiera presentido que su protegido estaba en peligro, España llegó y se enfrentó al otro gato. Romano nunca había acompañado a su protector a cazar ni le había visto pelear con más animales, así que se quedó asombrado de la fiereza del felino. Aunque el otro gato era más fuerte y casi el doble de grande, España luchaba con un arrojo especial que Romano no había visto nunca y que jamás pensó encontrar en él. Mientras le veía pelear contra el agresor hasta que éste salió corriendo, Romano tuvo la sensación de que aquel era otro gato con el pelaje de España, uno que le daba incluso miedo, pero que le provocaba una fascinación que no lograba entender.
Pero luego, cuando todo terminó, la fantasía se rompió y aquel gato volvió a ser el bastardo de siempre. Sin embargo, Romano no se podía quejar. Como prometió, España se ocupaba de él: le traía comida, cuidaba de que no le faltara de nada y le defendía si tenía problemas con otros gatos de la zona, así que Romano podía vaguear y dedicarse a vivir a cuerpo de rey. Sus únicas ocupaciones eran dormir, pasear, cazar algún pájaro o un ratón para no perder la práctica y jugar con Bélgica o, si se ponía muy pesado, con España. Así que prácticamente no había diferencia entre él y un gato doméstico, solo que en su caso, el que le cuidaba y le daba todos sus caprichos era un miembro de su especie.
No solo eran sus cuidados. Además de ocuparse de sus necesidades, España también le animaba cuando estaba deprimido, quitaba importancia a sus, indiscutiblemente abundantes, defectos y cuando Romano estaba especialmente irritable, España era el único que se quedaba a su lado y soportaba su mal humor, por mucho que él fuera el miembro de la manada al que Romano más insultaba. Y todo ello sin perder jamás su sonrisa.
Bajo las atenciones de España y Bélgica y soportando con más o menos paciencia a los demás, Romano creció rápidamente. Si España o algún otro lo miraba, les resultaba difícil reconocer al escuálido y sucio gato que se unió a la manada. Ahora era mucho más grande, aunque nunca llegó a serlo tanto como España o los demás machos del grupo y, gracias a la esmerada alimentación que le procuraba su jefe y a que no necesitaba cazar ni hacer demasiado esfuerzo físico, estaba bastante rellenito. Qué no gordo, por supuesto, pobre del que tratara de insinuarlo. Además, al tener mucho tiempo libre, podía dedicar todos sus esfuerzos a cuidar su imagen. Ya hacía mucho que resultaba difícil encontrar una sola muestra de suciedad en el pelaje de Romano, que siempre estaba perfectamente peinado y reluciente. Al principio, cuando se empezó a operar aquel cambio en él, a España se le caía la baba cada vez que lo veía (y a otros muchos gatos también, solo que ellos sabían disimular mejor) lo que le valió más de una paliza por parte de Romano. Lo cual no quería decir que no disfrutara al saberse admirado por su protector.
OoOoO
Aquel día, España, Francia y Prusia habían estado más insufribles que de costumbre. Habían conseguido robar varias piezas de carne del carro de una mujer que venía del mercado y lo habían celebrado por todo lo alto. Los únicos que no habían participado eran Holanda, que parecía hasta furioso de que España fuera el que más carne había traído, y Romano, que básicamente se había dedicado a rechinar los colmillos mientras veía como Bélgica no dejaba de felicitar a España por su buen trabajo. Qué podía decir, ambos eran muy cercanos y sabía que era normal que la gata admirara a España y se lo hiciera saber, estaba acostumbrado a la actitud amistosa de los dos. Pero no estaba acostumbrado a una actitud tan amistosa. No entendía qué demonios pasaba dentro de su cabeza, pero no podía dejar de desear que los dos gatos se separaran de una vez. Bélgica era casi como una hermana mayor para él y no soportaba que le prestara más atención a otro gato, especialmente si ese gato era España. Como tampoco soportaba que éste se pasará el día con sus amigos y no le dirigiera más de dos palabras.
Por eso, cuando se hizo de noche, decidió que si iba a ser ignorado, al menos debía ser porque él lo quisiera y se fue a caminar. La manada vivía en el jardín trasero de un bloque de edificios ruinosos, la mitad de los cuales estaban vacíos y se podían refugiar en ellos si llovía o hacía frío. Romano pensó en ir al viejo parque, un lugar que había descubierto poco después de unirse a la manada. De día solía estar lleno de vida, pero de noche era un lugar muy tranquilo, aunque a veces aparecieran pequeños grupos de humanos, muy ruidosos, que resultaban molestos. Romano solía ir a ese parque cuando algo le molestaba, o cuando estaba de tan mal humor que no toleraba ni la presencia de España, o simplemente cuando necesitaba estar solo. Pero para ir al parque había que andar un buen trecho y no le apetecía. Así que se limitó a dar vueltas hasta que se cansó y se subió a un banco de madera, donde se echó y comenzó a acicalarse. Aquella noche la luna llena brillaba con un tono amarillento y soplaba una frisa fresca que aliviaba el calor del verano. Romano no recordaba haberse sentido tan tranquilo desde hacía mucho. Claro que aquella situación no podía durar.
-¡Romano!
El aludido dio un brinco y se puso en posición de huida, buscando con la mirada a su agresor. De un ágil salto, un gato blanco y marrón se subió al banco con él.
-Ah, solo eras tú –suspiró alivio. A continuación, le propinó un zarpazo.
-¡Ay! –exclamó España, sobándose la zona herida con la pata. A pesar de su exagerada mueca de dolor, solo había sido un zarpazo de advertencia – ¿Por qué has hecho eso?
-¡Porqué me has dado un susto de muerte, bastardo! –dijo Romano, enfadado –Te he dicho que no me molestes mientras me lavo.
Dicho esto, el gato gris volvió a tumbarse y continuó su baño donde lo había dejado, ignorando a su compañero.
-No deberías alejarte tanto de la manada –dijo España tras un rato observando como el gato se limpiaba –. Sabes que últimamente han estado rondando muchos humanos por esta zona. Humanos de los que se llevan perros y gatos.
-Al diablo con todo. Puedo cuidar de mí mismo –respondió sin apartar la vista de su tarea, que en ese momento consistía en limpiarse las orejas con la pata.
España continuó mirándole ensimismado un poco más, hasta que se acercó a él y le lamió la oreja con cuidado.
-¡¿Se pude saber que haces, bastardo?! –exclamó Romano, apartándole de un empujón.
-Ah, Romano, no seas así –dijo España, dedicándole la más inocente de las sonrisas -. ¿Por qué no me dejas que te lave, como cuando eras pequeño?
-Tú mismo lo has dicho: porque ya no soy pequeño. Y no hace falta que sigas comportándote como "mamá España" conmigo.
-Puedes seguir creciendo todo lo que quieras, pero siempre serás mi cachorro. Aunque te hagas tan grande y gordo como un sofá.
-Odio que me sigas tratando como si… ¡¿Qué has dicho, imbécil?! ¡Yo no estoy gordo!
Antes de que España pudiera empezar a reír y decir lo adorable que estaba Romano con aquella expresión de enfado, éste le saltó encima. Forcejearon un rato, pero ambos sabían que España seguía siendo más fuerte. Cuando el mayor decidió que el otro ya había jugado lo suficiente para calmarse, le tumbó en la madera del banco y se colocó encima de él, impidiéndole el movimiento.
-¿Qué decías, Romano? ¿Qué ya no eres un cachorro?
-¡Es que no lo soy, bastardo! Algún día seré lo suficientemente fuerte para darte una buena paliza. ¡Ahora suéltame!
-Lo haré si me llamas "jefe"
-Ni de coña –fue la respuesta del menor.
-Oh, vamos, hace tanto tiempo que no te escucho llamarme así.
-¡Porqué no quiero hacerlo! Es estúpido y degradante. ¡Y solo tenía gracia cuando yo era una cría!
España trató de insistir un poco más, pero sabía que aunque se quedarán así toda la noche no conseguiría que el gato cediera, así que en cuanto se cansó se levantó y se sentó al lado de Romano.
-Estupendo, me has despeinado –dijo el gato gris, lamiendo una de sus patas y pasándola por su cabeza –. Ahora tendré que volver a empezar.
-Romano –el aludido se giró, pero se contuvo de decir nada al ver la expresión repentinamente seria de España –. En unos días me iré de caza por un tiempo. Quiero aprovechar también para explorar una zona que he encontrado, quizás sea un buen momento para mudarnos, ahora que este lugar ya no es tan seguro.
-¿Qué dices? ¿Te vas otra vez? –exclamó Romano. Si no hacía ni un mes que había vuelto –¿Por cuánto tiempo?
-Un par de días, como mucho.
-Eso dijiste la última vez y no apareciste en una semana.
-Si tanto te molesta, puedo posponerlo.
El gato gris bufó. Sabía que era estúpido intentar convencer a España para que se quedara. Ellos eran gatos, podían unirse cuando la situación lo requería o incluso agruparse en manadas para sobrevivir, pero todo lo que hacían juntos lo hacían para el propio provecho o porque no les quedaba otra alternativa. Un gato, por muy rodeado que esté de otros gatos, lleva la soledad por dentro. En la manada todos necesitaban de vez en cuando un tiempo para estar solo. Él que más se marchaba era Holanda, aunque es verdad que cuando estaba era tan hosco y distante que ya parecía que formara su propia manada aparte. España a veces se marchaba a cazar por su cuenta, Francia se pasaba la mitad del tiempo a la caza de gatas y Prusia entre viaje y viaje a veces se alejaba para pasar unos días en soledad, con la única compañía de su pollito. La que más tiempo estaba en la manada era Bélgica, quizás por ser hembra o quizás porque era la más cariñosa y fraternal, pero no solía alejarse mucho del resto.
Incluso Romano a veces se sentía agobiado y se escapaba a su parque para poder pensar con tranquilidad. Así que no podía reprocharle nada a España. Pero es que desde hacía un tiempo el gato se había aficionado a sus excursiones en solitario y éstas cada vez duraban más. No podía evitar recordar con nostalgia cuando era un cachorro y España nunca se apartaba de su lado. Cierto que en aquella época el gato podía pasarse el día entero pegado a él como un grano en el trasero hasta que Romano sentía que se ahogaba, pero la alternativa le gustaba aún menos.
El bastardo era un pesado y demasiado cariñoso, no solo dentro los estándares de los gatos, pero por mucho que a Romano le gustara estar solo… prefería saber que España seguía allí esperándole para cuando quisiera volver.
-Si vas a irte, hazlo ya, pero no te pongas sentimental –le espetó Romano con indiferencia –. Pero si vuelves a tardar tanto, seguramente yo ya no esté aquí cuando regreses.
-¿No? ¿Y adónde irás? –preguntó España.
-A cualquier otra parte, lejos de pervertidos y de bastardos sin cerebro. Llevo un tiempo pensando en abandonar la vida callejera y convertirme en un gato doméstico. Podría acercarme a una de esas casas elegantes que hay lejos de aquí, a una donde viva una gran familia de humanos. Con lo guapo y elegante que soy, estoy seguro de que me adoptarían de inmediato.
-Te aburrirías enseguida. Esa vida no está hecha para nosotros.
-¿Ah, no? Comida caliente todos los días, una cesta cómoda donde dormir y cojines blanditos con los que jugar. ¿Crees que no es mejor que vivir en la calle y coger las cosas de la basura?
-Esa vida sería perfecta para ti si fueras un perro. He conocido a algunos gatos domésticos: los que han nacido así no tienen ningún problema porque no conocen otra vida y los que comenzaron siendo callejeros a veces se rinden y acaban acostumbrándose. Pero otros se resisten a dejarse domesticar. Los gatos no estamos hechos para la vida casera, al menos no de forma permanente. Nosotros nacimos para la libertad, eso es el espíritu de ser gato.
-Pues creo que yo no tengo ese espíritu, porque sinceramente me muero por una taza de leche caliente y un sofá de verdad que arañar.
-Quizás solo eres demasiado joven para sentirlo –dijo España con despreocupación.
-¿Otra vez con lo mismo? –protestó Romano, mirándole con fastidio.
España le dio un lametón cariñoso y se levantó.
-Deberíamos volver con los demás.
-Ve tú si quieres, yo estoy muy a gusto así –respondió Romano, escondiendo la cabeza entre las patas como si durmiera.
-Está bien, pero no te quedes mucho. Recuerda lo que te he dicho, esta zona no es tan segura como antes.
España bajó del banco y pronto despareció detrás de una esquina. Romano alzó la cabeza y miró la luna. Fantástico, ahora su preciosa noche había quedado arruinada y ya no tenía ánimos ni para terminar de lavarse. No sabía por qué, pero últimamente cada vez que hablaba con España acababa con una extraña sensación de tristeza. Quizás sí que era mejor que se fuera un tiempo, pero por alguna razón no quería que lo hiciera.
Y además, nunca se sentía tranquilo cuando España se marchaba de caza. El otro gato debía saberlo o por lo menos sospecharlo, ya que cuando le anunciaba que se iba, Romano solía ponerse especialmente arisco. Al parecer España solía achacarlo a la preocupación, por eso antes de irse siempre le prometía que tendría cuidado y que no se alejaría mucho. Por supuesto España jamás había sido capaz de captar los detalles sutiles de la gente, por eso a pesar de ser, junto a Bélgica, el que más conocía a Romano, no comprendía que su malestar iba más allá de la preocupación por su seguridad.
Romano no podía decir a nadie lo que pasaba por su mente, no solo porque no tuviera a quién contárselo, sino porque no se sentía capaz de explicarlo, ni siquiera a sí mismo. Y es que no tenía sentido, era un miedo estúpido e infantil además de irracional. Pero no podía evitar sentir miedo de que España le remplazara.
Si se ponía a pensarlo, tampoco era tan ilógico. ¿No había sido así como se habían conocido ellos dos? España vio un día a un cachorro sucio y lastimoso muerto de miedo entre la basura y su sensiblero corazoncito, tan impropio de un gato, se había apiadado de él. Pero ahora ya no era un cachorro, las pocas cosas adorables que se podían encontrar en él, si es que de verdad las había habido alguna vez, habían desaparecido hace tiempo. ¿Y si en una de esas excursiones su protector encontraba a otro gato? ¿Y si se encariñaba de él, lo llevaba con la manada y se olvidaba de Romano? No sería raro, al fin y al cabo, el gato gris no había hecho nada para tratar de permanecer en el corazón del mayor. Si acaso, todo lo contrario.
Un gato más joven, más adorable, más dulce… bueno, eso en realidad no era difícil. Con que tuviera un pelo bonito y tratara bien al idiota sería más que suficiente. Él no tenía ni había tenido nunca nada que ofrecer y tampoco podía hacer nada para remediarlo. Quizás debería haber aprovechado el tiempo con su hermano para aprender algo de él.
Sintió un nudo en el estómago al recordarlo. Trata de no pensar nunca en Feliciano, porque por mucho tiempo que pasara seguía sintiendo el mismo dolor al invocar su recuerdo. El último día que pasaron juntos permanecía fresco en su memoria, porque aunque una parte de él quería olvidarlo e incluso fingir que nunca había tenido un hermano, otra parte se negaba a hacerlo.
No habrían ido al parque si no hubieran estado completamente muertos de hambre, porque aquel no era un lugar viejo y deshabitado como el parque que Romano visitaba en la actualidad, si no que siempre estaba lleno de familias humanas. Veneciano y él siempre trataban de mantenerse alejados de los humanos, pero el parque era uno de los mejores lugares para encontrar comida. Aquella tarde el lugar estaba completamente desierto y pensaron que sería su oportunidad. Su error había sido confiarse, se animaron al descubrir la cantidad de bocadillos que los cachorros humanos habían arrojado a la papelera. Por eso bajaron la guardia y no vieron a la familia humana hasta que ella les vio a ellos.
Además de los padres había dos cachorros muy ruidosos. En cuanto los gatos repararon en su presencia trataron de escapar, pero los cachorros se les echaron encima y les entró el pánico, sobre todo a Romano. En lugar se salir de allí y volver a su callejón, su reacción fue tratar de trepar al primer árbol que encontró y al verle, Veneciano le imitó. El problema no solo era que aún eran muy pequeños, sino que incluso para su edad eran dos gatos rematadamente torpes.
Cuando parecía que iba a lograr alcanzar la rama más baja y subirse a ella, Romano se resbaló y cayó, haciendo perder el equilibrio a Veneciano. Para cuando se dio cuenta, el más pequeño de los cachorros humanos estaba allí y, a pesar del golpe, Romano pudo ver como cogía a su hermano en brazos.
De haberse tratado de él, hubiera mordido y arañado todo lo que se le hubiera puesto al alcance hasta quedar libre, pero su hermano no era así y apenas pudo forcejear y llorar pidiendo auxilio. Romano trató de ponerse en pie, pero se sentía mareado del golpe y se había hecho daño en una pata. Solo pudo contemplar impotente como el cachorro humano, con Veneciano en brazos, corría a reunirse con el resto de su familia. No podía entender lo que decían los humanos, pero su lenguaje corporal era lo suficientemente expresivo para que Romano imaginara de qué estaban hablando. Los dos cachorros miraban a sus padres suplicantes y no paraban de parlotear. Los padres se interrogaban entre ellos, parecían que estaban dudando en tomar una decisión. La madre se agachó para ver más de cerca a Veneciano y éste soltó un grito, tratando de esconderse en la chaqueta del cachorro que lo sujetaba, aterrorizado.
Aunque Romano también se moría de miedo, estaba preparado para echar a correr en su ayuda con pata herida o sin ella. Pero la hembra se levanto y Romano hubiera jurado que sonreía. O quizás no, las expresiones faciales de los humanos eran muy complicadas, pero se dirigió al macho y tras un intercambió de palabras en lenguaje humano, éste suspiró con resignación. El macho dirigió una larga mirada a Veneciano y después, para desconcierto de Romano, se echó a reír y acarició al gatito, provocando que éste se estremeciera visiblemente. Los cachorros comenzaron a dar brincos de alegría. Parecía que los humanos estaban encantados con Veneciano.
Entonces, el mayor de los cachorros se dio la vuelta y clavó su mirada en Romano. El gato sintió que se le erizaban los pelos de la cola, y más sabiendo que en su estado no podría huir de ellos. El cachorro dio unos golpecitos al hombro de su hermano, quien también se volvió y sonrió al ver a Romano. Veneciano asomó la cabeza y le llamó varias veces, pidiendo ayuda, pero ahora el gato gris estaba más preocupado por su suerte. Los cachorros comenzaron a dar tirones al abrigo del padre, sin parar de chillar y de señalarle. Romano tuvo un mal presentimiento.
El padre le miró con el ceño fruncido. El gato sintió un escalofrió y trató de retroceder, pero al volver a apoyar peso en la pata trastabillo y cayó al suelo maullando de dolor. El macho le siguió examinando durante un rato, hasta finalmente negó con la cabeza. Los cachorros protestaron un poco, pero se marcharon sin rechistar, mientras el menor abrazaba con fuerza a Veneciano, que no paró de llamar a su hermano hasta que estuvo demasiado lejos para que pudiera escucharlo.
Pero Romano todavía podía escuchar la voz de su hermano resonando en sus oídos. Sacudió la cabeza para apartar los pensamientos que se arremolinaban dentro de él. Aunque cuando habían estado juntos Romano no había dejado de quejarse de lo molesto que era Veneciano, ahora que no estaba le echaba mucho de menos. Se sentía mal por no haber sido capaz de ayudarle y rogaba porque aquellos humanos le hubieran tratado bien. Pero al mismo tiempo, no podía evitar odiarle. Le odiaba porque siempre había sabido que Veneciano era mejor que él y aquel día esos humanos se habían encargado de dejárselo claro. Habían escogido a Veneciano. Podía haberlos elegido a los dos, o incluso solo a él, pero únicamente se habían llevado a su hermano. Seguramente en aquellos momentos Veneciano estaría durmiendo en una cómoda cesta, con la barriga llena de atún y una familia de humanos que le cuidara y le quisiera. Pero a él le habían dejado hambriento y herido en el parque.
España no sería una excepción. Todo ese tiempo le había estado tratando muy bien, demasiado bien, pero simplemente era demasiado idiota como para darse cuenta de que había gatos mejores que él para dedicarles su afecto. Si hubiera tenido la oportunidad, habría elegido a Veneciano. Incluso Romano habría elegido a Veneciano.
Últimamente no solo le inquietaba el peligro de que España encontrara un gato mejor que él. España y Bélica siempre habían estado muy unidos, el único al que ella apreciaba tanto como al propio Romano era al gato marrón. Aunque España lo había desmentido numerosas veces, él sospechaba que su protector trataba de cortejarla. Y lo peor era que ella respondía favorablemente. Quizás en un futuro cercano los dos tuvieran sus propias crías. ¿Y entonces dónde quedaría él? Cuando le adoptó, el propio España le dijo lo mucho que le hubiera gustado tener crías. Si las conseguía, él dejaría de ser necesario para llenar ese hueco.
Romano se agitó en el banco. Si la noche era cálida ¿por qué de repente notaba tanto frío? Se enroscó sobre sí mismo, buscando darse algo de calor y confort. Maldito España, que le obligaba a pensar aquellas cosas que le hacían sentir mal. Ojalá nunca le hubiera rescatado, quizás hubiera sido mucho mejor morir solo en un callejón que sobrevivir para sentir aquel dolor por dentro.
¿Demasiado denso para un solo capítulo? En principio la historia iba a ser un one-short largo, pero como quedaría demasiado larga, decidí partirla en dos. Y como una vez que empiezo no puedo parar, al final la historia constará de tres capítulos, si no se me vuelve a ir de las manos y lo divido en cuatro.
Un apunte: en esta historia los protagonista son gatos, pero a la vez son gatos inspirados en "personas", por eso he querido humanizarlos y esa es la razón por la que digo que "ríen" o "lloran", cosas que los gatos auténticos no pueden hacer (aunque me he encontrado todo un debate en internet sobre si los gatos pueden llorar de tristeza o no)
Pronto volveré con el siguiente capítulo.
